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IV

A la mañana siguiente disfrutaron de comer hasta el hartazgo todo aquello que Deresi compró; llegando a mezclar lo dulce y lo salado, lo frío de un helado con lo ácido de unas gomitas. No fue sorpresa para nadie cuando más tarde cayeron ante un gran enemigo, el malestar estomacal.

—Deresi...,me muero...—se quejó desde el sillón, donde se encontraba tirada boca abajo desde que despertó.

Deresi la observó con algo de culpa y procedió a posar su cabeza en la mesa.

—Perdón, se suponía que debía asegurarme de que comieras bien y terminé obligándote a hacer lo contrario -se lamentó, mirando la pila de envoltorios que habían dejado en la mesa ratona de la sala.

—Mi madre llamó —le anunció luego de estar unos minutos en silencio.

Deresi levantó el rostro para poder prestarle atención a lo que diría a continuación.

—Le dije que estábamos descompuestas, pero que no es tan grave. O eso es lo que espero...

—Ahora debe pensar que soy una mala influencia...—suspiró, estando bastante decepcionada de sí misma.

Hebe, al notar que ella estaba bastante desanimada, se acercó para sobar su espalda con su mano buscando darle algo de consuelo. La pelirroja era quien peor la estaba pasando. No había dejado de vomitar y de tener desmayos, y eso la tenía lo bastante preocupada como para andar pensando en otras cosas, como lo sería enojarse con ella.

—Al contrario, se alegró de que nos la pasáramos bien anoche —comentó con una sonrisa, intentando animarla—. Hacía tiempo que no me escuchaba tan feliz a la hora de contarle mi día.

Deresi se congeló un momento, apreciando la expresión de felicidad que se dibujaba en aquel rostro que siempre solía mostrarse sombrío ante los demás. Pensando que, a pesar de estar al borde de la muerte, había logrado su cometido. Aunque su idea de diversión no fue la mejor, había logrado pasar un buen momento con su amada Hebe.

—Ah, también me dijo que le pidiéramos a nuestra vecina que nos ayude con nuestro problemita. Iré ahora, ¿quieres venir?

—No lo sé... —respondió con desgana.

—¿Segura?, te comento que tiene masco...—No logró terminar su frase, la pelirroja había saltado de su asiento para posteriormente caminar hacia la puerta.

—¿Ya nos vamos?

Hebe soltó un par de risas por lo bajo y procedió a salir de la casa junto con ella.

La casa de la vecina, la señora Matilde, una mujer de 65 años, quedaba a solamente unas dos casas de distancia. No tardaron mucho en dar con el portón color azabache y con una mujer que se encontraba algo cabizbaja regando sus plantas.

—¡Oh, es la hija de Miriam! —dijo la mujer, mirando a un pequeño conejo que descansaba en el césped, como si estuviera avisándole al susodicho de la visita— ¡Pasa, linda!

—¡Buenas tardes, Matilde! ¿Cómo están usted y sus criaturitas? —cuestionó la joven de cabellos castaños mientras se abría paso en el jardín, siendo seguida por una tímida Deresi, que se ocultaba tras su espalda, observando detalladamente cada cosa a su alrededor.

Desde que eran pequeñas, a pesar de ser extrovertida y muy abierta con los demás, la joven veterinaria siepre fue muy tímida frente a personas adultas. Lo cual resultaba irónico para su mejor amiga, siendo que en su caso era al revés.

Matilde era nueva en el vecindario, llegando a él después de que ella se mudara, por lo que Deresi nunca se había relacionado con ella antes, así que la pobre no podría evitar sentirse nerviosa.

—Yo estoy bien, querida. Pero si hablamos de mis niños es otro tema... —contestó con tristeza dirigiendo su mirada hacia su hogar—Uno de mis pequeños angelitos está enfermo.

—Oh, no. Es una pena oír eso —dijo con pesar mientras barría con la mirada el patio—. ¿Ágata dónde está?, ¿acaso ella está enferma?

Durante algunos días Hebe se había dedicado a cuidar de una de las tantas mascotas de aquella mujer y Ágata fue su favorita durante su estadía. Era una gata de pelaje negro, muy cariñosa, a la que le gustaba mucho jugar y cazar pequeños insectos; así que no verla en el jardín era extraño.

—Así es. La pobre no ha comido nada desde ayer, y respira de forma extraña —murmuró la mujer, acomodando su regadera a un costado para poder atender apropiadamente a sus invitadas o más bien para intentar controlar las ganas de romperse a llorar que tenía— ¿Gustan pasar?

—Claro, vinimos para que nos ayudara con algo, si no es mucha molestia. Ella es mi amiga Deresi, y es una gran veterinaria —comentó orgullosa, tomándola del brazo para ponerla a su lado—. Quizás podríamos intercambiar favores.

—¡Mucho gusto, linda! —extendió su mano hacia ella con una sonrisa amable, Deresi tardó un poco, pero estrechó su mano delicadamente— Soy Matilde.

—El placer es mío —dijo tímidamente y con la mirada baja— ¿Podría pasar a revisar a Ágata?

—¡Ay, dulzura, claro!, ¡pasen, pasen! —exclamó esperanzada ante la llegada de alguien que podría ser de ayuda— Les prepararé un té, se les nota en esas caritas pálidas que no están bien.

Mientras Deresi se dedicó a ver el estado del animalito, Hebe y Matilde charlaban en la sala.

La joven le comentó del malestar que sufrían y no tardó en ofrecerles ayuda; después de todo, era lo mínimo que podría hacer. La mujer era famosa en el barrio por ser curandera y por su amabilidad. Así que la chica no tenía ningún tipo de desconfianza hacia ella cuando se trataba de este tipo de problemas.

Matilde procuró advertirle que no volviese a comer de tal forma, que no era sano, también que tomase cierto medicamento en los horarios que ella le comentó. En plena explicación sobre cómo preparar adecuadamente el remedio casero un estruendo alertó a ambas, y aquello provino de la alcoba de Matilde, allí se encontraba su amada Ágata. Algo asustada se apresuró en acercarse a la habitación, ordenándole a Hebe que permaneciera en la sala.

Al entrar por el umbral de su puerta vio a su pequeña durmiendo plácidamente cubierta de mantas, pero al desviar su mirada se encontró a la joven desplomada en el suelo.

—¡Ay, no! ¡Mi ja', no te mueras aquí!

Preocupada se apresuró a acercarse para revisarla. Temía que su querida mascota la hubiese atacado, para su suerte, no parecía tener heridas. Siguió observando, notando que su pecho bajaba y subía. Seguía respirando. Suspiró aliviada, y trató de calmarse.

—¡Hebe, querida!, ¡ven aquí!, tu amiga, "aderezo", necesita ayuda.

Al oír su petición ella no tardó mucho en abandonar su asiento para salir corriendo hacia la habitación. Cuando la chica llegó su cuerpo entero se tensó al ver la imagen frente a ella. Se acercó rápidamente a tomar el rostro pecoso de su amiga, llamándola por su nombre buscando despertarla sin éxito.

Matilde le ordenó que la ayudara a acostarla para poder ver más de cerca si se había hecho daño y de paso para aplicar primeros auxilios. Colocaron a Deresi en la cama con algo de dificultad, dejándola boca arriba y levantando sus piernas, esperando ansiosas a qué abriera los ojos, cosa que sucedió luego de unos segundos.

—¡Gracias al cielo! —la mujer suspiró dejándose caer en la cama. Por un momento pensó que tendría que ver a una jovencita muerta en su casa y eso le resultaba horroroso. Por suerte, nadie tendría que ser velado y no tendría a un fantasma rondando por su casa.

La señora se acercó a la joven para revisar si tenían algún golpe que no hubiese visto antes, por otra parte Hebe no dejaba de preguntar si se encontraba bien. Ella respondió que estaba bien, aún algo confundida al verlas a ambas allí.

Deresi aún tenía náuseas y dolor abdominal, pero intentó disimularlo.

La mujer le pidió a Hebe que saliese de la habitación para poder curar a su amiga malestar. Ella a regañadientes salió, dejándolas solas, estando un poco más tranquila al verla despierta pero pensando en por qué ella recibiría otro tratamiento, siendo que ambas comieron lo mismo. Supuso que era porque sus cuerpos reaccionaron de forma diferente, así que dejó de pensar tanto y se limitó a esperar.

En cuanto la chica puso un pie fuera, Deresi sintió una mirada que la atravesaba y la hacía sentir incómoda, hasta culpable.

—Querida, ¿mi pequeña está bien? —preguntó la señora, a lo que Deresi asintió.

—Sí, al parecer solo tiene un resfriado. Si la mantiene en un lugar cálido y la alimenta bien se recuperará pronto — le explicó mientras intentaba evitar sus ojos, haciendo un torpe esfuerzo por levantarse de la cama—. Iré a buscar un medicamento que hará que mejore más rápido.

—Espera, no te vayas todavía. Hay algo que quiero preguntarte —dijo, tomándola del brazo para evitar que se escapara— No estás bien, ¿o me equivoco?

—Señora, mi condición es mala, pero no volveré a comer a-

—No me refería a eso. Me refiero a ese dolor que sientes en el vientre. No es debido al malestar estomacal, ¿verdad? Vi tu abdomen y está muy inflamado —Al notar que ella mantenía su silencio, y que no parecía tener intenciones de contestar, prosiguió— ¿Ella sabe lo que tienes?

—No, y preferiría que no se enterara.


Nota de la autora:

Espero que les haya gustado el capítulo. Gracias por leerlo, votar y comentar este relato. ฅ⁠^⁠•⁠ﻌ⁠•⁠^⁠ฅ Nos vemos en el próximo.

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