Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVI

Otro día había pasado, Hebe se dirigió hacia la sala con la intención de tomar algo de agua y se encontró a la mujer, que intentaba acomodar las cosas en su maleta sin tener mucho éxito. Viendo esto Hebe se acercó al sofá donde se encontraba sentada y procedió a ayudarla en silencio. La mujer la observó con duda mientras intentaba acomodar algunos ropajes, y luego de un rato de batallar sobre si preguntar o no, se decidió.

—Disculpa si esto es muy… repentino. Pero sé que es probable que no volvamos a tener contacto luego del…funeral, así que quería sacarme una duda.

Al notar como la joven asentía con la cabeza, dándole el permiso para hablar, respiró profundamente y exhaló para tomar valor.

—Siempre me pregunté si ella fue la que te salvó esa vez.

Hebe detuvo su actividad y levantó su mirada lentamente, temerosa de lo que encontraría. Su miedo ganó poder sobre ella y al instante bajó la mirada.

—Sí. Comer sus postres, sentir la dulzura, calidez y amor que transmitían cada uno de ellos; sus ideas alocadas que nos llevaban a tener problemas; las incontables veces que trajo animalitos a mi casa para que los cuidáramos juntas hasta que consiguieran un hogar; las veces que teníamos pijamadas y terminábamos cansadas por bailar algunas canciones o terminar dormidas en el sofá luego de hablar por horas sobre cualquier cosa; si no fuera por todo eso yo no estaría aquí. Todos esos momentos ayudaron mucho luego de que ella impidiera aquel día mi intento de…



El silencio se apoderó de la sala, para ambas no era necesario completar la frase. La incomodidad invadió a ambas al no saber realmente qué decir para romper aquella presión en el ambiente que se había creado desde el primer día que Paula llegó.


La mujer aclaró su garganta y decidió hablar primero. No deseaba hacerlo, pero su transporte pronto llegaría para llevarlas de regreso a su hogar, no tenía más opción que ser ella quien diera el primer paso.

—Hebe, por favor, necesito que me prestes atención. Solo lo diré una vez.

Ella asintió pero siguió mirando hacia la maleta abierta. Esto hizo que la mujer se enojara un poco, por lo que con una voz notablemente irritada demandó.

—Mírame cuando te hablo.

La chica se mantuvo en silencio, lo cual la irritó aún más. Sentía que le estaba hablando a la pared.

—¡Mírame, Hebe! —vociferó tomando su rostro, obligándola a levantar la mirada.

La mujer observó con una mezcla de confusión y asombro cómo los bonitos ojos mieles de la joven estaban llenos de lágrimas y el cómo su rostro cargaba una expresión de profundo dolor. No entendía el por qué la joven reaccionaba así. «¿Quizás fui muy dura al agarrarle el rostro?» Se preguntó. Pero al analizar mejor su comportamiento previo fue cuando lo entendió. Hebe no podía mirarla porque se parecía a su hija. Ambas compartían aquel cabello rojizo y rebelde, una mirada verdosa, con ojos grandes y pestañas largas. Debió ser muy doloroso el ver casi diario a alguien que parece ser la persona que amas y que se ha ido. Pensando que, quizás, el mundo escuchó tus plegarias y la ha traído de vuelta.
Con el corazón roto, tomó valor y soltó aquello que debía decirle antes de que se marcharan.

—Hoy me entregaron los resultados del análisis forense —respiró profundo, tratando de no dejar que el nudo que comenzaba a formarse en su pecho la detuviese. Mientras tanto Hebe detuvo sus lágrimas en cuanto la escuchó—. Según el informe ella fue… torturada y…abusada durante su cautiverio.

Con cada frase su voz se fue rompiendo más y terminó en un lamento. Su respiración se cortaba debido al llanto incontrolable, por lo que se aferró a la ropa que estaba en la maleta mientras daba múltiples golpes hacia el interior mientras intentaba apaciguar la ira, frustración y dolor que sentía. Hebe la observaba atónita, el cierre de la maleta estaba lastimando sus manos pero ella no se detenía.

—D-dijeron que ya tienen detenido al culpable. Fue uno de tus vecinos, Victor Rodal —explicó entre gritos, intentando limpiar sus lágrimas y de ignorar el ardor de sus nudillos—. Ya está detenido, está a la espera del juicio. Al parecer era un asesino en serie. La chica que viste en la morgue, probablemente, estuvo con Deresi; encontraron su ADN en ella también. Ese enfermo buscaba víctimas con pelo rojizo.

En ese momento vino a la mente de la joven aquellas veces en las que ambas se habían sentido observadas, llegando a la conclusión de que la persona culpable de aquello las había estado observando para atacar en el mejor momento.

Con su corazón y razón ya hechos pedazos Paula acercó sus manos hacia su cabeza, con la intención de tirar de su cabello con toda la fuerza que poseía, pero unas gélidas y pequeñas manos atraparon las suyas a medio camino, deteniéndola.

—Si tan solo hubiera sacado el cabello de su padre ella no…

—Escuche, cómo usted me dijo a mí, no fue su culpa.

—¡Si no fuera por mí ella no…!

—Eso no es cierto, la culpa no es suya —le dijo con sinceridad y esta vez mirándola fijamente a los ojos, después de todo, sentía que la culpa realmente era suya por no acompañarla ese día—. Paula, no es su culpa. No lo es.

La mujer se abrazó a ella, musitando miles de disculpas por haberla tratado tan mal en días dónde lo que más necesitaban ambas era amor y apoyo. Y aunque, en un principio, Hebe deseaba quitársela de encima, le permitió quedarse. Acariciando con cuidado ese bonito cabello rojo mientras observaba detrás de la mujer al ser blanco que le devolvía la sonrisa.

El sonar de su teléfono marcó el fin del abrazo y las lágrimas de ambas. Paula dejó a Hebe la tarea de cerrar su maleta mientras ella atendía la llamada.

—El auto vendrá a buscarnos en treinta minutos, ve a buscar lo que necesites —le comentó a Hebe.

Ella asintió y se marchó a su habitación en búsqueda de su mochila. Mientras tomaba una muda de ropa para su corta estadía en la casa de Paula hasta que fuese el funeral, ante sus torpes y vagos movimientos dejó caer una pila de blusas sobre ella.

—Mierda —bufó molesta mientras levantaba las prendas del suelo.

Estaba a punto de aventarlas, pero algo llamó su atención, era una bonita bolsa con un estampado de flores que se hizo presente en el fondo de su armario. Curiosa la tomó y revisó el contenido, reprimiendo sus lágrimas al notar una tela color celeste asomarse.
Guardó la bolsa en su mochila con sumo cuidado y volvió a la sala donde Paula la esperaba.
Mientras Paula admiraba el patio delantero de Hebe avanzar ante sus ojos, Hebe iba detrás de ella empujando su silla con sumo cuidado. Previamente también la había ayudado llevando sus maletas hacia el auto que las llevaría de regreso a su ciudad.

El viaje resultó agobiante, pero lo peor llegó cuando tocó prepararse para ir hacia aquel lugar donde tendría lugar la ceremonia.

—¡Hebe, ya es hora! —anunció Paula, con pesar filtrándose en su voz. 

Hebe miró su reflejo en el espejo una última vez, respirando profundo antes de salir a encontrarse con Paula. Quien la observó atónita.

—Te ves preciosa —musito con la voz rota— Ella te lo dejó, ¿No?

Paula sabía que Hebe ni en sus sueños más descabellados se compraría un vestido por su propia voluntad. Ella asintió, confirmando su teoría.
La joven notó que la mujer también traía un vestido de color amarillo, el amarillo era el color favorito de Deresi.

—Usted también se ve bien.

Respondió, sin querer decir una palabra más. 
Ambas comenzaron la travesía hacia un camino silencioso y frío, dónde las hojas que caían como lluvia sobre ellas y crujían bajo sus pies anunciaban su llegada a aquel lugar que nadie deseaba pisar en su vida. Siguiendo desde atrás el ataúd blanco donde dormiría ella para siempre.

Avanzaron lentamente entre las tumbas, siendo observadas con expresiones de disgusto por parte de otras personas al verlas vestir atuendos tan coloridos en un lugar así.
Ninguna de las dos había llorado durante todo el recorrido, incluso cuando llegaron compañeros de universidad, de la secundaria o cuando llegó Matilde junto a su hijo. 
Paula sonrió al ver que tanta gente quería a su pequeña. Siempre se lamentó el ser su única familia y no haber podido darle algo mejor, pero al ver cómo todos ellos lloraban su pérdida sintió un poco de alivio al saber que su hija no estuvo tan sola como imaginaba. Tomó la mano de Hebe y la apretó con fuerza antes de comenzar su discurso.

—Jamás pensé en qué tú marcharías antes que yo, y aunque creí estar preparada para esto… realmente nunca lo estuve —dijo Paula mientras apoyaba su mano sobre el ataúd con una expresión de tristeza—. Fuiste una persona e hija maravillosa, siempre alegre, amable y dulce. Llenaste la vida de todos los que te conocieron de luz y yo tuve el privilegio de ver cada pequeño momento de tu vida hasta que te transformaste en la preciosa persona que eres. Sé que no podré superar jamás esto, pero intentaré no quedarme en el dolor, porque si algo me enseñaste es a hacerle frente a todo, así como solías hacerlo.

Lo que restó del discurso fue casi inentendible, Paula ya no pudo aguantar y en las últimas oraciones, su voz se rompió hasta que solo se escucharon palabras incompletas en medio de lamentos. La mujer se abrazó al cajón blanco con fuerza, no queriendo soltarlo.  
Luego de varios minutos al sentir una presencia detrás suyo, se percató de que era el momento de dejarla ir, y darle lugar a Hebe para despedirse. Ella se acercó tímidamente y posó su mano temblorosa sobre la fría madera.

—Mentirosa, prometiste que te quedarías…—murmuró mientras acercaba su rostro al ataúd, apoyando su cabeza sobre él y abrazándolo— Pronto te alcanzaré, lo prometo, y yo sí cumpliré esa promesa.

Se apartó, dejando a los demás un espacio para también despedirse. 
Paula, quien la había estado observando, se sorprendió al ver que Hebe no había derramado una sola lágrima. Ni siquiera pareció inmutarse cuando sus amigos y conocidos dieron palabras para recordarla; tampoco cuando el ataúd fue puesto en el espacio libre de tierra para dejarlo descender poco a poco; ni cuando tuvo que dejar caer la rosa blanca o cuando dejó de verse el blanco impoluto al ser tapado con la tierra.
Incluso cuando todos se marcharon, y solo quedaban ellas dos, Hebe solo permaneció de pie y en silencio, con su vestido celeste y su cabello siendo mecidos por el viento otoñal, mientras mantenía una mirada triste, observando la lápida que decía: “Deresi Joy Mirin, 1996-2021”, seguido de un epitafio: “Amada hija y una luz que iluminó muchas oscuridades”








Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro