III
Dos días transcurrieron desde la llegada de Deresi. Ella se ocupó de ordenar la casa, mientras Hebe intentaba centrarse en sus estudios; quien debido a su tratamiento y condición, decidió cursar aquel año universitario de forma virtual. Así que la pelirroja aprovechaba el momento de estos encuentros sincrónicos para encerrarse en su habitación a mirar series y tener su momento a solas. Intentó hablarle sobre las cajas, pero no tuvo el valor de hacerlo.
Al llegar el fin de semana, la pelirroja insistió en que debían aprovechar ambos días para relajarse y pasar tiempo juntas. Hebe sabía que, por más que lo intentara, nada de la información que leyera quedaría en su cerebro, y pensando que solo era una materia, dejó todo su material de estudio de lado para poder disfrutar de su compañía.
Lo primero que hicieron fue limpiar la casa mientras escuchaban sus bandas favoritas en el equipo de música de la madre de Hebe. Ya terminada la tarea, a la pelirroja se le ocurrió que sería divertido hornear algo junto a su amiga, pero no estaba resultando como se lo imaginaba.
-¡Hebe, tenías que separar las claras de las yemas! -La regañó para luego arrebatarle el tazón de las manos.
-Perdón, pero es tu culpa por dejar que me involucre -Se excusó ella, levantando las manos mientras retrocedía. Alejándose lentamente de la cocina para evitar que un proyectil de harina impactase en ella-. Sabés que soy pésima con estas cosas.
-Bueno, quizás podamos hacer un bizcochuelo con esto -dijo rendida, agregando la harina a la mezcla.
No planeaba regañarla más, después de todo, ella tenía razón. Era la tercera vez que intentaban hacer algo, pero simplemente Hebe parecía tener una maldición que la obligaba a arruinar cualquier postre o pastel que preparase.
-Supongo que debería rendirme y aceptar que no tenés mano para esto.
-¡Aleluya! -exclamó alegremente mientras extendía sus manos hacia el techo- Ya era hora de que te dieras cuenta.
-Es necesario que aprendas cómo hacerlo, ¿qué tal si un día yo desaparezco o sufro amnesia y olvido cómo hacer mis recetas?... -expresó con algo de angustia mientras metía el pastel en el horno.
Hebe pensaba que aquella reacción era algo exagerada, pero supuso que su amiga solo estaba siendo dramática.
-Eso no va a pasar, además, tenés tu recetario para recordarlo. Si pierdes la memoria solo vas a tener que leerlo -aseguraba Hebe, mientras se acercaba al sofá porque sentía que no tenía mucho más que hacer allí en la cocina.
Deresi suspiró sin dejar de observar el horno. Sentía que el tiempo estaba pasando demasiado rápido y que aún no habían hecho demasiado, por lo que se decidió. Caminó hacia el sofá donde se encontraba su mejor amiga, con un aire cargado de determinación.
-¡Iremos a hacer las compras mañana, juntas! -ordenó para posteriormente agregar- Necesitas llenar esas alacenas con algo nutritivo.
Ella dio media vuelta y se encaminó rumbo a la cocina, dejando a una Hebe completamente confundida a sus espaldas.
Luego de haberse comido el pastel y de haber limpiado el desastre, optaron por mirar una serie en lo que restaba de tarde. Disfrutaron el ver aquellos capítulos llenos de misterios y magia de esa nueva serie de fantasía oscura que lograron encontrar.
Al día siguiente la pelirroja se levanto bien temprano y caminó entre el caos que era su habitación con la única intención de ir hasta la alcoba de Hebe, para despertarla y arrastrarla hacia al supermercado.
Tardaron un poco en salir de casa por culpa de Hebe, quien no terminaba de despabilarse y parecía ser un zombie que iba de un lado a otro con su cepillo de dientes en la boca.
Cuando llegaron a su destino, la muchacha tenía a su mejor amiga corriendo de un lado a otro entre las góndolas y pasillos. Deslizándose con ayuda del piso, como si llevará patines.
Hebe observó la lista para saber a qué pasillos deberían ir para terminar con aquello rápido. Odiaba salir de compras, pero su amiga parecía bastante feliz de estar allí, más de lo que cualquier persona normal lo estaría. Si Hebe tuviese que describirla en aquel momento sería: una niña que va dando saltos, mientras toma cada cosa colorida o chatarra que ve en las góndolas y que desaparecía en cuanto le sacaras la vista de encima.
-Creía que veníamos a comprar comida nutritiva... -mencionó arqueando una de sus cejas al notar que en la canasta solo había, lo que su madre consideraría, porquerías.
-¡La vida es una sola!, ¡por eso debemos comer todo lo que queramos! -le explicó con una sonrisa mientras tomaba un paquete de papas fritas del estante. Al notar que a su amiga no parecía convencida con las compras se apresuró a agregar- Obviamente, luego iremos a buscar frutas y verduras.
-Bien -suspiró rendida y apuntó a los aperitivos y dulces-, pero vos pagás por todo esto. Mi mamá me deja dinero, pero no tanto como para permitirme estos gastos.
-¡Claro, claro! No te preocupes, yo pago, en más de un sentido, el romper así mi dieta. ¡Ahora vamos!
Al terminar, ambas tomaron un taxi. La casa no quedaba lejos, pero las compras de Deresi eran demasiadas y no podían siquiera levantarlas. Estando ya dentro de la casa, acomodaron todo para luego tirarse a descansar en el sofá, aprovechando el momento de tranquilidad para discutir qué cenarían y sobre cómo aprovecharían el día de mañana.
La cena ya estaba decidida, pero aún faltaba mucho para que cayera la noche. Viendo que no tenían nada mejor que hacer ese día, optaron por seguir con aquella serie que tanto las había cautivado.
Pero durante el momento de entretenimiento, Hebe notó algo extraño. Su amiga miraba fijamente hacia el televisor, pero no parecía realmente ver las escenas que se presentaban ante sus ojos.
-¿Estás bien? -cuestionó algo preocupada.
En ese momento ella pestañeó repetidas veces y posó sus ojos en ella.
-¿Sabes?, cuando bajamos del taxi tuve una sensación... extraña -confesó.
Hebe la observó sin entender muy bien a qué se refería.
-No sé qué era exactamente, pero sentí escalofríos, como si algo malo estuviera a punto de pasar.
-No te preocupes, seguramente tenías frío. Hacía bastante frío hoy... -dijo Hebe, intentando buscarle una razón lógica.
-Pero, era como si alguien nos estuviese mirando muy fijo. O al menos esa fue la impresión que tuve -insistió ella al recordar el momento, pero su amiga no parecía tomarse la situación en serio.
Cuando regresaron nadie transitaba por las solitarias calles del barrio. El viento gélido que azotaba la ciudad y el cielo aún nublado, le daban un ambiente tétrico a aquel escenario. Deresi abrazó sus rodillas, buscando calmar sus nervios al repetir en su mente aquel sentimiento de estar en peligro. Al ver a su amiga así, Hebe se acercó para poder estrecharla entre sus brazos.
-Tranquila, no creo que fuese algo malo. Y si lo fuera, yo te protegeré sin importar qué sea -le aseguró, separándose de ella para poder alcanzarle un suéter. Ya que al abrazarla notó que su piel estaba muy fría-. Quizás fue alguna de las mascotas de la señora Matilde, o de algún vecino chismoso. Probablemente, les llamó la atención el ver a alguien nuevo en el barrio. Te advierto que no pasas desapercibida.
Mencionó, haciendo referencia a su apariencia física que constaba de unos cabellos rojizos ondulados que le llegaban hasta la cintura, unos ojos verdosos y una altura que superaba a la suya.
-Tienes razón, probablemente fue eso -dijo, no estando del todo convencida, y como no quería preocuparla más con aquel tema decidió simplemente callar sus miedos.
Tomó el abrigo dedicándole a ella una sonrisa para posteriormente seguir mirando el televisor, eso sí, sin dejar de sentirse inquieta.
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