Capítulo 30
A altas horas de la noche, el campo de juegos de los niños está desierto. Las hojas de los árboles tiemblan ante la leve brisa nocturna. De vez en cuando, una ráfaga fuerte empuja el columpio vacío, como si un niño fantasma estuviera sentado allí, y sus cadenas chirrían ruidosamente. Pero no hay nadie para escucharlas.
Unos pocos minutos después, la furgoneta de Mark Latimer se detiene en el aparcamiento de al lado. Una persona con capucha se apea de ella, y las botas le crujen en la grava al caminar. Abre la puerta que da al copiloto, y el hombre encapuchado saca una ballesta. La sujeta en su mano izquierda. Con la otra, sujeta una flecha. Se dirige a la parte trasera del vehículo, y abre las puertas traseras. Vince mira confuso a su nuevo amo.
—¿Qué vamos a hacer contigo, amigo? —Nigel Carter se baja la capucha, y apunta con su ballesta a la cabeza del perro.
Entretanto, Mark ha dejado durmiendo Beth y Chloe. Están agotadas tras las emociones del día de hoy, y no es de extrañar: hacía tiempo que no se divertían tanto todos juntos. Sí... Todos. Pensar en Danny, en todos esos momentos que está perdiéndose, ya ha provocado que muchas botellas de cerveza se amontonen como soldados en la mesa de la sala, listas para ser recicladas. Se levanta con pereza del sofá, y se acerca a la cocina. Saca otra cerveza de la nevera. Mira fijamente el patio delantero.
Entonces algo en su interior se rompe: necesita salir de esa casa. Necesita respirar aire fresco. Necesita liberarse de esa asfixia que le oprime la garganta. Se echa una sudadera con capucha para el frío de la noche, mete los pies en unas botas, y se dispone a atravesar el campo. La hierba es ahora una extensión verde sobre un fondo negro. A Mark enseguida lo engulle la negrura de la noche.
Al otro lado del campo, Paul Coates aparta un vaso de zumo de naranja, como si quisiera algo más fuerte. Luego, como si hubiera tomado una decisión, se levanta con rapidez. Se tapa el alzacuellos con una capucha, y se pone unas botas.
Nuevamente, Tom ha salido de la casa a hurtadillas. No es la primera vez que lo hace. Ya se ha reunido con Jimmy, Bobby o Sam antes a esas horas, para explorar el vecindario. Pero esa noche es distinta. Todo es ahora distinto. Ahora se encuentra bajo un árbol del cementerio de San Andrés. Comprueba que no hay nadie mirando, y desliza su mochila de camuflaje de los hombros, dejándola en el suelo. Saca el portátil. Lo deja con cuidado encima de un tocón talado, antes de tomar una gruesa piedra. La levanta por encima de su cabeza, antes de dejarla caer violentamente contra el teclado. Una esquina se desprende, pero no le importa. Repite ese mismo movimiento una, y otra, y otra vez. La pantalla se hace añicos, y las letras del teclado salen despedidas en todas direcciones, quedando en la hierba como un alfabeto desordenado.
La cara de Tom está roja, y casi no puede respirar por el esfuerzo, cuando la carcasa se parte al fin, y deja al aire los circuitos interiores. El disco duro queda a la luz. Tom no consigue romperlo con sus manos ni pies, así que lo intenta nuevamente con la piedra. Está entregado una fuente de destrucción, por lo que no se percata al momento de que el reverendo Paul Coates lo está observando, desde detrás de la estatua de un ángel lloroso.
Tom se queda paralizado. Se suponía que no había nadie allí, a esa hora. ¡Todos deberían estar durmiendo esa noche! Un escalofrío lo recorre de arriba-abajo. Tiene miedo. Miedo de sus preguntas. Miedo de sus suposiciones. ¿Y si se lo dice a su madre? ¿Qué hará? Paul da un paso hacia él.
—Tom, ¿qué estás haciendo? —cuestiona, preocupado por el niño y el estado de agitación en el que se encuentra, con las mejillas encendidas, respirando agitadamente—. ¿Qué tienes ahí? —inclina el cuello hacia un lado, vislumbrando el portátil—. Si se trata de algo sobre Danny, tienes que decírselo a tu madre —se muestra amable y controlado.
—¡No metas las narices en esto! —exclama, dando un nuevo paso atrás, intentando poner distancia entre ellos—. ¡Si le dices a la policía que me has visto con este portátil, les que te vi tocando a Danny después de la clase de informática! ¡Y que él me contó que te dijo que no lo hicieras, pero te dio igual!
Paul da unos cuantos pasos más, pasando por encima de las letras alfabéticas dispersas por la hierba, en dirección a Tom. El niño empieza a achantarse, retrocediendo cada vez más.
—Yo pensaría con mucho cuidado en lo que acabas de decir.
—¿¡Qué pasa!? —chilla Tom—. ¿¡No eres capaz de defenderte sin tu Dios!?
El niño no está acostumbrado a desafiar a una persona con autoridad, y sabe que ha ido demasiado lejos. De pronto, el miedo lo invade: está a solas a unas horas intempestivas, y el asesino de su amigo sigue suelto. El rostro antaño amable de Paul, ahora le parece muy distinto bajo la luz de la luna. El menor se da la vuelta para escapar, y sale corriendo, desapareciendo en la noche, dejando olvidado el portátil.
Cuando suena el teléfono de la mesa de Harper, ésta tarda un segundo en decidir que prefiere que sea primero: si la coartada de Susan Wright, los informes policiales, o el maldito perro. Suspira pesadamente. Lleva cinco horas aproximadamente intentando encontrar al perro de la testigo. Espera que sea una llamada para darle buenas noticias. Por desgracia, no es ninguna de las noticias que esperaba, sino el sargento de guardia, comunicándole que se ha recibido una llamada que hace cambiar toda la investigación: por lo visto, han informado de una linterna en el interior de la escena del crimen. Es algo totalmente descabellado: ¿quién en su sano juicio, entraría en la acordonada cabaña de lo alto del acantilado? La respuesta es simple: el asesino de Danny. Todos, sin excepción, en algún momento se ven atraídos casi de forma compulsiva a volver al escenario del crimen. La pelirroja se levanta tan deprisa de su mesa, que los papeles y recortes de prensa encima de ésta, salen disparados por todas partes. La muchacha ni siquiera repara en ello, tomando sus pertenencias, y apresurándose en dirigirse al despacho de su jefe.
Hardy está en su despacho, ignorando completamente lo que acaba de suceder. En cuanto escucha unos pasos acelerados, desvía su vista momentáneamente del fichero repleto de hojas que tiene en su regazo. Nota que la novata tiene la chaqueta de su uniforme de trabajo en sus manos, y se ha colgado su bolso. La expresión de su cara le dice que es algo importante.
—Señor —empieza, antes de ser interrumpida por él.
—Dígame que ha encontrado al perro.
—No, pero...
—¡Encuentre al perro!
—Pero señor —ella entiende que está sufriendo una gran presión, pero esa no es excusa para que no quiera escucharla. Nuevamente, intenta hablar, hacerlo razonar, pero igual que hace unos segundos, su jefe pasa olímpicamente de sus palabras.
—¡Esa mujer no hablará sin su puto perro!
—Señor, con todo respeto —comienza, antes de levantar un poco el tono de voz, resonando por encima de la exclamación de Alec—: ¿¡quiere callarse un momento!?
Ellie, que ha sido atraída por la discusión entre ambos, ahora está en el umbral de la puerta.
—¿Qué me calle? —él parece sorprendido de que le haya ordenado eso. Nota cómo Miller por el rabillo del ojo, hace un esfuerzo por contener una carcajada.
—Acabamos de recibir una llamada del agente de guardia —se apresura en contarle, antes de que la amoneste o peor aún: le reduzca la paga por ese pequeño momento de insubordinación—: han entrado en la cabaña del acantilado.
—¿En el escenario del crimen? —Ellie parece sorprendida y horrorizada a partes iguales.
—¡Está precintado! —sentencia Alec, ahora en un tono urgente.
—Sí, pero alguien ha visto luces de linterna dentro —afirma la oficial.
En el breve silencio que sigue a sus palabras, todos saben lo que pueden encontrarse en ese lugar: o bien es una grotesca broma, en cuyo caso solo perderán el tiempo, o bien se trata del propio asesino, y esta puede ser su mejor oportunidad para detenerlo.
—No se queden ahí pasmadas, Miller, Harper —el inspector apenas se queda inmóvil por mucho más tiempo, despojándose de sus gafas, tomando su abrigo en sus manos, poniéndose en acción. Ellie, por su parte, también ha cogido su abrigo y bolso—. Vamos.
De camino al coche de la sargento, ésta se cuelga el bolso en bandolera, llamando para pedir refuerzos. Cora por su parte, cuelga su bolso de su hombro, entrando en el vehículo, sentándose en el asiento del conductor. Arranca el motor a los pocos segundos, empezando el recorrido por las nocturnas calles. Mientras ella conduce, Alec hace una llamada telefónica para ordenar que rastreen la llamada del teléfono del asesino. Las palmas de las manos de Ellie están húmedas mientras intenta tranquilizarse.
Posa su vista en el espejo retrovisor, notando que la principiante tiene el ceño fruncido, y agarra con fuerza el volante, casi con tensión. Se encuentra muy tensa y nerviosa. No es de extrañar... Sigue siendo su primer caso, y aquel será su primer encuentro con un asesino. Cuando gira el volante hacia el camino del acantilado, la joven de ojos cerúleos siente que se le seca la garganta. Por unos segundos la domina la sensación de que la solución está a punto de desvelarse, como por arte de magia, y que, a lo mejor, el asesino realmente ha cometido el error de volver a la cabaña. No sabe explicarlo, y no sabe si es su intuición, o si tiene sentido siquiera, pero en esa investigación ya nada lo tiene.
Cuando aparca el coche, a pocos metros del escenario del crimen, la neófita se da cuenta de que son los primeros en llegar. En una fracción de segundo, Cora toma la decisión de apagar los faros y parar el motor. "Debemos minimizar al máximo las posibilidades de ser descubiertos. Ante todo, hay que intentar contar con el factor sorpresa. Pero teniendo en cuenta el perfil de asesino, será mejor que estemos preparados para un enfrentamiento. Dudo mucho que vaya a rendirse sin pelear", piensa, caminando junto a su superior y su buena amiga. Ellie posa una mano en su hombro, como para infundirle ánimos. Se lo agradece con la mirada. Desde el aparcamiento, la cabaña parece estar sumergida en absoluta oscuridad. La cinta de policía se estremece con la brisa, y no ha sido manipulada. "Por favor, no me digas que ha sido una broma pesada por parte de un adolescente", piensa para sí misma, rezando, y extrañamente, esperando, que el asesino se encuentre en su interior.
La luna se esconde detrás de una nube, y los tres amigos tienen que confiar en sus linternas de bolsillo para seguir el camino embarrado. Con un gesto, Hardy le indica a la taheña que se ocupe de la parte delantera junto con Miller. Él por su parte, se ocupará de la parte trasera, en caso de que quienquiera que esté en el interior, intente escapar. Antes de separarse de ella, sin embargo, el escocés de delgada complexión se permite susurrarle a su protegida.
—Mantente cerca de Miller, y extrema las precauciones.
Ella asiente ante sus palabras, deseando que él tenga en cuenta sus propias palabras y se las aplique. El hombre se encamina con pasos firmes a la parte trasera del lugar, desapareciendo en la oscuridad a los pocos segundos. Ni siquiera el haz de luz de su linterna se distingue en esa noche tan cerrada. Ellie da unos pasos hasta la puerta delantera de la cabaña, con Cora a su lado. Los cristales de la ventana forman una cuadrícula de espejos negros. Dentro, no hay señales de vida. La de piel de alabastro se resigna al hecho de que, en el mejor de los casos, han sido niños que estaban gastando una broma, y en el peor, que han tenido allí al asesino, y se les ha escapado.
La castaña acerca su rostro al cristal para estar segura.
—Cuidado, Ellie —susurra la de ojos azules, preocupada porque algo le suceda.
De pronto, la puerta se abre con un embiste violento, y golpea a la sargento de policía en la cara, provocando que casi se caiga encima de la pelirroja. El dolor irradia desde su nariz, y consigue dejarla aturdida durante unos segundos. Consigue levantarse del suelo con ayuda de la novata. Cuando recupera la visión, tiene el tiempo justo de ver una figura con capucha pasando a su lado: blanco, demasiado alto para ser una mujer, complexión fuerte, ni muy delgado ni muy gordo. Empieza a desaparecer, corriendo colina abajo como alma que lleva el diablo.
—¡Quieto! ¡Deténgase! —exclama la joven oficial, comenzando a correr tras el asesino.
—¡Señor! —exclama Ellie.
Desde el otro extremo de la casa, el ruido ha atraído a Hardy. Le lleva un segundo comprobar que Miller se encuentra bien, antes de posar su atención en su neófita. Las oscuras y frías manos del miedo agarran su corazón al verla correr tras el asesino. Sin pensarlo ni dos veces, sus piernas empiezan a moverse a un ritmo cada vez más rápido. Consigue alcanzar a la chica de ojos azules a los pocos segundos, pues la muchacha debe correr con unos botines que poseen algo de cuña, lo que implica que su superficie de apoyo es menor. Los haces de sus linternas son bolas blancas que rebotan en el suelo irregular. Un césped descuidado da paso a arena áspera, luego da paso a un entramado de tierra.
—¡Sospechoso en dirección al embarcadero, por el camino de West Harbour! —grita Ellie por su radio mientras corre tras sus compañeros. Una respuesta crepitante le dice que un coche patrulla está a unos minutos de distancia.
Hardy no va tan deprisa cómo podrían sugerir sus largas piernas. De hecho, no avanza mucho más rápido que Coraline. El sospechoso salta la cerca de alambre, y entra en el varadero con la facilidad de un gimnasta.
—¡Quieto! —exclama el inspector, sintiendo que el aire frío entra en sus pulmones como cuchillos.
Para cuando Alec y sus dos subordinadas realizan el mismo movimiento, trepando con torpeza, su hombre ha desaparecido, amparado por la oscuridad y el laberinto de cascos brillantes de las embarcaciones.
Una vez en el embarcadero, las cosas son confusas. El sonido rebota en las barcas, distorsionando el sentido de orientación de los agentes. El asesino no ha podido escoger un lugar mejor para intentar despistarlos. Cora decide desviarse por un lateral, vigilando la posible ruta de escape hacia el pueblo de Broadchurch. Si el asesino intenta escapar, ella hará lo posible por detenerlo. Sin embargo, debido a que deben moverse con un silencio casi sepulcral, no tiene el tiempo ni la oportunidad de avisar a sus superiores de su plan. Se desliza entre las sobras, apagando su linterna. Si el asesino no quiere ser visto, entonces ella obrará del mismo modo. Si él puede aprovecharse de la oscuridad, ella imitará sus movimientos.
Cuando el inspector escocés se percata de que Coraline ha desaparecido, la sensación de aprensión que lo había invadido al verla correr en su busca no hace sino aumentar. Maldice para sus adentros. "¿En qué estás pensando, Cora? ¡Insensata! ¡No podrás detenerlo tú sola!", piensa para sí mismo Alec, notando que esa mano fría agarra nuevamente su corazón. "No... No intentas detenerlo. Intentas darnos la oportunidad de atraparlo", analiza, pues la conoce lo suficiente como para saber que ella, ante todo, respeta sus órdenes. Al haberle ordenado que extreme las precauciones, está seguro de que hará lo posible por hacerlo. El no tenerla a su lado, hace que un sudor frío le recorra la espalda. Pero ahora mismo no puede gritar por ella, o de lo contrario, el asesino será capaz de localizarla y a saber qué podría llegar a hacerle. Solo espera —ruega— que se encuentre bien y no le suceda nada malo.
—¡Sabemos que está ahí! —grita Ellie, intentando hacer que el asesino salga de su escondite, para, por lo menos, darle a Harper una oportunidad para sorprenderlo e inmovilizarlo—. ¡Le tenemos rodeado! ¡No puede salir! —la castaña se esfuerza por oír sirenas que se acerquen y den credibilidad a su farol, pero no oye nada. El único sonido audible es el de Hardy, que respira trabajosamente detrás de ella.
Intercambian una mirada. Saben que deben separarse para cubrir más terreno. También deben encontrar a su novata, como sea. No pueden permitir que se convierta en un daño colateral de esta operación improvisada. Solo entonces Ellie se separa de su jefe, e ilumina con su linterna su alrededor, caminando lentamente entre las embarcaciones. Respira hondo. El sospechoso tiene que estar cerca. Pisa con cuidado para atenuar el crujido de los guijarros bajo sus pies.
De pronto, una sombra la sobresalta, y está a punto de gritar, cuando la leve luz de la luna ilumina un cabello rojizo. Es Cora. Está valiéndose de las sombras para ocultarse, lo cual le resulta muy eficaz, pues su ropa de trabajo está compuesta por prendas azul marino que, en la oscuridad, pasan a ser negras. Le hace un gesto de silencio con la mano, antes de deslizarse entre dos embarcaciones, desapareciendo nuevamente de su vista. Ellie respira aliviada: al menos se encuentra a salvo. Parece que está rondando por la salida del embarcadero, la única que hay, hacia el pueblo. "Chica lista. Sabe que el asesino intentará huir por ahí", piensa la sargento de policía, caminando lentamente entre dos embarcaciones.
Hardy por su parte, continua alumbrando con su linterna su alrededor, buscando cualquier tipo de rastro por parte del asesino. Continua respirando trabajosamente, pues la carrera que se ha pegado hasta el embarcadero lo ha dejado prácticamente sin aire. Siente su maltrecho corazón palpitar con fuerza contra su caja torácica.
En un momento de completo silencio, el teléfono de Miller suena, señalando su posición.
—¡Mierda! —exclama, molesta. Justo tiene que sonar su móvil en el mejor momento posible—. ¡Joder! —dice sin alzar la voz. Apenas tiene tiempo para fijarse en el número, cuando se interrumpe la llamada: son los datos sobre Susan Wright. ¿En serio tiene que ser precisamente ahora?
La empujan al suelo antes de que ella se dé cuenta de lo que pasa. Estira la mano para amortiguar su caída, pero hay un crujido sonoro de donde proviene el impacto. La palma de su mano ha chocado bruscamente contra diminutas y puntiagudas piedrecitas.
—¡Señor! —exclama, esperando que Hardy la oiga, y salga a buscar al asesino.
Intenta levantarse del suelo, pero sus pies flaquean. Su tiempo de respuesta se ha ralentizado, y el mundo gira a su alrededor. Cuando intenta levantarse nuevamente, un ingente dolor se extiende desde su muñeca hasta su columna vertebral. Al fin, a lo lejos, se vislumbran las luces azules intermitentes de los coches patrulla. Ahora le toca a Hardy perseguir al hombre, hasta que cuenten con los refuerzos necesarios.
Alec, que ha salido en persecución del asesino tras escuchar el grito de advertencia de Miller, empieza a notar su visión borrosa. Ignora las fuertes demandas de su cuerpo, y se presiona a seguir corriendo. Cada bocanada de aire que entra en su cuerpo parece que lo atravesase con bisturís cortantes. De pronto, en el camino, por un lateral, otra sombra se abalanza contra el asesino. Es la neófita. Ha aprovechado las sombras para acercarse lo máximo posible al asesino de Danny, y tal y como pensaba, está intentando huir por el único camino posible. Por eso estaba allí, vigilándolo. La muchacha logra aferrar al perpetrador del crimen por un brazo, e intenta inmovilizarlo con una llave de judo, pero es mucho más fuerte que ella. La sujeta por el cuello, amenazando con asfixiarla, antes de empujarla hacia un costado, provocando que se golpee la cabeza con una de las embarcaciones. El inspector apenas tiene tiempo para asegurarse de que se encuentre bien, corriendo tras el asesino, pero incluso en su borrosa visión, comprueba que Cora no queda inconsciente, aunque sí aturdida por unos segundos. Le sangra la cabeza.
El escocés da un nuevo paso, observando que el encapuchado se aleja, pero un fuerte dolor en su pecho lo detiene en seco. Deja caer la linterna, pues se desliza sin esfuerzo entre sus dedos, antes de sujetarse el pecho con ambas manos. Las piernas no tardan en flaquearle, cayendo al suelo con un quejido de intenso sufrimiento.
Ellie se tambalea en la pasarela entre las barcas, y se detiene enseguida.
Hardy está caído de espaldas en el suelo, con la linterna dando vueltas a su lado, y agarrándose el pecho desesperadamente con sus manos huesudas, mientras se esfuerza por respirar. Cora está a su lado a los pocos segundos.
—Vamos, Alec, vamos —le está diciendo una y otra vez, mientras Ellie se acerca a ellos—. Tranquilo. Tranquilo —le exige, rápidamente aflojando su corbata, desabrochando los botones superiores de su camisa, los cuales oprimen su cuello ligeramente. Tiene que facilitarle la respiración y conseguir que se relaje. Él intenta levantarse, pero el dolor se lo impide, al igual que ella.
Una vez la policía de cabello castaño llega hasta su amiga novata, logran escucharse los portazos de los coches patrulla de los agentes que irrumpen en el embarcadero. Ellie usa su propia linterna como flecha, para señalar por dónde se ha ido el sospechoso.
—¡Seguidle! ¡Seguidle! —grita.
La castaña se deja caer de rodillas al lado de Harper. Nota que su jefe tiene los ojos desorbitados, una vena le late en la frente, como un gusano bajo la piel, y la lengua le cuelga entre unos labios que, a cada segundo, adoptan un color más grisáceo.
—¡Llamad a una ambulancia! —ordena la pelirroja a voz en grito, logrando calmarse lo suficiente como para concentrarse en mantener a su jefe y amigo en el mundo de los vivos—. Vamos, señor. No lo haga, vamos —dice ella. Suspira, quitándose la chaqueta, y remangándose la camisa. Empieza a golpear el pecho de su jefe—. ¿No... dijo... que... extremase... las... precauciones? —inquiere entre cada golpe, la frustración invadiéndola—. ¡Aplíquese el cuento! —indica en un tono que quiere asemejarse al de una madre regañando a un hijo desobediente.
"¡Vamos! No pienso dejar que abandones ahora... ¡Por todos los demonios que no lo voy a consentir! ¿Estamos juntos en esto, recuerdas? ¡Hemos empezado esto juntos, y lo vamos a terminar juntos!", piensa para sí misma, continuando sus esfuerzos por reactivar el corazón de su jefe. Tiene que hacerlo. Debe conseguirlo.
Por su parte, Ellie sujeta la mano de Hardy mientras esperan a que llegue la ambulancia que ha solicitado uno de los agentes por orden de la pelirroja. La observa con asombro. Sabe que no debe ser fácil tomar las riendas de la situación, pero la muchacha no está dejando que sus emociones nublen su juicio. O eso, o está haciendo un gran trabajo ocultando su desesperación. La sargento le toma el pulso con el pulgar. El intervalo entre los latidos de Hardy aumenta, hasta que se van atenuando. Apenas se notan.
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