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XII

''El contenido que será narrado a continuación contiene temas que pueden herir la sensibilidad. Se recomienda discreción".



Hebe despertó algo intranquila. En cuanto sus ojos mieles se abrieron su mirada rápidamente se dirigió a aquella ventana, que aún permanecía vacía. Suspiró aliviada ante la falta del ser blanco para luego levantarse torpemente para ir hacia el baño.

Al verse en el espejo no pudo reconocerse. La desaparición de su mejor amiga la había llevado a descuidarse. Las bolsas debajo de sus ojos, el acné que brotó en su piel producto del estrés, su mirada cansada, su sonrisa que ahora estaba oculta detrás de una expresión cargada de preocupación, de pesar y tristeza. Todo aquello parecía tan... irreal. Era como si el tiempo realmente hubiese retrocedido a aquellos años donde su padre aún estaba con ellas.

Tocó el espejo con la punta de sus dedos, pensando que quizás aquella persona del otro lado le diría que era todo un cruel sueño, una de sus tantas pesadillas. Pero nada sucedió.

El frío que entraba a través de la pequeña ventana a su derecha y el color blanco impoluto que se hacía presente tanto en muebles como en las paredes la hacían sentir incómoda, la hacía sentir que estaba perdiendo la cordura, que se estaba perdiendo a sí misma.

En cuanto terminó de ducharse se dirigió rápidamente hacia la cocina notando que había algo raro. Una extraña sensación de soledad la invadió junto con el ambiente oscuro y gélido. Soledad que se confirmó al preguntar si había alguien en la casa y como respuesta la recibió el silencio.

—¿Matilde? —cuestionó algo preocupada mientras caminaba por las habitaciones. Temía que a la pobre mujer le hubiese pasado algo.

Siguió su camino hasta regresar al punto de partida. Claramente su vecina no se encontraba dentro de la casa. Hebe se alarmó, pero dejó sus pensamientos fatalistas al ver sobre la mesa una nota, en la que su vecina le avisaba que fue un rato a su casa para atender a sus mascotas.

Llegó el momento de decidir qué comería. Realmente no quería hacerlo, no tenía apetito, pero era consciente de que necesitaba energías para seguir con la búsqueda.

Mientras se preparaba el desayuno notó que el café se había acabado. Normalmente eso no sería un problema, pero ahora un té no la ayudaría. Necesitaba ir a comprar más. Bufó algo molesta por tener que ir de compras, pero no le quedaba otra opción, si quería resistir todo el día necesitaba de la cafeína. Tomó su celular y billetera para ir camino al kiosco. Cada pasó que daba hacia allí generaba en su mente imágenes, mostrándole a aquella chica alegre y optimista, con sus cabellos rojizos brillando en el sol, sus ojos verdosos achinados debido a la enorme sonrisa que tenía en sus labios, diciendo una promesa que no estaba siendo cumplida. El dolor en su pecho aumentaba, y las lágrimas amenazaban con salir nuevamente. Pero no era momento para llorar. Hebe respiró profundamente e intentó despejar su mente antes de ser atendida. Llegó al pequeño almacén y compró lo que debía.

Justo cuando estaba por encaminarse hacia su casa su teléfono comenzó a sonar. La dueña del local observó curiosa cómo la señorita se detenía en seco a mitad del camino. La mujer sabía lo mal que lo estaba pasando la pobre muchacha, así que trató de velar por la seguridad de todas las mujeres que iban a comprar en aquellos días. Observándolas hasta que desaparecían de su rango de vista.

Hebe colocó el celular en su oído y procedió a hablar:

—¡Habla Hebe!, ¿quién es? —preguntó algo incómoda por la repentina llamada. Además le preocupaba que el número fuese desconocido.

—Señorita Noiserped, nos comunicamos desde la estación policial n°15 de su localidad. Queríamos hablarle sobre el caso de la joven Deresi, Mirin. Llamamos por la mañana, pero no nos atendió nadie.

Escuchar su nombre hizo que una brisa helada recorriera su cuerpo de pies a cabeza. Respiró profundo, tratando de calmar sus latidos acelerados y el temblor en sus manos.

—¿Señorita?, ¿está ahí? —cuestionó el oficial al no obtener respuestas, sacando de su ensimismamiento a Hebe.

—Sí, lo siento. Me distraje con algo... —contestó rápidamente, agarrando con más fuerza su celular para evitar que este se cayera— ¿Qué querían decirme?

—Necesitamos que alguien cercano a ella venga con nosotros a la morgue. La madre de la señorita no puede hacerlo debido a que no puede trasladarse sin que peligre su salud. Por lo que nos preguntamos si podría venir usted en su lugar.

Los latidos acelerados de la joven se detuvieron en seco en cuanto su cerebro procesó aquella palabra.

—¿A la morgue?, ¿por qué? —aquella pregunta rompió su voz a medio camino.
Su corazón ya temía a lo que se avecinaba y sabía que no podría soportarlo. Rogaba internamente que no, que no se atreviera a decirlo. Que si lo que pensaba era la realidad, que le mintieran.

—El día de ayer se encontró un cuerpo en un descampado cercano al barrio donde usted reside, y encaja en la descripción que nos dieron. Lamento decirle que, quizás, se trate de Deresi, Mirin. Necesitamos que venga a identificar el cuerpo.

Hebe no notó cuando su teléfono móvil escapó de sus manos para caer directo al suelo; tampoco notó las lágrimas que bajaban por sus mejillas sin control; no se dio cuenta de cómo sus labios temblaban al igual que sus piernas. Tampoco vio cómo a lo lejos Matilde corría desesperada hacia ella, ni sintió las manos de la mujer del kiosco que intentaba levantarla del suelo. Sus rodillas estaban ardiendo y sangrando debido a la caída brusca, pero nada de eso le importaba.

Hebe no notó que terminó desmayándose debido a la conmoción. Por lo que le resultó extraño abrir sus ojos y ver que no solo estaba en su casa sino que tres policías y unas enfermeras la estaban resguardando. En cuanto se aseguraron de que estaba bien físicamente, le preguntaron si quería que la llevasen hacia la morgue y, aunque su mente y Matilde le advertían que mejor no lo hiciera, algo dentro suyo le gritaba que necesitaban ir. Había una posibilidad de que aquella persona no fuese Deresi. Por lo que tomó valor y dejó que los oficiales la llevaran ante aquel lúgubre lugar.

Matilde quiso acompañar a la joven en aquel difícil momento, pero debido a su salud no le permitieron entrar. Así que antes de dejar que aquella pequeña se adentrara en la habitación, la rodeó con sus brazos. Deseando en su mente que aquel cuerpo fuese el de otra persona, aunque fuese un deseo egoísta y poco ético. Ella no quería que su vecina pasara por un dolor tan intenso.
La soltó y la dejó encaminarse hacia la sala, sintiendo un nudo en el pecho y preguntándose cómo superarían todo aquello.

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Al estar frente al vidrio que la separaba de la fría camilla de metal, con sus ojos fijos en los cabellos zanahoria que sobresalían de la manta que cubría el cuerpo, respiró profundo intentando no colapsar otra vez. La oficial que se encargaba del procedimiento la observó varias veces, y en repetidas ocasiones le preguntó si realmente estaba en condiciones de pasar por tal procedimiento. Era obvio que la chica no deseaba estar allí, se le notaba muy nerviosa, por no decir aterrada. Pero era entendible, a nadie le gustaría ver el posible cuerpo sin vida de su ser querido, mucho menos en el estado en el que se encontraba el que estaba frente a ellas.

La mujer le dedicó una última mirada, buscando la aprobación para destapar el cadáver. Cuando recibió el asentamiento de cabeza de la joven, respondió de la misma forma y procedió a acercar sus manos a la sábana para acabar con tal suplicio de una vez. Únicamente el cuerpo fue descubierto, ya que el rostro de la víctima había sido desfigurado a tal punto que era irreconocible.

Uno... Dos... Tres... Cuatro... Cinco segundos pasaron, y Hebe no reaccionaba. La oficial terminó de descubrir aquel cuerpo desnudo y frío. Los ojos mieles de la joven recorrieron tímidamente aquella piel tan blanca como la nieve cubierta por varias pecas que adornaban algunos sectores. La oficial admiró en silencio la fortaleza de aquella muchacha. Pero dentro de Hebe sus emociones chocaban entre sí. Un tornado hecho de tristeza, asco, lástima, ira, impotencia y dolor la atacaban amenazando con derrumbarla; pero aun así intentó aguantar y siguió observando. Las manchas de sangre estaban en casi todo su cuerpo, había varios sectores a los que les faltaba una pieza, incluso Hebe logró notar cómo un pedazo de piel pendía de un hilo, meciéndose a la vista, escapando del pañuelo que intentaba cubrir el horror que habría vivido aquel pobre rostro; logrando que varias veces quisiera vomitar. Ya era demasiado para soportar. Ella sabía que aquella cosa no podría ser su amiga. Era imposible que lo fuera.

—No puedo más —declaró ante la mujer uniformada, apartando la vista inmediatamente y pidiendo perdón en su mente a la persona a la que acababa de inspeccionar con la mirada—. No es ella, estoy segura.

—Señorita, ¿ha mirado bien?, ¿de verdad está segura? —cuestionó incrédula. La jovencita no había estado ni medio minuto analizando a la persona que tenía enfrente, era imposible saber de quién se trataba.

—¡Sí, estoy muy segura! —respondió con la voz temblorosa, apretando sus ojos indicando que no tenía intenciones de seguir.

—Señorita, sé que hacer esto es algo muy horrible. Pero necesitamos que el reconocimiento se haga de forma correcta —La oficial suspiró ante la nueva negativa de la joven y dirigió su mirada hacia la camilla notando que en ningún momento le ofreció mostrarle un detalle que era muy importante—. Esta mujer tiene un tatuaje, ¿podría mirarlo? Por favor.

Al escucharla mencionar aquello Hebe volteó instantáneamente hacia el cadáver, viendo a la oficial levantando con ayuda de unos guantes el brazo de la víctima, mostrando que sobre la piel blanca había un bello tatuaje de dos gatos, manchados con sangre, la sangre de una joven que aún tenía mucho por lo que vivir.

—No... —musitó, dejando escapar un par de lágrimas mientras se acercaba lentamente hacia la ventana. La oficial apoyó el brazo en la camilla, dándole espacio para que pudiese mirarlo con más detalle.
La mirada de Hebe observó llena de aflicción aquel tatuaje, y desconsolada como estaba lloró.

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