Capítulo 33
Hardy, ahora sentado en la sala de interrogatorios, con Cora a su izquierda, examina a Nigel Carter desde el otro lado de la mesa. Se da cuenta por primera vez de lo joven que es. Puede que sea incluso más joven que su novata de ojos azules. La cabeza afeitada le proporciona años, pero aún conserva algo infantil, con sus ganas de agradar y sus miembros desgarbados. Por su parte, Cora lo observa concienzudamente: todo el arsenal de armas encontradas en su casa, además de la ballesta la hacen inquietarse.
"¿Acaso es un psicópata? ¿Está interpretando el papel de idiota feliz? No, esa no parece ser la respuesta correcta. Es cierto que parece un adolescente encerrado en el cuerpo de un adulto, ya sea por sus manierismos o reacciones, como ese tic nervioso que lo impulsa a sonreír ante una situación tensa... Como hacen los niños. Pero no es un psicópata. Habría mostrado otras características, como el intento de camuflaje en la sociedad exhibiendo un comportamiento ejemplar o modélico; la carencia total de empatía, y la necesidad obsesiva por el control", analiza brevemente, apuntando sus suposiciones en su cuaderno electrónico.
Nota que Alec posa sus ojos en su libreta, asintiendo imperceptiblemente, de modo que solo ella se percate de ello. El hombre de acento escocés se mortifica por no haber ahondado adecuadamente en las lagunas de la declaración original de Nigel. El testimonio de Susan y la ballesta lo han cambiado todo. Podrían enfrentarse a un auténtico psicópata, aunque el análisis de su compañera descarte esa posibilidad.
Con el reloj implacable en su contra, no hay tiempo para preliminares. Tienen que sonsacarle la información como sea. Por ello, Harper empieza presionándolo.
—Cuéntanos dónde estuviste la noche que mataron a Danny Latimer.
Nigel sonríe aturdido. Nuevamente, se hace presente ese tic en su rostro. La pelirroja sabe que es un acto reflejo, que no puede evitar sonreír por los nervios que lo dominan, pero nota claramente que su inspector, a pesar de ello, no lo aprecia en absoluto. Lo entiende: una sonrisa nerviosa o despreocupada en una tesitura como esta, provocarían desconfianza. Es como si estuviera riéndose de ellos en su cara.
—Hablamos de esto hace siglos, cuando arrestó a Mark —responde, rememorando ese momento con viveza—. Estaba en casa, viendo la tele con mi madre.
—¿Qué estaban viendo? —cuestiona Alec, cruzándose de brazos.
—Un programa de cocina. A ella le encantan.
Hardy desliza con suavidad la fotografía de Susan Wright por encima de la mesa. El rostro de Nigel se torna cadavérico al verla. Y su expresión facial se contrae en una señal inequívoca de furia y asqueo contenido.
—¿Conoce a esta mujer, Nige?
El joven apenas mira la fotografía, ignorando por un momento la pregunta del hombre castaño. Cuando se percata de que no ha dicho nada, quizás porque ha hablado en su mente, el joven niega con la cabeza.
—Creo que no.
—¿Tienes perro? —interviene la oficial, dispuesta a intentar encontrar la verdad. Debe averiguar la razón tras la sustracción del perro.
—No exactamente—un músculo de la cara se contrae en un gesto tenso.
—¿No exactamente? —la agente se muestra algo despectiva—. ¿A veces sí, y a veces no? ¿Tienes un perro a media jornada? —cuestiona, intrigada.
El tono de la pregunta, así como de la pregunta en sí, provocan que Nigel sonría, divertido.
—No...
—¿Le parece divertido? —el tono de Hardy es cortante.
La sonrisa se le borra de un plumazo, como si alguien hubiera pulsado un interruptor.
—No tengo perro —insiste de pronto en un tono apremiante.
—¿Y por qué había un perro en tu jardín trasero? —Cora insiste en esa línea de interrogatorio: queda claro por la desviación de su mirada, por ese tono apremiante, que les esta mintiendo. No solo conoce a la propietaria del animal, eso es innegable, sino que, sin duda alguna, sustrajo al perro con la clara intención de afectar a Susan Wright.
Nigel Carter se encoge de hombros ante esa pregunta, intentando desviar su atención.
—Alguien me pidió que se lo cuidase.
—La dueña —recalca Alec, dando ligeros golpes a la fotografía sobre la mesa con su dedo índice—: esta mujer, Susan Wright, a quién dice no conocer —Nigel está mirando a cualquier parte excepto a la foto. Hardy suspira—. Si va a mentirme, a mentirnos —hace un gesto hacia la de ojos cerúleos—, sea coherente —lo amonesta en un tono hastiado. No tiene tiempo que perder, y que Nigel quiera entorpecer el caso no ayuda. De hecho, solo lo hace enfadar aún más—. Porque hay un problema con su coartada para la noche en que murió Danny Latimer, la que nos contó cuando estábamos interrogando a Mark. Entonces fue suficiente —clava su vista castaña en el joven, quien parece empequeñecer bajo su severa mirada—. Pero ahora no —recalca, y ambos agentes notan perfectamente cómo un escalofrío recorre la espalda de su interrogado—. Su madre nos ha contado que no estuvo en casa toda la noche.
Coraline Harper consulta su libreta electrónica.
—Saliste a las 10:30 a tomarte algo. Eso nos contaste cuando Mark Latimer estaba aquí —recalca en un tono serio, leyendo la información que había apuntado semanas atrás. Cuando lo hace, posa su mirada en el joven frente a ella. Éste traga saliva al ver una mirada azul fija en él—. Así que, ¿dónde estabas, Nige?
Ellie está ahora frente a Susan Wright, intentando recordar si vio alguna vez a esta mujer y a Nigel en el mismo sitio, por no decir hablando. Desgraciadamente, no le es posible recordarlo.
—Debe conocer muy bien a Nige, para distinguirlo de noche, a tanta distancia —alaba su vista, pero nota que Susan está distraída, escudriñando el asiento vacío a su lado. Parecía infundirle cierta seguridad y calma la presencia de la novata allí—. ¿Cuándo lo vio por última vez?
—Hace un par de semanas —su voz se espesa, debido al cariz de la situación—. Vino a la caravana —le comenta—. Tenía una ballesta. Amenazó con matarme.
A Ellie la recorre un escalofrío al escuchar esas palabras. ¿Nigel la amenazo? ¿Por qué? Conoce a ese joven desde hace tiempo, y nunca lo habría tomado por alguien así. Se pregunta cómo ira el interrogatorio de Harper y Hardy. Además, se pregunta también que expresa su cara, porque, definitivamente, no se esperaba eso. ¡Es una agente de policía, por el amor de Dios! ¡Ella debería saber que en Nigel tiene una ballesta! Ahora se pregunta si Susan ha recurrido a esta versión para distraerlos de otra cosa. No es un secreto que Nigel estaba muy unido a Danny, y que ya fue interrogado.
—¿Y por qué hizo eso?
—Pregúnteselo a él —indica Susan, decidida a no soltar prenda.
—Se lo pregunto a usted —recalca Ellie con un punto de dureza en la voz.
—No le gustaba lo que yo decía.
—¿Y qué le decía?
—No me acuerdo.
Ellie se ha vuelto a perder. Cómo agradecería que Cora estuviera allí, con ella. Hace todo lo posible por no gritar. Si Susan se da cuenta del alcance de su desesperación, pueden darse por vencidos.
—¿No recuerda lo que hizo para que un hombre la amenazase con una ballesta?
—No, la verdad es que no —las respuestas de Susan dejan clara la evidencia de que, la anterior predisposición amable, con la guardia baja, era en parte producto de la presencia de la neófita en la estancia. Ellie reza por lo bajo todas las oraciones que se le ocurren, esperando que coopere con ella.
—Le pasa a menudo, ¿no?
—Algunas veces —concede Susan, pues sabe que ahora están jugando al gato y al ratón—. No siempre con una ballesta.
—¿Así que Nige la amenaza por una razón desconocida, y usted lo acusa de asesinato?
Susan mira con dureza a los ojos de Ellie, y habla con una seguridad sólida como la piedra.
—Lo vi cargar con el cuerpo.
Nigel tiene la boca abierta, pero no dice nada. Parece similar a un pez en la pecera: abriendo y cerrando la boca, como si quisiera decir algo, pero no encontrase ni las palabras, ni la forma para hacerlo. Cora intercambia una mirada con su superior. Es hora de cambiar de tema. Con un ligero esfuerzo, por lo pesada que es, saca la ballesta, la cual queda dentro de una bolsa transparente. La coloca encima de la mesa de interrogatorios.
—¿Es tuya?
Nigel parece cauteloso ante esa pregunta. Cualquiera lo estaría, ya que parece una pregunta capciosa, diseñada y realizada para hacerlo inculparse de algo. Pero no lo niega. De hecho, asiente vehementemente.
—Si —asevera en un tono inseguro—. La guardaba en el cobertizo.
—¿Jugaba a videojuegos con Danny? —intercede Hardy, quien tiene como objetivo desorientar a su interrogado, para así, hacerlo bajar la guardia. Con la confusión, es más probable que cometa un desliz, sacando a la luz algo de esa información que, tan desesperadamente, parece querer ocultarles.
"Es extraño... Hay algo en su ademán, en sus ojos, ese gesto tenso de la boca, que me recuerda a...", detiene en seco sus pensamientos al escuchar la voz de Nigel. La posibilidad que ahora hay en su mente se desvanece tan pronto ha llegado. Como esperaban, el cambio de tema lo ha desconcertado por completo.
—Jugábamos al Call of Duty, sí —afirma, dejando que una sonrisa añorante aparezca en sus labios. A diferencia de sus habituales tics faciales, esta sonrisa es genuina—. Unas veces con él, y otras veces también con su amigo Tom.
—¿Estaban muchas veces juntos?
Nigel abre mucho los ojos, como si acabara de captar el significado implícito de la pregunta.
—Y yo qué sé —se encoge de hombros—. No me he parado a pensar en eso. Solo era el chaval de Mark y Beth —se sincera en un tono algo más suave—. Lo veía cuando iba por allí.
Hardy hace como que consulta la carpeta que tiene delante.
—¿De qué conoce a Susan Wright? —pregunta finalmente, volviendo al quid de la cuestión.
—No quiero hablar de ella.
"Vaya, el rencor de Nigel por Susan es palpable, y casi pareciera que le sale por los poros. No puedo asegurarlo, pero parece ser por algo extremadamente personal e íntimo. Debe de estar muy a flor de piel para manifestarlo con tanta rapidez. Podemos presionarlo con eso... Algo me dice que está a punto de cantar", reflexiona la analista del comportamiento, esbozando una leve sonrisa triunfal.
Alec se percata de su sonrisa, pues al igual que ella, ha notado ese cambio de 180º en Nigel, y queda claro también para el que, ese tema es delicado y pueden seguir por esa línea de interrogatorio. Si aumentan un poco la presión, tal y como piensa Harper, Nigel Carter debería hablar al fin.
—Tendrían que arrestarla a a ella —se expresa el joven con una furia que parece llenar todo su cuerpo—. Detenerla por acoso —formula, y ambos agentes de policía fruncen el ceño, esperando a que continúe con sus acusaciones—. Le dije que me dejase en paz, pero no lo hace.
—¿Cuándo empezó a acosarle? —tercia Alec.
—Cuando llegó aquí —se sincera con ellos, con un tono claramente molesto y desquiciado—. Hará cuatro o cinco meses —hace memoria—. No pudo soportarlo más —niega con la cabeza, su tono de voz claramente cansado y desesperado.
—¿En qué consiste ese acoso, Nigel? —habiendo superado su estallido, no dice nada.
—Susan Wright nos ha dicho que cree que usted asesinó a Danny Latimer —sentencia Alec, y aquella frase logra reactivar la ira en el joven frente a ellos, quien esboza una sonrisa incrédula—. Dice que lo vio en la playa, en una barca, llevando el cuerpo de Danny hasta la orilla.
—¡Pues miente! —entre los labios de Nigel se forma una burbuja de saliva.
—¿Llevo usted el cuerpo de Danny hasta la orilla? —el inspector de delgada complexión decide aumentar la presión.
—¡No!
—¿Mató usted a Danny?
—¡No! ¡Era el hijo de mi mejor amigo! ¿¡Por qué iba a hacer eso!?
—¿Y por qué Susan Wright dice lo contrario? —debate Cora, interviniendo en la conversación, cruzándose de brazos tras suspirar pesadamente. Su tono calmado consigue relajar los ánimos en la sala de interrogatorios—. ¿Qué es lo que sabe para acusarte de esta forma, Nigel?
Nigel se encoje de hombros de un modo casi imperceptible, como reconociendo su derrota. En ese preciso momento, la joven de piel de alabastro haría un gesto de victoria: ya está. La presión ha podido con él, y está a punto de revelarles la información que necesitan para empezar a conectar los puntos y las piezas del rompecabezas. Los labios de Carter se mueven, ensayando en silencio lo que va a decir. Hardy ha visto aquello las suficientes veces, para saber que una confesión solo durará unos segundos, pero necesita un tiempo para formarse.
Pero incluso Alec se queda pasmado cuando Nigel dice con voz queda:
—Dice que es mi madre.
El escocés intercambia una mirada con su subordinada de cabello taheño, comprobando que esas noticias no la han descolocado, o al menos, no del todo. Son inesperadas hasta cierto punto, sí, pero no sorprendentes. De hecho, parece estar recomponiendo las piezas de un puzle en su mente. Está claro que la oficial había hecho una mínima conexión entre ellos a los pocos minutos de empezar el interrogatorio.
Ellie Miller casi pega un salto, cuando el toc-toc-toc de la puerta rompe con la tensión de la sala de interrogatorios. Hardy le hace señas para que salga al pasillo. Harper está a su lado, con una expresión entre suspicaz y decidida.
—¿¡Su hijo!? —repite la castaña como un eco.
—Debería haberme dado cuenta antes —menciona Cora, negando con la cabeza—. Comparten ciertos rasgos genéticos que se han heredado, como la forma del lóbulo de las orejas, la forma de los ojos, o incluso algunas expresiones familiares, como ese gesto tenso en su mandíbula —suspira pesadamente, apoyada en la pared del pasillo—. Lo siento. He sido descuidada.
—No pasa nada, Harper —señala Alec.
—¿Y le acusa de asesinato? —Ellie está perpleja—. ¿Pero qué coño hay entre estos dos? —por lo menos, ahora hay un vínculo. Dos piezas imposibles de encajar en un rompecabezas, resulta que se unen entre sí a la perfección cuando se les da la vuelta.
—Mejor pregúntele a ella —comenta Hardy, apoyado en la pared junto a su compañera taheña.
Los tres vuelven a sus respectivos interrogatorios.
Cuando Susan se entera de que no Nigel ha soltado su secreto, Ellie observa algo muy parecido a la felicidad aparecer en su rostro.
—Es la primera vez que lo ha reconocido —al fin parece bajar la guardia, relajando los hombros—. Me lo quitaron cuando era muy pequeño, cuando pasó todo —se empieza a explicar—. No supe nada de él durante veinticinco años —su mirada se torna acongojada, melancólica—. Luego cambiaron la ley: se me permitía establecer contacto con él —el timbre de su voz expresa ese singular alivio que sintió, seguramente, ante la idea de recuperar a su hijo—. Me llevo año y medio localizarlo. La mujer que adoptó nunca se lo dijo —tensa la mandíbula, enarcando algo las cejas, en un claro gesto de molestia, e ira reprimida—. Escondió las cartas que le envié, solicitando el contacto, así que intenté verlo por otros medios —desvía la mirada, posándose den la ventana de la sala de interrogatorios: la luz del sol ilumina la calle—. Él no tenía ni idea de que había sido adoptado, hasta que yo se lo dije. De haberlo sabido, no lo habría hecho —parece extremadamente dolida cuando recuerda ese suceso en particular—. Reaccionó mal: no quería saber absolutamente nada de mí. Me rechazo. Me evitó —el dolor de esas palabras logra hacer estremecerse a la policía de cabello castaño—. Intentó comprarme, y cuando eso no funcionó, me amenazó con una ballesta —Ellie, que hasta ese preciso momento había interpretado el tono de Susan como indiferencia, ahora oye la paciencia ilimitada de una madre—. Sé que cambiaría de opinión. Puedo esperar. Lleve lo que me lleve, es mi hijo.
—¿Sabe él lo de su familia? —intercede Miller—. ¿Lo que pasó?
Susan entrecierra los ojos de forma peligrosa.
—No quiero que se lo diga —su voz es un chirrido grave, como un cuchillo en la garganta. De estar a solas, Ellie quedaría aterrada, temblando como un flan. Ahora entiende porque Maggie se tomó tan a pecho la amenaza de Susan.
Se frota los ojos. Ahora está cerca de entender el comportamiento de Susan, pero una palabra inadecuada, y se volvería a cerrar en banda. Si eso sucede, ni siquiera con la ayuda de Cora podrán hacerla cooperar. Tiene que escoger muy bien sus siguientes palabras.
—Se lo prometo —dice, intentando ganarse su confianza—. Pero Susan, hay algo que no consigo entender: si es su madre y quiere reconciliarse con él, ¿por qué dice que lo vio en la playa del acantilado esa noche? —cuestiona, claramente confusa por su motivación—. Yo también soy madre, y por muchas atrocidades que hubiera hecho mi hijo, siempre lo protegería —no puede si quiera imaginar una razón para que una madre quiera inculpar de asesinato a su propio vástago.
—Estoy protegiéndolo —sentencia Susan con un punto de dureza en la voz, uno que incluso deja aún más sorprendida, y algo helada, a Ellie—. Se lo he contado porque tengo miedo'... Por mi hijo —su voz, hasta hace unos segundos determinada y dura, se resquebraja como el papel, y un tono incómodo, algo atemorizado, impregna ahora sus palabras—. Porque no es culpa suya —a Susan le empieza a temblar toda la cara—. Es hijo de su padre: ¿de qué será capaz? ¿Qué habrá hecho ya? No puedo dejar que suceda. Otra vez no.
Nigel Carter ha pasado de ser un hombre de pocas palabras, a tener una incontinencia emocional absoluta, y lo único que puede hacer Hardy para descifrar lo que está diciendo, es dejarle hablar y seleccionar la información relevante. Confía en que Harper pueda llevar a cabo esta parte del interrogatorio. Ha notado la disposición favorable hacia su oficial, y espera aprovecharla en su beneficio. Tal vez sea porque se encuentran próximos en edad, o tal vez, porque la de cabello taheño es alguien muy accesible.
—No sabía que era adoptado hasta que llegó ella —confiesa—. Es como si todo lo que creías saber de ti no fuera verdad —suspira, posando sus ojos en la superficie de la mesa de la sala—. Lo se: fue una tontería amenazarla con la ballesta, pero con todo lo que estaba pasando... Ella —se interrumpe—. Este no es su sitio —niega con la cabeza—. Ya es todo bastante duro. Tiene que irse de aquí.
Hardy se mantiene impasible, al igual que su compañera. Estar dolido no significa ser inocente. De hecho, esto lo convierte en un individuo más profundo y complejo de lo que ellos hubieran supuesto. Ha quedado demostrado que Nige tiene tendencias violentas, o por lo menos, a la agresividad con cierto control. Esto desde luego no juega en su favor.
—Nige, debes decírnoslo —lo exhorta la muchacha—: ¿dónde estuviste la noche que murió Danny? —cuestiona, antes de suspirar—. Sé que es difícil, pero te sentirás mucho mejor cuando lo hayas soltado —añade, observando que aún mantiene cierta reticencia, la cual se disipa con sus ultimas palabras. Parece haber conseguido calmarlo, o al menos, propiciarle una sensación de seguridad.
Nigel está a punto de limpiarse la nariz con la manga, cuando la oficial, en un esfuerzo por disipar la tensión de la sala, le extiende un pañuelo. Él lo acepta, y como hiciera su madre anteriormente, parece agradecido por su amabilidad. Cora sonríe para sus adentros: puede que Nige no quiera reconocerlo, pero sin duda tiene cierto ademán y reacciones propias de Susan, su madre. Ella las ha reconocido al momento.
El fontanero se suena la nariz y procede a contestar a la pregunta de la chica.
—Esa noche salí solo durante un par de horas—comienza, y Hardy da gracias por la presencia de Coraline. No hay nada mejor que una analista del comportamiento, experta en hacer que la gente hable—. Fui al campo. Subí a la finca que está pasando Oak Farm —añade, antes de esbozar nuevamente esa sonrisa nervosa—. Allí crían faisanes. Así que fui, y me llevé un par de ellos —se explica en un tono avergonzado, finalmente revelando dónde se encontraba aquella fatídica noche—. ¡Es que tienen decenas: ni se enteran!
El inspector necesita unos segundos para procesar la respuesta. Suspira pesadamente.
—¿Estaba robando faisanes? —Alec apenas puede creer lo que oye. ¿Mentir a la policía que lo interrogó, en el curso de una investigación por asesinato, y ahora lo hacen nuevamente, solo porque estaba cazando furtivamente? De todas las gilipolleces con las que ha tenido que enfrentarse allí, aquella se lleva la palma.
—Sí. El carnicero del pueblo me los quita de las manos —se sincera—. No es que... —traga saliva—. Me vaya a hacer de oro trabajando con Mark —queda claro que es alguien ambicioso—. Pero me olvide de repostar la furgoneta, así que saque un poco de Diesel de un tractor, aspirándolo, y luego... Corté la valla de alambra para que pareciese un robo, con una entrada forzada —Hardy recuerda vagamente los primeros gritos que oyó en Broadchurch: las voces el amanecer en lo alto del acantilado, el granjero montando en cólera, le cerca cortada. No le proporciona placer saber que es el único delito que ha resuelto desde que llegó—. Pero ni me acerqué a esa playa —insiste Nigel en un tono férreo—. Lo que ella creyó ver, es falso.
Hardy intercambia una mirada con su compañera. Ya no tiene la menor idea de cuál, si es que lo va a hacer alguno de ellos, dice la verdad.
"Por un lado, Susan acusa a Nigel, su hijo, de ser el asesino de Danny Latimer... Por lo poco que sabemos de ella, así como de su historia, no es difícil imaginar que, horrorizada por lo acontecido en su pasado, quiera evitar que su hijo se convierta en un monstruo, como su padre. ¿Pero acaso culparlo del asesinato de Danny es la mejor opción? Por el rechazo que demuestra Nigel, me da por pensar si Susan no estará intentando incriminarlo por el hecho de que no quiera saber nada de ella", reflexiona para si misma la oficial, cerrando los ojos, intentando poner sus pensamientos en orden. "Por el otro lado, tenemos a Nigel, cuya coartada es tan endeble como un castillo de naipes. Nadie puede atestiguar que estuviera cazando faisanes, pero tampoco encuentro un móvil para el asesinato de Danny Latimer. Ha quedado demostrado que es alguien con tendencias violentas, o por lo menos, a un comportamiento poco habitual, con ciertos tintes de patologías neurológicas. Hasta qué punto se deja dominar por ese lado violento, es desconocido, aunque solo parece aflorar cuando se trata de Susan Wright", continúa reflexionando con calma. "Los dos han amenazado a otras personas: Susan amenazó a Maggie Radcliffe con que a ella y su pareja las violarían, según me ha comentado Ellie en sus notas. Y Nigel amenazó a Susan con matar a Vince... ¿Pero qué clase de familia desestructurada y macabra es esta?", abre los ojos al fin, notando que su jefe la observa concienzudamente, como si quisiera saber en qué está pensando.
Ella decide apuntar sus pensamientos en la libreta, pero solo después de haber finalizado el interrogatorio. Tras suspirar habla con un dominio férreo de sí misma:
—¿Así que ella miente?
—Oficial, ni siquiera sé quién es.
La manecilla del reloj avanza, cerrando el espacio de otra hora.
El inspector sabe que necesitan jugar fuerte además de rápido. Distinguir lo que concierne a Danny, de lo que no. Si eso significa destrozar a Nigel para ver si se guarda algo, lo hará. Pasa las yemas de los dedos por encima de los documentos sobre Susan Wright. Lo cierto es que la policía de Essex se ha portado, y contiene fotografías de la escena del crimen, además de recortes de prensa. Son cosas horribles, incluso para el lector más distanciado. La conciencia de Hardy hace acto de presencia; tiene la voz de Harper. La neófita ahora lo observa, como analizando su lenguaje corporal, intentando averiguar qué piensa hacer. Duda un momento; el avance de la manecilla del segundero se impone a sus dudas. Nigel es un sospechoso: le han visto con el cuerpo. La información de estos documentos tiene relación con la testigo que le acusa.
Nota que su brillante oficial hace un leve e imperceptible gesto de negación con la cabeza, pues algo le dice, quizás su instinto, que dejar que este chico sepa la verdad sobre su familia, es un craso error. Podría desestabilizar por completo su vida y su mente. Y como analista del comportamiento, ya ha comprobado que la salud mental de Nigel, o al menos su predisposición, es extremadamente frágil. Como analista del comportamiento, no puede aprobar lo que su jefe está a punto de hacer, pero como policía, sabe que no tienen más remedio si quieren sonsacarle información o conseguir su cooperación.
—¿Quiere saberlo? ¿Quién es ella? —cuestiona en un tono sereno y algo distante el escocés—. Porque aquí hay noticias de periódico sobre ella, sobre su marido... Es su familia, Nige —Hardy empuja los documentos con cuidado por encima de la mesa—. Interrogatorio interrumpido a las 15:02 —sentencia, marcando la hora, antes de pulsar la tecla para detener la grabación de la cinta.
Se levanta, y junto con Coraline, sale de la estancia. Cierra la puerta con cuidado a sus espaldas, y ambos dejan a Nigel solo con su terrible herencia. El muchacho calvo no se revela como un lector precisamente veloz, pero las fotografías hablan por sí solas. Un prolongado y estrangulado sollozo llega a los oídos del inspector y su subordinada cuando llegan a las escaleras que suben a su planta de trabajo, donde se encuentran las mesas y el despacho.
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