XIII
—No... No es ella. Por favor, permita que salga. No quiero seguir...—suplicó con la voz rota mientras apartaba la vista y se alejaba del ventanal— El tatuaje de Deresi es totalmente diferente. Además, su cabello es de un tono más claro.
La oficial suspiró al darse cuenta de que hasta allí había llegado el proceso. Le agradeció por aceptar el pasar por tan tortuoso momento y la acompañó fuera de la habitación.
Matilde, quien la esperaba ansiosa, se levantó de su asiento en cuanto la vio y se acercó para tomar sus manos, mirándola con cierto temor. Ella simplemente levantó la cabeza, entonces la mujer notó una expresión que no supo descifrar. Hebe simplemente soltó sus manos, encaminándose hacia una de las sillas que había a un costado.
La oficial fue la que se encargó de comentarle la situación, puesto que la chica no parecía tener intenciones de decir una palabra al respecto. Matilde suspiró aliviada al saber que no se trataba de Deresi, pero a pesar de ello la preocupación aún estaba latente. Aún no la encontraban y no sabían qué había pasado con ella.
Ambas volvieron a casa, con sentimientos encontrados, con una esperanza que creció en ellas, pero acompañada por un sentimiento de que el final de la historia parecía estar rodeado de nubes negras.
Hebe decidió tomar un baño para que el agua se llevara un poco aquella tensión en su cuerpo y quizás algo de su suplicio. Pero, como se esperaba, nada cambió.
Durante la noche sus sueños la atacaron nuevamente. Pero esta vez nada le importó. No tenía sentido preocuparse por aquella silueta blanca en su ventana ni por los maullidos que intentaban llamar su atención. Tampoco aquel estruendo que le advertía que algo estaba arañando ferozmente sus paredes.
Realmente ya no le importaba. Porque el ver a aquella pobre chica en esa camilla fría, que supuso era aquella de la que el hijo de la dueña del kiosco le habló, la que había desaparecido en el barrio vecino, hizo que sus esperanzas se desvanecieran.
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Unos días más tarde, la lluvia caía delicadamente sobre las casas. Matilde, aprovechando que habían terminado su desayuno, le comentó que se marcharía un momento. Era la hora de que fuera a alimentar a sus mascotas y pasar un tiempo con ellas.
La pobre mujer aprovechó su soledad para pensar en todo, en cómo su joven vecina no había emitido palabra en todo el día, y en lo abrumador que era sentir que la desesperanza crecía a cada minuto. Trató de dejar sus preocupaciones a un lado para poder ocuparse de sus pequeños, cuando en un momento el tintineo de su viejo celular la interrumpió.
Hebe, mientras tanto, permaneció en su cama, esperando pacientemente a que la mujer regresara. Inconscientemente posó sus ojos en su ventanal, percatándose de que no había nada allí. Incluso la huella había desaparecido. Supuso que Matilde se habría encargado de limpiarla para que ella estuviera más tranquila.
—Debería agradecerle todo lo que está haciendo por mí...
Pensó y se encaminó hacia el cristal que impedía su paso hacia el patio. Se cuestiono por qué su ventana era tan grande y tenía un pequeño borde donde ella podía sentarse. Luego recordó que fue para estar allí y ver el jardín desde la comodidad de su habitación cuando se sentía decaída.
Barrió con su mirada cada detalle del mismo, con la esperanza de obtener algo de inspiración de las flores, que a pesar de ser otoño se mostraban preciosas y fuertes, o esperando recordar los detalles de su sueño.
Durante el transcurso de aquel día el sentimiento de miedo que le provocó aquello no la dejaba tranquila. El shock y tristeza debido a la morgue no le habían permitido darle la debida atención a ese sueño, y realmente no pensaba dársela más. Pero las palabras que su madre le dedicó en su última llamada resonaban en su cabeza.
“Cariño, deberías analizar ese tipo de sueños. A veces, reflejan nuestros miedos e inquietudes. Deberías escribirlos, y así podrías estudiarlos para saber qué es lo que tu mente quiere decirte. Pronto iré a casa y podemos analizarlo juntas."
Se había tomado la molestia de escribir todos aquellos sueños, pero el último le estaba resultando un verdadero reto. Recordaba únicamente ver el techo de su habitación y oír varias cosas en la lejanía, pero no lograba descifrar qué era aquello que escuchó.
—Vamos, tienes que recordar algo —se exigió a sí misma mientras centraba su mirada en el árbol que estaba rodeado por varias flores en medio de su patio.
— ...be
Pasaron varios minutos en completo silencio cuando logró escuchar algo. Cerró sus ojos para lograr concentrarse en los sonidos que la rodeaban. Esperó, y esperó; fue luego de unos minutos cuando sucedió.
—Hebe... —Nuevamente una voz suave se hizo presente.
Era como un susurro muy débil y tembloroso. La chica abrió sus ojos, buscando la fuente. Fue entonces cuando lo vio, unos rizos anaranjados se lograron deslumbrar durante unos segundos, hasta que se escondieron detrás del tronco del árbol.
—¿Deresi? —musitó incrédula.
Y no esperando un segundo más, abrió bruscamente la gran ventana para luego salir por allí. Cayó al suelo al intentarlo, pero no le dio importancia, se levantó torpemente y corrió hacia el árbol.
—¡Deresi! —exclamó esperanzada, pero al mirar detrás de aquel tronco, solo la recibieron las pequeñas verbenas y geranios blancos que rodeaban el tronco, junto a las pequeñas gotas que comenzaron a empapar su rostro—Pero...yo la vi.
Confundida miró hacia ambos lados, también observó hacia el fondo, pero parecía que no había nadie allí. Tampoco había huellas en la tierra que indicaran la presencia de alguien.
—¡Hebe! —Aquella voz regresó a sus oídos y volteó rápidamente hacia la casa, encontrándose con una mujer, parada justo detrás de su ventana, con una mirada cargada de preocupación y una media sonrisa en su rostro— ¡Ven, querida!
Ella dudó de si debería acercarse. Hubiera jurado verla allí, justo donde estaba parada. Pero, ante la insistencia de Matilde, no pudo evitar alejarse de aquel lugar, dando pasos lentos de regreso a la casa pero sin dejar de observar de soslayo el patio.
—¡Hebe, debes prepararte rápido! —bramó la mujer con algo de dificultad debido a su respiración agitada. Puesto que había corrido desde su casa hasta allí, y la edad no ayudaba mucho a que su condición física fuese la mejor.
Sin entender mucho qué estaba sucediendo volvió a meterse a su habitación, utilizando nuevamente la gran ventana. Y, en cuanto puso un pie dentro, fue tomada del brazo, siendo arrastrada fuera de la habitación. Esto la alarmó aún más.
—¿Qué pasa, Matilde? Me estás asustando...
—He recibido una llamada hace un momento, y tenemos que irnos. ¡Ahora!
—¿Irnos?, ¿a dónde? —preguntó notablemente confundida ante la falta de contexto y comportamiento tan extraño de su vecina.
—Iremos al hospital —le explicó apurada mientras se acercaba a la mesa para tomar con algo de torpeza su bolso y las llaves de su auto—. Tenemos que apresurarnos. ¡Ahora sube al auto!
Matilde la observó un momento antes de salir. Hebe tenía sus ropajes mojados y sus rodillas estaban manchadas con barro, pero no le comentó nada respecto a su apariencia; después de todo, era prioridad que llegasen lo más rápido posible.
Una vez estaban en viaje, Hebe observaba nerviosa lo rápido que pasaban las casas frente a sus ojos y lo pronto que habían salido de su barrio.
—¿Por qué vamos tan de prisa?, ¿qué pasa?
—Ella te está esperando.
—¿Quién?, ¿quién me espera?
—¡Pues quién más!, ¡Deresi! —exclama la mujer, como si su pregunta hubiese sido la más tonta que había escuchado en toda su vida— ¡Ahora vamos! No hay tiempo que perder. Su madre llamó, me dijo que la policía la contactó. ¡La encontraron, Hebe!, ¡la encontraron!
—¿La encontraron? —preguntó incrédula y con la voz algo rota por las emociones.
Una sonrisa enorme apareció en los labios de la mujer, confirmando que aquello era cierto. Que realmente ella estaba viva. Hebe agradeció infinidades a quien fuese que estuviese arriba en aquel cielo gris. Su cuerpo se sintió liviano al escuchar tan buena noticia, su corazón comenzó a latir rápidamente y varias lágrimas de felicidad escaparon de sus ojos. Ahora sentía como si hubiese vuelto a respirar luego de haber estado mucho tiempo bajo el agua.
Al estar frente a aquel imponente edificio blanquecino, que reflejaba en sus ventanas el paisaje lluvioso, Hebe respiró profundamente antes de dar el primer paso para volver a ver a aquella persona que significaba tanto para ella.
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