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Capítulo 34

Cuando Ellie se reúne con sus compañeros, Cora y Alec la ponen al corriente sobre lo sucedido en su propio interrogatorio. En cuanto la castaña es informada sobre el hecho de que el inspector ha informado a Nigel de sus auténticos orígenes, y por tanto, del pasado de su familia, inclusive de Susan, le falta tiempo para entrar en cólera. Mientras caminan hacia el despacho del escocés, la veterana agente, y amiga de la muchacha de ojos azules, despotrica contra su jefe, por su, según ella, grave falta de juicio.

—¿¡Que ha hecho qué!? —Miller está escandalizada.

—Ellie, cálmate, por favor —intenta apaciguarla su amiga de cabello cobrizo, caminando entre el inspector y ella, sirviendo, a ojos de la castaña, como un parapeto para Hardy.

—Quería saberlo —responde el escocés en un tono casi indiferente, casual, echando más leña al fuego.

—¡Pero se lo prometí a ella!

—¿¡Por qué hizo eso!? —exclama el hombre con vello facial, completamente sorprendido por que ella tomase ese curso de acción: estos interrogatorios no tienen como objetivo estrechar lazos con los testigos o potenciales sospechosos, sino conseguir pruebas, testimonios fehacientes.

—¡Me estaba ganando su confianza! —exclama ella, igual de molesta que Hardy.

—¡Y Harper y yo la de él!

—¡No la meta a ella en esto! —le espeta Miller—. ¡Esto es solo cosa suya!

—Por favor, basta —intenta mediar la joven—. Con esto no ganamos nada —se da una palmada en la frente, completamente avergonzada por esa discusión intransigente.

"Es como volver a parvulitos: que si esto es culpa tuya, que si esto no es culpa mía... Oh, y ahora todos nos están mirando. Que horror. Como si no fuera lo suficientemente malo ya el ser la rarita o la mentalista de la comisaría. Ahora añadirán perrito faldero o sujeta-velas al montón", se horroriza la muchacha, caminando lo más rápidamente posible por el pasillo, deseando llegar al despacho de su jefe lo antes posible, al menos, para mantener esa charla en privado, lejos de oídos indiscretos o chismorreos malintencionados.

Como la analista del comportamiento ha advertido, los agentes de la comisaría han posado sus ojos en el trío de amigos que ha entrado vociferando por la puerta. Todos ellos, sin excepción observan la discusión entre Alec Hardy y Ellie Miller, con las bocas abiertas, expresando su asombro. Ya están acostumbrados a la actitud protocolaria de Harper respecto a Miller, pero no a los gritos entre el inspector y la sargento. Algunos de los compañeros posan sus ojos en la pelirroja, como preguntándole indirectamente si siempre están a la gresca. Ella se encoge de hombros, pues no quiere meterse en ese berenjenal.

—Tenemos que averiguar que está conectado con Danny y qué no —sentencia el inspector en un tono firme, intentando acabar con esa discusión, abriendo la puerta de su despacho, entrando a él.

Coraline se queda algo rezagada, pues una compañera le ha entregado un documento que había solicitado, se lo entregaran nada más llegase a la comisaría. Son los datos de una llamada, junto con sus credenciales de localización y datos de origen. Se detiene unos segundos, examinando la hoja de papel, antes de agradecérselo a su compañera, quien le sonríe.

—Lo hace porque se está quedando sin tiempo —acusa Ellie en un tono férreo, casi gélido, pues a su parecer, su superior está actuando de una forma irracional—. ¡Pisotea las vidas de esa gente! ¡Debería poner una queja!

La joven novata se apresura entonces en llegar al despacho de Alec, finalmente respirando tranquila. La discusión entre su jefe y su amiga continúa, escuchándose desde el exterior del despacho. Llega justo en el momento en el que Hardy cierra la puerta, por lo que, de un movimiento rápido, se desliza entre la apertura.

—Adelante —sentencia, cansado—: añádala a la lista —comenta en un tono serio, casi despectivo—. Se la firmaré —camina con pasos lentos pero firmes hasta estar detrás de su escritorio, como si quisiera imponer cierta distancia entre Miller y él, pues estas discusiones se encuentran muy cerca, y casi sobrepasando el limite personal. Esto es algo que él no encuentra muy cómodo—. Es un sospechoso. Se le vio con el cuerpo —justifica sus acciones tras suspirar, notando que su protegida se mantiene de pie, cerca de su escritorio, pero también cerca de Miller, manteniendo una actitud neutral—. La información que le he dado tiene que ver con la testigo que lo acusa.

—Debería haber dejado que ella se lo dijese —Ellie no tiene miedo ni tapujos en expresar lo que piensa. Se pone en el lugar de Susan, y comprende que, dadas las circunstancias, habría sido mejor que ella se lo dijese, a pesar de que no lo desease—. No creo que Nige fuera capaz de matar a Danny —indica, alzando los brazos, claramente aún algo incrédula ante esa perspectiva—. ¿Tu que crees, Cora? —cuestiona, algo más calmada, suspirando pesadamente.

—Puede que Nige de momento no tenga un móvil para el asesinato —concede la de cabello rojizo—, pero incluso alguien sin un móvil aparente, puede encontrar la motivación necesaria para cometer un delito —nota la mirada incrédula de su amiga en ella—. Lo siento, pero es la verdad. Como ya te dije, muchos pierden sus principios morales...

—Exacto —concuerda Alec—. Todos los que hemos interrogado son capaces si se dan las circunstancias adecuadas —sentencia, antes de notar que su protegida extiende su brazo, entregándole la hoja que le había sido entregada hace escasos minutos.

—Oh, sí —Ellie se cruza de brazos, desviando la mirada, por lo que no se percata de la hoja que Cora le acaba de entregar a su superior—. Esa es su visión del mundo —ironiza, casi escupiendo las palabras debido a su aversión por ellas—. No sé cómo puede dormir por las noches... —comenta, antes de dar una ligera mirada a su amiga—. Tampoco tú, por cierto.

La chica de veintiocho años le dedica una sonrisa amigable a Ellie, y ella se la devuelve.

—¿Quién ha dicho que Harper y yo durmamos? —menciona Alec, habiéndose colocado las gafas, leyendo el documento que le ha entregado la bermeja de ojos azules. Ha incluido a su protegida, pues ambos saben perfectamente que, en sus noches de insomnio, las cuales se repiten con frecuencia, terminan por quedarse levantados hasta la hora de incorporarse al trabajo, ya sea leyendo, o bien, charlando en la habitación del otro sobre el caso y los sospechosos—. Harper, esto es brillante —la alaba de pronto, habiendo escaneado por completo el documento en sus manos. Alza su vista hacia la castaña—. Miller, ¿ha visto esto? —cuestiona, enseñándole el papel—. Harper acaba de recibir los resultados del rastreo de la llamada que nos informó de que había luces en la cabaña —Ellie toma la hoja en sus manos, escaneándola—. Es del otro móvil de Danny.

—El teléfono desaparecido —sentencia Cora, asintiendo con la cabeza.

Alec toma aliento, no pudiendo creer semejante coincidencia. Se apoya en uno de los altos archivadores de su despacho.

—Dios, ¡llamó el asesino! —Ellie está atónita.

—¿Pero por qué lo hizo? —reflexiona el escocés, confuso—. ¿Por qué no dice dónde está y escapa? No tiene sentido —se frota el puente de la nariz, completamente molesto y desgastado por el caso—. ¡Por Dios! Como si trabajar con usted no fuese suficiente —menciona en un tono cansado, pero Ellie no repara en sus palabras, pues sabe que no lo dice en serio—. ¿A qué está jugando?

—No tiene sentido, a menos que empieces a buscar los puntos lógicos... —interviene la de ojos añil, cruzándose de brazos, reflexionando en voz alta, sin percatarse de que lo está haciendo—. Por un lado, sabemos que el asesino es un principiante, alguien que, hasta ahora jamás ha quitado una vida. Ha sido torpe, y ha cometido errores, como la quema de la barca, el dejar manchas de sangre en la cabaña... —se interrumpe por un momento, cerrando los ojos—. Ayer por la noche llamó con la clara intención de que encontrásemos el origen la llamada. De haber llamado por otro número, sabía que habríamos localizado a su propietario. Por eso llamó desde el otro teléfono de Danny... Pero a pesar de esto, planeaba entregarse —ahora está empezando a sumergirse en la mente del asesino, y su tono se ha vuelto más siniestro, más bajo. Alec y Ellie la observan, entre sorprendidos y algo nerviosos por su capacidad empática—. No solo tiene la muerte de Danny Latimer sobre su conciencia, a quien, recuerdo nuevamente, amaba profundamente, sino la de Jack Marshall, aunque sea indirectamente —continúa sin detenerse, casi sin tomar aliento—. Independientemente de lo que sugieran sus actos, sigue siendo alguien con un mínimo de conciencia. La tensión y la culpa han empezado a corroer sus entrañas, a devorarlo por dentro —su tono se torna ronco. Ellie y Alec quieren detenerla, pues empieza a resultarles siniestra la forma en la que está empatizando con el asesino: parece que se haya mimetizado con él—. Siente que está perdiendo el control, que no puede seguir manteniendo una fachada de entereza. Siente la necesidad compulsiva de entregarse, no para terminar con el sufrimiento de la familia, sino con el suyo propio. Porque en el fondo, es alguien egoísta. Alguien que no ha matado a Danny Latimer por placer o por morbo, sino por el simple y llano hecho de ser egoísta, de amarlo, de poseer a la persona amada —ha empezado a caminar en círculos, habiendo abierto los ojos, pero éstos no están fijos en algo en particular, sino en la nada, como si estuviera en un trance—. Es alguien cuyo compás moral está trastocado. Tiene una percepción equivocada de la realidad, así como de su relación con Danny —no para de andar, nerviosa—. El asesino es alguien que, cuando fuimos anoche a la cabaña, cambió de opinión... Pero ¿qué lo hizo cambiar de opinión? —empieza a cavilar—. ¿Qué pudo provocar, que un asesino, alguien que ha dejado que pase tanto tiempo, sin entregarse, cambie de opinión y se de a la huida?

De improviso detiene su pasear por la estancia, y se queda prácticamente inmóvil. Parece habérsele ocurrido algo: "¡Pues claro...! Solo hay algo que pudo provocar esa respuesta de huida: ¡nosotros! No puedo asegurarlo aún, pero... ¿Y si el asesino es alguien a quien nosotros conocemos de cerca? ¿Y si es alguien que nos conoce? ¿Y sí...?", de pronto, como respuesta a su euforia desmedida, una sensación de ahogamiento, de asfixia involuntaria, llega a su cuello. Intenta respirar, pero las imágenes de su pasado vuelven a su mente, y como si fuera un eco de ellas, se ve a sí misma a través de los ojos del asesino de Danny, la noche anterior. Nota cómo su mano, la del asesino, sujeta su cuello, intentando despojarla del aire de sus pulmones.

Sus piernas amenazan con ceder, perdiendo su estabilidad. Se inclina hacia el cristal de la oficina, intentando sujetarse a algo.

—¡Dios mío, Cora! ¿Estás bien? —Ellie la sujeta, pues nota que necesita un punto de apoyo.

—Yo...

—Siéntela en el sofá, Miller —indica el inspector en un tono preocupado, acercándose a la muchacha, una vez la castaña la ha ayudado a sentarse—. ¿Se encuentra bien? ¿Qué ha pasado? —cuestiona, buscando sus ojos.

Por unos segundos, es como si se hubieran vuelto oscuros, como si la luz que había en ellos se hubiera extinguido mientras empatizaba con el asesino de Danny. Pero ahora, esos mismos ojos cerúleos que tantas veces ha contemplado y se han fijado en los suyos, le devuelven la mirada.

—E-estoy bien —consigue hablar, acompasando su respiración—. He empatizado demasiado con el asesino —se explica, entrelazando los dedos de sus manos en un gesto tenso—. Me he visto a mí a través de sus ojos. He visto cómo me estrangulaba, cómo intentaba quitarme el aire —describe con evidente horror, notando cómo Ellie se sienta a su lado, acariciando su cabello suavemente—. He relacionado lo que sucedió anoche con... Con mi trauma —confiesa.

Hardy la observa con sus ojos castaños llenos de misericordia, al igual que lo hace la sargento de policía. Comprenden lo empática que es, y lo difícil que debe haber sido para ella el salir de ese trance, y más aún el tener que lidiar con el hecho de relacionar las acciones del asesino con su propio trauma, aunque esto último haya sido de forma totalmente automática. Ambos intercambian una mirada: está claro que están en extremo preocupados por ella. Cada vez que empatiza con el asesino, es como si una parte de ese mal, de ese despreciable ser humano, se quedase con ella, como un remanente de ese horror encarnado. A ser posible, quieren evitar que vuelva a hacerlo, pero incluso ellos saben que, cuando la oficial se pone en la piel del asesino, es cuando adquieren una mayor y mejor perspectiva de su personalidad, motivos y acciones. Es como si tuvieran acceso libre a su mente, pero a costa de la mente de Coraline.

—Tranquilícese, ¿de acuerdo? —pretende calmarla Alec en un tono afable—. No le va a pasar nada. Está a salvo aquí, con nosotros.

Es la primera vez que Ellie ve a su jefe ser tan suave con la muchacha, tan... Cariñoso. La toma completamente desprevenida. Pero no puede evitar estar de acuerdo con él, mientras observa que la neófita se calma, y asiente ante las palabras de su superior. También ella hará lo posible por protegerla. Es su amiga, al fin y al cabo.

Una vez los ánimos se han calmado, el inspector vuelve a enfocarse en el trabajo, con sus dos compañeras posando su vista en él, atentas a sus palabras.

—Vale —Alec suspira—. Que Nige y Susan salgan bajo fianza —empieza a dar instrucciones—. Retíreles sus pasaportes, y que vengan a diario. Que no dejen el pueblo.

—¿Va a dejarlos juntos ahí fuera? —se horroriza Ellie, pues esa decisión parece crear el cóctel perfecto para un desastre enorme.

—Les pondré vigilancia —intenta tranquilizarla, desviando su mirada hacia algunos de los agentes que aún quedan en la comisaría—. Alguno de esos inútiles a los que han reclutado. Puede que Nige y Susan estén mintiendo. Veamos qué pasa cuando salgan.

Ellie se cruza de brazos, con desaprobación.

—Básicamente, tiramos la piedra, y escondemos la mano.

—¡Se nos está acabando el tiempo! —exclama el de complexión delgada, exasperado.

—¡A usted se le acaba!

En este preciso momento el teléfono del inspector comienza a sonar, indicando una llamada entrante. Hardy no tarda ni dos segundos en descolgar el teléfono.

—¿Diga?

Cuando escucha la voz de su interlocutor, se sorprende por una milésima de segundo.

—Me alegra que sea usted —la clara voz de Paul Coates resuena al otro lado de la línea telefónica—. ¿Puede venir a la iglesia? ¿Acompañado de su oficial?

—Sí, sí —afirma el de cabello pardo—. Vamos en seguida —le hace un gesto a la pelirroja, quien ya ha recuperado su habitual disposición, levantándose del sofá—. Harper, venga conmigo. Le vendrá bien tomar el aire —indica, y cuelga la llamada. Toma su abrigo en sus manos, vistiéndose con él.

Cora asiente ante sus palabras, apresurándose en ir a su mesa, recogiendo su bolso y abrigo, dispuesta a ayudar en lo que sea menester.

—¿A dónde va? ¿Y por qué se lleva a Cora? —incluso ante las preguntas y quejas de Ellie, pues no entiende a dónde van con tanta premura, ambos se encaminan al exterior de la comisaria.

La salida de Hardy de la comisaría no es la que esperaba: comprueba con horror cómo su mano derecha se niega a agarrar el picaporte, propinándose un leve golpe contra la puerta cerrada. Parece que estuviera acariciando el metal en vez de agarrarlo. Lo intenta otra vez: es como si le hubieran injertado el brazo de otro hombre y su cuerpo no lo reconociese. Eso es lo primero. Es consciente de que todos lo están mirando, cuando él cambia de lado. Harper se le acerca. Hardy posa su mano izquierda en el manubrio de la puerta, y la mano cálida de Coraline, cuyo cuerpo bloquea esa interacción de miradas indiscretas, se posa sobre la suya. Con su fuerza combinada, basta para hacer que el picaporte gire, abriendo la puerta. Una vez fuera, respirando el aire puro del pueblo, a Alec le lleva un momento asumir el insidioso terror de lo que le ha pasado. Por suerte, la mano de su protegida, que, sin percatarse de ello, aún sujeta la suya, le infunde un mínimo de tranquilidad. Gracias a ello, aparca a un lado ese temor.

—Oh, lo siento —la joven entonces aparta su mano de la suya, percatándose de lo inapropiado de esa acción, y en cierta forma, de la invasión del espacio personal que ha cometido.

Él no dice nada, pero le dedica una sonrisa, agradecido por su ayuda, y por el hecho de que siempre esté a su lado cuando la necesita. Sin embargo, su ahora fría mano, echa en falta la calidez de la suya envolviéndola.

A los pocos segundos, ambos agentes comienzan a caminar juntos, dirigiéndose a la iglesia.


Camino de la iglesia de San Andrés, Hardy hunde sus manos en sus bolsillos, puesto que ya no se fía de ellas. Sus pies, por lo menos, son obedientes, y le llevan por el camino hacia la iglesia sin incidentes. Cora Harper camina a su lado, siguiendo su ritmo. Él la vigila de reojo, pues su reciente contacto empático, por llamarlo de alguna forma, le ha pasado factura en la comisaría, y no quiere que haga sobresfuerzos. Sin embargo, la muchacha ya ha recuperado el color sonrosado en su rostro, así como en sus mejillas, y parece revitalizada por haber salido, y por encontrarse en la compañía de un amigo, de alguien en quien confía.

El canto de los pájaros inunda el cementerio. Paul Coates, con alzacuello y pantalones vaqueros, los espera justo en el pórtico del sacro edificio. Como el inspector escocés y el vicario han intercambiado ya más espadas y puñales envenenados que cualquiera, no se entretienen con cumplidos ni falsas cortesías. En realidad, es un alivio ir directamente al grano.

—Tengo algo para ustedes —alude, señalando con la cabeza los trozos de plástico negros que trae en una caja de cartón—: el portátil de Tom Miller —lo identifica, provocando que Hardy y la neófita intercambien una mirada preocupada—. Lo encontré destrozándolo en el bosque.

—¿Se tropezó con él por casualidad?

—Estaba paseando —recalca el vicario—. Es mi ruta habitual.

Hardy se esfuerza por entender.

—¿Sabe de qué intentaba librarse? —cuestiona Cora, observando el portátil con el ceño fruncido, como si estuviera reflexionando sobre las posibles casusas para hacer algo así.

—No tengo ni idea, jovencita —se sincera el vicario en un tono sereno, y ella le sonríe, agradecida por su cooperación.

—¿Por qué haría eso después de que haya muerto su mejor amigo?

—Señor, con permiso, creo que la relación entre Tom y Danny no era tan idílica como nos han hecho creer —interviene la analista del comportamiento, recordando la reacción de Tom en el velatorio de Jack Marshall, cuando comprobó que éste no reaccionaba como alguien en duelo, sino con rabia contenida—. ¿Me equivoco, reverendo Coates, cuando digo que esos dos chicos no se llevaban bien?

Alec, que parece haber atado los cabos con las palabras de la taheña, espera su respuesta.

—No —niega él, sorprendido porque ella se haya percatado de la verdad, cuando parece eludir a todo el mundo que vive en el pueblo—. De hecho, ha dado en el clavo —afirma, y el inspector de cabello castaño, siente esa inconfundible oleada de orgullo por la brillante mente analítica de la chica—. Desde luego no parecía que fueran buenos amigos. Tuve que separarlos en una pelea.

—¿Cuándo fue eso? —se interesa el inspector, su tono apremiante.

—Hará un par de meses. Ya estaban peleando cuando entré al aula —rememora, sus ojos perdidos en las brumas del pasado—. Tom estaba encima de Danny. Y es —se apresura en rectificarse—, era... Mucho más grande —recalca, dejando claro que, en cuestión de fuerza física, el hijo de la sargento Miller tenía la sartén por el mango—. Informé a sus padres. Pensé que Ellie se lo habría dicho.

—No lo ha mencionado —responde el escocés por ambos.

"Hay algo en todo esto que me escama... Si Ellie no sabe nada sobre esto, ¿es posible que Joe le haya ocultado esta información a sabiendas? ¿Pero con qué propósito? Tampoco me extraña que mi querida y buena amiga no se haya enterado de lo que sucedió, si ni siquiera alberga la más mínima sospecha sobre Nigel Carter. Dudo mucho que pueda ser objetiva en lo que concierne a Tom", reflexiona la muchacha de cabello taheño.

—Verán —Paul parece incomodo de pronto, ruborizándose—, debo decirles que Tom sabe que lo tengo —confiesa, y a ambos agentes los pilla desprevenidos—. Me amenazó con decir que abuse de Danny, si se lo entregaba.

—¿Eso dijo? —cuestiona Alec, incrédulo.

"Queda claro que Tom esconde algo, tal y como noté en su interrogatorio. Esconde algo de lo que se avergüenza, y que atañe estrechamente a Danny. Odio pensar en esta posibilidad, ya que ni siquiera lo hemos tenido en cuenta como potencial sospechoso, pero... ¿Podría haber tenido Tom algo que ver con que Danny fuese a la cabaña del acantilado, aunque fuera indirectamente?", reflexiona a toda velocidad la analista del comportamiento, recordando todos esos momentos en los que el adolescente parecía comportarse de forma extraña, encontrando en sus memorias, que, efectivamente, ese era el caso. "Tom ha exhibido un comportamiento nada habitual al tratarse del mejor amigo de Danny, y más ahora que sabemos que estaban peleados".

—¿Y lo hizo? ¿Abusó de Danny? —cuestiona Alec, sin pensárselo.

La respuesta es inmediata y decidida. No hay espacio para la duda. Cora puede ver que dice la verdad mucho antes de que la palabra saga de su boca: esa mirada fija, casi sin parpadear, y las cejas encarnadas...

—No.

Cora extiende las manos, y sujeta en ellas la caja con el ordenador maltrecho de Tom. Espera que un analista profesional pueda extraer los datos pertinentes del disco duro. Ojala no se haya averiado y los datos se hayan perdido para siempre. Puede que en este disco se encuentre la clave para resolver el caso, y no pueden perder ni un segundo.

—¿De qué estaba hablando con Tom Miller en el velatorio de Jack Marshall?

Paul posa sus ojos en el inspector, como si no creyera que le está preguntando eso.

—Solo me aseguraba de que estuviese bien.

—¿Cuánto tiempo lleva esto en su poder? —indaga la pelirroja de piel clara, provocando que los ojos claros del vicario queden fijos en ella ahora.

Coates mira su reloj.

—Poco más de dieciséis horas.

—Es mucho tiempo para retener una prueba —sentencia Alec, no resistiéndose al impulso de intentar provocar al vicario—. Supongo que usted, con todo lo que sabe, no tendrá problemas en eliminar todo aquello que no le convenga.

Escandalizada por la acusación, la joven oficial le propina un suave codazo en el brazo izquierdo a su jefe, aunque debe hacerlo con cuidado, pues aún sujeta la caja con el portátil en sus manos. Su superior le dirige una leve mirada, sorprendido y en parte divertido por su reacción. Como era de esperar, Paul Coates mantiene su expresión serena, y simplemente se limita a abrir mucho los ojos ante semejante insinuación.

Hardy se da la vuelta, dispuesto a marcharse mientras aún lleve la delantera, pero una ultima pregunta lo reconcome por dentro. Se vuelve hacia el reverendo de cabello rubio, pronunciando las palabras con evidente resignación. Siente que le queman en la boca.

—¿Cómo mantiene la fe con todo lo que está pasando?

Es una pregunta directa, desprovista por completo de sarcasmo y provocación, y Coates la toma como lo que pretende ser.

—Me pregunto lo que pasó —admite, ofreciendo unas manos vacías al aire—. Pero tengo fe en que Dios lo resuelva. Creo que por eso los ha mandado a Cora y a usted aquí.

—Siento decepcionarle —intercede la pelirroja de pronto, con un punto de dureza en la voz—, pero no me ha mandado Él.

—Lo mismo puedo decir yo —sentencia Alec, sarcásticamente.

Coates le devuelve la sonrisa sarcástica.

—Eso es lo que Él quiere que crean.

Hardy mira a Harper, antes de asentir con la cabeza en dirección al vicario. Empieza a caminar. La muchacha se queda rezagada unos segundos, los suficientes para dedicarle una sonrisa amable al hombre de cabello rubio.

—Gracias.

Paul le devuelve la sonrisa.

—De nada.

—¡Harper, vamos!

El sonido de su nombre la sobresalta, apresurándose en reunirse con su jefe.

Los trozos maltrechos del ordenador se golpean unos contra los otros en el interior de la caja que Coraline lleva en brazos. Crujen mientras abandonan el cementerio a paso vivo. La neófita, contempla con admiración cómo su superior se pone manos a la obra. Con su mano derecha, el inspector saca su teléfono móvil, y hace una llamada a Ruth Clarkson, una especialista en ordenadores que trabaja en la policía de Sandbrook, a quien conoce desde hace años. No diría que son amigos, pero conoce a Ruth como para saber que no se resistirá a echarle una mano.

—Necesito un favor: que nadie lo sepa —dice, nada más la escucha descolgar—. Aquí se están complicando las cosas. ¿Puedes recuperar archivos de discos duros dañados? —espera su respuesta, la cual no tarda en producirse—. Gracias. Le debo una. Mándeme lo que encuentre a mi correo personal —da las instrucciones de forma clara y concisa, para no perder más tiempo—. Gracias —repite nuevamente—. Es un genio —soporta las frases insustanciales de una conversación sin importancia, entre las que se encuentran el estado de la comisaría, de los agentes que conoce... Incluso de Tess. No quiere oír hablar de ella. Corta a Ruth a media frase—: Lo siento, tengo que irme. Me están esperando.


En la salida de la comisaría de Broadchurch hay un coche negro aparcado, esperando. Nigel Carter, quien ha sido puesto en libertad bajo fianza, por ordenes de Alec Hardy, cruza las puertas principales del edificio, dirigiéndose al exterior. Ellie Miller lo observa marcharse desde el balcón de la comisaría. Cuando el joven con la cabeza afeitada gira hacia una calle, abandonando su campo de visión, Ellie le hace una seña al conductor del vehículo. Es un policía vestido de paisano, y reciproca el asentimiento de la cabeza. Por ordenes explicitas del inspector, debe vigilar de cerca a Nigel Carter.

Una vez hecho esto, habiéndose asegurado de que Nigel no se queda pululando como un fantasma por la comisaría o sus alrededores, Ellie permite que Susan Wright abandone el lugar junto con su perro, Vince. Sin embargo, insiste en acompañarla al exterior, por si acaso. En el camino, decide recordarle que no debe salir del pueblo, además claro, de que debe presentarse en la comisaría todos los días a las cuatro de la tarde. Al menos, así podrán comprobar que todo está bien, y en caso de que el asesino contacte con ellos nuevamente, averiguar si se trata de alguno de ellos, ya sea Susan o Nigel.

La mujer de cabello rubio se detiene de pronto, pues ha notado que Ellie no le quita la vista de encima. Decide abordar el tema, pues su mirada la hace sentirse incómoda hasta cierto grado.

—¿Por qué me mira de esa manera? —cuestiona, esperando su respuesta—. Igual que cuando me interrogaban su amiga oficial y usted.

La sargento Miller se cruza de brazos.

—¿Cómo podía no saberlo? —la castaña aún parece incrédula—. Fue en su propia casa.

Susan esboza una tirante sonrisa, pues aquella es una frase que, como les ha comentado a la castaña y a su compañera, ya ha oído múltiples e incontables veces. Está harta de escucharla. Harta de ver en las caras de todos aquellos que saben quién es, la eterna pregunta... Y no puede sino callar. No puede hacer más por defender su versión de los hechos. Bien sabe ella que nada puede hacer cambiar una idea que ya se ha establecido. Se marcha de la comisaría con paso vivo, dejando a Ellie allí, sumida en sus pensamientos.


La noche ha caído cuando Alec Hardy se dirige junto con Coraline Harper a la redacción del Eco de Broadchurch. Ambos caminan silenciosos, uno al lado del otro. Como le queda una noche más de servicio como inspector, se siente obligado a conceder ahora la entrevista prometida, mientras todavía tiene la placa en el bolsillo. Quiere hablar mientras todavía se cuente con él.

Además, no puede dejar pasar la oportunidad que Oliver le ha brindado para que dejen de indagar sobre la muchacha de cabello taheño.

Delante del Traders, Alec se anima, al recibir en el teléfono un correo electrónico que le manda Ruth Clarkson, pero su contenido lo deprime: confía en poder recuperar los datos del disco duro de Tom Miller, pero no hasta las primeras horas de la mañana.

Maggie Radcliffe los está esperando en la puerta. Los lleva por la redacción, a oscuras, hasta una habitación del fondo, donde enormes estantes abarrotados de cajas con archivos, forman como una barrera de más o menos el tamaño de las salas de interrogatorios. La editora jefe del Eco de Broadchurch se sienta al lado de Oliver Stevens. Por su parte, la pelirroja se mantiene de pie, cerca de la mesa. Hardy ocupa su lugar al otro lado de la mesa. Una antigua lámpara de brazo articulado proyecta una luz de interrogatorio sobre él. La misma luz se refleja en el rostro de la joven oficial.

—Bien, cuéntenos que pasó anoche: ¿por qué acabó en el hospital? —pregunta Maggie. Cuando no escribe, sujeta su bolígrafo como un cigarrillo.

—Estaba persiguiendo a un sospechoso —responde Hardy.

—Hubo un incidente, y resultó herido —añade la muchacha de ojos cerúleos, utilizando un tono protector. Cruza los brazos.

—¿Pueden nombrar al sospechoso?

"Si pudiera, no estaría aquí", piensa Hardy con acritud. "Estaría aporreando la puerta de alguien, con una furgoneta esperando fuera".

—No, lo siento —dice Cora finalmente, intentando dar por zanjado ese asunto—. Por ahora esto es todo lo que podemos decirles.

—Y le pido que no publique esto aún —intercede Alec—. Deme un par de días.

Eso parece bastarle a Maggie, al menos por el momento.

—Olly tiene algunas preguntas que hacerle —señala a su aprendiz, y las miradas de ambos agentes se posan en el sobrino de Ellie.

—Oh, que bien —menciona Hardy, claramente pensando que se trata de una encerrona, a diferencia de lo que le hizo creer esa mañana, cuando le solicitó la exclusiva.

—Antes de empezar, sin embargo, me gustaría que se sentase, agente Harper —apela a ella con total seriedad, y la aludida, más por sorpresa que por inercia, obedece, sentándose en una silla que Maggie la ha proporcionado, junto a su jefe—. Ahora, hablando extraoficialmente —Olly deja a un lado la libreta y el bolígrafo, indicando que no pretende hacer publica la siguiente información que se le brinde—. ¿Por qué ayudó a su superior la primera vez que ingresó en el hospital? Sabemos que, gracias a usted, le dieron el alta de forma voluntaria. Y en esta segunda ocasión, nuevamente se encontraba usted con él.

—Yo... Tenía que hacerlo —la joven está desconcertada por esa pregunta tan directa, pero decide ser sincera—. Todo se debe a horribles vivencias de mi pasado —toma aliento, apretando los puños—, las cuales no voy a mencionar por el bien de mi salud mental —da una mirada a Maggie y Olly, quienes asienten. No necesitan que ella les explique esas vivencias: hay demasiadas donde elegir, y no quieren hacerla sentir incómoda—. Gracias a ellas puedo empatizar con mi jefe —logra terminar la frase sin que la asalte ningún pensamiento negativo—. Puedo ponerme en el lugar de alguien que siente tanta pasión por su trabajo, y que odiaría perderlo por culpa de su salud —carraspea, pues siente las miradas de las tres personas en la estancia en ella, casi sin parpadear. Tanto Olly como su mentora parecen asombrados por la absoluta dedicación y obediencia que la pelirroja parece profesarle al escocés—. Lo hice porque el inspector Hardy es alguien a quien no puedo abandonar. Porque es mi jefe... Y mi amigo —le dedica una mirada amable a su protector, quien está observándola. Éste esboza una suave sonrisa al escucharla, a pesar de que la borra a los pocos segundos—. Porque Alec Hardy es alguien que, no importa lo que suceda, haría lo mismo por mí.

Oliver y Maggie observan a los dos policías con una leve sonrisa. Queda claro para ellos que, por una vez, deberán dejar estar ese asunto. Estas dos personas simplemente han tenido la suerte de encontrarse con otro espíritu afín. Ahora, los reporteros tienen que buscar la forma de acallar esos rumores por su cuenta. Aunque el moreno decide cerciorarse.

—¿Entonces no están... Juntos? —cuestiona Olly.

El escocés y la neófita británica intercambian una mirada y se carcajean.

—¿Qué? —la neófita no esconde su asombro.

¿Juntos? —Alec no puede evitar que el cinismo aparezca en sus palabras—. Por favor... —rueda los ojos—. La gente tiene demasiado tiempo libre —chasquea la lengua, nuevamente molesto por los cotilleos—. Y una imaginación desorbitada.

—No, no tenemos esa clase de relación —niega Cora, rascándose la nuca, claramente incómoda ante semejante insinuación y pregunta—. Solo somos amigos —vuelve a posar sus ojos en su superior—. ¿No es cierto?

—Así es. Somos amigos —es la primera vez que lo admite en voz alta, y tiene que reconocer que es algo agradable—. No es fácil encontrar a una oficial capaz como Harper —la alaba, y la chica desvía la mirada, nerviosa por sus palabras, ruborizándose ligeramente—, y el habernos hecho amigos, no podía ser una sorpresa más bien recibida.

Olly carraspea, odiando interrumpir ese momento tan íntimo y cercano entre esos dos amigos.

—Volviendo al tema que nos ocupa —Olly toma en sus manos el bloc de notas y el bolígrafo—. El caso de Sandbrook se derrumbó durante el juicio —Hardy sale despedido de un caso al otro. Todavía no ha aprendido a ver venir ese nombre con S, aunque acecha a la vuelta de cualquier esquina—. Dígame qué fue mal.

—¿Lo dice en serio? —cuestiona la novata de ojos cerúleos, quien no puede creer que vayan a intentar indagar en ese caso, utilizando la excusa de una exclusiva. No entienden lo doloroso que es para su compañero, protector, jefe y amigo. No entienden la culpa que lo recorre cada vez que se menciona ese nombre.

—Lo dice muy en serio, querida —afirma Maggie, dándole una mirada de madre orgullosa a su colaborador del Eco—. Es mi protegido —menciona, antes de posar su mirada en ella—. Como usted es la del inspector, si no he errado el tiro.

—¿Haciendo como su amiga Karen White? —cuestiona el escocés, más para ganar tiempo que para otra cosa.

Señor —intenta calmar su ánimo la pelirroja.

—Yo no soy ella —contesta Olly con firmeza. El chico complaciente está adquiriendo autoridad—. Los hemos visto actuar, a ambos —recalca—. Sabemos que está haciendo lo mejor para la familia, para el pueblo —lo halaga, y Alec se sorprende por esa evidente muestra de confianza, y además por parte del sobrino de Miller. Está dejando a un lado sus rencillas personales con él, esforzándose por esclarecer lo que realmente sucedió en ese maldito caso—. Y no creo que fuese diferente en Sandbrook —niega con la cabeza—. La disposición de su oficial también lo demuestra, con esa absoluta confianza que le profesa —indica, rememorando sus palabras de hace unos instantes, y la joven de ojos cerúleos asiente imperceptiblemente—. Así que, dígame qué sucedió. Cuándo se estropeó todo —le pide con nerviosismo. Todos han estado deseando saber la verdad sobre ese turbulento caso—. No puede mantenerlo en secreto siempre.

La verdad es que Alec había pretendido mantenerlo en secreto. Llevárselo hasta la tumba si hacía falta, pero con su carrera en las últimas, hoy el canto de sirenas de un alivio inminente. Da una ligera mirada a su subordinada de claros ojos, en cuyas manos ha puesto incluso su seguridad y vida, confiando en ella su condición. Finalmente, suspira pesadamente, preparándose mentalmente.

—Tal vez tenga razón. Ya va siendo hora de desvelar lo que sucedió —Maggie y Olly, que habitualmente están en comunicación constante por medio de notas garabateadas o miradas secretas, no han cruzado la vista desde que Hardy ha empezado a hablar. Sandbrook tiene absortos a todos los periodistas—. Teníamos a un sospechoso principal, pero todas las pruebas eran circunstanciales —comienza, y se quita las gafas—. Pero durante la búsqueda de un coche que había vendido —se cruza de brazos, esforzándose por mantener la calma—, una de mis subinspectoras encontró el colgante de una de las chicas. Tenía muchas huellas. Era la prueba definitiva —se explica, y la mirada cerúlea de la muchacha a su lado se torna glacial, pues está analizando sin percatarse de ello, su lenguaje corporal—. Mi... —hace una pausa significativa— ...subinspectora llevaba la prueba precintada a comisaría, y... —se interrumpe sin previo aviso, lo que le sorprende incluso a él mismo. Revive la historia con mucha frecuencia, pero la diferencia entre pensarla y decirla en voz alta, contársela a alguien, es increíble. Carraspea—. ...Se paró en un hotel a tomar algo. Y le robaron en el coche —todavía puede ver el interior de aquel coche mejor que el que conduce hoy—: se llevaron la radio, algunas pertenencias, y el bolso. Rompieron el cristal. Un hurto rápido. Hecho por críos, probablemente.

—También se llevaron el colgante —aventura Cora correctamente, atreviéndose a intervenir.

Alec le dedica una mirada, logrando ver, inclusos sin sus gafas, todos sus rasgos con claridad.

—Si —afirma de forma contundente—. Y jamás conseguimos cerrar el caso —suspira, abatido, desviando la mirada, apartándola del rostro de Olly—. Él todavía sigue suelto —no importan las horas que se empleen, ni los esfuerzos que hagan. Alguien mete la pata de esa forma, y todo queda reducido a esas cuatro últimas palabras.

"De modo que se llevaron el colgante del coche de su subinspectora... Pero entonces, ¿por qué tiene esa mirada tan triste? ¿Tan desoladora? ¿Y por qué se paró esa subinspectora en un hotel, cuando debía, según el protocolo, llevar la prueba a la comisaría lo antes posible?", piensa la de cabello taheño de forma atropellada, habiendo notado algunas micro expresiones en la persona que admira, como la tensión de su mandíbula, el leve quiebre en su tono de voz... Entre muchas otras.

—¿Por qué se paró la subinspectora en ese hotel? —quiere saber Olly.

La pregunta corroe los huesos de Hardy, llegando hasta la médula. Mira los gastados muebles de la redacción, como buscando una vía de escape. Piensa muy en serio que, si va a sufrir un ataque fatal al corazón, aquel podría ser el momento oportuno. Pero los estantes no se separan para dejarle escapar, y el corazón le late con regularidad. Aprieta los dientes con rabia contenida. Una rabia que ha guardado desde aquel entonces.

Olly y Maggie intercambian una mirada expectante, nerviosa, al ver ese gesto. Saben que su respuesta es de gran importancia para entender lo que realmente sucedió en ese caso.

—Tenía una aventura con otro de los inspectores del caso —dice con un gran dolor en sus palabras, cruzándose de brazos—. Les apeteció celebrarlo.

"Oh, no... No puede ser", los ojos de la oficial se abren con pasmo durante una milésima de segundo, pues ha notado el tono extremadamente dolido de su amigo en sus palabras. La connotación de éstas y lo que podrían implicar, teniendo en cuenta su tono, se hace tan real como una bofetada que corta el aire.

Maggie se lanza sobre esa verdad a medias como un sabueso hambriento.

—Pero ya se informó sobre eso. El Herald publicó la historia. Pero dijeron que había sido usted. Su coche.

—Usted se echó la culpa —sentencia Cora de forma asertiva, no apartando ahora sus ojos de él, pues ni siquiera necesita la confirmación de sus palabras para contrastar lo que, tan claramente, ha podido notar. Conoce lo bastante a Alec para saber por qué haría algo como eso, cuando ya le ha demostrado que estaría dispuesto a hacerlo con ella, para protegerla.

—¿Pero por qué? —cuestiona Maggie.

—Sucedió en mi turno.

—Pero ella le falló —Olly no podía haber elegido una frase más adecuada. Están muy cerca de entenderlo por sí mismos, y Alec desea que hagan la suposición acertada.

"Lo siento tanto, Alec...", piensa la oficial de cabello rojizo. Se atreve entonces a posar su mano en el hombro de su jefe. Pareciera que estuviera a punto de desmoronarse en ese preciso instante. Es plenamente consciente de que no puede hacer más que apoyarlo, por lo que, es exactamente lo que pretende hacer.

Al inspector le basta con notar la cálida mano en su hombro para comprender que, al menos, Coraline Harper no ha pasado por alto esos indicios, y como siempre, su brillante mente ha hecho la conexión. Lo sabe. Nunca habría pensado que se sentiría tan aliviado al tener a alguien que lo apoyase. Alec asiente con la cabeza brevemente, indicándole a su protegida que le agradece aquel gesto, y traga saliva.

—Esa subinspectora... —nuevamente hace una pausa, no viéndose capaz momentáneamente para continuar— ...era mi mujer —suelta de pronto, esforzándose por mantener la calma, y que no se le quiebre la voz. Nota cómo el agarre en su hombro se vuelve más firme. La neófita le propina un apretón—. Y tenemos una hija. No quería que ella supiese lo de su madre.

Espera a ver una expresión triunfal en sus caras. Ahora su exclusiva tiene un carácter sexual, al fin y al cabo. El peor policía de Gran Bretaña es un cornudo. Pero Maggie parece sentir pena por él.

—Así que...

—Ha cargado con la cupa, con las críticas todo este tiempo —sentencia Olly, al ver que se le quiebra la voz, no logrando continuar. Ahora puede ver a la persona bajo la fachada, al hombre tras la máscara imperturbable.

—La familia cree que fue usted. Pero no fue usted —Maggie anota las últimas declaraciones del inspector—. Eso es lo que le hizo enfermar, ¿verdad?

—La gente necesita saberlo.

—¿Lo necesita? —Alec adopta una actitud defensiva ante las palabras de Olly. Lo observa, aun con los brazos cruzados y una mirada algo vidriosa—. ¿De verdad? ¿Por qué?

La visión de Hardy se vuelve borrosa nuevamente, pero esta vez debido a las lágrimas. Hecha la cabeza hacia atrás, como para intentar que el agua vuelva a los ojos, y mantiene la cabeza así hasta que enfoca de nuevo el techo. Nota que la mano de su oficial ha pasado de su hombro a su espalda, acariciando ésta suavemente a modo de consuelo.

—Hágame un favor, y cuéntenselo primero a la familia Gillespie, ¿vale? —les pide, intentando mantener las lágrimas a raya—. Dígales que no me he rendido con Sandbrook, y que el caso sigue abierto —su voz se quiebra mientras habla, empezando a sollozar. La mano en su espalda le propina consuelo en forma de amables caricias—. Y después hagan lo que les dé la gana. Llamen a su amiga Karen: es lo que ella siempre ha querido —le indica, notando que la mano de su protegida se retira de su espalda, su apoyo siendo sustituido por su amable y comprensiva mirada. Suspira, intentando volver a tomar el control de sí mismo—. Con una condición —recalca—: no nombren a la inspectora.

Da leves golpes con su dedo índice en la mesa, para dar énfasis a cada palabra. Posa sus ojos castaños en Maggie. Ella, al igual que Olly, están sorprendidos por la aparente humanización que ahora advierten en Alec Hardy. Habían dejado que los prejuicios sobre él, que su carácter tosco los guiasen, formando una opinión sobre él. Pero era una opinión superficial. No tenían ni idea del auténtico carácter del hombre frente a ellos, que se ha sincerado por completo sobre uno de sus mayores fracasos profesionales. Pero ni siquiera fue SU fracaso, sino que cargó con la culpa de las acciones de otra persona. Sus actos, que dicen más que su ademán y sus palabras, han probado que es alguien de confianza, alguien que, como la oficial Harper ha mencionado, ante todo, siente pasión por su trabajo.

Coraline observa a su jefe bajo otro prisma. Hay muchas capas y facetas que conforman la identidad de Alec, pero ha empezado a desvelar cada una de ellas: jefe, profesional, confidente, protector, amigo, padre... Y ahora, hombre. Es una persona que ha sufrido más de lo que ella habría podido imaginar. La neófita es aún muy joven para llegar a entender la magnitud del dolor que siente su amigo, pero hará lo posible por estar ahí e intentar apoyarlo. Como sea. Ahora que comprende, en cierta forma lo sucedido con Sandbrook, y por qué todo ese dolor lo hiere tan profundamente, la joven no puede evitar sentirse airada: "¿Cómo pudo permitir que Alec cargase con la culpa de sus propias acciones? Entiendo que fuera por proteger a su hija, pero aprovecharse de ello, continuando su vida como si nada, ¿mientras a él le provoca una enfermedad? ¿Por qué no intentó rectificarlo? ¿Y cómo pudo hacerle tanto daño de esa manera, estando con él? No solo perdió la prueba principal del caso, sino que lo hizo mientras lo engañaba con otro... No puedo comprenderlo. ¿Por qué una persona haría tanto daño a aquella que ama?", reflexiona la joven, aún con su mirada posada en su inspector. Siente una conexión más cercana entre ellos, pues, Alec no tenía obligación ninguna de llevarla con él, de permitirle escuchar ese relato, pero lo ha hecho. Si eso no es una muestra de la confianza que tiene en ella, en su amistad, no sabe lo que es.

—Bien —Alec rompe el silencio que se ha formado. Le ha dado el tiempo suficiente a recuperar el control de su voz—. Bueno, hemos terminado —indica, levantándose de su silla, antes de extender una mano a su oficial, a quien ayuda a levantarse de su propia silla.

Los agentes se marchan de la redacción del Eco de Broadchurch, incluso siendo más cercanos que cuando han entrado hace una hora aproximadamente. El inspector pide un taxi, y entra en él. La muchacha, sin embargo, debe pasar primero por el Traders, por lo que se despide de su jefe por el momento, indicándole que lo verá en unos minutos.

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