XV
De la garganta de Hebe brotó el lamento más desgarrador que Matilde había oído en su larga vida. Todo aquel que estaba presente en aquella sala presenció aquel triste escenario, dónde una jovencita intentaba desesperadamente acercarse al cuerpo sin vida que descansaba en la camilla, siendo detenida por varios enfermeros que a su vez estaban luchando por sacarla de allí. La mujer también lloraba, pero intentaba convencerla de acatar las órdenes del personal médico. Muchos sentían pena al verlas, puesto que se notaba que aquella persona que se había marchado era muy importante.
Varios minutos de pelea pasaron hasta que una de las enfermeras tomó con bastante rudeza el rostro de Hebe y mientras la miraba fijamente a los ojos le dijo:
—Tu amiga está muerta, ya no hay nada que hacer.
—¡Mientes!, ¡Ella aún está viva! —exclamaba, pero su voz iba bajando con cada frase que decía. Dejando que la tristeza ganara sobre su ira, pasando de empujar a la mujer a aferrarse a ella— Por favor…, ella está viva. Déjeme acercarme, solo tomaré su mano.
—Créeme que entiendo lo que sientes, pero no podemos permitirlo —Trataba de explicarle otro enfermero, con una expresión cargada de pesar en el rostro y con un poco de amabilidad agregó— Tu amiga estuvo desaparecida dos semanas, no sabemos quién fue el culpable o qué le hicieron. Creo que puedes comprender el por qué no queremos que la toques.
Matilde aumentó la fuerza con la que apretaba su brazo. Ella la observó confundida y algo enojada, pero entendió que por más que llorara o gritara lo único que lograría era ser llevada a la comisaría por comportarse de forma violenta o que la sedaran.
Caminaron lentamente dejando atrás aquella habitación, sintiendo cómo una gran parte de ella se quedaba allí. La noche ya había caído hacía muchas horas, pero ambas permanecieron en la sala de espera. Matilde había estado bastante cabizbaja, pero si se tenía que describir a la joven, estaba muerta en vida.
Ya entrada la madrugada el hijo de Matilde fue por ella, puesto que cuando lo llamó se notaba bastante mal y le preocupó el ver que no regresaban. La mujer ya estaba agotada, quería marcharse de aquel lugar, pero no podía dejarla, no cuando se notaba que Hebe no estaba en condiciones de lidiar con todo por ella misma.
Por más que la llamó, por más que le insistió, que le imploró que se levantara o que solo la mirase, ella nunca reaccionó.
La mujer terminó marchándose luego de recibir una noticia de parte de uno de los médicos. Depositó un beso en la cabeza de la joven, buscando alguna reacción, pero nada sucedió. Apenada y derrotada se encaminó junto con su hijo hacia su auto, dejando en manos de otra persona el cuidado de la joven.
Tras lo que le pareció a ella una eternidad, una mano gélida se posó en su hombro y una voz dulce le decía algo que no logró entender. No dio importancia y siguió sumida en su dolor. Pero, en el instante que sus ojos se centraron en sus piernas logró verlos; unos cabellos anaranjados estaban muy cerca de ella. Levantó su cabeza, esperanzada, encontrándose con una imagen que desgarró más su alma. Una mujer de cabellos rojizos estaba frente a ella. Con una mirada cargada de preocupación y tristeza, pero que aun así intentaba entregarle una sonrisa.
—¿P-Paula?, ¿es usted? —musitó débilmente.
La mujer en silla de ruedas asintió, intentando aguantar sus ganas de romperse allí mismo. Con ayuda de alguien que Hebe no había visto, se sentó a su lado. Hebe comenzó a sentir como sus labios temblaban al igual que el resto de su cuerpo y soltó con dificultad.
— Lo siento mucho, yo…
—No te disculpes. No hiciste nada malo… —Se inclinó para poder abrazarla y apoyar su mentón sobre su cabeza, mientras daba pequeñas caricias al cabello castaño claro de la chica que temblaba en sus brazos.
—Si tan solo la hubiese acompañado, si tan solo… hubiera sido yo la que…
—No digas esas cosas, tú no… —Paula no pudo seguir. Cómo podría hacerlo. El nudo en su pecho no se lo permitiría, ni tampoco todas las emociones que la atacaban.
Ella también había llegado a tener esos mismos pensamientos, de querer culparla por su descuido, pero sabía que Hebe no tenía la culpa. Conocía a su hija, así que sabía que habría insistido en salir sola, y que lo que sucedió no era culpa de ninguna. La culpa recaía en el monstruo que se la arrebató.
Luego de varios minutos durante los que ambas se consolaron mutuamente, partieron hacia la casa de la joven. Paula consideraba que era lo mejor, después de todo, ella no soportaba la idea de permanecer allí más tiempo. Sabiendo que su hija no saldría por aquella puerta.
Dos días más tarde, la situación no parecía mejorar. Aunque Paula intentaba hasta lo imposible por mantenerse fuerte, Hebe le estaba complicando un poco la tarea. Desde su perspectiva era como convivir con un zombi que solo respondía con asentimientos o diferentes ruidos.
Preocupada por su estado, llamó a Miriam para pedirle que, aunque perdiese su trabajo, volviera rápidamente. Puesto que, en cuanto los análisis forenses le fueran entregados, ella se marcharía a su ciudad para realizar el funeral allí, y al finalizar se quedaría en su casa. Matilde no estaba en condiciones de cuidarla tampoco, así que era necesario que ella regresara para acompañar a su hija en aquel difícil proceso.
La mujer prometió volver lo más pronto que pudiese, pero Paula sabía que su vieja amiga tardaría. Cosa que la mantuvo bastante intranquila; pero no tenía mucho tiempo para preocuparse por la joven, bastante tenía ya con toda la investigación policial y sus propios problemas de salud.
Pasados algunos días, Paula no sabía exactamente qué había pasado, pero Hebe parecía haber vuelto. No de forma completa, pero era mejor que nada. Había comido un poco y logró dialogar unos minutos con ella. Aún evitaba mirarla a los ojos, pero no consideraba que fuese algo realmente relevante. Se preguntó qué fue lo que la llevó a “despertarse” de su letargo, pero no tuvo intenciones de preguntarle. Durante aquellos días se encargó del papeleo y de organizar lo necesario para cuando la morgue comunicara que ya podían llevarse a Deresi.
En cuanto a Hebe, ella permaneció en su habitación, sumida en la oscuridad de su cuarto, recordando el sueño que tuvo y que le devolvió la esperanza.
Se encontraba en ese ya tan repetido escenario, admirando con cierta nostalgia su jardín, recordando cuando solían jugar allí juntas, cuando tenían sus meriendas junto a los geranios, o cuando se tiraban sobre el césped a admirar las nubes.
Abrazaba con fuerza al pobre gatito negro que intentaba desesperado liberarse de sus brazos, maullando como si suplicara que le soltara.
—¿La extrañas? —cuestionó una voz dulce que sonaba similar a un susurro, que parecía estar detrás de ella.
—Sí…
—Es una pena, pero así es el destino.
—¿Por qué su destino fue uno tan cruel?, ¿qué mal hizo ella para merecer eso? —cuestionó al aire con una gran ira y resentimiento.
—Por desgracia el mundo es un lugar cruel, Hebe. Pero, ¿sabes?, puedes verla de nuevo. Si eso es lo que deseas, claro está.
—¿De verdad? —preguntó esperanzada dejando escapar al gato negro, quién corrió directamente hacia la ventana que se hallaba abierta.
Antes de treparse hacia el ventanal abierto se volteó hacia ella, observándola con cierta tristeza. Luego a paso lento se adentró en el jardín, metiéndose en lo profundo de la noche, dejándola sola y a merced de aquello que ahora era su nueva compañía.
Hebe le miró, preocupada por dejarle ir. Pero, a pesar de que sus ojos mieles estaban fijos en la oscuridad del fondo de su patio trasero, su atención estaba en los sonidos tras su espalda. Esperando a que respondiera a su anterior pregunta. ¿Realmente podría reencontrarse con ella?, ¿cómo es que sabía su nombre si no se lo había dicho?
—Sí, pero aún no es el momento. Solo debes esperar.
Por algún motivo Hebe no podía darse la vuelta, era como si una fuerza mayor a ella controlara su cuerpo. Obligándola a mantenerse en dirección hacia la ventana abierta.
—¿Eso es todo?
—Exacto, solo eso. Yo vendré por ti.
La voz tras su espalda, débil como un susurro que resonaba en su cabeza , le provocó un escalofrío. Pero aún así decidió confiar en aquella voz, porque en ese punto sentía que no tenía nada más que perder.
—Muy bien. —Su visión se empezó a nublar repentinamente, y entendió que aquel momento estaba terminando— Me pregunto qué eres, dudo mucho que seas un gato blanco normal.
—Oh, me halaga que sepas que soy yo. Pero dejaré mi presentación para luego, esperaré ansioso nuestro próximo encuentro.
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