Capítulo 14
Quedan solo unos quinientos metros para llegar a la oficina de turismo. El sitio donde trabajaba Beth, donde todavía trabaja. Se da cuenta, de hecho, de que no ha llamado para justificar su ausencia, y se pregunta quien hará su trabajo, quien se ocupara de sus asuntos. La maquinaria de su vida está haciendo tic-tac sin su esfuerzo o consentimiento.
La oficina de turismo comparte parte de sus instalaciones y una puerta de entrada con el Eco de Broadchurch. Beth no tenía ni idea del libro de condolencias que han instalado, y supone un sobresalto encontrar a Danny esperándola en la puerta, con una foto ampliada del día del deporte del año anterior. Casi pierde los nervios, pero consigue reunir las fuerzas suficientes para mover la puerta y entrar.
Con su entrada, las conversaciones se interrumpen y dejan que se oiga con claridad el sonido de las máquinas y la fotocopiadora funcionando al fondo. Sus colegas se sientan en silencio, paralizados, cuando ella deja su bolso y ocupa su mesa.
—Hola —dice—. ¿Puedo ayudar a alguien? ¿Repongo las estanterías? —Janet traga saliva y la mira fijamente, como si fuera un bicho raro, y Beth se siente un bicho raro. Es justo lo contrario de lo que iba buscando.
—No hace falta —niega—. Y las estanterías están bien así —se atreve a decir su compañera.
Maggie Radcliffe está a su lado de pronto.
—¿Qué haces, cariño? —pregunta.
—He venido a trabajar.
—Pero no deberías estar aquí. Te acaba de suceder algo horrible.
—Solo quiero ser útil —suelta Beth.
—Deja que te lleve a casa—sugiere Maggie.
—No quiero ir a casa —la ira de Beth avergüenza a todos excepto a ella—. Acabo de venir de allí. No puedo quedarme en casa.
—Vamos —insiste Maggie, ayudándola a levantarse de la silla—, no deberías estar aquí. Hablaré con tu madre.
—No tengo doce años, Maggie —protesta la joven madre, pues la directora del Eco la conoce desde la niñez— No quiero ir a casa —insiste nuevamente, sintiendo que todos la tratan como a una muñeca de porcelana, esperando a que se rompa para intentar recomponerla pedazo a pedazo.
—Ay, tesoro —dice Maggie, tomando sus manos en las suyas—. Se me rompe el corazón...
—No necesito puñeteros corazones rotos —dice Beth, soltando sus manos y apartando a Maggie.
Se dirige a la salida de incendios, que da un callejón lateral. La sigue alguien. No mira atrás para ver quién es. Como le tiendan otra mano cariñosa, la morderá.
Después de la infructuosa visita a la tienda de periódicos de Jack Marshall, Karen decide llevarse a Olly con ella cuando va a ver a Nigel Carter. Es una decisión inteligente, ya que el recibimiento es cálido.
—¿Qué tal, Nige? —cuestiona Olly, caminando hacia su amigo. Está en el exterior de la casa, guardando algo en la furgoneta de Mark.
Lo que no sospecha, es que se trata de una ballesta modificada personalmente con una mira telescópica. Nige tiene mucho cuidado de ocultarla de las miradas entrometidas. Si alguien se enterase de que tiene esa arma sin una licencia, podría acabar en la cárcel. Es lo último que necesita. Cuando ve acercarse al reportero del Eco, la cubre con una gruesa manta color barro.
—Olly, ¿qué tal, tío? —lo saluda con nerviosismo. Espera que no le hagan preguntas sobre lo que está haciendo en este momento.
—Bien, bien —Olly le extiende la mano derecha.
Deja de cargar material en la furgoneta —a juzgar por las ligeras ojeras de sus ojos, debe de estar agotado por tener que hacerse cargo del trabajo de Mark— para estrechar la mano de Karen. La morena pronto se percata de que le sonríe de un modo agradable, ligeramente estúpido. Le recuerda a un cachorro de pastor alemán: ocupa demasiado espacio y no es especialmente brillante.
—¡Joder! —exclama, estrechándole la mano al sobrino de Ellie—. Nunca había tenido tantas visitas en un día...
—¿Por qué? —cuestiona Olly, de pronto interesado.
—¿Quién más ha venido? —pregunta ella.
—Nadie —responde, repentinamente cauto. Ya ha tenido suficiente con que la policía haya ido a interrogarlo sobre el paradero de Mark. No necesita meterse en problemas, y algo de la mujer que tiene delante no le termina de gustar del todo.
—Esta es Karen, del Daily Herald —la presenta el castaño.
—Hola —ella le extiende la mano, y Nigel se la estrecha a regañadientes. Mira a Karen de arriba abajo con atención. Ella vuelve a ser consciente de lo inadecuado de su atuendo, y piensa que debería haberse vestido de modo más informal, quitarse la chaqueta sastre, y ponerse una sudadera o algo así—. Creo que no debería hablar con la prensa.
—No, no, es legal —dice Olly—. Y yo estoy con ella —Karen sonríe para sus adentros ante esa idea. Si consiguiera acercarse más al muchacho, podría manipularlo mucho mejor—. ¿Tienes dos minutos?
—Vale —dice Nige—. Pregunte.
Ella empieza con un halago, para ganarse su confianza. Con suerte, no será demasiado avispado y soltará alguna jugosa información que pueda servirle de ayuda. En concreto, sobre la familia Latimer, o cómo lleva el caso Alec Hardy. Cualquiera de esas dos posibilidades le gusta.
—En el pueblo todos dicen que sois los hombres para todo.
—Cosas de Mark —sonríe Nige—. Dice que hay que hacer que todo sea simple. La vida ya es bastante complicada.
—¿Cuánto hace que trabajas con Mark? —pregunta con una sonrisa.
—Tres años —rememora—. Me saqué el título y Mark me contrató y me enseñó.
—¿Los Latimer son una familia unida?
—Sí, claro —Nigel volver a sonreír—. Siempre están haciendo cosas juntos: Beth lo organiza. Le encanta salir. Los arrastra a todos a la montaña, le guste a Mark o no.
—Compromiso. Se supone que se eso trata el matrimonio —dice Karen, agradeciendo a su buena estrella el estar soltera. La idea de atarse a una persona para toda la vida... Es nauseabundo. No está hecha para la vida doméstica.
—Sí, bueno, nada es perfecto —dice Nige, y luego se da cuenta de cómo suena eso dadas las circunstancias. Su sonrisa se borra de un plumazo.
—Y conocías bien a Danny, por supuesto —intenta sonsacarle más información.
Nige tarda un momento en volver a hablar.
—Sí —afirma en un tono melancólico—. Venía con nosotros a veces, en vacaciones. Le gustaba. Nos reíamos mucho —rememora con cariño—. Cuando le cuidaba de pequeño, me adueñaba del videojuego Call of Duty y nos sentábamos y disparábamos —mueve la cabeza tristemente, perplejo. Está pasando el día y entonces recuerda que él no está allí—. Mirad, tengo trabajo. Debo irme —menciona de pronto, incómodo, cerrando las puertas de la furgoneta—. Oye, Olly, ¿qué tal tu madre?
El rubor de aquella mañana regresa a las mejillas de Oliver.
—Bueno, está bien —balbucea él. Está claro que no quiere hablar de eso, pero Nige insiste.
—Todo solucionado, ¿no?
—Sí, claro —Olly mira al suelo. Da la impresión de querer que se lo trague la tierra.
Joe está ahora con Tom y Fred en un parque de patinaje mínimamente cercano a la comisaría de Broadchurch. El antiguo paramédico ha pensado, que estar un rato con sus amigos y patinar en el skate, hará que su hijo se relaje un poco. Acaban, hace pocos minutos, de citarlos para realizarle un interrogatorio sobre su relación con Danny. Sabe que el miedo le carcome las entrañas porque Ellie no estará presente. Sin embargo, parece que han tenido suerte. La castaña les ha comentado que el interrogatorio lo hará su buena amiga, Coraline, de quien han escuchado hablar. Eso los ha relajado un poco, y también a Tom, quien está deseando conocerla.
—Estarás bien en seguida —dice Joe en un tono suave.
—No quiero, Papá —se niega el muchacho.
—Venga —lo anima—, ve y dales a las ruedas un poco antes de que vayamos a hablar con la policía —insiste, y, ante esa expresión un poco pasada de moda, logra arrancarle una sonrisa de oreja a oreja al muchacho de cabello rubio.
—«¿Dales a las ruedas?» —se mofa, aguantándose la risa.
—Ve con los chicos —reformula, haciendo reír a Tom, quien ya no se aguanta la risa—. Venga.
Tom toma en sus manos el monopatín que le tiende su padre, decidiéndose. Se encamina a las pistas de skate, y se reúne con sus amigos. El primero de ellos, montado en una bicicleta, se le acerca y chocan puños, como un saludo entre colegas. El segundo, tiene, como Tom, un monopatín en la mano, y repite ese mismo gesto. El muchacho de cabello rubio sonríe, dispuesto a divertirse, pero pronto, sus amigos y los demás chicos del parque, lo rodean.
—Oye, Tom, ¿qué sabes de lo de Danny? —cuestiona uno de ellos.
—¿Ya sabes qué sucedió? —pregunta el chico de la bicicleta.
—¿Estabas con él?
—¿Has estado en su casa?
—¿Cómo murió, Tom?
Empiezan a bombardearlo con preguntas. Tom retrocede, abrumado. Su garganta se cierra. No puede haber con ellos. No quiere hablar con ellos. No de Danny. No ahora. No puede. ¿Por qué le hacen esas preguntas? ¿Por qué no lo dejan en paz? Choca con otro chico a su espalda. No tiene a dónde ir. Las preguntas continúan, embotando su cerebro.
—¿Tu madre va a arrestar a alguien?
—¿Ha sido su padre?
—¿Cómo estás tú?
—¿Te ha interrogado la policía?
—Dinos algo, Tom.
Buitres. Es lo único en lo que puede pensar Joe al ver esa escena. Lo están atosigando y rodeando entre todos, como los buitres que huelen un animal herido y a punto de morir. Como si su pequeño tuviera la más mínima idea de cómo va la investigación, solo porque su madre es policía. Comprende su curiosidad, pero hasta los niños pueden llegar a ser excesivamente crueles entre ellos. Se cruza de brazos: esto no era lo que tenía en mente para que Tom se relajase.
Beth recorre la calle Mayor con las mejillas ardiendo por la ira y la vergüenza. No soporta el ambiente que hay a su alrededor. Todos la miran con pena. Ella solo necesita que todo vuelva a la normalidad, pero sabe perfectamente que, hasta que no encuentren al asesino de Danny, eso nunca pasará. Sigue andando hasta que llega al banco de lo alto del puerto.
Allí arriba se queda sin aliento. El aire es demasiado puro tras abandonar la polución que rodea en todo momento al pueblo. Salir de casa no ha resuelto nada. Danny... Su pérdida, la siguen a dondequiera que va. El estar allí arriba no mejora las cosas. De hecho, las empeora. No infunde seguridad mirar a ninguna parte. A la izquierda está la playa donde lo encontraron. Frente a ella, el mar donde navegaba y pescaba. A la derecha, el suave césped donde hacían volar su cometa. Detrás de ella, el pueblo, el colegio y su casa. El dolor es como una astilla clavada en cada dedo. Tocar algo, por suave que sea, es una tortura, y de las más crueles.
—¿Le molesta si me siento aquí? —dice alguien.
Ella gira el rostro y se encuentra ante una imagen familiar. Es el hombre que ha visto antes, en el campo. ¿La ha estado siguiendo? Beth se sobresalta. Luego comprende que, en realidad, no le importa. Ya no le queda nada. ¿Qué es lo peor que le puede hacer? Con gusto dejaría que la matasen y descuartizasen para devolverle la vida a su Danny. Se encoge de hombros, y se aparta al otro extremo del banco.
—Me encantan estas vistas —dice él. Beth espera, y realiza una cuenta atrás: tres, dos, uno...—. Perdone el atrevimiento, pero sé quién es usted —le dice. Ella rueda los ojos: sabía que iba a decirle eso—. No puedo ni imaginarme por lo que estará pasando, pero lo superará.
—Y usted lo sabe, ¿no? —cuestiona con acritud y sarcasmo. Cuando ella mueve la cabeza, el hombre inclina la suya a un lado, comprensivo. Es como si estuviera repitiendo como un loro su lenguaje corporal.
—No me malinterprete —dice de pronto con una voz ominosa—. Pero tengo un mensaje para usted... —se interrumpe por unos segundos—. Es de Danny.
Es lo más cruel que le han dicho alguna vez, y lo empeora el hecho de que mantenga el contacto visual con ella de un modo tan descarado, como si realmente creyera lo que está diciendo. No puede creer que haya alguien tan desesperado, tan ávido de fama, como para hacerle tanto daño, aprovechándose de su desgracia. Quiere salir huyendo. Quiere abofetearlo.
—No, no, no. Ni se le ocurra —dice Beth, levantándose del banco—. Pare. Deje de hablarme —le exige, dando varios pasos hacia atrás—. ¡Aléjese de mí! —exclama, corriendo colina abajo.
—¡No quiero que se enfade, pero tengo que decírselo! ¡Por favor! —exclama el médium en la distancia.
Sus palabras persiguen a Beth hasta la casa en la que no soporta estar.
Tom Miller lleva un monopatín rojo a la comisaría como un elemento que le hace sentirse seguro. Coraline observa como el muchacho parece extremadamente nervioso, lo cual, no le parece extraño. A fin de cuentas, ha acudido a la comisaría en calidad de informante. Hardy por su parte, no dice nada cuando Joe, el adulto elegido para acompañar a Tom, entrega al pequeño de sus hijos —¿Alfie? ¿George? No consigue recordar el nombre— a Ellie durante el interrogatorio. El inspector prontamente se fija en las manchas de comida de la camisa de Joe. Se ha afeitado con prisas. Hardy no sabe con sinceridad si envidia o compadece el tiempo que pasa Joe con sus hijos.
Llevan a cabo el interrogatorio que Miller insiste en que llamen conversación, en la sala de estar. Mugrientos juguetes que no interesarían a un niño de preescolar están amontonados en un rincón. Las persianas están bajadas.
—Hola —saluda Coraline con una sonrisa amable dirigida al niño—. Soy Coraline Harper —se presenta, extendiéndole la mano. Tom la acepta con una sonrisa: la presencia de la oficial parece calmar sus nervios.
—Hola —se presenta Joe, levantándose de la silla en la que se encuentra sentado, estrechando la mano que le ofrece la joven—. Soy Joe. Joe Miller.
Algo en la voz de Joe hace que a la joven se le ericen los pelos de la nuca. No comprende por qué, pero algo en la parte inconsciente de su cerebro comienza a gritar. Grita desesperadamente. Ella simplemente se dice que, probablemente, le recuerda a alguien conocido de su pueblo natal. No tiene mayor trascendencia. No ahora, que tiene que conversar con el hijo de Ellie.
—Encantada —responde ella tras unos segundos, sentándose en la silla que está colocada frente a la de Tom, cerca de la cámara que van a usar para grabar el interrogatorio—. Bueno, antes de que venga el inspector Hardy, quiero dejarte algo claro, Tom —le indica en un tono suave—: en esta conversación voy a hacerte varias preguntas sobre ti y tu relación con Danny, lo entiendes, ¿verdad?
—Sí —afirma el joven Miller.
El niño de once años observa a la mujer que tiene delante: tiene el cabello cobrizo como el atardecer, y sus ojos le recuerdan al azul puro del mar. Su sonrisa es amable. A su juicio, Coraline es una chica muy amable y guapa, y su mirada le transmite serenidad y comprensión. Sin ninguna duda, le gusta. Le encanta que ella sea quien vaya a conversar con él.
—Bien —afirma la muchacha, satisfecha—. Quiero que sepas que, si hay algo que no quieras responder, ya sea porque es doloroso, o porque no consigues recordarlo con claridad, no tienes por qué responder a ello —le asegura en un tono conciliador—. Pero, claro está, en la medida de lo posible, me gustaría que me respondieras lo más certeramente que puedas.
—Lo haré lo mejor que pueda —dice el chico con una sonrisa genuina.
—Con eso me basta, Tom —le sonríe la de cabello cobrizo.
En ese instante, el inspector Hardy entra a la estancia, y se sorprende al comprobar que el niño parece más relajado que antes. Claramente, la disposición amable y cálida de su oficial a cargo, ha conseguido tranquilizarlo. El chico borra su sonrisa al ver aparecer al serio hombre. Cora gira su rostro hacia su jefe, asintiendo ligeramente. El escocés se acerca a la cámara, preparándose para encenderla y enmarcar a Tom.
Joe, que parece más nervioso que su hijo, empieza a hablar.
—Solo lo he llevado a la pista de skate para que patinase un poco —explica Joe, mientras Hardy manipula la cámara de video—. Se me ocurrió que le calmaría los nervios, ¿sabe? —cuestiona, posando su mirada en la joven oficial, quien asiente levemente ante sus palabras—- Pero los otros chicos se le arremolinaron alrededor, preguntándole cosas sobre Danny. Creen que sabe más porque su madre es quien es —suelta aire—. No debería haberlo llevado. Yo solo intentaba hacer algo normal...
Hardy, que comprueba que todo está enfocado, asiente distraídamente. Por su parte, la de cabello cobrizo les dedica una sonrisa sincera y amable a los Miller. El chico pestañea nervioso en el objetivo. Cuando el inspector se ha cerciorado de que todo está correcto, se sienta en la silla adyacente a la de Harper. La muchacha de piel de alabastro carraspea, comenzando el interrogatorio.
—Tom, sé que esta pregunta puede ser difícil, pero... ¿Cuándo viste a Danny por última vez?
Joe se estremece, como si hubiera esperado un comienzo más amable por su parte.
—Antes de irnos de vacaciones —dice Tom en un tono más calmado.
La oficial le sonríe, intentando animarlo para que se relaje y conteste a las preguntas con calma.
—Muy bien —asiente, apuntando aquello en su libreta electrónica—. ¿Cuánto hace de eso?
Joe contesta por él.
—Tres semanas y media —la pelirroja frunce el ceño al escucharlo. Entiende que esté nervioso, pero no es él quien debe responder a sus preguntas. Podría coaccionar de forma implícita a Tom, y eso es lo último que necesita—. Nos fuimos un jueves por la mañana.
Hardy está furioso por dentro: a veces el padre no es el adulto adecuado. Si lo sabrá él... Lo comprobó cuando estaba interrogando a las amigas de Pippa Gillespie. El instinto protector de los padres se antepone a todo lo demás. De hecho, es más fácil hablar con un niño que está en custodia. Por lo menos el asistente social les deja hacer su trabajo.
—Deje que hable Tom —interviene Hardy con un punto de dureza en la voz.
Su tono hace estremecerse a Joe, y pone algo tenso a Tom. Ha tenido que meter baza en la conversación porque conoce ya bastante a Harper como para adivinar que está siendo lo más educada posible con ellos. Debido a ello, la joven oficial no va a explicarle al señor Miller por qué su conducta, y el hecho de que responda a las preguntas, puede ser perjudicial para la investigación y el interrogatorio.
—Perdone —dice Joe, sintiéndose avergonzado. Se echa hacia atrás en su asiento.
Aquel gesto por parte de Joe hace que la pelirroja entorne ligeramente las cejas. "Ese gesto indica nerviosismo, sí, además de vergüenza y... Miedo. Extraño. No debería temer nada de este rutinario y altamente protocolario interrogatorio. A menos, claro, que sepa algo que nosotros no", piensa con curiosidad y suspicacia. La voz de Tom la saca de sus pensamientos.
—Fue hace tres semanas y media —repite como un eco de su padre—. Nos fuimos el jueves por la mañana. Le vi la tarde del miércoles.
—¿Recuerdas a qué hora fue aquel encuentro?
—Justo después de clase.
—Y... ¿A dónde fuisteis? —el tono suave en sus palabras provoca que Tom responda a la pregunta casi al momento, ansioso por colaborar con ella, sin dejar de lado su nerviosismo, claro.
—Salimos y fuimos al Lido.
—¿Llevaba Danny su teléfono? —cuestiona la de ojos azules.
—No sé —se muerde la cara interna de la mejilla.
"Tom... ¿Por qué estás ocultándome información?", se pregunta para sí misma, habiendo notado ese sutil gesto nervioso por parte del niño de once años. Claramente oculta algo relacionado con Danny, pero el qué, aún lo desconoce.
—Pero Danny tenía teléfono, ¿verdad?
Tom asiente.
—Bueno, ¿de qué hablasteis? —cuestiona en un tono más casual. Al momento nota que el chico se relaja.
La mira con admiración y una sonrisa casi embobada.
—De fútbol, de la Xbox... Lo normal.
—¿De qué más? —un tono pícaro impregna sus palabras—. ¿De chicas?
—¡No! —es la primera respuesta espontánea que da Tom.
—Está bien si hablasteis de eso —le asegura la mujer de cabello cobrizo, sonriéndole—. Es normal en adolescentes como tú —indica en un tono sereno, notando que el chico se ruboriza—. Solo estamos charlando. Tranquilo.
Joe se remueve en su asiento. No aparta los ojos de su hijo. Por su parte, la mirada severa de Hardy se posa ahora en su subordinada: no quiere que tranquilice al chico, sino que consiga que hable. Ella nota al momento su gesto serio y sus ojos clavados en ella, y se dispone a rectificar su línea de interrogatorio. Tiene que centrarse. No puede perder la perspectiva de la situación solo porque se trate del hijo de su amiga.
—¿Dijo si le preocupaba algo?
—No —contesta Tom.
"Esto no me gusta. Ha empezado a responder con monosílabos: empieza a cerrarse en banda. Si no doy con algo concreto pronto, no podremos sonsacarle nada más", piensa, mordiéndose la lengua. Sabe que tiene que presionarlo, por mucho que aquello le duela. Lo último que quiere hacer es provocarle sufrimiento. Al fin y al cabo, acaba de perder a un ser querido. Entiende perfectamente que esté muy afectado todavía.
—¿Discutisteis?
—No —la palabra de nuevo sale con demasiada rapidez. Sus ojos se han desviado momentáneamente arriba a la derecha.
"De modo que la respuesta es sí... Acabas de mentir, Tom. ¿Qué es lo que pasó en realidad entre Danny y tú para que discutieseis?", se pregunta, anotando en su libreta electrónica.
Los ojos de Joe parecen estar fijos en la mano que sujeta el bolígrafo electrónico. Como si quisiera leer al revés lo que está escribiendo de su hijo. Hardy se percata de ello, y desvía su mirada hacia el marido de Miller. No quiere que presione a su oficial. Joe, que nota la intensa y poco agradable mirada de Alec sobre él, aparta la mirada de la compañera de Ellie. No quiere hacerla sentir incómoda.
—¿Se te ocurre alguien que quisiese hacer daño a Danny? —Tom no responde, pero sus ojos van de Harper a Hardy, a la cámara y a su padre. La mirada de Joe, ahora penetrante, sigue fija en su hijo. Aquello mosquea ligeramente a la pelirroja. Es como si estuviera coaccionando indirectamente al niño—. ¿Cómo se llevaba con su padre? —le pregunta, pues sabe que su jefe querrá indagar en ese asunto, y más ahora, que tienen a Mark detenido por obstrucción a la investigación.
Si alguien puede arrojar algo de luz sobre la relación de Danny con Mark, ese es Tom.
Joe, que no ha intervenido durante las últimas preguntas, ahora respira a fondo, como si fuese a hablar, pero Hardy lo calla con una mirada. Después, el de ojos castaños posa éstos en los de la novata pelirroja. Ambos parecen saber lo que sucede con tan solo intercambiar una mirada: cualquier cosa que se esté callando Tom, también la sabe Joe. En ese posible escenario, tendrán que verse con Joe a solas si Tom no lo suelta, pero es mejor que lo cuente el chico.
—Tom, todo lo que digas aquí es estrictamente confidencial —dice Hardy en un tono suave, adoptando una postura más calmada, inclinándose hacia delante, con los brazos sobre las piernas.
Unas lágrimas humedecen el azul de los ojos de Tom. Cora le entrega un pañuelo.
—Dijo que su padre le pegó —dice titubeando, aceptando el pañuelo y secándose los ojos—. Le partió un labio.
Hardy lo celebra internamente. Es lógico que un policía a veces se sienta contento ante la noticia de que un adulto le ha pegado a un niño. Esta es una de esas veces. A la mentalista la recorre un escalofrío por la espalda al contemplar la posibilidad de haber errado en sus suposiciones... ¿Y si Mark fuera realmente el asesino? Niega con la cabeza imperceptiblemente, deshaciéndose de esos pensamientos. No es el momento de centrarse en ellos, sino en Tom.
—¿Una vez? —le pregunta a Tom. Como analista del comportamiento y la mente, la pelirroja sabe perfectamente que esas cosas siguen un patrón y un grado ascendente, aunque no es siempre gradual. En los informes médicos de Danny no se habla de un labio partido, y si a Mark le acusaran de eso, ellos avanzarán en aquella línea de investigación, y ni Beth ni Chloe han dicho nada sobre violencia doméstica. Pero claro, que haya sido un incidente aislado no quiere decir que no fuera a repetirse, o que no fuera a aumentar en intensidad... Todo es posible.
—Quizá dos —menciona el adolescente.
—¿Hace poco? —cuestiona Hardy.
—No... No lo sé —dice Tom, encogiéndose de hombros, algo cohibido ante aquel adulto de mirada seria—. Dijo que su padre se ponía de mal humor a veces.
A los pocos segundos empieza a balbucear incoherencias. Harper intercambiar una mirada con su jefe. Está claro para ella que Tom ha llegado al límite por ahora. Tiene que descansar. Ha sido algo intenso para un niño de once años. El escocés asiente imperceptiblemente, comprendiendo que ha llegado el fin del interrogatorio.
—Muy bien —lo alaba la pelirroja, consiguiendo que sonría nuevamente.
Tom se ruboriza una vez más. Con las hormonas revolucionadas, propias de un niño de once años, no ha podido evitar pensar que la joven oficial que lo ha interrogado es realmente bonita y encantadora. Nota que el corazón le late con fuerza en el pecho. Espera poder verla más a menudo. Para el joven Miller aquel es uno de sus primeros enamoramientos, pero como todos es sabido, a esa edad y en este momento, es una fase pasajera en la que se siente un intenso encaprichamiento.
Hardy, que se ha mantenido silencioso en todo momento, observa las mejillas ruborizadas del niño con una ceja arqueada. "¿Acaso se ha enamorado de Harper? Este no es el momento más oportuno para eso", piensa, poniendo los ojos en blanco. Él también ha sido un adolescente, y entiende que encuentre atractiva a Harper. Claro que, él no la ve de esa manera. Solo espera que este fugaz encaprichamiento no les traiga problemas en el futuro.
—Gracias Tom —dice el escocés, observando cómo sale de la estancia.
Apaga la cámara de video, y junto con su subordinada, recoge la estancia. Ninguno dice nada, pues están asimilando y procesando la información que Tom acaba de proporcionarles. Una vez queda todo recogido, la sala vuelve a estar como antes.
—¿Quiere un té, señor? —cuestiona de pronto la pelirroja en un tono amable, sintiendo nuevamente aquella voz en la parte más alejada de su mente inconsciente.
—Si es tan amable, Harper... —responde Hardy, reciprocando el tono amable de ella.
—Enseguida vuelvo —menciona Coraline, acercándose al área de servicio del personal.
El sol empieza a acercarse al horizonte. El día está próximo a acabarse. «He recibido un mensaje para usted.... De Danny». Beth siempre ha sido cínica, pero no puede quitarse de la cabeza el encuentro de esta mañana. Oscila entre la indignación, porque alguien pueda atormentar a una madre afligida, y otra cosa. La duda lucha con la esperanza. Si hay un 1% de posibilidades de que el espíritu de Danny ande por ahí, que esté en algún sitio y le mande un mensaje, se pregunta por qué no lo escucha. La idea es una barbaridad y aceptarla es una barbaridad. Y le asusta ignorarla.
Pete entra en la cocina con pasos lentos, casi tímidos. Tiene el teléfono desconectado, pero se lo aprieta contra la barbilla, como si estuviera pensando en algo profundo. Es la primera vez que ella ve a pete pensando en algo profundo. Aquello significa solo una cosa: algo va mal.
—Quieren que les diga que Mark ha sido arrestado y ha renunciado a un abogado —dice finalmente, atreviéndose a hablar.
La alfombra se convierte en esponja bajo los pies de Beth. No puede creer lo que está pasando. Tantas preguntas en su mente, y todas sin respuesta alguna.
—¿Qué? —exclama Chloe—. ¿Por qué? —dice en voz alta lo que Beth está pensando.
—No ha dicho qué hizo la noche en que Danny desapareció —responde el agente de enlace—. Detenido no significa acusado —intenta tranquilizarlas—. Pero es un poco más grave ser sometido a un interrogatorio.
—¿Y es sospechoso? —Beth busca contradicciones. No encuentra ninguna.
De pronto, la grieta por la ausencia de Mark se hace tan grande como si una presa hubiera reventado, y Beth siente que regresa la inundación. Siente que le domina el pánico. El mismo que sintió cuando admitió por primera vez que Danny había desaparecido.
—Ya lo veremos cuando acaben de hablar —dice Pete—. Estoy seguro de que todo se arreglará.
Chloe explota en ese momento. Es demasiado para ella.
—¿Se arreglará? —cuestiona con ironía—. Mi hermano está muerto.
Casi a los dos segundos, Beth se encuentra tirando del brazo de Chloe escalera arriba, y entrando en el cuarto de baño. Cierra la puerta con pestillo, y sujeta la cara de su hija entre las manos.
—A partir de ahora no dirás nada delante de Pete —dice, clavando sus ojos en los de su hija—. Nos está observando todo el tiempo. No es nuestro amigo. Es su espía. Dios sabe qué piensan, pero no voy a dejar que se metan en nuestras vidas y que piensen lo peor. Tenemos que estar unidas, tú y yo solas, si hace falta.
Comprende el impacto de sus palabras cuando Chloe se desploma ante ella, con los ojos llenos de lágrimas. Está asustada. Terriblemente asustada.
—Y Papá... No es él, no puede... —su voz está quebrada. A Beth la destroza hacerle eso a su hija, pero es la única con la que puede ser sincera. Se dice que es por el bien de Chloe. Por su supervivencia.
—Nunca conoces a alguien del todo, ni siquiera después de tanto tiempo —Chloe intenta negar con la cabeza, pero Beth la sujeta con fuerza por la mandíbula—. Ahora tenemos que ser muy fuertes —casi le ordena—. Tienes que ser más mayor de lo que eres, porque no sé cómo va a acabar esto, ¿vale? —acaricia sus mejillas.
—Vale —asiente Chloe.
Ellie está esperando fuera de la comisaría. Joe y Tom acaban de salir por la puerta principal. Tom está ruborizado y Joe parece nervioso. La castaña abraza a Tom antes de entregar a Fred a Joe.
—¿Cómo ha ido? —cuestiona en un tono afectuoso la agente de policía.
—Bien —responde Joe, acariciando el pelo de Tom—. Ha sido muy valiente —lo alaba—. Aunque creo que se ha enamorado de cierta pelirroja de mirada amable... —bromea, provocando que el adolescente le propine un codazo en las costillas.
—¡Papá! ¡Calla!
—No pasa nada, Tom —dice Ellie, divertida ante esa reacción—. Es fácil encariñarse con Cora —comenta sonriente, provocando que su hijo asienta, aún ruborizado.
—Sí —afirma—. Me cae bien.
—Por otro lado —la voz de Joe parece tensa de pronto—, encantador tu nuevo jefe, ¿eh?... —dice con ironía.
—Sí —afirma Ellie, antes de volver la vista a su espalda—. No me gusta nada.
Alec y Harper observan a la familia Miller desde la terraza del piso superior de la comisaría. Ambos tienen tazas de té en sus manos. Hardy tiene su mirada fija en Joe y Tom Miller. Tiene el ceño fruncido. Por su parte, la pelirroja sonríe momentáneamente, y saluda con la mano a Tom, quien le devuelve el gesto tímidamente. Automáticamente, la familia nota cómo la mirada ahora severa de Hardy se posa en la muchacha.
—Parece que tiene atada en corto a Coraline —menciona Joe, algo inquieto—. Espero que no la haga trabajar demasiado a la pobre.
—No, por suerte —dice Ellie, observando que ambos agentes vuelven al interior de la comisaría—. Parece que le ha cogido afecto, o al menos confianza —añade, sorprendiendo a su marido e hijo, quienes, al igual que ella, se han percatado del aire seco, molesto y gruñón del inspector—. Lo sé: casi imposible de creer... Pero Cora es especial. Es brillante.
Se despide de su familia con la promesa, que sabe que no podrá mantener, de estar en casa para la hora del té. Tras hacerlo, entra a la comisaría. Cora ve acercarse a Ellie, y cuando está con ellos, le da unas explicaciones rápidas sobre el interrogatorio.
—Tom dice que Mark pegó a Danny —comienza en un tono sereno, masajeando su nuca—. Y sabemos que Pete tuvo que separar a Mark de Paul el fin de semana.
Ellie mira con tristeza un impreso que tiene en la mano.
—¿Qué es eso? —cuestiona Hardy, cruzándose de brazos.
—Nish ha estado investigando mientras Cora y usted interrogaban a Tom —dice ella de mala gana—. Mark está fechado por una pelea en un pub hace unos diez años —añade—. Pero...
Hardy no la deja terminar.
—Diga el forense que necesitamos el análisis de sangre de la barca —ordena con autoridad—. Que precise de cuándo son esas manchas —continúa, antes de posar la mirada en su subordinada de brillante mente—. Harper, compruebe los partes médicos de Danny Latimer por si aparece algún corte en el pie. Mark de momento se queda aquí.
—Sí, señor —afirma la pelirroja, dirigiéndose a su mesa al momento.
Alec aprecia su iniciativa, y entra a su despacho para hacer una llamada importante.
Entretanto, cuando han desaparecido de sus mejillas las señales de los dedos de su madre, Chloe se sienta en la cama. Suspira con pesadez. No sabe qué pensar de todo esto. Tiene miedo. Miedo de que las cosas empeoren aún más. Miedo de que el asesino de Danny no salga la luz... En su regazo se encuentra el mono de peluche de su hermanito. Lo abraza por unos segundos contra su pecho. Es lo único que puede hacer ahora para sentir que está cerca de ella. Las lágrimas amenazan con salir, pero se obliga a mantenerlas en sus ojos, antes de tomar en sus manos su teléfono móvil. Frunce el ceño al posar su vista en el mensaje de texto que ha estado escribiendo la última media hora.
Si sabes dónde estaba mi padre el jueves pasado, tienes que decírselo a la policía.
Es importante. Nadie más debe saberlo.
La adolescente mantiene el dedo sobre la pantalla de su teléfono, insegura. No sabe si esto mejorará las cosas, pero no pierde nada por intentarlo. Necesita hacer algo. Sentirse útil, aunque sea solo por unos segundos. Aprieta enviar.
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