4. El recuerdo de aquella vez
Melissa recogió su corto cabello rubio en una coleta graciosa. No temía que las cicatrices de su nuca asomen porque llevaba un pañuelo en el cuello.
Estaba sentada junto a Ama en las clases de pintura. Ella le acompañaba todas las mañanas desde su casa. Luego, como tenía lecciones de violín, debía tomar otro camino y no era posible que volvieran juntas.
Por suerte, cuando se presentó con algunos del curso, pudo escuchar su nombre para no quedar en vergüenza la próxima vez que deba saludarla. Se llamaba Amarilis, pero prefería mil veces que le digan Ama.
Su tía le había vuelto a insistir con el tema del empleo. Estaba decidida a volver a la cafetería a la que había ingresado hace un par de días. Era el único lugar cercano que estaba ofreciendo algo sencillo.
En línea encontró trabajos al centro de la ciudad, pero eso le tomaría un autobús y un posible ataque.
Ama se acomodó los bucles detrás de su oreja y empezó a colocarse los lentes. No le gustaba cómo le quedaban, pero sus ojos cafés con su piel morena combinaban a la perfección con el marco dorado.
—Mi madre me quiere volver loca —dijo mientras la profesora le dejaba las consignas.
—¿Qué hizo?
—Quiere que tome clases de danza de nuevo, según ella tenía potencial de pequeña. Está muy insistente estos días, y no quiere darse cuenta de que no tengo tiempo para eso.
Melissa comenzó a remojar el pincel mientras leía el papel con las consignas: ¿Cómo es el miedo? Suponía que oscuro. Eligió el negro y el rojo.
Vio que Ama trazaba líneas rosas en su lienzo, como si fueran cintas tendidas desde el techo.
—¿Alguna vez te han obligado a hacer algo que no quieres? —Deslizó el pincel con fuerza dejando un poco de las cerdas en el lienzo.
Al escuchar esas palabras no quiso recordar lo del bosque. En cambio, pensó en ese momento, en el que se encontraba sentada ahí en vez de estar en su ciudad natal con su madre. Ella no estaba en este mundo desde que Melissa tenía trece años. Tuvo una sobredosis porque quiso alejarse de su esposo de forma permanente.
—De alguna manera la vida lo hizo, no alguien en particular —contestó al fin.
—¿No es un asco? No poder decidir que queremos hacer con nuestras vidas.
Ama estaba muy angustiada, sus ojos se empezaron a forrar de lágrimas. Su compañera sintió su tristeza en el aire, y no quería contagiarse.
Lo mejor era preguntarle en donde le gustaría estar ahora, así trataría de evitar que el tema se apodere de su mente.
—¿Qué deseas tú?
—Viajar. No quiero quedarme aquí toda mi vida y heredar las propiedades de mis padres. Tal vez salir de Farasha...
Se quitó los lentes y tomó su pintura bordó para cumplir el tercer ítem de las consignas. La rubia detuvo su pincel para observar el lienzo de su amiga: Estaba dibujando una niña con bucles. Una marioneta.
—Los dos siempre están contratando, viajando, saliendo, —daba una pincelada con cada verbo—, dejándome solo con mi hermano menor y su niñera. Ni siquiera se tomaron el tiempo de conocerme ni lo que quiero para mi vida.
Melissa pensó que su amiga estaba exagerando, vivir en Farasha no podía significar algo malo, aunque no tener opciones quizá sí.
Volvió a su lienzo, y dibujó un monstruo consumiéndolo todo.
Después de despedirse de ella, caminó hasta la cafetería. No se animaba a hablar, así que se acercó a una de las ventanas de vidrio para observar dentro.
Aún no era mediodía y se lograba ver gente en el local. Viéndolo mejor el estampado de raíces en las paredes, las luces, las mariposas en los manteles y las lámparas, daban la sensación de un bosque. Como al que la arrastraron hace tiempo.
Si aclaraba la vista, detrás de la barra...
—¿Esperas a alguien? —dijo una voz femenina detrás de ella.
Melissa giró asustada por el ruido repentino que, sin querer, logró hacer latir su corazón a un ritmo más elevado.
La chica que habló se veía seria. Era más alta que ella, cabello negro... ¡No! Eso no era lo que debía prestar atención, la extraña no intentaría atacarla.
—No —se limitó a responder, y en ese instante se acordó de ella: la chica de la barra—. Solo necesito... un poco de aire.
Cuando se dio cuenta de que estaba tapando la entrada, recién se movió de lugar.
—¿Te quedarás aquí?
Sus pulsaciones se habían aliviado, y la idea de pedir empleo volvió a su mente.
—¿Todavía están contratando? —preguntó tomando por sorpresa a su acompañante... quien parecía haberlo comenzado a meditar—. ¿Ya lo hicieron?
—No, solo que ya tenemos a alguien en semana de prueba.
—¿Ya no hay posibilidad? —Melissa estiró su camiseta para cubrir sus manos, siempre que estaba nerviosa lo hacía.
Una chica con el cabello recogido, y una buena cantidad de delineador en los ojos, se asomó por la puerta interponiéndose entre ambas.
—Lilian, hay mucho trabajo, apresúrate.
La chica de la barra tenía nombre.
A Melissa le pareció que lo dijo con una voz muy dulce. No podía sonar molesta para nada, aunque esa fuera su intención.
La castaña volvió a entrar sin dirigir una mirada a nadie en particular.
—Creo que deberías volver.
—Tal vez aún tienes posibilidad —le respondió Lilian—. La practicante en semana de prueba no lo está haciendo bien. De hecho, aún no llegó —le respondió mientras sacó su celular—, por ahora entremos. Por favor acepta, te pagaré algo.
La siguiente media hora Melissa se la pasó tomando un licuado de durazno con la mente aún intranquila.
La encargada de la barra había hablado por celular y le pidió que esperara hasta tener respuesta. Acercó un banco a la barra para Melissa, quien estuvo sentada frente a su mirada cada minuto.
El sorbete sonó de una manera entrecortada, anunciando el fin de su licuado.
—¿Quieres otro? —le preguntó apenas apoyó la copa.
Lilian estaba demasiado atenta y eso la incomodó.
—No, de hecho, no como mucho.
En ese instante notó que la chica de antes, la de la voz dulce, le dedicó una mirada mientras cruzó hacia la cocina. Solo que no pudo deducir si era de enojo o curiosidad.
—Mi madre ya debería estar llegando —dijo mientras acomodaba unas copas de helado que le habían pedido—. Está muy ocupada últimamente.
Miró hacia afuera después de oírla. Unas nubes habían cubierto el cielo y daban la sensación de oscuridad. Se aproximaba una lluvia. Y ella odiaba la lluvia.
Quizá no necesitaba el empleo y esta era la señal para darse por vencida. Podría distraerse de otro modo para mantener a su tía contenta.
—Muchas gracias por tomarte la molestia.
Sacó su teléfono para enviarle un mensaje a Frida. Necesitaba que la fuera a recoger con un paraguas, pero al ver una notificación de Iris se distrajo. Decidió tomar un poco de valor para responder ese mensaje, y también el de hace días.
Aunque no tenía excusa. Solo la verdad que Iris ya sabía.
Melissa
Lo siento por no responder, estuve pensándolo todos estos días y también me gustaría verte.
Iris
Me agarras justo en mi descanso, ¡Que suerte!
Estoy en una sesión de bikinis.
Le llegó una foto de un conjunto violeta casi transparente, que dejaba su piel bronceada expuesta. Era un bello bikini, y ella sintió como sus muslos cosquilleaban. Iris seguía igual de atractiva que siempre.
No se esperaba para nada esa respuesta. Pero debió suponerlo, era Iris después de todo.
Melissa
¿En qué fecha vienes?
Iris
¿No dirás que estoy bella?
Ignoró su mensaje. Era esa actitud coqueta la que tanto la confundía en la secundaria.
Iris
Voy el uno, aunque el evento de mi agencia es desde el tres de enero. Estaré por dos semanas.
Melissa
Eso es en una semana. No creí que vendrías tan pronto.
Iris
¿Cuál es el problema? ¡Mientras más pronto mejor!
Envíame una foto para verte, yo lo hice.
Melissa
No te lo pedí. Pero te enviaré la foto del licuado que estoy comiendo.
Iris
Oh ¿Estás en una cita?
Melissa apartó la mirada de su teléfono y se decidió a salir. Trató de llamar dos veces a Frida, pero nuevamente no agarró la llamada.
Iris
Era una broma, perdón si te molestó.
Melissa
No fue eso. Estoy un poco ocupada.
Iris
Mantenme al tanto después, ahora terminó mi descanso. ¡Suerte!
Le envió un emoji que creía no iba al caso, pero sentía, que quizá, estaba contento por volver a ver a alguien.
Su tía recién le respondió con un mensaje que le pedía disculpas porque haría horas extras en el trabajo. Y ella no estaba segura de que alguno de sus primos se encuentre en casa.
Solo eran cinco calles, y tal vez podría hacerlas sola. Pero la lluvia le daba más miedo que la noche.
—Yo me voy —le dijo a Lilian con un poco de decepción en su voz.
—¿Puedes volver mañana por la tarde?
—No creo. Está bien así, no te preocupes.
—Lamento haberte retrasado. Ven mañana después de las seis si cambias de opinión.
La observó un momento, y luego volteó a ver las nubes detrás del vidrio. Aún estaba temerosa, pero esta sería la última oportunidad que se daría para el empleo. La última.
—¿Te puedo dejar mi número?
Lilian le entregó su celular para que ella se agende.
—Yo dejaré de trabajar en la barra —mencionó en voz baja—, si tú crees que puedes...
—De hecho, solo quiero trabajar por la tarde, medio tiempo. Y tal vez, los sábados por la mañana. —Escribió su nombre al decirlo, y le devolvió el teléfono—. Me avisas.
—¿Te llamas Melissa? —preguntó mirando su móvil—. Cuando era niña estaba rodeada de esa planta medicinal, es la que da mis flores favoritas.
Ella le regaló una sonrisa sin darse cuenta. De hace mucho no lo hacía. El principal motivo, era porque su madre le había puesto su nombre debido a esa planta. Su madre era de la ciudad Vlinder. Allí vivían cerca de los montes y los principales cultivos medicinales. Incluso había oído que las casas hacían equilibrio en las montañas. Suponía que esa chica también vivió ahí de pequeña.
—Te envié un mensaje. Agéndame como Lilian.
Salió a la calle más cómoda que cuando había entrado. No duró mucho porque las nubes sobre su cabeza la miraban amenazante. Podía percibir como las gotas de lluvia la quemarían si la atrapaban. Llevaba una camiseta, pero de todas maneras su piel emanaba el recuerdo de aquella vez.
Comenzó a contar para no tener un ataque.
Contó hasta diez al dar el primer paso para caminar. Suspiró. Contó sus pasos. Contó a las personas que cruzó. Fueron quince. Suspiró de nuevo. Contó las primeras gotas de lluvia que mojaron su camiseta. Y contó los segundos que se tardó en girar la llave para entrar a su casa.
Dejó de contar cuando trancó la puerta de su cuarto. Justo cuando la lluvia comenzó a sonar con ferocidad sobre su techo.
Ahí se sentía a salvo.
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