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Capítulo 2


Al principio, mamá le echó la culpa a mi vívida imaginación.

Imagínese a una Imogen, de tres años, saltando a la rayuela por el sendero del parque Stratton Rose Garden, empapelado con árboles altos y una extravagante variedad de plantas con flores.

Se detiene a medio salto para reventar burbujas mentoladas que salen de la punta de la flecha del serafín junto a la fuente. Estallan, para su deleite, en una lluvia de humo con aroma a menta, lo que hace que mueva la nariz y aplauda con manos regordetas para que vengan más.

—¿Qué estás haciendo, Imogen? Picarona, ven aquí. Arruinarás tu vestido de domingo.

Mamá no entiende la importancia de quedarse quieta, sin molestar al Sr. Serafín con su arco mágico oxidado: el mismo que me prometió darme más burbujas si yo era una buena chica. El que me daría miles más si yo me portaba bien.

Me había esforzado mucho por quedarme quieta, pero mamá había arruinado todos mis esfuerzos con sus graznidos y gestos.

Avancemos unos años más... A una yo más joven revisando debajo de mi cama en busca de monstruos tan feroces que habrían arrancado mi carne suave con un golpe de sus dedos mortales y cadavéricos. Por las noches, sola en mi cuarto, gritaba de pánico cada vez que mamá apagaba las luces. ¿Acaso no sabía que los monstruos se alimentan y crecen en la oscuridad? Resulta que mis delirios también se hicieron más grandes.

Después de varias visitas a la óptica, ella pensó que algo andaba mal con mis ojos, y algunas visitas más al otorrinolaringólogo, un cirujano de cabeza y cuello, me libraron del glaucoma y la infección del oído.

Resulta que la esquizofrenia no se manifiesta hasta que eres un adolescente, así que hasta que cumplí los quince años, todo era cuestión de encontrar al terapeuta infantil adecuado para "arreglar" mis terrores nocturnos y entrometerse cada vez que mis ensoñaciones se volvían extrañamente vívidas.

Todo se derrumbó en el mi decimocuarto cumpleaños, cuando agredí verbalmente a un mesero por envenenar mi pizza, tal como le sucedió a Michael Jordan la noche anterior al Juego 5 de las Finales de la NBA de 1997.

Solo que mi situación era peor. Esta no era una teoría ordinaria de intoxicación alimentaria, sino una conspiración de muerte. Las semillas de manzana contienen amigdalina, una sustancia que libera cianuro en el torrente sanguíneo cuando se mastica y se digiere. Mi cobertura de mozzarella derretida tenía pedacitos de eso. Mamá juró que esos pedacitos oscuros eran aceitunas negras. Después de una acalorada discusión, acordamos estar en desacuerdo.

Una semana después de eso, alguien con una bata blanca de laboratorio me diagnosticó esquizofrenia paranoide.

***

Salir del consultorio del médico con no uno sino dos envases de plástico naranja de medicamentos colgando en mis bolsillos no era mi idea de una escapada de madre e hija.

A medida que salimos de la oficina y entramos en el vestíbulo impersonal, chocan dentro de mi sudadera con capucha negra de gran tamaño. Es vergonzoso. Resulta que también necesitaba algo para mi depresión, no es broma. Cubrimos el viaje de regreso a casa bajo una pesada capa de pensamientos silenciados y reprimidos.

Mamá intenta animarme con sus famosas tortitas de plátano, y mientras revuelve los armarios de la cocina en busca de los ingredientes, todo lo que puedo pensar es en cómo estas estúpidas tapas redondeadas se burlan de mí con sonidos de pedos cuando las abro.

—¿Escuchaste eso, mamá? —grazno, fallando en sonar indiferente. Una de mis técnicas recién aprendidas para verificar qué es real y qué no es preguntar casualmente.

—¿Oír qué, cariño? —Su expresión cautelosa y su tempo zumbante la delatan.

—No debe haber sido nada —Sacudo la cabeza, recordando que las alucinaciones auditivas son las más comunes, al menos según mi psiquiatra, la Dra. Elena Jackson. Tengo un montón de esas. Justo en el blanco, doc... yay.

—Oye, ¿sabes por qué tus frascos de pastillas son de color naranja translúcido? —Intenta cambiar la rigidez en el aire con un poco de conversación informal. Extraña elección de tema, mamá.

Me encojo de hombros y hago una nota mental para recordar el color real de esos, porque para mis ojos eran azules, el mismo color de la famosa píldora azul que Neo se niega a tomar en la película "The Matrix".

Antes de mi diagnóstico, había visto la película pensando quién elegiría la esclavitud y la ignorancia sobre la libertad. ¿Ahora? No estoy tan segura...

Esa maldita píldora azul se ve muy fácil de tragar. Después de todo, la vida es dura, las malas noticias están en todas partes y tal vez, solo tal vez, la ignorancia sea una bendición. Mi corazón cae en picada sobre el piso de madera irregular. Se rompe en miles de astillas que se disuelven en un limo tambaleante. La sustancia pegajosa rojiza se desliza por las grietas... Suspiro de alivio. Al menos mamá no los raspará con su fregona nueva. Sé cuánto odia una casa desordenada.

—Iggy, cariño. ¿Me estás escuchando? —Su cadencia aguda me hace gritar. La miro. Cerramos los ojos. Ella me escanea y suspira. Su talento innato para leer mi rostro como un libro abierto, recurriendo a mi farol esquizofrénico, no conoce límites.

—Lo estoy, mamá —Me dejo caer en el mostrador, con ojos de cachorro triste.

—Bueno, entonces, ¿sabes por qué?

—No —Me encojo de hombros.

—Para imitar el color ámbar. El colorante ayuda a evitar que la luz ultravioleta dañe el medicamento que contienen —Se ve complacida consigo misma. Su voz se mezcla con una melodía de crack-crack-chisporroteo. Mamá se toma muy en serio su investigación.

—Muy interesante, ma. Parece que supieras y todo.

Ella sonríe y habla un poco más mientras yo apenas sigo allí.

La verdad es que me importa una mierda todo lo relativo a mi medicación. Estoy tan enojada con el mundo y con todas las personas 'normales' que me rodean. Desde Fred, nuestro vecino de al lado con su caniche mal entrenado y ladrador, hasta la señora Evergreen con su interminable colección de plantas suculentas. Los culpo a todos por mi nueva etiqueta. Es inútil y angustiante, un estereotipo de adolescente problemática, lo sé, sí. Pero funciona. Mi ira irracional es como un oasis: combate el fuego del infierno que llevo dentro de mí.

***

Los días se convierten en semanas y luego en meses. Mis medicamentos hacen efecto. Mis visiones se vuelven borrosas a medida que los vértices del mundo a mi alrededor se tornan opacos. Me doy cuenta de que arruinan mis niveles de energía, convirtiéndome en una perezosa. Mi cabeza ha descubierto una nueva tendencia: colgarme boca abajo mientras me acuesto en mi cama en un estado de ánimo de cámara lenta permanente durante horas y horas.

¿Sabías que los perezosos pueden perder un tercio de su peso corporal cuando hacen caca? Bueno, mi medicación antidepresiva me hizo lo mismo, más o menos. Mi estómago rechazó algunos químicos que dieron como resultado una pérdida de peso masiva. Fui piel y huesos durante al menos medio año, lista para cambiar mi nombre a "Jackie Skellington" y robar la próxima Navidad.

Mi mejor amiga Kass, bendito sea su pequeño cuerpo y su enorme alma irónica, se burlaba de mí sin cesar.

—Esta nueva apariencia de no-muerta te sienta bien, vaca flaca —Resopla y me arroja un deteriorado almohadón de gatito que aterriza en mi cara.

—Claro que sí. Y seguro tú lo sabes mejor que yo, ¿verdad? Quiero decir, con tu cara flacucha y todo eso. ¿Es de Urban Decay tu paleta de maquillaje favorita? —gruño a modo de respuesta, ganándome una carcajada gutural por mi ataque.

—Puta.

—Y a mucha honra —Ambas nos reímos a carcajadas después de eso y el peso sobre mis hombros de ocultarle la verdadera razón de mi apariencia cadavérica disminuye un poco.

Por suerte para mí, la tengo en mi vida. Kass encaja perfectamente con lo que me decía mi abuelo: Imogen, no puedes hurgarte la nariz en búsqueda de mocos porque es asqueroso, pero puedes elegir a tus amigos. Sé inteligente con tus elecciones.

Ella es, por lejos, la mejor elección que he hecho. Nos conocimos en la escuela primaria. Me comí su budín de chocolate y ella me dio un puñetazo en el ojo. Entonces un niño se burló de mí por llorar y ella también le dio un puñetazo aún más fuerte.

—No te metas con mi mejor amiga —le gritó al pobre tonto. Nos volvimos inseparables después de eso.

Salir con Kass es lo único de mi día que sigue siendo normal. Lo aprecio con cada respiro que tomo, por eso no le he dicho la verdad. No puedo permitir que me mire con pena nublando sus ojos verdes y curiosos. Sé que lo haría. Me miraría fijamente con la preocupación grabada en su rostro, sabiendo que algo no estaba bien.

Kass pensaría que no estoy bien. Tal vez ella supondría que estoy negando mi condición. No lo estoy. Ni un poco. Pero todavía no puedo dejar que se me escape por los poros. No estoy preparada...

De todos modos, la Dra. Elena, también conocida como la chamán chiflada, ha encontrado otro conjunto de píldoras con un nombre más elegante, un componente diferente y un precio más alto. Ella prometió que este nuevo fármaco y la dosis terminarían con mis días de pesadilla antes de la esquizofrenia.

Permiso para desmayarme por el aumento de peso inminente, cerebro.

Petición denegada. Vuelve a revolcarte en esa cama inmunda que no tiendes hace una semana, loca nerda.

Lo haré, pero también te nombraré. De ahora en adelante, serás algo más que una repetitiva, extraña, y petulante voz emo en mi cabeza. Y no te gustará ni un poco.

Y a todos ustedes que decidieron acompañarme en esta montaña rusa emocional que es mi vida, realmente espero estén preparados para conocer a Anamathea.


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