XVII
Al salir del cementerio ambas se abrazaron en silencio antes de que Hebe subiese al taxi que Paula pidió para ella. A pesar de que la mujer insistió en que debería quedarse en su casa unos días, Hebe declaró firmemente que deseaba ir a su hogar. Así que no le quedó más que darle un abrazo y dejarla partir.
La joven estaba en el auto que la llevaría de regreso a casa, anotando con sumo detalle en su diario los últimos acontecimientos que atacaron sus sueños, siendo interrumpida cuando una canción comenzó a sonar en la lejanía. Extrañada buscó el origen de dicha melodía, no tardando en reconocer que se trataba de su celular. Lo tomó de su mochila y deslizó su dedo por la pantalla para poder contestar.
—Hola, Hebe —saludó sin mucho ánimo la persona desde el otro lado.
—Matilde, ¿cómo estás? —cuestionó sin mucho interés en charlar mientras seguía escribiendo sobre el papel.
—Voy a ser directa, yo... te llamé porque quería confesarte algo. El día que fueron por su dolor de estómago yo sentía que había algo mal con ella, supongo que era el malestar que sufría y que confundieron con el cáncer —comentó notablemente afectada por la culpa—. También quería disculparme, por no avisarte aquella vez que habían llamado de la morgue. No tuve el valor de decírtelo, y estaba buscando la forma de hacerlo; no esperaba que ellos volvieran a llamarte.
—No tienes por qué disculparte, has hecho demasiado por mí. Me consolaste y apoyaste con la búsqueda. Te quedaste en casa, me alimentaste y cuidaste de mí. No sé cómo podré agradecerte por todo eso —le respondió con un tono dulce—. Ahora tienes que descansar, ya bastantes problemas te he dado. Cuídese mucho, ¿de acuerdo?¿También puede decirle adiós a sus mascotas de mi parte?
A Matilde esto le pareció extraño, puesto que lo hacía sonar como si nunca más volvieran a verse. Pero, pese a ello, sonrió y asintió con la cabeza aunque ella no pudiera verla.
—Lo haré, no te preocupes. Y en cuanto a lo demás, cómo podría no haberte acompañado. Sería una terrible vecina si no lo hiciera...—mantuvo el silencio un momento, escuchando la respiración y el movimiento de la lapicera sobre la libreta que se filtraban desde el otro lado— Si en algún momento necesitas hablar o lo que sea, puedes llamarme, ¿sí?
—Gracias, de verdad —musitó ella, soltando un suspiro cargado de cansancio—. Parece que pronto llegaré a casa y al fin podré descansar, tengo que colgar. Adiós, Matilde.
—Hasta pronto, querida.
Unos minutos después el auto se detuvo frente a su casa. Agradeció al conductor y bajó. Admiró el cielo nublado, notando lo silencioso que estaba todo y que estaba demasiado fresco para vestir un vestido, pensando en que al menos debió cambiarse antes de viajar.
Avanzó a paso lento a través del jardín hasta llegar a la entrada. Y cuando la puerta se cerró detrás de ella, Hebe volvió a derrumbarse. Apoyó su espalda en la puerta y se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Sus ojos se permitieron dejar salir aún más lágrimas cuando pensó que ya se había quedado sin ellas. Esto la enfureció tanto que se permitió dar golpes en el suelo frío que la había recibido cuando se sentó, dejando que la oscuridad de su casa la devorara por completo.
En algún momento se levantó, comenzando a vagar por la casa cantando con voz temblorosa una canción que Deresi había escuchado durante su estadía.
En varias ocasiones su cuerpo impactó contra algo, podría haber sido un mueble o quizás el marco de la puerta, también logró sentir que había algo cerca de ella, pero no prestó atención a aquellos detalles; en su mirada color miel, ahora enrojecida por la tristeza, solo veía a una espectral Deresi danzar libremente por la casa.
No importaba lo demás, nada importaba más que apreciar esos momentos que parecían tan reales aunque no lo eran.
Un trueno llenó el ambiente, sacándola de aquel estado de ensueño y percatándose de que se encontraba en la habitación que ocupó Deresi durante su estadía. Se acercó al interruptor de la luz para poder apreciar mejor el escenario. Una vez la oscuridad se marchó, barrió con su mirada el cuarto, viendo la cama aún hecha, el suelo limpio, sin ropa o cosas tiradas en él. Esa no era la habitación de ella, ya no lo era.
Fue mientras ese pensamiento la invadía que algo a su costado llamó su atención, era la pila de ropa totalmente desordenada. Sonrió al saber que no todo el caos de su amiga había sido borrado y tomó una blusa que había en la cima, con la intención de abrazar la tela en busca de tener algo de consuelo.
El gato le había prometido que lo harían, que volverían encontrarse, pero no estaba segura de ello. ¿Y si ella era algo así como un fantasma y no podía tocarla? Lo más cercano a un abrazo sería aferrarse a ese pedazo de tela. Pero, entonces, cuando levantó la prenda algo cayó en sus pies.
—La caja…—musitó con una sensación que divagaba entre la sorpresa y el miedo.
Su corazón comenzó a acelerarse y su cabeza parecía que pudiese partirse en dos debido al dolor. Recordó lo alterada que estaba su mejor amiga cuando había intentado ver el contenido y el suspenso creciente aumentaba su dolor de cabeza. Estando en ese estado no podía ver qué había dentro. Así que tomó la decisión de dirigirse al baño y llenó con agua caliente su bañera con la intención de que el agua la tranquilizara un poco.
Algo inquieta por saber el contenido observó la caja durante un largo tiempo hasta que tomó el valor, entonces la abrió. Dentro había lo que parecía ser una carta, de color beige y enrollada como si fuese un pergamino. Adornado por una pequeña flor seca y cerrada con ayuda de un lazo color celeste. Curiosa se fijó si había algo más, encontrando dentro del fondo de la caja un corto mensaje que decía:
“Si estás leyendo esto es porque me he marchado, y probablemente no regresaré. Te quiero demasiado, y lamento hacer esto mediante una carta, pero… Solo quería decirte: Adiós, mi querida Hebe.
PD: Nos encontraremos en el más allá, no lo olvides.
Con amor, la loca con la que decidiste tener una amistad que trasciende los límites de los mortales ♡”
Con manos temblorosas depositó la carta encima del estante de su baño. No quería leerla, se negaba a hacerlo. Se preguntaba por qué ella le habría dejado algo así, por qué sería tan cruel para despedirse de esa forma y por qué no le había contado acerca de su enfermedad.
Su cuerpo se sentía débil, indefenso ante los sentimientos que comenzaron a abrumarla. Se aventó bruscamente en la bañera, con todo y ropa, intentando alejar esos pensamientos y sensación, rogando para que el calor pudiese calmar su respiración agitada y el dolor en su corazón; pero lo único que ocurrió fue que las cosas empeoraron.
En su mente se reproducían imágenes horribles. El cuerpo de esa pobre chica que precedió a su mejor amiga, sus heridas. En su cabeza resonaban gritos que suplicaban desesperadamente por alguien que las salvara de aquel tormento.
Pensó en si ambas estuvieron juntas en algún momento de su tortuoso encierro. Si aquella chica logró ser consolada por una optimista Deresi, que le prometía que ambas saldrían de allí, que sobrevivirían. Si ambas lograron ser de apoyo para la otra, o si esa chica se sacrificó por su amiga para evitar que ella recibiera tanto daño.
También se imaginó a Deresi rendirse ante la idea de ser asesinada allí, después de todo, ella creía que moriría en poco tiempo.
Hebe negó con su cabeza repetidas veces.
—No, ella no se habría rendido… —se repetía a sí misma mientras era atacada por más gritos de socorro y visiones del cuerpo de su mejor amiga.
Ella apretó con fuerza el objeto que tenía en su mano izquierda, sin saber cuándo lo había tomado. Poco le importó, pues había algo más allí que llamaba más su atención, la había estado observando en silencio desde hacía un tiempo. No podía verle, pero sabía que estaba ahí.
—Veo que te ha afectado más de lo esperado… —menciona una voz que a pesar de sonar distante, sabía que el portador estaba cerca.
Ella no respondió, solo hundió un poco su rostro dentro del agua cálida que la refugiaba del gélido ambiente que la rodeaba.
—Ya es hora, ¿estás lista para reunirte con ella?
Hebe se mantuvo callada, con sus labios bajo el agua, sintiéndose algo insegura de si realmente seguirle. El silencio le permitió escuchar con claridad el repiqueteo de las gotas sobre el suelo y el techo, el sonido del rugir del cielo tapado por nubes oscuras que anunciaban la llegada de una fuerte tormenta. La oscuridad que se filtraba por debajo de la puerta y el gélido viento que se colaba por la ventana, provocando un sonido aterrador. Eso la atemorizó, pues podía imaginar aquella oscuridad que se colaba por debajo de la puerta tomando la forma de su tormento. Tanto el ambiente como lo que sentía le recordaba a algo, sus pesadillas; pero en medio de ese ambiente que inspiraba angustia y desespero un tenue ronroneo se hizo presente, calmando poco a poco su acelerado corazón.
—¿Si te acompaño podré ser feliz de nuevo? —cuestionó Hebe, con voz agitada y algo atemorizada.
—Si me sigues podrás liberarte del dolor, de las lágrimas y de esas voces horribles que escuchas.
—Bien, entonces iré.
El gato sonrió y se acercó hasta su mano que estaba colgando desde la bañera, frotando su cabeza en ella.
—Será un placer ayudarte. Yo, Utsu, aliviaré tu dolor. Te lo aseguro.
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