II
—¿Deresi? —exclamó llena de sorpresa al abrir la puerta.
Allí, bajo la lluvia, estaba su mejor amiga sosteniendo varias maletas.
Sin dejar a Hebe pronunciar queja alguna o, siquiera, darle la invitación para entrar, la jovencita de cabellos rojizos se adentró en la casa con una sonrisa en el rostro, observando detenidamente cada detalle nuevo que encontrase. Deresi amaba la lluvia, pero aquel día no deseaba estar bajo las gotas de agua.
—Me dieron vacaciones porque el edificio donde trabajo tiene unos problemillas —explicaba mientras acomodaba sus maletas en un costado para que así no estorbaran—. Así que… vine a estar contigo durante las tres semanas que me quedan.
La visitante se volteó hacia ella, abriendo sus brazos en busca de un abrazo de bienvenida, pero su amiga parecía estar congelada, incluso Deresi llegó a notar que no estaba parpadeando siquiera.
—¿Hebe?, ¡Tierra llamando a Hebe!
—¿Lo dices en serio? —preguntó incrédula luego de un largo, e incómodo, silencio.
Hacía bastante tiempo que Deresi se mudó a otra ciudad. Se veían cada cierto tiempo, pero con el inicio de su carrera y el trabajo de su mejor amiga les fue casi imposible verse en todo ese año. Por un momento pensó que era una broma y que, realmente, solo se quedaría durante el fin de semana. Pero, al Deresi asegurarle múltiples veces que era cierto, dejó las dudas de lado. Ella solía hacer bromas, pero sabía que no jugaría con sus ilusiones.
El procesar que estarían juntas hizo que poco a poco su vista se nublara por las lágrimas. Cuando le había dicho que se mudaría, su mundo se había venido abajo y no podía imaginarse una vida separadas, pero terminó adaptándose con el tiempo.
Su mejor amiga, al verla en ese estado, dejó de esperar a que ella se acercara, y decidió hacerlo en su lugar, estrechándola en un fuerte abrazo.
—¿De verdad vas a quedarte? —cuestionó incrédula, aferrándose a ella con fuerza.
—¡Claro que sí, tonta! Yo no soy una mentirosa, prometo que me quedaré aquí —le aseguró mientras le daba leves palmaditas en la espalda—. Puedo ayudarte a estudiar si quieres, ya sé que no estás de vacaciones. Así que intentaré no estorbarte o interrumpir tus estudios.
Deresi condujo a su mejor amiga hacia el sillón, buscando que se sentaran para que así Hebe pudiera tranquilizarse. Durante varios minutos acarició su espalda hasta que por fin logró recomponerse.
Ya resuelto aquello la joven invitada se puso manos a la obra y no tardó en dirigirse hacia la cocina. Deresi no tenía reparo en andar por la casa como si esta fuese suya. La madre de Hebe la conocía desde hacía mucho, prácticamente desde que nació, así que sentía que ella podía hacer y deshacer lo que quisiera siendo que había ese tipo de confianza.
Hebe, por otro lado, estaba sentada en el sofá, observándola, cuestionándose si finalmente había perdido totalmente su cordura o si todo aquello sí era real. Pellizcó su brazo izquierdo para luego emitir un quejido de dolor, verificando que estaba despierta.
Al ver a la pelirroja tan entusiasmada preparando todo, pensaba que la que debería estar haciendo todo eso debía ser ella. Sintiéndose algo culpable por hacerla trabajar, se levantó y comenzó a tomar las maletas de Deresi para poder acomodarlas en la habitación. Pensando en que al menos eso debería hacer.
—¿Dónde estás? —cuestionó con entusiasmo mientras se acercaba a la mesa con las tazas en sus manos— La merienda está lista. Y si ya merendaste antes, lo siento, tendrás que hacerlo dos veces —agregó en tono burlón, buscándola con la mirada al notar que ya no estaba en la sala.
Le preocupaba que desapareciera tan repentinamente, además, el silencio que reinaba en la casa la hacía sentir inquieta. Estaba dispuesta a explorar la casa para encontrarla, pero no fue necesario. Hebe salió de la habitación de invitados, haciendo que su corazón alterado se relajara. Pensó en por qué ella había ido allí, no tardando en notar que sus maletas ya no estaban y que ella se había encargado de guardarlas. Sonrió ante el gesto pero la maldijo mentalmente por preocuparla, aunque sabía que aquellos sentimientos de angustia fueron una secuela de lo sucedido hace años.
Enterró sus preocupaciones, después de todo, su plan era pasarlo bien durante sus días allí. Respiró profundo antes de regresar a la cocina para buscar unos aperitivos, y al regresar Hebe ya estaba sentada esperándola.
—Te hice un té de manzanilla, tómalo aunque no te guste. Va a hacerte bien.
—Gracias, Dere —dijo mientras tomaba su taza para poder disfrutar del aroma—. Creo que ahora es el momento en el que tenemos nuestra actualización de datos de nuestras vidas. La visita empieza.
—¡Estarás un buen rato sentada! —le advirtió entre risas, tomando entre sus manos su taza de café—, ¡tengo mucho que contarte!
Era cierto que se hablaban a través de redes sociales, pero no tenía nada de malo recapitular todo lo acontecido estando cara a cara.
En cuanto comenzó a contar sus aventuras en su ciudad, Hebe decidió tomar del té que su amiga había preparado para sentir la charla más amena y que la calidez del té ayudara a aliviar el frío del ambiente. Aunque aún no lograba convencerla el sabor.
Según las palabras de Deresi, le había estado yendo muy bien en su trabajo como veterinaria. Al fin, luego de mucho esfuerzo, sacrificio y llantos por haber entrado a la vida adulta, logró cumplir dos de sus sueños: terminar su carrera y vivir sola. Estaba muy felz por ello, aunque algo desanimada porque su apartamento aún estaba algo vacío por la falta de muebles y uno que otro electrodoméstico. Pero le aseguró a Hebe que trabajaría aún más duro para conseguir equipar la casa como se debía para, algún día, poder recibirla bien.
Hebe sonreía, feliz por saber que su amiga estaba logrando poco a poco lo que siempre quiso. Pero dentro de ella se estaba dando una pequeña batalla. Una voz le repetía constantemente:
«Mírala, ya ha logrado terminar su carrera y hasta tiene casa propia. Pero, en cambio, tú estás aquí. Encerrada en esta casa, siendo patética. Tienes 21 y aún no has logrado nada».
Y ella le respondía:
«Eso es porque Deresi es mayor que yo, empezó su carrera mucho antes. También lograré cumplir mis metas, considerar que he logrado mi éxito personal y de sentirme feliz por algo que logré. Tengo tiempo para eso».
Aunque al principio ella consideraba que aquellas terapias no servían, agradecía infinidades el haber sido obligada a ello. Aquella vocecilla, que tantas veces la había tirado hacía lo más profundo, parecía estar más controlada. Así que apartó esos pensamientos y siguió escuchando atentamente a su amiga, sin dejar pasar la oportunidad de decirle cuánto le alegraba su progreso y cuánto esperaba verla crecer más.
Deresi, a ojos de la joven de cabellos castaños, era una muchacha que lograría grandes cosas y que, seguramente, tendría una vida llena de momentos divertidos y preciados
Durante la charla Hebe notó algo extraño, la mirada de su compañera parecía perturbada a medida que el tema se iba acercando a la familia. No tardó en saber la razón. Deresi le comentó que su madre había tenido un accidente automovilístico hacía poco tiempo. Para su suerte salió con vida, pero no ilesa. Debido al choque no podría caminar durante varios meses.
A Hebe le sorprendía mucho aquel evento que rara vez se daba y que para ella era algo admirable pero al mismo tiempo preocupante. Su amiga se mostraba despreocupada al hablar, aunque se notaba que le afectaba un poco, mantenía su sonrisa y hacía chistes al respecto.
Desde que la conoció nunca la vio enojada o triste por mucho tiempo. Ella era ese tipo de persona, de las que podría estar llorando a mares y al día siguiente con una actitud alegre, sacando el lado bueno a aquello que le generó malestar.
La charla prosiguió, y cambió el tema, comentándole que luego de un chequeo médico tuvo que optar por dietas más saludables, bajo la excusa de que tenía que bajar de peso, y el cómo eso la molestaba a sobre manera. Esto llamó la atención de Hebe, a su parecer Deresi era muy delgada; aunque entendía el hecho de que le recomendaran seguir una vida más sana, ya que ella tendía a comer muchas comidas poco nutritivas.
Durante otro momento, se notó en Deresi una expresión que parecía ser de dolor. Hebe cuestionó si estaba bien o si necesitaba algo, pero ella aseguró estar perfecta, que solo estaba agotada por el viaje, y siguió hablando a pesar de la insistencia.
Al finalizar la charla ya había caído la noche, la lluvia había mermado y el hambre comenzó a invadir a ambas.
—¿Qué ibas a comer? —preguntó, entusiasmada por la idea de cocinar juntas—, ¿te ayudo?
—La verdad es que planeaba comer cere-... —Al notar la expresión de desaprobación por parte de su mejor amiga decidió callar, ya veía venir la reprimenda.
—¡Debes alimentarte bien, Hebe! —expresó bastante molesta, mientras revisaba las alacenas de forma poco delicada en busca de ingredientes— ¡A partir de hoy yo me encargaré de vigilar que así sea!
Aunque Hebe intentó detenerla en varias ocasiones, terminó cocinando la cena de todos modos. Obligándola a comer más de un plato con la excusa de que, probablemente, ella no habría comido nada en todo el día.
Una vez terminaron de cenar y que los platos fuesen lavados, ambas se dirigieron a la habitación. Deresi le avisó que tomaría un baño antes de marcharse en dirección a la habitación que ocuparía durante su estadía, con la intención de buscar ropa y algunos productos para el cuidado de la piel. Quizás Deresi era un desastre con otras cosas, pero siempre trataba de cuidar su piel al menos.
A la joven pelirroja le fascinó notar que Miriam, la madre de su mejor amiga, había comprado una preciosa bañera de forma rectangular.
—Miriam, bendita seas. ¡Podré tomar baños relajantes! —chilló emocionada, mientras revisaba el mueble en búsqueda de sales para baño o algún producto que pudiera usar.
Mientras secaba su rebelde cabello color zanahoria frente al espejo del baño, Deresi notó algo extraño, varias cajitas de color blanco permanecían en el estante, intactas.
—Esta niña... —bufó para luego tomar una entre sus manos, sintiéndose bastante molesta al notar que estaba sellada, al igual que todas las demás.
Ya había notado algo extraño en cuanto llegó y la vio en la puerta, pero no quería invadirla con preguntas incómodas, además, sentía que no tenía derecho a hacerlo. No cuando ella también le estaba ocultando algo.
La pelirroja suspiró, tomando la decisión de aprovechar la bañera en ese momento, dejando que el agua relajara un poco su cuerpo, pero sin dejar de tener esa sensación de angustia. Respiró profundo, comenzando a tararear su canción favorita, decidiendo que le preguntaría en otro momento.
Nota autora:
¡Hola! Espero les esté gustando esta historia, si es así no olviden comentar y votar ฅ^•ﻌ•^ฅ
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