Capítulo 8
La casa de los Latimer huele a cerrado, como un dormitorio que debería airearse. No es la época del año indicada para tener las ventanas cerradas, pero la prensa ha empezado hacer el agosto, y necesitan aislarse. Si no los apuntan con las cámaras, hacen llamadas por teléfono, o charlan en voz alta. Es desquiciante.
En la sala de estar, un agente está tomándoles las huellas dactilares a todos los integrantes de la familia. Solo Mark parece protestar por ello.
—¿Es esto realmente necesario? —dice mientras Liz mueve el pulgar, contenta, de lado a lado sobre el papel. Se siente insultado. Ellie lo nota, y lo comprende. Hasta las víctimas de un robo se indignan cuando les toman las huellas. Es algo muy humano: intelectualmente, la gente sabe que está contribuyendo de modo positivo a la investigación, pero algunas personas consideran que las están tratando como sospechosas. Ni siquiera puede imaginar lo horrible que debe ser eso después de perder a un hijo.
—Si ella lo dice —menciona Liz, levantándose del sofá—, será porque es necesario.
Mark deja que le tomen las huellas, pero con desgana, moviendo la cabeza a los lados.
—Son huellas de descarte —menciona la sargento de policía—. Para no tener en cuenta vuestras huellas si las encontramos aquí o en cualquier otro sitio —aclara, pues Beth la observa también ciertamente confusa—. ¿Habéis dormido algo? —cuestiona, preocupada—. Claro que no —murmura para sí misma, tras ver a Mark pasar a su lado, molesto—. Bueno, este es el subinspector Pete —presenta al desgravado joven de su lado—. Será vuestro agente de enlace familiar —suspira pesadamente—. Su trabajo será manteneros al corriente de la investigación, responder a vuestras preguntas, y hablaros de cualquier duda que nos surja.
—¿Por qué no puedes hacerlo tú? —pregunta Beth. No le hace gracia la idea de meter a un extraño en su hogar. Y menos aún que vigilen todos y cada uno de sus movimientos. Preferiría que fuera alguien de su confianza o alguien cercano—. ¿O Coraline? —cuestiona de pronto. También se sentiría más tranquila con su presencia en la casa.
Miller niega con la cabeza. Comprende su inquietud, pero ni la pelirroja ni ella serían adecuadas para el trabajo.
—Es un trabajo muy especializado —comenta, dejando constancia de la importancia del trabajo, como de su dificultad—. Pete acaba de completar la instrucción.
—Sí —afirma el joven con entusiasmo—. Son los primeros —dice Pete, risueño, pero su sonrisa se desvanece cuando percibe el enfado de Ellie. De todas las cosas inadecuadas...
—Pero tú nos conoces —dice Beth, como un eco de los pensamientos de la policía.
—Lo mejor es que encuentre al que mató a Danny, y lo haré.
Cuando toda su familia ha pasado por la toma de huellas dactilares, Mark, apoyado ahora en el dintel de la puerta de la cocina, no se resiste a hacer una pregunta:
—¿Cuándo podremos organizar el funeral? —su voz resalta la palabra. Su voz es como un susurro, pero sus palabras tienen toda la fuerza de un huracán. Saber que la pregunta se iba a producir, no hace más fácil la respuesta para la sargento.
—Eso tendrá que esperar, me temo —dice Ellie en un tono apenado, comprensivo—. Hasta que detengamos al responsable, Danny... Su cuerpo... —no se ve capaz de continuar. Hace una pausa para medir sus palabras—. Dios, siento hablar de esto así —se disculpa de antemano, antes de seguir—. Es la prueba más valiosa que tenemos. No podemos dejar que lo enterréis, hasta estar seguros de haber encontrado al culpable, y tengamos pruebas para encerrarle.
—¿No van a devolvérnoslo? —pregunta Beth, horrorizada.
Su voz es suave, pero a Ellie la azota como si se tratara de una bofetada.
—Por ahora no —niega, impotente—. Lo siento.
—Es más que una prueba —dice Chloe—. Es mi hermano.
—Sí, lo entiendo de verdad —responde Ellie, perfectamente consciente de que no han conseguido ni una prueba.
Beth arquea las cejas y suspira. Su mirada se posa entonces en su marido, que ha vuelto a la cocina, sin ganas, aparentemente, de escuchar nada más.
—Mark —apela a él. Tensa su postura—. Dale el papel —le indica, provocando que el moreno saque una hoja de papel del bolsillo trasero de su pantalón—. Hemos hecho una lista —dice, mientras Mark se acerca a la policía, entregándosela—. Posibles culpables.
Ellie la despliega y lee con consternación. Conoce la mayoría de los hombres que aparecen en ella. Han incluido a cualquier hombre que tenga algo de fama en la comunidad, y hay algunos que coinciden con la propia lista de sospechosos de la policía de Wessex, y cuando terminan con los desconocidos, Beth y Mark dirigen sus sospechas hacia personas cercanas.
—Son amigos vuestros —dice Ellie, consternada.
La pareja la mira como unos niños perdidos. Como los padres adolescentes que fueron. Ellie recuerda por primera vez en mucho tiempo, que Beth solo tiene 30 años.
—Lo sabemos —dice la madre del niño.
Ellie casi agradece que Brian, que se ocupa de la escena del crimen, la llamé para que salga de la habitación. Sube las escaleras, y arriba, se encuentra con el forense. Éste le hace entrega de una bolsa de pruebas.
—Quinientas libras en metálico, pegadas debajo del somier en la habitación de Danny.
—¿Bromeas? —Ellie no puede dar crédito. Sus ojos se abren con pasmo. ¿Cómo y de dónde se agenció Danny tal cantidad de dinero?
—Y... —Brian no ha terminado—. También hemos encontrado esto —menciona, entregándole otra bolsa de pruebas—: cocaína. En la habitación de la hermana.
Ellie quiere que la tierra la trague en ese mismo instante. No puede siquiera pensar que Chloe y Danny estuvieran metidos de lleno en el negocio del narcotráfico. No le cabe en la cabeza. Es imposible, por mucho que pueda explicar ese fajo de billetes.
—Maldita sea —maldice por lo bajo.
Tiene que hablar con Chloe. Descubrir la verdad detrás de esta prueba. No le gustaría tener que interrogar a la adolescente como presunta sospechosa de la muerte de su propio hermano. Seria horrible. Debe tratar el asunto con la mayor discreción posible. Aún es una niña. Puede que no comprenda del todo las consecuencias de sus actos.
Karen le ha pedido a Olly que le enseñe el pueblo, y él le proporciona una visión a vista de águila. Aquel banco en lo alto del acantilado es el sitio perfecto para que ella se haga una idea. Observando el lugar desde esa altura, es fácil ver que la parte pintoresca y turística del pueblo cercano al puerto, da paso a un conjunto de edificios oficiales que se extienden por la parte más baja del terreno. El mar se extiende ante ellos, y luego claro, están los acantilados. Los mudos testigos escarpados del asesinato de Danny Latimer. Karen tiene que hacer un esfuerzo para apartar los ojos de ellos y mirar a Olly. Está demasiado absorta en el paisaje.
—Venga, háblame de Broadchurch —pide.
Oliver se lo piensa.
—Vale —dice, tomando aliento—. El único pueblo en treinta kilómetros. Hay una carretera de entrada, y otra de salida —Olly comienza a explicarse como un guía turístico, y Karen tiene que intervenir. No necesita saber esos detalles banales.
—Eso ya lo sé —lo interrumpe—. Quiero saber... ¿Quién vive aquí?
—Muchos llevan aquí toda la vida, generaciones. Algunos no han viajado ni a cien kilómetros del pueblo. Y luego están los nuevos: familias jóvenes que dejaron la ciudad al tener hijos, y vinieron aquí por el colegio y el mar —menciona, antes de apostillar con cierto aire rencoroso—. Otros vienen por motivos desconocidos, como si huyeran de algo... O de alguien.
—¿Te refieres al inspector Alec Hardy y a la nueva agente de la policía?
Olly no contesta, y Karen se toma su silencio como una afirmación.
—Vienen turistas en verano durante seis semanas, pero sobre todo es un pueblo obrero.
—¿Delitos?
—Hay robos de reincidentes, consumo de drogas, conductores borrachos... —Karen no consigue disimular a tiempo una sonrisa de superioridad—. En serio. Me encargo del informe criminal semanal del periódico con un policía. Unas treinta denuncias a la semana. Casi todas menores. Nunca ha habido un asesinato —su expresión se pone seria.
—¿Y ese es el tipo de historias que escribes en el Eco? —Karen va al terreno personal. Sabe que Olly es ambicioso. Está segura de que, si lo tienta lo suficiente con una buena oferta, él no podrá resistirse a aceptar. Lo tendrá comiendo de su mano en menos que canta un gallo.
El chaval se encoge de hombros.
—Clubs, colegios, reuniones municipales... Maggie dice que celebramos el día a día —Karen se estremece por dentro. Ni por cien de los grandes al año trabajaría en un periódico de provincia. Siendo completamente sincera, Olly será afortunado si gana el 10% de eso. Se pregunta si vive todavía con su madre. Entonces, se encuentra preguntándose cómo será su dormitorio. Puede que tenga que recurrir a tácticas poco ortodoxas para conseguir lo que quiere.
—¿Y qué pasa contigo? —pregunta—. ¿Qué es lo que quieres?
Oliver parece avergonzado durante un momento.
—Trabajar en prensa nacional. Quiero ser tú, básicamente.
Tiene que reprimir una carcajada burlona. ¿Ser como ella? Oh, más quisiera él.
—Ten cuidado con lo que deseas —advierte Karen, sonriendo con una amabilidad fingida.
—¿Como has venido aquí tan rápido?
Todavía no es el momento de comentarle que ha venido por su cuenta para descubrir dónde ha estado Alec Hardy o cómo ha llegado hasta allí. También, admite, está interesada en su relación con esa novata del cuerpo de policía. La gente parece tener todo tipo de ideas descabelladas sobre ella, así como de las razones para su presencia en el pueblo. Y Olly acaba de mencionar que parece huir de algo o alguien. Recurre al despiste.
—Sí voy a informar sobre esto, tengo que entender al pueblo, a su gente —aclara—. Tú me ayudas, y quizá yo pueda ayudarte —sugiere—. ¿Qué te parece?
Olly está radiante.
—Me parece bien —Karen observa sus dientes blancos regulares. No estaría mal pasar un rato a solas con él.
Entretanto, Ellie sale al patio trasero de la casa de los Latimer. La acompaña Chloe, la hermana de Danny. La adolescente está confusa sobre esta reunión que, tan clandestinamente, van a realizar. No comprende por qué ha de estar a solas con Miller. Sin embargo, Ellie ha juzgado que lo mejor es abordar el tema únicamente con la implicada, sin meter a sus padres por medio. Bastante tienen ya con tener que soportar esta inusual y terrorífica situación. Una vez lo bastante alejadas de la casa, y de escuchas intrusivas, Ellie empieza a hablar.
—Chloe, hemos encontrado cocaína en tu habitación —sentencia sin rodeos. Con una adolescente como Chloe, lo mejor es ir con la verdad por delante. De esa forma se verá obligada a decir la verdad. La cara de la muchacha palidece al momento. Sabe que se ha metido en un buen lio.
—¿Se lo has dicho a mis padres? —es lo primero que pregunta.
La típica pregunta y preocupación de una adolescente: mantener sus asuntos lejos de la incumbencia de sus padres. Ellie espera que, cuando le llegue el turno a Tom, él sepa que puede confiar en ella para todo lo que necesite.
—Aún no —la castaña se cruza de brazos. Su actitud es ahora la de una policía, no una amiga.
—Por favor, no —ruega la rubia—. No es mía.
—Estaba en tu cuarto —sentencia Ellie, pues aquella es una prueba flagrante de que, como mínimo, sabía de su existencia, o pensaba hacer algo con ella. Su afirmación de que no le pertenece, no hace sino confirmarlo.
—No la he probado —sentencia la muchacha—. Juro que no tomo.
—¿Traficas? —la policía empieza a preocuparse: si es así, supondría una pena de cárcel... ¿Y si Danny estaba metido en ello? Tiene que averiguar qué sabe Chloe.
—No —niega nuevamente—. No tiene nada que ver con Danny, lo prometo —sus ojos están claros y fijos en Ellie, sin desviarse. Está diciendo la verdad respecto a eso—. Fue un error... Uno muy grande —parece seriamente arrepentida, pero no basta para Miller. Hay algo que no encaja.
—Si no consumes, y no traficas... ¿La guardabas para alguien? —cuestiona. Los ojos de Chloe se desvían arriba a la derecha.
Ellie recuerda lo que dijo Cora una vez: «A la hora de analizar el lenguaje no verbal de una persona, sus ojos son realmente importantes. Pueden decirte muchas cosas. Si por ejemplo un sospechoso, que es diestro, los desvía arriba y a la derecha, significa que está accediendo a su imaginación, intentando construir una imagen mental. Está tratando de mentir, o inventarse una excusa que resulte creíble. Lo mismo sucede para los zurdos, pero justo al revés. Ellos miran arriba a la izquierda». Miller sabe que Chloe es diestra. Es exactamente lo que la adolescente está haciendo. "En estos momentos, agradezco que Cora me haya enseñado a analizar mínimamente algunos comportamientos no verbales", piensa la castaña. La hermana de Danny se mantiene en silencio. La policía suspira pesadamente.
—¿Proteges a esa persona? —presiona.
—Es algo sin importancia.
—Le diremos a tu madre... —Ellie comienza a amenazar, pero es interrumpida rápidamente por Chloe. Su voz suena alarmada.
—Has dicho que no lo harías.
—Chloe, ¡la posesión de drogas duras es un delito criminal! —le explica. Como pensaba, la adolescente no es realmente consciente de las consecuencias que acarrean sus actos—. ¡Traficar con drogas duras es un delito criminal!
—Solo iba a pasarla —responde la chica, demostrando que, efectivamente, no tiene ni idea.
—Eso es traficar —sentencia la sargento de policía—. Si me dices la verdad no tendrás problemas —le promete en un tono conciliador. Al menos, la habrá asustado lo suficiente como para impedir que haga una tontería así en un futuro—. ¿Quién te dio la cocaína?
Los ojos de Chloe se desvían arriba a la izquierda. Ellie recuerda que la pelirroja le comentó que, en caso de hacer eso, se está intentando acceder a la memoria visual. Por ello, no miente en caso de acceder a ella. La rubia, sin embargo, rápidamente desvía los ojos a la derecha antes de darle el nombre, aunque la castaña no se percata de ello.
—Becca Fisher.
—¿La del hotel? —cuestiona Miller, completamente apabullada. Ni por un billete de cien libras habría dicho que ella fuese de esa clase de chicas.
—Trabajo allí algún fin de semana —menciona Chloe.
—¿Y de dónde ha salido el dinero? —cuestiona Ellie, dando por zanjado el tema de la cocaína. Ahora queda averiguar de dónde y cómo consiguió Danny el dinero.
—¿Qué dinero? —Chloe parece confusa. Ella no sabe nada de eso.
—No te hagas la lista —advierte la castaña.
—No sé nada de ningún dinero —niega vehementemente la adolescente. Su mirada está fija en Ellie. No la desvía—. Lo juro —dice la verdad.
—¿Y qué hace Becca Fisher dándole cocaína a una chica de quince años? —la sargento continúa con los brazos cruzados. Su actitud sigue siendo dominante. Chloe agacha el rostro, avergonzada.
—Dios, me voy a meter en un buen lío... —masculla.
Una vez tiene las respuestas que necesita de ella, la policía de cabello rizado deja volver a la adolescente a su casa. Contacta entonces con Harper, traspasándole la información que ha conseguido en la casa, así como de la propia Chloe. Ésta por su parte, se la refiere al inspector Hardy.
Unos minutos más tarde, el Toyota que conduce la sargento Miller estaciona en la acera frente al hotel Traders. Tanto Hardy como Harper se alojan allí, aunque en ese momento no han ido precisamente por placer o por tomarse un descanso, no. Tienen que tomarse en serio las declaraciones de la hija mayor de los Latimer. Por eso están allí. Han de hablar con Becca Fisher sobre la cocaína que, supuestamente, entregó a Chloe. Los tres policías se apean del vehículo y entran a la recepción del hotel. No les cuesta convencer a Becca de que hable con ellos. Ésta en un principio, sin saber acerca de qué va a ir la conversación, está más que dispuesta a cooperar. Su semblante alegre y sonriente cambia de pronto al escuchar la acusación que le dirige la pelirroja de ojos azules.
—Chloe Latimer asegura que usted le pasó cocaína.
Becca palidece, y los lleva a un pequeño salón para hablar con mayor privacidad.
—¿Qué? ¿Estás de broma? —cuestiona la recepcionista, tuteando a la oficial.
—¿Y por qué iba a decir eso, si no fuese verdad? —cuestiona Miller, observando de reojo a su compañera. No parece molesta porque la mujer de cabello rubio la haya tuteado.
—Responda —insiste Coraline, cruzándose de brazos.
—Una... Pareja de Londres vino a pasar un puente en una suite —suspira. Parece incómoda—. Gastaron mucho dinero —les comenta, gesticulando una gran cantidad con sus brazos—. Y me preguntaron si podría conseguirles coca —susurra la última palabra, pues no desea que ninguna persona del servicio del hotel se entere de sus trapicheos—. Chloe trabajaba para mi ese fin de semana —admite, recordando Hardy que Becca le había comentado algo acerca de eso el día anterior—. Le pregunté si sabía dónde encontrar —añade, provocando que Hardy se cruce de brazos. ¿A quién se le ocurre pedirle eso a una niña? No puede creerlo—. Tardó mucho. La pareja ya se había ido, así que se la devolví.
—¿De dónde la sacó Chloe? —indaga Cora, observando la expresión de Becca: tiene la mirada fija en ellos y apenas parpadea.
—De un amigo —menciona, desviando por un instante los ojos a la derecha, provocando que Coraline arquee una ceja. No está mintiendo. No del todo, pero sabe qué tipo de relación tiene Chloe con ese chico, y no es un amigo precisamente—. No me dijo su nombre. Dijo que no pasaba, pero que sabía dónde conseguirla.
El inspector de cabello castaño, que está atento a la mirada de la pelirroja, decide intervenir.
—¿Su hermano tenía algo que ver con eso? —su mirada severa se posa en Becca.
Ella tiembla ligeramente. No está acostumbrada a ser interrogada. Está empezando a ponerse nerviosa por las consecuencias que esto podría acarrearle, no solo a ella, sino a su negocio. Tras escuchar esa pregunta, Becca mantiene la mirada fija en Hardy, desviando por un instante los ojos a la izquierda. Coraline lo detecta al momento.
—No, no tenía nada que ver —niega con convicción. Hardy mantiene su mirada severa sobre ella, casi sin parpadear. Ante el silencio de los policías, el nerviosismo de Becca va en aumento—. ¿Me van a arrestar? —se preocupa.
—Tenemos que presentar una denuncia —responde Harper casi automáticamente.
—¿Podríamos mantener esto en secreto? —ruega la recepcionista, acercándose un paso hacia la novata—. Podría perder mi licencia...
—Escoja una hora y venga a comisaría para hacer una declaración formal —la voz de Hardy resuena con gravedad en la estancia, rebotando su eco en las paredes. Esperaba no tener que lidiar con más personas que toman decisiones estúpidas. Por lo visto se equivocaba—. Harper, Miller —las llama, habiendo empezado a caminar fuera del hotel. Ambas mujeres lo siguen.
Al cabo de unos minutos, los tres policías están de vuelta en la comisaría. Ellie estaciona su coche, y los tres entran al edificio. Por el camino, Coraline menciona que aún sigue esperando a que identifiquen al propietario de la cabaña del acantilado y el aparcamiento cercano, pero parece confiada en que podrá tenerlo listo para el final del día. Los tres suben a su piso. Cora se acerca un momento a su mesa, mientras que el inspector y la sargento se acercan a la zona de la cafetera. Casi al momento, Hardy empieza a prepararse un té.
—Cocaína... —murmura Miller, aún sin poder creérselo—. Debió de ser un hecho aislado —argumenta—. No es ese tipo de familia. No es ese tipo de chica.
—Nunca nadie lo es —rebate el inspector en un tono seco. Ya tiene bastante experiencia con ese tipo de revelaciones. Es difícil para él confiar ya en nadie.
—Yo vivo aquí —rebate Ellie de vuelta—. No tenemos esos problemas —niega con vehemencia—. Un par de arrestos al mes por posesión en toda la zona, no más —añade, observando que el escocés se ha preparado el té únicamente para él mismo—. ¿Se ha preparado té para usted solo? —se indigna la castaña.
"Cómo no: el concepto de «compartir» no existe para este... Este idiota", piensa Miller.
De pronto, Coraline aparece por allí, llevando un té y un café en sus manos.
—Toma, Ellie —dice, entregándole el té—. Como a ti te gusta.
—Gracias —dice su buena amiga, aceptando la taza—. Y no solo por la taza de té —menciona, provocando que Hardy frunza el ceño: ¿a qué se refiere Miller con eso? —. Lo que me enseñaste para analizar el comportamiento no verbal de las personas me ha resultado muy útil a la hora de hablar con Chloe.
—¿Qué quiere decir? —intercede Hardy en la conversación. Parece interesado—. ¿Qué es eso del análisis del comportamiento no verbal? —cuestiona, observando a Harper. Esta da un sobro a su café con algo de nerviosismo.
—Oh, claro —Ellie da un sorbo a su té—. Usted no lo sabe todavía —menciona, antes de explicarse—: Cora es experta a la hora de analizar el comportamiento de una persona solo por algunos gestos o micro expresiones. Comprende y sabe cómo interpretar las reacciones de las personas —añade—. Como ejemplo, es capaz de detectar cuándo alguien miente solo con observar en qué dirección desvía la mirada —Hardy arquea una ceja—. Por ese motivo, algunos en la comisaría la llaman mentalista.
—¿De modo que era eso lo que estaba observando antes, en el Traders? ¿El comportamiento no verbal de Becca Fisher? —cuestiona, recordando la intensa y fija mirada que la pelirroja parecía mantener sobre la recepcionista. No le había pasado inadvertida ni por un segundo.
Ella asiente al momento. Se asombra de que la estuviera observando con tanto detalle. El inspector de complexión delgada da un sorbo a su té. Parece reflexivo.
—¿Cómo lo sabe? —cuestiona, curioso.
—Es sencillo, en realidad —comenta Harper, comenzando su explicación—. Una persona mentirosa tiene, por lo general, una serie de tics o micro expresiones que aparecen en su rostro y comportamiento, sin que él o ella los advierta. En concreto, los ojos son la mejor herramienta de la que disponemos los analistas del comportamiento para detectar las mentiras —da un sorbo a su café—. Si alguien se siente incómodo, o atrapado ante una pregunta a la que no quiere responder, mirará de un lado a otro, aunque seguro que eso es evidente —carraspea, tomando otro sorbo—. Por otro lado, el pestañeo puede decir muchas cosas. Las personas, por norma general, suelen pestañear entre 5 y 6 veces cada minuto, pero cuando alguien está estresado, pestañea 5 o 6 veces seguidas. Pero claro, únicamente con esto no podemos saber si la persona está mintiendo: podría ser únicamente reflejo de su nerviosismo —argumenta. La mirada castaña de Hardy sigue posada en ella, atento a su explicación—. Si, por ejemplo, una persona cierra los ojos durante más de un segundo, puede que esté mintiendo, ya que se trata de un mecanismo de defensa. Lo que no podemos ver, raramente nos afecta, ¿no es así? —Hardy y Miller asienten. El primero, nuevamente la contempla con cierto asombro. Definitivamente, no esperaba una explicación tan extensa por parte de la pelirroja, pero no le desagrada. Es una manera interesante de comprender sus mecanismos mentales—. Como ejemplo: al hacerle a un sospechoso una pregunta sobre algo que vio, normalmente mirará arriba a la izquierda. Eso significa que está intentando recordarlo, ya que accede a su memoria a corto y largo plazo, pero si por el contrario mira arriba a la derecha, significa que está accediendo a la imaginación, y, por tanto, maquinando una mentira. Lo mismo ocurre para los zurdos, pero al revés. Por otro lado, si alguien rememora un recuerdo visual, se suele fijar la mirada hacia el frente —al fin parece tomar aire, terminándose su café—. Hay otras formas para analizar el comportamiento, relacionadas con el oído y la evocación de sentimientos, pero su explicación sería demasiada extensa.
—Y dígame entonces: ¿qué ha analizado de Becca Fisher? —parece que el hombre de acento escocés se estaba muriendo por hacer esa pregunta.
—Pues... Ha sido breve, pero analizando su comportamiento, he podido detectar que ha mentido ligeramente en una ocasión. Al referirse al amigo de Chloe, sus ojos se han desviado hacia la derecha. Sabe que no son amigos, sino algo más cercano, probablemente —menciona, compartiendo con sus superiores su análisis—. Cuando usted le ha preguntado, sin embargo, si Danny estaba metido en el tráfico de cocaína, ha desviado su vista hacia la izquierda, y la ha mantenido fija, casi sin parpadear. Estaba diciendo la verdad respecto a eso —añade, posando su mirada azul en el inspector.
Hardy está a punto de alabar sus habilidades cuando, salido de la nada, nota un hormigueo en la punta de los dedos. Una señal indudable de que le va a dar un ataque. Coraline, que está atenta a su superior, se percata al momento de que algo no va bien. Lo ve apretar el puño que no sujeta la taza de té. Su vista está algo desenfocada.
—¿Señor? ¿Se encuentra bien? —cuestiona, preocupada.
La voz de Harper suena como si viniera de muy lejos. Alec siente una opresión en el pecho, y de pronto hay dos Miller y dos Harper paradas delante de él, borrosas y desenfocadas. Detrás de los ojos azules de la oficial, hay un destello de conocimiento, como si intuyese lo que le sucede.
—Es un momento —dice Hardy, excusándose de forma brusca.
Llega al servicio sin problemas. Por suerte esta vacío. Saca dos pastillas grandes del blíster del bolsillo y las traga con agua del grifo. Se mira la pálida y sudorosa cara al espejo del lavabo, y desea que recupere su normalidad. Se mantiene al menos un minuto recuperando el aliento.
En el camino de vuelta casi derriba a Steve Connolly, que está desenrollando un largo cable blanco. Tiene la cara cenicienta, y Hardy debe realizar una rápida inspección de la oficina para comprender por qué: la mesa del subinspector Frank Williams es un lío. Una lista de preguntas que necesitan respuesta está sujeta a una pantalla, hay que joderse. Una foto del monopatín de Danny, amarillo brillante plastificado con un dibujo azul marino con picos están encima de un teclado, y visible, debajo de este hay —sí, hay que joderse— fotografías de la autopsia asomando de la carpeta. Hay una foto ampliada del cuello de Danny, grandes señales rojas de manos en el delgado cuello. Hardy echa a Connolly de allí y luego suelta una bronca a Williams y la sala queda en silencio. Después entra a su despacho, colocándose el abrigo encima del traje.
—Miller, Harper —llama a ambas, saliendo por el pasillo que da al ascensor. Ambas intercambian una mirada y recogen sus abrigos al momento—. El cartero. Vamos —no hace falta que lo repita. Ellas lo siguen al momento en el silencio sepulcral que se ha instalado en el lugar.
La conversación no se reanuda hasta que Ellie, Coraline y él se alejan por el pasillo.
Buscan al cartero que estaba de servicio el día que Jack Marshall dice que vio a Danny. Ellie y Harper, que habían conseguido los datos de contacto de Kevin Green, quedan en reunirse con él mientras está realizando el reparto en el límite del pueblo, donde los edificios nuevos dan paso al campo. No es difícil distinguirlo de aquel fondo de verdes apagados, con su chaleco reflectante y la cartera escarlata colgada en diagonal de la clavícula izquierda.
—He hecho los repartos de esta ruta durante las ultimas ocho o nueve semanas —les comenta, metiendo las manos en los bolsillos.
—¿Viste alguna vez a Danny Latimer? —pregunta la oficial. A Kevin no parece sorprenderle la pregunta: ¿qué otra le iban a hacer, si no?
—Sí, muchas veces. Repartía periódicos en un par de casas de por aquí, incluyendo la cabaña —menciona, provocando que el inspector y su subordinada pelirroja intercambien una mirada: nuevamente la cabaña del acantilado. Aquello empieza a ser demasiada casualidad—. Cuando me enteré pensé: si hace solo un par de días que le he visto —no es la primera persona que tiene aquella reacción.
Ellie está aprendiendo que la gente se asombra de que alguien pueda morir tan poco después de verlo por última vez, como si cada encuentro proporcionara una especie de inmortalidad.
—¿Hablaste con él alguna vez, en concreto, la última semana de junio? —cuestiona la castaña de cabello rizado.
Kevin piensa detenidamente unos segundos.
—Quizá le dijera hola de lejos. No lo conocía como para hablar con él.
—¿Solo hola? —se extraña Ellie—. ¿Nada más?
—¿Qué iba a decirle? —menciona el repartidor. Claramente quiere desviar el tema de conversación, o eso le parece a la pelirroja. No se encuentra nada cómodo.
—¿Nunca tuvisteis una conversación? —insiste la oficial. Necesitan la información, por poca que sea. De lo contrario, parece que están dando palos de ciego una y otra vez. Harper está molesta por su actitud. No soporta a los que van de sobrados, y este chico desde luego que se lo cree.
—No.
—¿Ni una discusión? —interviene Hardy, quien también empieza a hartarse de la actitud del joven.
—¿De qué iba a discutir con el chico de los periódicos? —se mofa Kevin.
Coraline se cruza de brazos, posando su penetrante mirada en él. Sonríe satisfactoriamente para sus adentros cuando comprueba que el repartidor de periódicos se amedrenta unos segundos.
—¿Dónde estuviste el jueves por la noche? —cuestiona la de cabello cobrizo.
—El jueves... —desvía la mirada arriba a la izquierda. Hardy recuerda entonces lo que Harper le ha comentado sobre el análisis del comportamiento, y sonríe imperceptiblemente al comprobar que parece tener razón—. Estuve con los chicos —contesta en un tono serio, advirtiendo la gravedad de la situación. Sea como sea, no quiere provocar la ira de esta pequeña oficial—. Nos emborrachamos. Éramos seis —les cuenta en un tono claramente relajado, como si hubiera sido la mejor noche de toda su semana—. Teníamos un campeonato de FIFA en la PS3, y me dieron una paliza —rememora, su gesto contrayéndose por la rabia—. Acabamos a las 4:00. Mi mujer me despertó a las 7:00. Hacía frío.
—Necesitamos los nombres de tus amigos —dice Harper.
Kevin al fin parece nervioso. Empieza a parpadear y desviar la mirada de lado a lado, nervioso.
—Espero —dice, su tono algo tembloroso—, que no piensen que tengo algo que ver con eso...
—Es solo para descartar posibilidades —lo tranquiliza Ellie—. No te preocupes.
Los tres se despiden entonces del cartero, iniciando una corta caminata para volver a la comisaría. Con suerte ya tendrán alguna pista, o por lo menos les habrán llegado las grabaciones de seguridad del aparcamiento cercano a la cabaña.
—No diga eso —la alecciona el escocés. Miller se vuelve hacia él, confusa.
—¿Qué no diga qué?
—«No te preocupes» —advierte el inspector Hardy cuando están fuera del alcance del oído de Kevin.
—¿Por qué no? —la policía de cabello rizado está empezando a perder la paciencia debido al insolente talante de su jefe.
—No tranquilice a la gente. Deje que hablen.
Ellie sabe que no debería, pero ya está harta. Se encara con su superior.
—Es mejor que diga: no puede venir aquí e intentar moldearme. Sé lo que hago...
—Ellie —intenta interceder Cora.
—Calla —le ordena su buena amiga, por lo que la pelirroja no tiene mas remedio que obedecer. Al fin y al cabo, es una orden directa de su superiora—. Sé cómo tratar a la gente, y se puede meter sus consejos de mierda donde le quepan —posa sus ojos castaños en el veterano inspector. De pronto, recuerda con quién está hablando—. Señor.
—¡Por Dios! —Cora exclama por lo bajo, rodando los ojos.
No se esperaba esa reacción por parte de su amiga... Bueno, en realidad sí que se la esperaba. La conoce lo suficiente como para saber que su jefe la ha puesto de los nervios. Coincide en que Hardy no las conoce aún lo suficiente, y no sabe demasiado acerca de sus métodos de trabajo, pero hasta ella sabe que no puede encararse así a su superior. Podría arriesgarse a sufrir una degradación. Por su parte, ni Miller ni Harper conocen lo bastante bien a Hardy para atribuir su silencio al enfado o a una auténtica indiferencia, por lo que se encuentran en un terreno igualado. Pero la castaña está inquieta: nunca ha perdido los nervios con un colega, y mucho menos con un superior. Sabe que lo que ha hecho es completamente inexcusable, poco profesional. Se dice que, en cuanto lleguen a la comisaría, redoblará sus esfuerzos para conseguir resultados. Cora posa una mano en su hombro de forma compasiva, mientras caminan de vuelta a la comisaría de Broadchurch. Espera que esto no erija un muro entre ellas y el inspector.
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