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VI

Ella dejó la habitación sintiéndose algo inquieta, pero sabía que aún no era el momento, así que la caja se quedaría allí. Lo importante en ese instante era saber qué planeaba su mejor amiga.

Deresi se sorprendió al notar que, para llegar al misterioso lugar del que Hebe se negaba a dar pistas, necesitaban utilizar varios transportes. Algo que no le agradaba demasiado, viajar siempre le había provocado mareos. Su mejor amiga le había prometido que todo valdría la pena una vez que llegaran a su destino, así que cerró sus ojos, tomó los chicles que ella le había preparado previamente y trató de confiar en que todo saldría bien.

Cuando finalmente llegaron, los ojos verdosos de la chica quedaron maravillados con la cantidad, a su parecer, infinita de rosas que se esparcían por todo el parque. La tortuosa aventura en transporte público significaba nada al lado de aquel lugar.

—¡Es hermoso!, —chilló eufórica mientras se acercaba hacia un sector donde había rosas blancas, sus favoritas— ¿cómo sabías que yo…?

—No sé si recuerdas que, hace unos meses, me comentaste por mensaje que te arrepentiste de no haber visitado este lugar antes de empezar a trabajar —dijo mientras se acercaba a ella—. Pensé que hoy sería el día ideal para venir.

—¡Gracias, gracias, gracias! —repitió con alegría mientras daba saltitos, para luego darle un fuerte abrazo.

Hebe sonrió, invitándola a caminar por aquel sendero que parecía de ensueño. La pelirroja se detenía cada dos pasos para poder apreciar cada una de las flores, para sentir sus aromas y dejarse maravillar por algunos pájaros que descansaban en los árboles.

Los demás visitantes, al igual que Hebe, preferían observarla a ella. Su expresión, su vestimenta sencilla que le daba un aspecto infantil pero bello, y su sonrisa que irradiaba emoción eran difíciles de ignorar. Era como ver un hada salida de un cuento.

Cuando llegaron a su destino, Deresi casi se desmaya por segunda vez en el día. Su mejor amiga había llevado todo lo necesario en su mochila para tener un bonito pícnic junto al lago, estando bastante cerca del hermoso puente blanco y de los árboles.

Ella no podía creer que tuviesen un día así. Hebe no solía hacer ese tipo de cosas, o al menos no desde aquel día. Recordó que antes ambas solían salir, aunque eran paseos más modestos, ya que ninguna trabajaba y dependían del dinero de sus progenitoras.

Pensó en lo feliz que era en ese preciso instante. No había miedo, no había inquietudes, no había secretos. Podría comer todas las galletas que ella quisiera sin preocuparse en aquel bonito parque de Palermo, rodeada de hermosas rosas y acompañada por su mejor amiga. Olvidando por un momento el peso que cargaban cada una silenciosamente en sus espaldas.


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Ya habían comido gustosamente, lo que restaba era disfrutar del aire fresco que chocaba en sus mejillas y el aroma de las flores que perfumaba el ambiente. Deresi, al notar el ambiente tan pacífico, consideró que era el momento perfecto para proponer aquello que se había instalado en su mente durante días.

—¿Puedes prometerme algo? —preguntó con cierta timidez y temor.

—¡Claro! —le aseguró. Deresi mantenía una expresión seria, cosa que la sorprendió.

—¿Me prometes que…, si algo me sucede, nos encontraremos en el más allá? —Al decir aquello su voz tembló ligeramente, pero no tanto como para que su mejor amiga se percatara— ¿Me buscarás cuando mueras?

—¡Lo prometo! —aseguró sin dudarlo, levantando su dedo meñique y manteniendo una expresión serena.


Para Hebe, aquella promesa significaba que Deresi aún temía por ella. Por la posibilidad de que tuviera una recaída. Pero ella sabía que eso jamás podría suceder de nuevo, no mientras estuviera a su lado.

—Siempre y cuando prometas lo mismo.

—¡Claro que sí, tonta! —dijo la pelirroja, enganchando sus meñiques y cerrando aquel juramento, sintiéndose un poco más aliviada—¡Si no cumples me convertiré en fantasma y te jalaré los pies!

Bromeó.

—Si tú no cumples yo te sacaré las sábanas y tiraré tus figuras de colección.

Contestó ella con el mismo tono y entre risas siguieron con su paseo; hasta que el sol se puso en el horizonte, marcando el final de la aventura de aquel día.

Durante todo el trayecto de regreso, Deresi jamás soltó la mano de Hebe. Ni cuando salían del parque, ni siquiera mientras esperaban el transporte que las llevaría de regreso, ni tampoco cuando caminaban hacia la casa. Eso, de cierta manera, la ayudaba a disminuir su dolor.

La castaña ni siquiera se percató de aquel gesto, estaba demasiado feliz y algo agotada como para hacerlo. Lo que sí llegó a notar fue que justo antes de llegar a casa lo sintió, era la fuerte sensación de ser observada. La muchacha volteó su cabeza en varias direcciones en búsqueda de aquello que la molestaba, pero no logró encontrar nada. Por lo que siguieron su camino en cuanto Deresi tiró de su mano para que avanzara.

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Al llegar a casa, durante la cena, hablaron sobre sus planes para el siguiente día y siguieron bromeando sobre las diferentes formas en las que se atormentarían si fuesen fantasmas.

Al terminar de cenar cada una marchó perezosamente hacia sus habitaciones para poder descansar. Luego de haber dormido muy mal la noche anterior Deresi se negaba a volver a compartir la cama con su mejor amiga; y a la mañana siguiente se alegraría de haber tomado esa decisión, ya que mientras desayunaban, Hebe comenzó a relatarle el sueño que había tenido.

—Fue casi idéntico al de ayer, pero había algo diferente —Se detuvo un momento, para no olvidar algún detalle importante—. Parecía que el gato blanco estaba más cerca, y el otro permanecía alerta, se pegó a mi, sin apartarse ni por un segundo. Era como si me estuviera protegiendo de algo.

Deresi escuchó sin prestar mucha atención, comentando al final del relato que sería mejor ignorar a los gatitos y empezar con las tareas del hogar. Puesto que debían hacer muchas cosas ese día.

Durante su tarea de limpiar el baño, Deresi notó que se habían agotado los productos para el lavado del cabello, por lo tanto, ambas emprendieron el viaje hacia el supermercado. Hebe rápidamente fue hacia el pasillo donde se encontraba lo que debían comprar, pero Deresi le avisó que se iría durante un momento. La castaña prosiguió con la tarea algo inquieta por dejarla ir sola, pero decidió darle algo de libertad, así que se concentró en buscar otras cosas que hacían falta en la casa.

Al terminar la buscó por los pasillos, pero no logró verla. Fue a la caja y se preocupó cuando vio que tampoco estaba esperándola allí, pero intentó mantener la calma. La última posibilidad que había era que estuviera afuera esperándola, y así fue, estaba allí, acompañada por un carrito de compras vacío.

—¿Qué tramas con esto, Mirin? —cuestionó mientras elevaba una de sus cejas, utilizando un tono que indicaba que no estaba a gusto con la idea.

Ni siquiera era necesario preguntarle a la pelirroja para saber que aquel carrito era para hacer una locura, estaba escrito en su rostro.

—¡No te hagas!, ¡sé muy bien que tú también siempre quisiste hacer esto! —le recriminó mientras realizaba un puchero, esperando a que aceptara unirse— No tendremos problemas. Le pagué a uno de los encargados y me dijo que podríamos jugar con él, que, al fin y al cabo, planeaban tirarlo.

Hebe se negaba a participar. No solo corrían el riesgo de ser acusadas de ladronas o de dañar propiedad ajena, sino que también podrían lastimarse.

Había visto a su amiga algo molesta por dolores ocasionales en su cuerpo, no quería agregar heridas a ellos. Pero, como era costumbre, terminó cediendo ante la insistencia y amenazas de la joven de ojos verdosos.

Así que ahí estaba, sentada allí, gritando debido al pavor de estrellarse contra la pared; con las risas de Deresi tapando sus alaridos. Viendo cómo aquel contenedor con ruedas iba cayendo en picada hacia el final del camino. Hacia la pared.

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De regreso, Hebe caminaba con mala cara debido a que ella fue la que terminó peor. Esto hizo sentir mal a la joven de cabellos rebeldes, quien pasó todo el camino disculpándose. Hebe posó su mano en su hombro al notarla cabizbaja, asegurando que no estaba enojada, sino que todo lo contrario. Olvidando el dolor en sus manos, le había resultado divertida aquella travesía por el estacionamiento y ella había resultado únicamente con un pequeño raspón en su codo. No había sido tan malo.

Unas cuadras antes de llegar a la casa, mientras reían al recordar los gritos de Hebe durante la aventura, vieron a Matilde en la calle. La mujer miraba en todas direcciones, corriendo de un lado a otro y parecía muy desesperada.

Se apresuraron para poder socorrerla y, en cuanto las tuvo delante, la mujer no soportó más y rompió en llanto, apoyándose en Hebe buscando un poco de consuelo. Las jóvenes no entendían qué había sucedido. Esperaron un momento hasta que la pobre señora logró murmurar unas palabras.

—Mi niña, ella, ella ha muerto…

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