Capítulo 3
La redacción del Eco de Broadchurch se encuentra en su estado caótico habitual. Allí, la oficina digitalizada no es más que un sueño, con mesas enterradas bajo montones de páginas sueltas. Los resplandecientes monitores nuevos de las mesas están conectados a un deteriorado sistema informático que lleva años sin ser actualizado como es debido. Aquí viene Maggie Radcliffe, la directora. Tampoco ella ha sido actualizada en su vida. Lleva en las noticias locales desde que cortar-y-pegar significaba tijeras y goma, y fumar en la mesa de trabajo era de rigor. Ahora mueve un cigarrillo electrónico entre los dedos, mientras mira con ojos entrecerrados una hoja Excel en la que se aprecia la caída de ingresos. Está claro que tiene que encontrar una noticia que haga subir la popularidad del Eco como la espuma.
Olly Stevens, el más reciente protegido de Maggie, entra con el pelo alborotado de un modo que solo pueden atreverse a llevar los muy jóvenes. Parece encantado consigo mismo.
—Al final Reich no ha aparecido —dice Olly, refiriéndose al veterano fotógrafo que, por entonces, pasa más tiempo en el León Rojo que detrás de sus objetivos—. En el bar otra vez —menciona, dando contexto a su desaparición. A pesar de ello, Maggie todavía recurre a él: lo ve en el supermercado todos los fines de semana, y se interesan por las mismas cosas de Broadchurch.
—¿Qué? —Maggie parece a punto de estallar—. ¿Así que no tenemos fotos?
—Móvil con cámara —menciona Olly, sacando su teléfono con una sonrisa—. Las he sacado yo mismo —Olly pasa de su teléfono a la pantalla las fotos de Tom Miller, que lleva puesto orgulloso la medalla "de oro". Hay bastantes para una noticia de doble página.
—¡Buena iniciativa, Olly! —lo alaba con una sonrisa orgullosa.
—Fíjate que caritas tienen —dice Maggie—. Se te da bastante bien, Olly —da una calada a su cigarrillo—. Le diré a Reich que voy a publicar fotos de móvil en el periódico. Seguro que vuelve corriendo... Y sobrio —se carcajea.
Todavía está mirando las fotografías por encima del hombro de Olly, cuando un correo electrónico indica su presencia en la bandeja de entrada del ordenador de este.
—Dios mío —dice Olly, poniendo los dedos en el ratón—. Es del Daily Mail. Mi solicitud.
—¡Ábrelo! —exclama Maggie.
Entusiasmado, solo le toma dos segundos hacer clic con el ratón en el correo, desplegándose éste en la pantalla del ordenador. Sus ojos escanean el documento, en busca de aquellas palabras que ansía. Tarda medio segundo en procesar lo que hay en la pantalla, y la cara se le desencaja por completo.
—Cabrones...
—Cariño —le aplaca ella—, hay miles de periódicos.
—Ya he probado con todos —contesta él con aire sombrío.
—Eres bueno, tesoro. Todo llegará.
Sus posteriores intentos de animarse quedan interrumpidos por la alerta de un mensaje de texto en el teléfono de Maggie. Baja la vista.
—Eh, escucha —llama la atención de su protegido—. Mensaje de Yvonne —comenta, leyendo el nombre de su contacto—. Dice que han cerrado la playa por alguna razón. Ve y echa un vistazo. Que te dé un poco el aire.
—Claro —dice Olly, tomando su chaqueta y levantándose de su mesa, atravesando el umbral de la puerta de la oficina a los pocos segundos.
Hardy se encuentra en lo alto del acantilado por segunda vez esta mañana, en esta ocasión acompañado por la sargento Miller y la oficial Harper. Han trepado por el empinado sendero de la costa para llegar allí. Ahora la cinta de la policía impide el paso a los paseantes y curiosos. Es lo más parecido que hay a una barandilla. Hardy no puede creer que dejen subir por allí a la gente, sin una valla de seguridad. En el campo todo es un peligro. Se acerca al borde todo lo que su osadía le permite. Medio metro por debajo de la hierba del borde hay un saliente estrecho. Un sitio para que la gente se lo piense dos veces antes de tirarse.
Los agentes que investigan la escena del crimen están agachados. Andan casi a cuatro patas, vestidos de blanco, en busca de pistas. Los supervisa Brian Young, quien tiene la capucha bajada y se ha quitado la mascarilla para demostrar su autoridad. La brisa acaricia su mechón de pelo negro.
—Hola Brian —lo saluda cordialmente Harper, como si lo conociera de mucho tiempo, aunque claro, lleva trabajando allí tres meses, mientras que Hardy solo lleva allí una semana. Es natural que se sepa el nombre de los agentes y cuerpos que colaboran con la policía—. ¿Has encontrado algo interesante? —le pregunta, deseosa por comprobar su hipótesis.
Brian le sonríe. Desde que llegó la joven oficial le ha parecido alguien muy amable e inteligente. De hecho, le ha permitido ayudarlo en varios escenarios del crimen con las pruebas forenses, ya que también tiene una mente muy analítica y es capaz de encontrar rastros y pruebas sin siquiera esforzarse.
—Antes de darte mi hipótesis, me gustaría escuchar la tuya —le responde—. Aunque sí te diré que parece que las piedras de alrededor del cuerpo no cayeron solas.
Alec Hardy se sorprende por aquel intercambio de palabras. ¿Acaso va a dejar que una neófita, una oficial nada menos, manipule pruebas forenses? ¿No se supone que él es el jefe de la policía científica? ¿Qué hace pidiéndole consejos —y más aún opinión— a una chica, que apenas acaba de empezar en la profesión? No lo entiende. Está a punto de decir algo, cuando la pelirroja se le adelanta.
—Bueno, diría que esto no es un suicidio —sentencia con una voz segura—. Por lo que he podido analizar: el escenario, la posición del cuerpo y el ángulo desde el que supuestamente cayó... —hace una pausa— Diría que alguien lo ha preparado para que parezca un accidente.
Brian nuevamente esboza una sonrisa tras escuchar su hipótesis.
—Como siempre, has dado en el clavo —la alaba, provocando que ella asienta levemente, sintiendo los ojos inquisidores del inspector Hardy en su nuca. Sabe que no tiene que pasarse de la raya, que tiene que seguir el manual de reglas y la cadena de mando. Lo último que quiere es darle una mala impresión a su superior y que la echen de su puesto—. Iba a decirte exactamente lo mismo. El ángulo del cuerpo no es el correcto: está demasiado bien colocado, como tú has dicho, y aquí arriba, tras analizar el terreno, no hay hierba aplastada o señales de un resbalón ni piedras sueltas. Ninguna fibra de cabello ni marcas de manos. No se aprecia una trayectoria descendente.
Hardy interviene entonces.
—¿Se refiere a que no ha caído? ¿Podría haber saltado?
La oficial de policía se atreve a interceder.
—Con todo respeto señor, no es muy probable teniendo en cuenta dónde encontramos el cuerpo y la trayectoria del acantilado —indica, imitando con sus dos manos el movimiento de una caída—. En caso de que hubiera sido así, no lo habríamos encontrado en la disposición en la que lo hemos hecho, con la cabeza posicionada en dirección al propio acantilado.
—¿Qué quiere decir, Harper? —cuestiona Hardy. Está intrigado por su proceso mental. Quiere saber cómo ha llegado a esa conclusión.
—Quiero decir señor —comienza a decir, intentando que sus palabras sean lo más precisas posibles, para no dar una hipótesis o un dato equivocado—, que, en caso de haber caído por su propia voluntad, lo más probable es que un cuerpo quede en un ángulo de por lo menos entre 50 y 70º. Sin embargo, el cadáver que hemos encontrado en la playa se encuentra en un ángulo de 90º, algo matemáticamente perfecto. Imposible. Por tanto, mi hipótesis es que alguien ha intentado que parezca una caída accidental.
—¿Coincides con su hipótesis, Brian? —cuestiona Ellie, observándolo. Ha sopesado las palabras de la pelirroja. Sabe por propia experiencia que en pocas ocasiones el juicio de la joven se encuentra errado.
—Coincido totalmente, Ellie —responde Brian en un tono seguro—. No creo que subiese aquí. Al menos, no solo.
—¿Ve? —dice la sargento de cabello castaño, dirigiéndose a su superior—. Danny no. Él no haría eso.
—Vaya a ver al patólogo, Miller. Dígale que se dé prisa, aunque solo sea provisional —ordena él en un tono seco, habiendo tomado en cuenta los datos que le acaban de entregar, tanto la pequeña oficial, como el hombre de la científica—. Harper —apela a ella, provocando que esta lo mire algo atemorizada por sus palabras. Piensa que acaba de meterse en otro lío por hablar cuando no le toca—. Cuando lleguemos a la comisaría quiero que me entregue todas las notas que haya recabado en el escenario del crimen —ordena en un tono autoritario, contemplando de reojo a la novata—. No se deje ninguna hipótesis en el tintero por pequeña que sea, ¿entendido?
Coraline se sorprende. No esperaba —ni por asomo creía— que su ahora nuevo jefe pensase en utilizar sus datos y sus hipótesis, siendo alguien relativamente nueva en lo que respecta al trabajo de policía. De hecho, ha cometido errores en estos pocos minutos que llevan trabajando juntos. Sigue siendo una principiante, en el sentido literal de la palabra. No tiene apenas experiencia de campo, y la poca que tiene la ha adquirido en tres meses. Está segura de que hay personal más cualificado para este cometido dentro del cuerpo de policía, pero el inspector Hardy le ha pedido a ella, expresamente a ella, que comparta con él sus datos, suposiciones e hipótesis para el escenario del crimen y las posibles causas. Se siente orgullosa de poder ayudar en todo lo que pueda. Con el pecho henchido de orgullo, y deseando no parecer altanera ni narcisista, responde.
—Por supuesto, señor. En cuanto lleguemos a la comisaría le entregaré los datos que he recabado.
—Bien. Siga trabajando así, y puede que tenga un futuro en el cuerpo —menciona él en un tono algo brusco, en el que, sin embargo, la pelirroja de ojos azules puede notar un resquicio de amabilidad.
Hardy se sumerge en sus pensamientos por unos instantes, preguntándose cómo es que una oficial tan joven es una investigadora tan profesional. Aunque debe admitir que le recuerda a él mismo en sus inicios, lo que probablemente está provocando que le permita participar de forma activa en el caso, a pesar de su inexperiencia. También se pregunta cómo es que tiene tal conocimiento en lo que respecta a las ciencias forenses, concretamente a la hora de analizar un escenario del crimen. Ahora entiende cuando Jenkinson le advirtió a su llegada acerca de las altas capacidades mentales de la oficial a su cargo, mencionando su especial talento para realizar mapas mentales y conexiones personales entre varios individuos u sospechosos, algo que podría ser de utilidad en este caso. Su instinto de policía le dice que este va a ser muy complicado, y probablemente, les cueste mucho más tiempo de lo que parece el resolverlo y encontrar al posible perpetrador —según Harper— de la muerte de Daniel Latimer.
Comienzan a bajar entonces a pie hacia la playa. Mientras caminan, la veterana policía nota en todo momento que la pelirroja se encuentra atenta y a la escucha, algo habitual, como ya lleva siendo en los tres meses que ha trabajado con ella. Sabe que Cora guarda la mayoría de su información en su cerebro o como ella lo llama «su disco duro de datos», y que cuando necesita liberar espacio usa su libreta. Está acostumbrada a qué Harper —por lo general— se mantenga concentrada en las investigaciones, y que hable cuando algo le parece curioso o tiene una hipótesis al respecto, pero siempre con datos bien fundamentados y contrastados, por lo que no le parece irritante que la oficial se encuentre ahora, nuevamente, con la libreta en la mano, dispuesta a apuntar aquello que diga.
El parque de caravanas al que acceden parece un pueblo de juguete desde arriba y sigue pareciéndolo al acercarse. En la puerta de la caravana número tres está apoyada una mujer que no sonríe, con un perro pardo y grande a los pies y una taza en las manos. Tanto Hardy como Harper toman una nota mental de esa imagen.
De pronto, un Nissan rojo abollado se detiene chirriando a pocos metros de ellos. Un jovenzuelo de ojos castaños salta fuera del asiento del conductor y avanza en su dirección. Sonríe. Automáticamente, la expresión de la oficial se ensombrece. Miller acelera los pasos hacia su coche.
—¡Ellie! —exclama Olly a voz en grito.
Hardy arruga el entrecejo y Coraline da un suspiro pesado: sabe que nada bueno ocurrirá si se detienen a hablar con Olly.
—¿Quién es ese? —cuestiona el inspector, confuso por la aparición del chico.
—Será mejor que lo ignore, señor —menciona casi en un susurro la pelirroja.
—Parece que la conoce —apostilla posando su mirada en Miller, segundos antes de que el chico grite:
—¡Tía Ellie!
Miller se pone muy roja, lo que divierte a Hardy. Esta mujer no necesita avergonzarse; es perfectamente capaz de parecer estúpida por sí misma. Da una ligera mirada a su oficial a cargo, y se percata de su mirada molesta y aburrida. Parece tener una opinión similar a la suya respecto a los periodistas, o eso le parece intuir ante esa mirada de desprecio y pocos amigos. O tal vez —se dice Alec—, es que conoce demasiado bien cómo es este muchacho en tan solo tres meses.
—¡Te he dicho que no hagas eso! —advierte Miller, recordándole de forma implícita al joven que acaba de llegar, que en este momento no es su tía, sino una agente de la ley, y por ello, debe dirigirse a ella con el respeto correspondiente a su cargo.
—Olly Stevens —se presenta—. Eco de Broadchurch —en cuanto dice eso, se termina la diversión para el inspector.
—Oh —al hombre de cabello castaño le falta tiempo para hacer una mueca asqueada y molesta.
—Me han dicho que las dos estaríais aquí —menciona Olly, dando una mirada ligera a la oficial, quien pone los ojos en blanco—. Hola, guapa —flirtea con ella descaradamente, lo que asquea y molesta a partes iguales a los tres policías—. ¿Por qué han cerrado la playa?
—Por ahora no hay declaraciones —dice Hardy en modo automático.
—Anda, dime algo, novata —menciona Olly, acercándose de forma intrusiva a Coraline, invadiendo su espacio personal. Esta hace lo posible por esquivar la mano que, aparentemente, intenta sujetar su brazo izquierdo.
—Ya basta —intercede Hardy, colocándose en medio de la chica y el periodista, haciendo que aparte el brazo que pretendía asir el de la oficial—. He dicho que no hay ninguna declaración por ahora —sentencia con dureza en la voz, antes de voltear ligeramente su rostro, hacia la de ojos azules. Esta capta la indirecta al momento, ingresando en la parte trasera del vehículo de Miller sin mediar una palabra.
Alec, una vez se ha asegurado de que la novata se encuentra dentro del coche, entra también, sentándose en el asiento del copiloto, cerrando de un portazo la puerta en la cara de Olly. Coraline se abrocha el cinturón sin siquiera dignarse a mirar al joven reportero, quien continúa insistiendo en el exterior. El inspector de policía posa su vista en la muchacha de ojos azules a través del espejo retrovisor. Se pregunta si se encuentra bien. Hasta él, que no se encuentra cómodo en situaciones sociales y de contacto físico, sabe apreciar lo poco agradable que resulta que invadan el espacio personal de uno.
—Gracias, señor —Coraline le ofrece una disimulada sonrisa a modo de agradecimiento, su voz aliviada.
Él no corresponde la sonrisa, pero asiente con la cabeza. Agradece internamente la amabilidad y educación que está demostrando Harper con él, a pesar de que no soporta a la gente en general, con algunas pocas excepciones.
—De nada —responde cortantemente. La insistencia de ese chico le está amargando aún más el día.
La voz de Olly llega a través de la ventanilla.
—He oído que hay un cuerpo. ¿Se sabe quién es? —cuestiona, ahora intentando sonsacarle algo de información a su tía, quien acaba de abrir la puerta del conductor—. Por favor —dice con la voz de un niño que pide un helado.
—Habrá un comunicado, Oliver —contesta Miller en un tono serio—. Deja de perseguir a Cora o te detendré por acoso, va en serio —lo amonesta, pues no es la primera vez que su sobrino se acerca a la joven para conseguir información privada sobre ella. Ante este comentario, Hardy arquea una ceja, resistiendo el impulso de girarse en su asiento y preguntar a la pelirroja si ha tenido problemas con el periodista. Teniendo en cuenta la actitud del sobrino de Miller, y cómo ha invadido su espacio personal, no le hace falta más que sumar dos y dos para saber la respuesta.
Tras decir aquellas palabras, Ellie entra a su coche, cerrando la puerta en las narices del reportero. Arranca el vehículo a los pocos segundos. Se aleja en su coche, dejando a Olly entre una nube de polvo y arena.
Ellie no consigue recordar la última vez que ha ido en coche a Spring Close. Es más rápido cruzar andando el campo de juegos que conecta a sus dos casas. Trata de concentrarse en el retrovisor, en las señales y las maniobras del trayecto, en lugar de lo que le espera al final de este.
Es entonces cuando se detiene delante de la casa de los Latimer y la realidad se impone con crudeza. Ella conoce aquella casa casi tan bien como la suya: la puede ver al otro lado del campo desde la ventana de su cocina. Han pasado allí más tardes de domingos bebiendo de los que es capaz de rememorar, y sin embargo parece extraña, desconocida, como si nunca hubiera estado antes allí.
La de cabello cobrizo se encuentra silenciosa. Sí, conoce a los Latimer, pero no tanto como para considerarse una amiga cercana a la familia. Sin embargo, esto no implica que no sienta de primera mano su pérdida. Se pregunta qué hará el inspector Hardy. Dar una noticia así a una familia es algo devastador y se necesita un especial tacto. Hasta ella ha notado la brusquedad con la que se maneja su nuevo jefe. Detiene en seco sus pensamientos. No puede pensar así de él: ¡apenas lo conoce! Se regaña a si misma por dejar que los cotilleos y los rumores que ha leído y le han contado sobre él, se impongan a su razón y lógica. Sí, muchos dicen que echó a perder el caso de Sandbrook, incluso fue llevado a juicio por haber perdido pruebas esenciales, pero nadie, salvo Alec Hardy, conoce lo que sucedió realmente. Nadie tiene derecho a juzgarlo y suponer sobre él y lo sucedido. Ni siquiera ella. Además, su propio jefe acaba, hace escasos minutos, de salvarla de un encontronazo incómodo y nada agradable con Olly. "Quizás en el fondo —muy en el fondo— es una persona amable... Solo lo está ocultando bajo una fachada de tipo duro. Sus actos dicen más que sus palabras u actitud", piensa para sí misma. En esa única semana, Coraline ha desarrollado una gran admiración, no tanto por su actitud —aunque puede trabajar con ella—, sino por su dedicación al trabajo. De pronto la voz de Ellie la saca de sus ensoñaciones y decide prestarle su atención.
—Señor, puedo ocuparme yo de la familia —indica, pues quiere ser la primera en entrar en la casa, en decirle a la familia que su Danny es la víctima que han encontrado en la playa. Los conoce. Quiere hacerlo.
—No.
—Los conozco —rebate la castaña, molesta por su negativa.
—¿En cuántas muertes como esta ha trabajado? —cuestiona de pronto, pues no quiere dedicarle mucho más tiempo a esa discusión sin sentido.
—Es la primera.
—También para mí —afirma Harper en un tono sereno.
—No se lo hará más fácil, Miller —le asegura, pues él tiene experiencia en este tipo de casos gracias a Sandbrook—. No lo intente.
—No sabe cómo trabajo —se indigna Ellie, manteniendo el control sobre su voz.
—Ellie, creo que el inspector Hardy tiene razón —comenta Harper, provocando que la aludida se gire para observarla—. Nosotras no contamos con la experiencia necesaria para encargarnos de comunicárselo a la familia. Y nuestra relación con ellos, especialmente la tuya, es demasiado cercana. Solo se lo hará más difícil si se lo decimos nosotras —asegura en un tono serio, habiendo evaluado las distintas opciones disponibles—. Va a ser un shock emocional. Necesitan que lo haga alguien externo a su círculo de amistades —finaliza bajo la atenta mirada de Alec, quien, por sexta o séptima vez aquel día, queda impresionado no solo por su profesionalidad, sino por su capacidad de analizar una situación y mediar en ella con argumentos de peso—. La premisa más probable con la que trabajamos es secuestro.
—En efecto —afirma Hardy, asintiendo lentamente. Su voz es apenas un murmullo. Agradece tener a alguien con un punto de vista similar al suyo—. Si alguien se lo llevó, tenemos que averiguar quién fue —continúa en un tono casi impasible, no dejándose dominar por las emociones—. Quiero que los observe, Miller —indica en un tono serio, antes de girarse, dirigiéndose a la pelirroja—. Harper, quiero que me comunique cualquier cosa u movimiento extraño que note —le indica—. Tengo fe en sus capacidades. No me decepcione.
Coraline asiente con la cabeza. Es lo más lógico: ambas conocen a la familia y pueden, hasta un ligero margen, anticipar sus reacciones. Conocen sus gestos, su forma de hablar, su lenguaje corporal y verbal. Ella puede encargarse de analizar el comportamiento de la familia, mientras que Ellie puede observarlos, y notar alguna palabra o expresión que les dé alguna pista. Debido a su talento, algunos en la comisaría la llaman «mentalista» ya que es toda una experta en hacer perfiles y analizar el comportamiento y reacciones de la gente.
Ellie al fin parece reaccionar ante la orden de su superior.
—De acuerdo.
—Cuanto más cercana es la relación, mayor es la posibilidad de que sea culpable —comenta el inspector en un tono serio—. No me mire así —dice Alec, quien nota en los ojos de Miller una expresión entre rencorosa y molesta, como si lo estuviera acusando de no saber lo que hace. Tras unos segundos sale del coche, abriendo la puerta trasera para dejar salir a Harper, quien nuevamente vuelve a sonreír agradecida.
Dentro, los Latimer —en su mayoría— están en la sala de estar. Chloe —todavía con el uniforme de colegio— y Liz. Beth tiembla, llevándose continuamente las manos de la tripa a la boca. Mark está tan quieto que apenas parece respirar. Es entonces cuando el inspector, la sargento y la oficial entran a la vivienda. Mark les ha abierto la puerta principal. Su rostro está desencajado. No cree lo que su mujer le ha contado. No puede hacerlo. Quiere creer que se trata de un error, pero la presencia de Ellie allí solo confirma sus peores temores. Aun así, espera equivocarse. Saluda con una leve sonrisa y una inclinación de cabeza a Harper, quien se mantiene a la izquierda de Hady. Esperaba conocerla en mejores circunstancias, y le apena que no haya sido así.
—Buenos días —los saluda Hardy en un tono serio, profesional, manteniendo las distancias lo máximo que le es posible—. Soy el inspector Alec Hardy, ella es la oficial Coraline Harper, y ya conocen a la sargento Miller —se presenta, al mismo tiempo que revela la identidad de su subordinada más joven y su compañera.
—Ellie —Mark se ha acercado a la aludida, posando una mano en su brazo momentáneamente, como un saludo familiar—. Coraline —saluda a la más joven, quien asiente con la cabeza, pues se conocían de vista.
—Por favor, siéntense —les pide el hombre con vello facial—. Debemos hablarles de algo.
—Sí —afirma Mark, quien se ha acercado a su mujer—. Voy a por unas sillas —menciona, al percatarse de que no hay asientos suficientes para los policías.
—No se preocupe —niega Hardy, acercándose a la mesa del comedor—. Ya lo hago yo.
Hardy agarra dos sillas, entregándole una de ellas a la novata, quien la coloca junto a la suya, frente al sofá, de modo que ambos quedan observando a la familia. Ellie de pronto siente un intenso impulso de protección que le coge por sorpresa; no quiere que su jefe esté cerca de la familia. No le quiere cerca de ellos. La castaña de cabello rizado se sienta en un sillón. La estancia se mantiene en silencio por unos instantes, hasta que Alec decide darles la amarga noticia. Sabe que no hay forma de suavizar el golpe.
—El cuerpo de un chico ha sido encontrado en la playa esta mañana —Ellie oye la frase desde fuera por primera vez, de alguien ajeno a la familia y su círculo de amistades. El eufemismo expuesto con tanto cuidado, con tanta mesura, ahora solo le parece un insulto y un aplazamiento. Un aplazamiento del dolor de la familia. Un dolor que es imposible superar.
—Es Danny, ¿verdad? —casi grita Beth.
—Deja que acabe —intenta frenarla su marido.
—Vi sus zapatillas —insiste Beth.
Liz, la abuela, se santigua.
—Las llevan muchos niños —intercede Mark, intentando calmar a su mujer, y luego se dirige a Hardy—. Lo siento. Hable.
—Creemos que es el cuerpo de Danny —dice Hardy. Ellie espera que les de sus condolencias, pues es lo habitual, sin embargo, no llegan. Solo el hecho sin más. Sin ningún tipo de adorno, sin edulcorarlo. De forma brutal.
—¿Era él, Ellie? —pregunta Beth. Ante el gesto de asentimiento por parte de su amiga, Beth se viene abajo como si la columna vertebral se desmoronase y su boca contiene un grito silencioso. Chloe hace un sonido como si se ahogase, y vuelve unos ojos muy abiertos y asustados hacia su padre. Mark sujeta con el brazo derecho a su mujer, y ella se apoya en su pecho. Con el brazo izquierdo abarca a Chloe y Liz.
—Todo saldrá bien, todo saldrá bien —repite como un mantra. Aunque todos en la estancia saben que no es más que una burda mentira. Nada volverá a ser lo mismo jamás.
Ellie está paralizada, impotente, mientras los ve agarrarse unos a otros con el dolor en carne viva. Aquel es el espantoso retrato de una familia que nunca volverá a estar completa. Sus propias lágrimas le queman en sus ojos, y se pregunta cómo podrá contenerlas. Cuando la imagen que tiene delante se hace borrosa, se da cuenta de que ha fracasado. Da una mirada hacia Hardy. Este no parece afectado por la escena que tiene delante, como si ya hubiera visto multitud de familias así, aunque, teniendo en cuenta lo sucedido en Sandbrook... No le extraña. Y lo detesta por ello. ¿Quién le dice que no sucederá lo mismo? Posa entonces su mirada en su joven compañera. Continúa serena, pero tras tres meses trabajando codo con codo, Ellie es capaz de detectar una brecha en su fachada de serenidad. Está realmente apenada por la familia y sus circunstancias. Sabe entonces, que la chica no cejará en su empeño hasta devolverles un poco de paz, aunque sea con una respuesta a las inminentes preguntas: ¿Quién? ¿Cómo y por qué?
Una taza de té. Es lo único que se le ocurre hacer. Decide preparar una para ella misma, así como para Harper. Sabe que, a pesar de disimularlo muy bien, estará temblando por la impotencia y la pena de forma interna.
Las lágrimas dan paso a una paralizante sorpresa de un modo sorprendentemente rápido. Beth y Cloe están cogidas de la mano, con tal fuerza, que tienen las yemas de los dedos púrpuras al impedir la circulación natural de la sangre. Esto no pasa desapercibido por parte de la oficial.
—¿Ha sido un accidente? —pregunta Beth—. ¿Se ha caído?
Dirige la pregunta a Ellie, pero es Coraline quien intercede y responde la pregunta.
—Todavía no lo sabemos —dice en un tono sereno—. ¿Alguna idea de qué podía estar haciendo en el acantilado anoche, o esta mañana? —cuestiona, observando cada micro expresión, cada lenguaje no verbal que le indique algún tipo de pista. Por un momento le parece que Mark desvía la mirada, algo que guarda en su memoria. Niega con la cabeza imperceptiblemente: no es el momento de andar buscando culpables, sino de tranquilizar a la familia lo máximo posible.
—No debía estar allí —dice Beth en un tono cortante, pues no le agrada la presencia de la joven en la casa. En otras circunstancias tal vez. Le habría encantado conocerla. Pero no de esta forma. Parece que la interroga. Que está buscando culpables, y eso no lo puede soportar. La mirada azul de la chica la pone nerviosa. Le parece que analiza cada expresión, cada palabra, cada gesto que hace.
Ellie le entrega la taza de té a la chica de cabellera cobriza, quien lo acepta gustosa. Necesita energía para continuar con su trabajo este día. Es demasiado abrumador, incluso para ella.
—Pero está claro que fue —dice Mark con brusquedad, intercediendo en un tono contenido.
—No tenía ninguna razón para estar —niega su mujer.
Las cejas de Hardy se enarcan de sopetón. Le sorprende aquella respuesta por parte del señor Latimer, así como la aparente hostilidad con la que la señora Latimer se ha dirigido a su neófita. Ellie le explica por lo bajo que Mark suele mantener siempre un tono bajo incluso cuando está enfadado o molesto, lo que normalmente es mucho más aterrador. No es el tipo de hombre que alza la voz en una discusión a menos que pierda los papeles. Harper escucha atentamente aquellas palabras, y las guarda en su disco duro. Ellie vuelve a recordar la conversación que parecía haber mantenido Mark con Nigel en la furgoneta esa misma mañana, y siente frío en la boca del estómago. No quiere que las palabras de su jefe le afecten. No quiere empezar a sospechar de todo y de todos. Son sus amigos. Gente que conoce. No puede siquiera sopesar esa posibilidad.
—¿Cómo estaba Dani estos últimos días? —pregunta Hardy—. ¿Estaba molesto por algo?
—No se ha suicidado, si es lo que sugiere —dice Mark en un tono serio, cómo si intentara rebatir cada palabra del inspector.
—Estuvo... normal —la palabra suena rara. Como si Beth supiera que «normal» es una palabra que nunca volverá a aplicarse a sí misma.
—No haría eso. Podía hablar con nosotros de todo.
Harper da una ligera mirada hacia su superior, como pidiéndole permiso para participar. Éste intercambia una mirada con ella y asiente.
"Adelante. Tenemos que centrarnos en los hechos", piensa para sus adentros, como si quisiera comunicarle aquello con la mirada. De pronto, la oficial asiente imperceptiblemente, como si hubiera entendido lo que quiere decirle. Aún no conoce la habilidad de la pelirroja para analizar las micro expresiones y el comportamiento. "Quién lo diría: al fin hay alguien que sabe captar las indirectas...".
—¿La última vez que lo vieron? —indaga Coraline, sacando su libreta, volviendo su mirada azul a la familia. Parece que la oficial ya ha empezado a recabar datos.
"Bien hecho, novata. Aunque no tienes por qué pedirme permiso para hacer preguntas. Sigue tu instinto. Pero no te saltes las normas", la alaba en su mente, antes de prestar atención a la señora Latimer, quién es la que decide responder a la pregunta de la pelirroja.
—Fui a verle sobre las nueve de la noche —rememora con exactitud—. Estaba sentado en la cama, leyendo —le cuenta en un tono serio, mientras observa que la joven empieza a apuntar en su libreta.
—¿Alguien ha visto a Danny esta mañana? —cuestiona la oficial, deteniendo su bolígrafo electrónico, alzando su rostro, escudriñando a la familia.
A Ellie le parte el corazón ver que empieza a culparse a sí misma por su suerte. Sabe lo que está pensando: «debería haber entrado. Debería haber ido a verlo».
—No —responde Beth. La actitud de la joven le parece ahora más tranquilizadora. Está claro que solo quiere ayudar—. Siempre se levanta y sale antes que nadie a repartir periódicos. Pero hoy no ha ido —añade, posando su mirada castaña en Hardy—. He hablado con Jack. El que lleva el quiosco.
Beth se sincera con el inspector. Ahora mismo es la única persona que le puede echar un salvavidas en esta terrible situación. La única persona en la que puede depositar su confianza, para que le de alguna respuesta que explique la muerte de su niño. Ellie aprecia la fe ciega que Beth acaba de poner en su jefe, y se entristece. Ahora no es el momento, sin duda, pero los Latimer no tardarán en enterarse del último caso de Hardy. Ellie lo detesta por ponerla en esa situación.
Hardy, al mismo tiempo que Harper, escribe en su cuaderno de notas.
—¿Algún signo de que hayan entrado en la casa, o algo extraño? —cuestiona, pues podría tratarse de un secuestro. Es la posibilidad más probable hasta el momento en el que el señor Latimer intercede.
—No. Nada —responde Mark rápidamente, como si aquella fuera una pregunta estúpida por parte de Hardy. El silencio se impone—. Quiero ver el cuerpo.
De pronto, cuatro pares de ojos se giran en su dirección: los de Beth, Hardy, Miller y Harper. Esta última tiene una ceja arqueada y los ojos entrecerrados. Está analizando su tono de voz y su lenguaje corporal.
—Puede que se equivoquen. Que no sea él —aclara, y se encoge de hombros—. Quiero estar seguro. Quiero verlo.
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