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VII

-¿Qué? -exclamó Deresi, entrando en un estado entre la sorpresa y la confusión-, p -pero estaba recuperada casi por completo... , ¿cómo?

Sus sollozos llenaron el silencioso ambiente a su alrededor. Se notaba el esfuerzo que Matilde hacía por detener su agitación, así que ambas esperaron a que ella pudiese hablar.

-S-salí un momento para comprar y me quedé hablando con la señorita del almacén, no me di cuenta de que dejé mi portón abierto...

Las piernas de la señora comenzaron a temblar tanto que Hebe se vio obligada a ponerse aún más firme ante el temor de no ser lo suficientemente fuerte para sostenerla. Ella rompió en llanto de nuevo, aferrándose aún más, clavando sus uñas en los hombros de la joven. La culpa la carcomía lentamente, cegándola a tal punto de no notar que estaba lastimándola.

-¡Creo que algún perro vecino entro y...! -Su voz se quebró ante el dolor.

Al escuchar tal testimonio Deresi sintió cómo algo dentro suyo le quitaba el aliento y no pudo evitar derrumbarse.
Se sentía devastada. El saber que aquella gatita, que fue tratada por ella, que era tan cariñosa y dulce, muriera de esa forma tan repentina, violenta y dolorosa, no hacía más que aumentar en ella el sentimiento de ira. Se sentía impotente por no llegar más temprano, quizás, si no hubiera tenido la idea de tontear con el carrito, hubiese estado en casa y podría haberla asistido. Pero luego recordó que no importaba si llegaba antes, no hubiese tenido las herramientas para hacerlo. El final hubiese sido el mismo.

Le dolía que el mundo fuese tan injusto con seres tan puros.

Le dolía que la vida resultase tan efímera y que solo les quedase a los mortales aferrarse a ella con desesperación. Porque estaba segura de que la pequeña Ágata luchó hasta su último aliento para salvar su vida y así volver con su dueña.

Matilde se calmó un poco luego de varios minutos, y Hebe aprovechó entonces para guiarla hacia el interior de la casa. Al pasar por el jardín notó un detalle que le creó un nudo en el pecho. Entre el césped, cerca de una planta de flores, permanecía un bulto de color negro acompañado de varias manchas. Era ella. Reprimió sus sentimientos en lo más profundo de su ser, respiró profundamente y entró a la casa para poder acompañar a sus dos amigas.

Esa noche se quedaron en la casa de la mujer para no dejarla sola. La más joven se encargó de preparar bebidas calientes para ellas, en un torpe intento por consolar sus corazones con un poco de calidez en aquella noche fría.

El hecho de ver a Deresi en ese estado la rompió en mil pedazos, pero no podía permitirse llorar con ella. No cuando alguien debía tomar el papel de ser aquel que las cuidaría y daría fuerzas. Aunque nunca lo había hecho, dio su mejor esfuerzo para cumplir con ello.

Deresi y Matilde lloraron hasta que el sueño les ganó, en cambio ella aprovechó el momento de soledad para llorar.

Aquella noche, también volvió a soñar. Hebe, en esta ocasión, decidió ignorar al gato blanco, después de todo, sabía que estaba allí, en el patio. Podía sentir su espeluznante mirada sobre ella. En su lugar observó al gato negro, siendo más atenta a cada pequeño detalle de él.

-Te pareces a ella, aunque de cierta forma eres diferente. Me pregunto si Matilde tendrá un sueño así... -suspiró acercando su mano hacia la cabeza del pequeño y este se restregó en sus dedos buscando cariño-Sería lindo si pudiese despedirse adecuadamente, aunque también seria doloroso.

Al día siguiente, durante la tarde, el hijo de Matilde llegó para hacerle compañía luego de que ella le comunicase la terrible noticia; también se encargó de darle una sepultura digna a los restos que quedaban de Ágata.
Los cuatro juntos participaron del pequeño funeral, y tras dejar varias flores sobre su pequeña tumba, Matilde fue a dormir un momento. Su hijo aprovechó aquello para hablar con ambas. El chico les había asegurado que cuidaría de su madre y de sus demás mascotas por unos días, y que, por lo tanto, deberían regresar a su casa para descansar también.
La mujer fue llevada por su hijo a la casa, dejando a ambas jóvenes solas en el patio. En medio del silencio y con la mirada clavada sobre la tierra removida y adornada por ramos de flores, Deresi tomó la mano de su mejor amiga y la apretó con fuerza.

-¿Sabes? Siempre pienso que los funerales no deberían ser así, tan tristes y negros. Si yo muriera, me gustaría que vistieran colores bonitos, que escucharan las canciones que amaba y que comieran mi comida favorita.

Hebe la observó, confundida por sus repentinas palabras, pero pensando en que tenía algo de razón. Si de por sí era desgarrador perder un ser querido, el ambiente que se creaba al no tener música y vestir de luto no ayudaba. Aunque también consideraba que si se hiciera como su amiga proponía, sería como celebrar que se ha ido.

No quería discutir con ella sobre el tema, decidió asentir, dándole la razón.

-Entonces, quiero que uses un vestido cuando sea el momento -le comentó, haciendo que sus palabras sonaran a una amenaza-. Sé que no te gustan y que odias usar ropa muy colorida, pero deberías cumplir con mi última voluntad.

Hebe no estaba muy cómoda con la idea y eso se notaba.

-Lo intentaré, pero solo porque eres tú la que me lo pide.

Deresi sonrió ligeramente y luego intentó apoyar su cabeza en el hombro de su amiga, pero se tambaleó un poco al ver que su cabeza no llegaba a dicho lugar. Bufó un poco frustrada al percatarse de que aquello no sería muy cómodo siendo que ella era más alta que Hebe. Se resignó y volvió a ponerse derecha, mirando la pequeña tumba de Ágata.

Minutos más tarde irse de la casa de Matilde resultó un problema. Deresi se negaba a irse; pero terminó cediendo al ver el rostro de Hebe, el cual demostraba que realmente necesitaba descansar. Parecía no haber dormido y eso la preocupó, así que la siguió a paso lento hasta llegar a la espaciosa casa que se hallaba en penumbras.

Estando en la casa se aseguró de que ella durmiera, manteniendo vigilada su habitación. Cuando la oyó roncar sus sospechas de que no había dormido se confirmaron. Suspiró y decidió que era tiempo de hacer lo mismo y se marchó a su desordenada habitación.

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Al día siguiente, Hebe observaba de soslayo a su mejor amiga, quién permanecía cabizbaja sentada en el sofá, mirando hacia la nada con una taza de café en sus manos, que apretaba con fuerza.
Había pensando en comentarle su sueño de aquella noche, el gato se había acercado más a ella y eso la tenía intranquila. Pero al notar la penumbra que cargaba sobre ella, decidió esperar a otro momento. Aquello no era tan importante.
Intentó levantarle el ánimo ofreciéndole comida, pero ella se negó a comer. Intentó alentarla a que jugara un juego de mesa, pero rechazó la oferta. También quiso invitarla a ver películas, pero luego de la cena se encerró en su habitación.

Ya bastante preocupada estaba que hasta espió por la cerradura, y logró ver que Deresi metía algo a su boca para posteriormente tomar agua.

Al día siguiente, inquieta por lo que había visto, le cuestionó durante el desayuno qué era aquello que había ingerido. Deresi reaccionó bastante ofendida al descubrir que estaba siendo observada de forma tan desvergonzada. Luego de mucho drama por su parte terminó contestando de mala gana que se trataban de pastillas para dormir.

Hebe no se tragó aquello. Estaba preocupada y necesitaba confirmar que no estaba consumiendo cualquier cosa. Así que aprovechó el momento en el que su amiga se fue a duchar para investigar. Sabía que ella solía tomarse su tiempo allí, así que entró a su habitación y revisó con mucho sigilo su mesita de noche. Encontrando las dichosas cajas de pastillas para dormir.

Con aquel tema ya aclarado, Hebe decidió dejar la habitación y pensar mejor en algo que pudiera hacer sentir mejor a su mejor amiga. Fue así que, luego de varias horas, se le ocurrió una idea que quizás podría funcionar.

Tomando su mochila y algo de dinero, le demandó que se preparara y que la esperara en la puerta. Deresi, algo extrañada, obedeció con desgana, entrando en su habitación con la intención de "prepararse".
Se había tomado la molestia de quitarse su pantalón de pandas rojos pero no de quitarse el pijama por completo, simplemente tomó un suéter y tapó así su blusa.
Al salir de su habitación no tardó mucho en ver a Hebe en la sala, sosteniendo un pañuelo entre sus manos, lo que hizo que la observara arqueando una de sus cejas.

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Deresi fue guiada por su mejor amiga, teniendo los ojos vendados. Intentaba adivinar hacia dónde la estaba llevando, porque Hebe se negaba a responder a pesar de su insistencia.

Luego de un rato sintió que habían entrado a algún lugar bastante concurrido, puesto que las voces de varias personas se colaron en sus oídos.

-¡Hebe, dime dónde estamos! -reclamó en un tono caprichoso y demostrando algo de molestia por tanto misterio. No estaba de humor para bromas aquel día, solo quería regresar a la casa y hacerse bolita en la cama.

Sintió como era tocada por las frías manos de su compañera, quién la obligó a sentarse en, lo que parecía ser, un banco.

-Hoy vamos a...-dijo bastante emocionada mientras se posicionaba detrás de ella para poder desatar el pañuelo. Permitiendo a los ojos verdes de su mejor amiga observar el gran círculo de color blanco frente a ellas- ¡Patinar!

Deresi volteó a verla con una expresión cargada de sorpresa e incredulidad.

-¿Vamos a buscar nuestros patines? -preguntó, extendiendo su mano tímidamente, temiendo que la pelirroja se ofendiera porque la había sacado de casa.

Deresi relajó su semblante serio, reemplazándolo con una sonrisa. Se puso de pie, se acercó a la preocupada Hebe y la abrazó muy fuerte.

-Gracias -musitó, intentando que la voz no se le quebrara-, de verdad, gracias.

No sabía si la razón de sus inmensas ganas de llorar se debían a la tristeza que cargaba por todo lo que estaba pasando o porque la acción por intentar animarla fuese tan tierna a sus ojos que provocaban lágrimas de felicidad, quizás eran ambas opciones.

Deresi dejó de pensarlo y la llevó de la mano, casi a rastras, hasta el mostrador donde pidieron sus patines. Ella notó que su compañera no se mostraba muy entusiasta por ello, lo que confirmaba que estar allí era únicamente para verla feliz. Lo cual la hizo sonreír tontamente otra vez.

Una vez en la pista la castaña intentaba recordar cómo hacerlo sin matarse en el intento, después de todo, habían pasado varios años desde la última vez que había pisado una pista de hielo.
En el proceso recordó con cariño cómo Deresi solía lucirse en ella cuando eran niñas, dando giros y danzando con la música. Recordó cómo ella la arrastró a clases de patín con la excusa de que su sueño era ser una famosa patinadora artística y que le daba pena ir sola, pero que al tiempo el interés en ello desapareció, siendo Deresi quien únicamente seguía haciéndolo como un hobby de forma ocasional.

Ante los ojos de Hebe aquellos recuerdos parecían repetirse. Mientras ella intentaba no partirse la geta contra el hielo, trataba de no apartar la vista de aquella figura que bailaba sobre la pista, siendo delicada, con movimientos lentos y llenos de gracia; con una expresión en su rostro que demostraba que se sentía liberada, que estaba feliz y que la nostalgia también estaba presente.

La pelirroja se paseó alrededor de la pista durante un rato más, hasta que decidió que sería mejor danzar acompañada. Se acercó a su mejor amiga, tomando sus manos, invitándola a acompañarla en aquella coreografía que su mente le incitaba a recrear una vez más. Unieron sus manos y cuidadosamente avanzaron por la pista, siendo rodeadas por una melodía que solo ellas dos podían oír, enterrando por un instante la tristeza.

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