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Tres días trascurrieron, y Deresi no estaba por ninguna parte. Aquella noche Matilde se encargó de dar aviso a la policía, porque aunque Hebe insistió en hacerlo ella misma, al momento de dar el aviso su voz no lograba decir las palabras; y aunque en un inicio no quisieron cooperar con la excusa de que ella era una adulta y seguramente debía estar en otra parte o que se había ido con alguna pareja, la declararon como persona desaparecida al día siguiente luego de que todas las vecinas junto a Matilde insistieran múltiples veces, llegando al punto de que amenazaron con incendiar la comisaría si no hacían algo.
Hebe estaba desesperada, habían recorrido día y noche el barrio gritando el nombre de su mejor amiga, intentando no romperse en el transcurso de la búsqueda. Preguntó a los vecinos si habían oído o visto algo, pero nadie parecía tener respuestas acerca de lo que sucedió. Su investigación se vio detenida por Matilde, quién le suplicó que regresaran a la casa, asegurando que la policía se encargaría, que lo más necesario en ese momento era notificarle la noticia a la madre de la pelirroja.
La primera noche, para sorpresa de Hebe, el cansancio que le produjo tanto estrés terminó ganándole. Se había quedado dormida en el pequeño sofá de su vecina.
Al abrir sus ojos observó algo extrañada que había algo familiar en su entorno.
-Estoy en mi habitación...-musitó para sí misma, para posteriormente sentarse. Prestó más atención a su alrededor y no tardó en darse cuenta de lo que sucedía- Oh, de nuevo...
Se puso de pie con la intención de buscar al gato negro que solía acompañarla. En esos momentos deseaba mucho estrechar a esa bola de pelos, para ver si así obtenía algo de consuelo. Pero, para su sorpresa, no estaba en la habitación. Eso era extraño.
Siguió buscándolo, intentó ver si estaba bajo la cama, debajo de su escritorio, o dentro de su armario, pero al no hallarlo en ninguna parte posó sus ojos en el ventanal. Afuera caía una ligera llovizna que mojaba poco a poco el césped. Al mirar hacia abajo notó a su pequeño amigo, estaba en el jardín trasero, empapado y en posición de alerta, gruñendo y siseando en dirección al árbol que se encontraba en el centro del patio trasero.
-¿Qué sucede, gatito? -cuestionó preocupada ante tanta agresividad.
En sus últimos sueños él se había comportado de forma calmada y era muy mimoso, así que era algo chocante verle tan intranquilo.
Apoyó su mano en la ventana, en un intento por llamar su atención. El felino volteó su cabeza y en el instante que la vio corrió hacia el árbol del patio, lanzando un zarpazo al aire en cuanto llegó frente a él. Un gruñido resonó en el ambiente, haciendo que Hebe se asustara y diera varios pasos hacia atrás, pero sin quitar la vista de su amigo de cuatro patas.
El gato negro intentó acercarse hacia la parte trasera del gran tronco, y fue entonces cuando de detrás de él salió el gato blanco, quien amenazaba con acercarse. A diferencia de otras veces, se notaba muy inquieto. Como si acercarse fuera algo muy necesario, pero el gato de pelajes azabaches no quería permitírselo.
Justo cuando parecía que la batalla iba a estallar entre ambos, Hebe sintió un golpe en su brazo que le hizo perder el equilibrio, cayendo al suelo en consecuencia. Era como si algo o alguien la hubiera empujado.
Cuando sintió que su cuerpo impactaba contra el suelo un grito escapó de su garganta. Se incorporó en su lugar, tenía la respiración agitada y estaba observando alrededor nerviosamente en busca de aquello que la golpeó.
-Ay, linda. Me asustaste -reprochó la mujer con una expresión cargada de alivio-. Estabas respirando de forma rara y fuerte. Así que tuve que darte un golpecito para despertarte.
Ella estaba confundida, pero pasados los segundos le agradeció a la mujer por despertarla, puesto que aquel sueño recurrente parecía cada día convertirse poco a poco en una pesadilla.
Matilde le preparó un té para que pudiera relajarse un poco, y mientras Hebe bebía el contenido de la taza no dejaba de pensar en una cosa:
-Espero que estén bien, ambos...
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Los dos días siguientes Hebe permaneció con Matilde. Esto se debió a que su madre, luego de que la joven la llamó para comentarle todo lo que sucedió, le recomendó que se quedara allí por su propia seguridad.
Los sueños y la desesperanza parecían empeorar a medida que transcurría el tiempo. No habían logrado comunicarse con Paula, la madre de Deresi. Durante el día no dejaba de sentirse preocupada y ansiosa, y durante la noche no podía descansar de esos sentimientos. El gatito negro se mostraba siempre a la defensiva y el blanco se acercaba peligrosamente a la casa, había avanzado mucho en muy poco tiempo y esto, por alguna razón, la aterrorizaba.
Matilde hacía lo posible por dar apoyo a su joven vecina, así como ellas lo habían hecho cuando su pequeña falleció. Le sacaba charla para que así evitara pensar todo el tiempo en el asunto y parecía servir un poco, Hebe había dejado de llorar al menos.
Durante una tarde, habiendo pasado ya cinco días, mientras disfrutaban de una charla sobre cómo era la vida de Matilde cuando esta era joven, Hebe recibió una llamada.
-¿Paula? -dijo sorprendida al escuchar la voz al otro lado del celular.
-¡Sí!, ¿cómo estás, Hebe? Tu madre me dijo que querías contactarme, olvidé darles mi nuevo número. ¿Qué sucedió? -contestó alegremente- ¿Estás con mi hija?
Aquella pregunta hizo que el corazón de la castaña se quebrara un poco más. ¿Cómo iba a responder?, ¿cómo podría decirle que perdió a su hija?
-Deresi, ella no... -pronunció con dificultad luego de un rato de silencio.
-¿No está?, ¡mejor! -exclamó notablemente de buen humor- Verás, quería hacerle una sorpresa. Necesito que tú hagas algo por mí, después de todo, eres su mejor amiga. Quién mejor que tu para darle la buena noticia.
-¿A qué se refiere?, ¿qué buena noticia?
-Hoy hablé con su doctora y me ha dicho algo muy bueno. ¡Ella va a sobrevivir! -chilló emocionada mientras apretaba unos papeles que tenía en sus manos-¡No tiene cáncer, fue mal diagnosticada!, ¡Deresi no morirá!
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