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Capítulo 11

Hardy y Miller se encuentran en la sala, sentados frente a Connolly, mientras que Harper ha decidido colocarse en la sala adyacente, para observar la escena desde otro punto de vista. El inspector escocés le ha encomendado que analice y detalle cada micro expresión o tic nervioso que pueda encontrar en Connolly. Ella no puede estar más complacida de acatar su orden.

—Diga su nombre y dirección, para que conste —sentencia Miller en un tono serio.

—Steve Connolly. Withney Road, 57. Lewiston.

—¿Dónde está eso? —cuestiona Hardy en un tono desganado.

—A unos cincuenta kilómetros de aquí —responde el técnico—. Cubro toda la región para la compañía.

—Y dice que Danny Latimer quiere que sepamos que lo metieron en una barca antes de morir —sentencia el inspector de complexión delgada, con sus ojos castaños fulminando al autodenominado médium.

—Sí —afirma Steve, desviando ligeramente los ojos hacia la izquierda, al suelo.

Aquel gesto no pasa desapercibido para la pelirroja, quien detecta aquello al momento desde la habitación contigua, tras el cristal. Ese movimiento de ojos indica que está recordando algo o evocando un sentimiento. No está mintiendo.

—Y yo quiero que sepa —hace una pausa, como si estuviera contando en su mente hasta diez para no levantarse de la silla y abofetearlo—, que nada me cabrea más que los tarados que hacen perder el tiempo a la policía —Hardy no disimula su enfado. Espera que la pelirroja pueda confirmar que es un farsante. Al menos así tendrá una excusa para mantenerlo en los calabozos unos días por difamación y obstrucción de una investigación policial.

—Recibo mensajes —insiste el técnico—. No... No los pido. No los cuestiono —su mirada es fija, casi sin pestañear.

—¿Recibió el mensaje antes, o después de que su compañía le mandase aquí a instalar más líneas telefónicas? —cuestiona Ellie en un tono serio. Le cuesta mantenerse serena ante semejante patraña.

—Después.

"Como me figuraba: no está mintiendo, pero entonces es presa de un delirio increíblemente potente. Uno que realmente le hace creer que los muertos le hablan... O eso, o es un timador extremadamente hábil para esconder sus auténticas intenciones. No sería la primera vez que un especialista en la manipulación y control del comportamiento y la mente se hace pasar por un médium", piensa para sí misma la oficial de policía.

—Asombroso —escupe Alec, claramente molesto—. Me encanta —rueda los ojos—. El técnico de telefonía que oye hablar a los muertos.

—Yo no quiero esto—protesta Steve—. Solo me llega —intenta convencerlos, alzando sus manos en una actitud defensiva—. Miren, si no quieren escucharme, no pasa nada... —añade con petulancia.

Hardy no puede soportar esa actitud.

—Es médium, a su pesar —dice el inspector. Está de lo más mordaz, casi disfrutando—. Ha muerto un niño —el acento escocés del hombre de cabello castaño se refuerza en proporción con el volumen de su voz—. Y usted viene con sus mierdas autocomplacientes.

Connolly encaja el insulto en silencio. No alza la mirada. La mantiene en el suelo.

—¿Llegó a conocer a Danny Latimer? —Ellie continúa con el interrogatorio.

—No, nunca.

—¿Conoce a la familia?

—No, creo que no —niega nuevamente el técnico.

El inspector ya ha escuchado suficiente. Vuelve a poner los ojos en blanco y suelta un suspiro hastiado. Están perdiendo el tiempo con ese individuo. Está claro para él que solo quiere beneficiarse de la muerte del pobre Danny.

—¿Tiene alguna prueba relacionada con la muerte de Danny Latimer?

—No.

Ellie mira a su superior. Éste le indica con un simple movimiento de cabeza que no tienen por qué perder más tiempo con el autoproclamado médium que está sentado frente a ellos. Tras unos segundos, Alec hace un gesto hacia el cristal que conecta la sala de interrogatorios con la sala de observación, indicándole a la pelirroja que vaya con ellos. Ésta, que ha estado observando todo lo sucedido con detalle, no tarda en salir de su estancia, entrando a la sala de interrogatorios junto cuando Ellie deja constancia en el casete de que el interrogatorio ha terminado a las 6:17.

—¿Sabe qué pasa alrededor de un asesinato? —cuestiona Hardy, habiendo tomado aliento por unos segundos. Desvía la mirada hacia la pelirroja, quien acaba de entrar a la estancia, habiéndose colocado junto a ellos, observando a Connolly—. Crece toda una industria de seguidores, y de mirones, y de gente que quiere palpar el caso —continúa sin perder un segundo—. Usted es el primero —lo acusa—. No quiero volver a verle —sentencia en un tono duro, levantándose de la silla—. Lo quiero fuera de aquí —finaliza, indicándole a Harper que lo escolte fuera de la comisaría.

—Sí, señor —afirma ella, contemplando cómo Ellie también se levanta de su silla. Se acerca al médium, cuando este empieza a hablar nuevamente, esta vez dirigiéndose a ella. Sus ojos la observan.

—Él se alegra de que su estrellita cuide de la persona que más quería en este mundo —aquello hace que la muchacha, que iba a hacerlo levantar de la silla de la sala de interrogatorios, se paralice al momento. Ese apodo que ha utilizado Connolly... Solo su madre y su padre lo usan. Nadie ajeno a su familia lo conoce—. También quiere que sepas que lo que pasó no es culpa tuya.

La chica de ojos azules tiene que apretar los puños con fuerza, ya que le tiemblan las manos. Las imágenes de su padre despidiéndose de ella llenan su mente y le provocan migrañas. Hardy interviene entonces, notando el estado de nerviosismo de su novata. Toma su mano derecha en la suya, colocándola a su espalda, con él frente a ella. Quiere aislarla de la mirada y las palabras de ese tipo tan desagradable. Una rápida mirada le basta para notar que tiene la piel incluso más pálida que de costumbre, y todo su cuerpo ha empezado a temblar. Nota por su visión periférica cómo Miller se acerca con celeridad a su amiga, tomándola por los antebrazos, frotando estos de forma afectuosa y maternal. Como aún tiene su mano derecha en la suya, nota cómo el temblor empieza a disminuir. Coraline cierra los ojos, concentrándose en la calidez que le brinda la mano que tiene alrededor de la suya.

"No puede hablar con los muertos. Es simplemente imposible. Lo único que se me ocurre es que ha observado alguno de los objetos de mi mesa y ha sacado conclusiones de ellos. Al fin y al cabo, lleva ya dos días instalando líneas telefónicas en la comisaría. Ha tenido el tiempo suficiente para fisgonear. Ayer recogí la foto de mi padre que tenía en la mesa del trabajo y la llevé al hotel. En ella hay una dedicatoria para mí, con el apodo que papá solía usar. Está claro: es un farsante. Es un analista del comportamiento, como yo. Un experto en manipular la mente... Y está jugando con ella", racionaliza la pelirroja en apenas unos segundos. Aquello le basta para tranquilizarse por completo, desapareciendo de raíz el temblor que, hasta hacía escasos segundos la dominaba por completo.

Hardy gira su rostro hacia la oficial. Ésta le devuelve la mirada, agradecida nuevamente por sus acciones. Ha conseguido calmarse. Asiente, indicándole que se encuentra bien, y Hardy le suelta la mano. Camina hacia la puerta de la estancia, con Miller y Harper tras él. En un gesto imperioso la abre de par en par.

—Salga de aquí. Ya —gruñe, como si se tratara de un lobo protegiendo a un lobezno.

Connolly no se resiste, y se levanta de la silla, comenzando a caminar hacia la puerta que da al exterior de la habitación. Pero mueve la cabeza a los lados, como si estuvieran cometiendo un grave error al no confiar en su historia. En el umbral suelta una última frase misteriosa, volviendo la cabeza por encima del hombro:

—Ella dice que le perdona —su voz es ominosa—. Por lo del colgante.

Tanto Ellie como Cora observan que la ira pone aún más pálida la piel ya de por sí clara de Hardy. Durante un momento, la castaña siente una auténtica preocupación porque su jefe vaya a perder el control. Éste permanece rígido, como si estuviera contando hasta diez durante más tiempo del necesario una vez que se ha ido Connolly. Coraline se acerca a él, observando que su vista está fija en la nada, en sus recuerdos. Con una voz suave, tal y como hiciera hace dos días en casa de los Latimer, apela a él, logrando sacarlo de su trance. Cuando al fin se pone de nuevo en acción, es como si no hubiera pasado nada. Sale al pasillo, con ambas mujeres a sus flancos.

—En todos los casos importantes aparece gente así —sentencia, asqueado.

—¿Qué quería decir con lo del colgante? —menciona Ellie, confusa—. ¿Lo sabe?

Alec ignora su pregunta.

—¡Y tiene la sangre fría de venir a nuestra oficina!

Harper no sabe por qué aquella palabra ha afectado a su superior, pero no le basta ni medio segundo para conectarlo con Sandbrook. Ese colgante tiene que ver con aquel caso, de una forma que no comprende, pero no va a presionar al inspector. Continúan caminando, subiendo las escaleras hasta la planta en la que se encuentran el despacho de Hardy y sus mesas. En todo el camino, el veterano policía no ha dejado de despotricar con evidente frustración e ira.

—Busque su historial, Miller —ordena como un perro rabioso—. Compruebe quién es para descartarlo y estar seguros.

—¿Qué va a hacer ahora? —cuestiona Ellie, acercándose a su mesa. Le ha llegado algo al fax.

—Mark Latimer nos mintió sobre dónde estuvo esa noche —sentencia el inspector—. Voy a averiguar por qué —añade, colocándose el abrigo—. Harper, usted viene conmigo —ordena, provocando que ésta asienta rápidamente, agarrando su abrigo—. ¿Qué ocurre ahora, Miller? —cuestiona impaciente, pues se le ha acercado. Lo único que quiere es ir a casa de los Latimer a interrogar al padre del niño.

—Ha llegado el perfil de las redes sociales de Danny —dice—. Acaban de extraerlo de su disco duro —indica, notando que la novata de ojos azules se acerca a ellos, colocándose el abrigo—. Han revisado todos sus mensajes —les notifica, con Hardy habiéndose colocado correctamente el abrigo. Tanto el inspector como la oficial están ahora frente a Ellie—. 3 de mayo —lee en voz alta—: voy a poner un candado en mi puerta para que no entre esa mierda. 7 de mayo: fijo que Dean y ella se acuestan. 12 de mayo: querido papá, ¿me recuerdas? ¿Soy el único con quien jugabas? —ante este mensaje, el rostro de Hardy se endurece, ya que aquellas palabras son una terrible indirecta, y aunque no expresa su opinión en voz alta, Ellie y Cora la comparten—. 12 de mayo: sé lo que está haciendo —Ellie alza el rostro, sus ojos dejando de observar el papel en el que se leen las transcripciones. Se siente perdida: nunca ha oído a Danny hablar así.

—Hasta luego —se despide el inspector tras chasquear la lengua—. Harper, vamos —ordena, saliendo de la estancia a la velocidad del rayo. La oficial de piel de alabastro lo sigue afuera casi con la misma celeridad.

Ellie se queda allí, sola. La duda ha hecho presa de ella, y solo las explicaciones que Mark pueda darles podrán aclarar sus sospechas.


Beth tiene las puestas las noticias de televisión noche y día. Está a la espera del momento en el que muestren la fotografía de Danny. Nunca lo reconocería ante nadie. ¿Qué pensarían de ella? Que se ha vuelto loca, probablemente. Casi vive pendiente de aquello. Espera ese momento, como esperaba que llegara a casa del colegio, con un nudo en la garganta, anticipando la habitual alegría por su vuelta a casa.

—¿Cómo llevan la situación los habitantes de Broadchurch? —pregunta un periodista.

Tanto Beth, como Mark, se echan hacia atrás al ver la cara del reverendo Paul Coates en la pantalla. Sus rostros expresan la mayor de las confusiones.

—Bueno, lo primero y más importante, es que todas nuestras plegarias están con la familia Latimer —Beth, al recordar su conversación en el aparcamiento del supermercado, siente una escalofriante traición: ¿por qué está haciendo esto Paul? Es indudable que debería haberle preguntado primero a ella—. Estos son tiempos confusos, pero creemos que la investigación policial desvelará lo que ha sucedido —añade en un tono confiado—. Somos una comunidad fuerte, y quiero que la gente que vive aquí sepa que la iglesia está abierta para ellos, para ofrecerles apoyo durante los próximos días —Beth desvía la mirada hacia su marido: su expresión está contraída en un ceño furioso, y tiene el puño en la boca, como conteniéndose—. Conozco bien a la familia Latimer, y haremos todo cuanto podamos para apoyarlos en estos momentos.

Mark toma el mando a distancia de la televisión y la apaga. Coge su chaqueta sin mediar ni una sola palabra.

—Eh, lo estaba viendo —se queja Beth, antes de percatarse de que Mark se encamina a la puerta principal a paso vivo—. ¿Qué estás haciendo? —cuestiona, preocupada—. Mark, Mark, ¡Mark! —lo llama, pero él hace caso omiso a sus palabras. Da un portazo tan fuerte, que la puerta rebota y queda abierta. La iglesia está al otro lado de la pradera. El cámara podría estar allí todavía. El pánico la invade—. ¡Venga, no se quede ahí! —grita a Pete, que acaba de entrar a la sala de estar con dos cafés—. ¡Vaya tras el! —no es el momento para que el mundo vea de lo que es capaz Mark cuando pierde el control. El involuntario recuerdo de su último arrebato le hace temblar: la imprevista sangre en sus nudillos, el remordimiento unos segundos después, y el silencio que impero en la casa de los días posteriores.

Beth vuelve a sentarse en el sofá, pues se había levantado para intentar detener a Mark. Fija su atención en la televisión tras encenderla nuevamente, pero ya han pasado a la siguiente noticia del día, y ha perdido la oportunidad de ver a Danny.

Por su parte, Mark no tarda demasiado en llegar a la iglesia del pueblo. Por suerte para él, las cámaras y los periodistas ya se han marchado del lugar. Ni siquiera se ha percatado de que Pete le sigue los pasos, aunque le saca mucha ventaja. Encuentra a Paul Coates a la entrada del edificio, disponiéndose a entrar. Acelera el paso. Cuando habla, su voz suena rabiosa.

—¿¡Disfrutando de tu momento de gloria!? —exclama, provocando que Paul se vuelva hacia él, confuso por su presencia allí, así como por su talante tan airado.

—¿Qué? ¡No! —no tiene tiempo para decir nada más, pues Mark lo toma por el alzacuellos, empujándolo contra la puerta de la iglesia. Lo mantiene sujeto con su fuerza bruta.

—¡No lo necesitamos! —brama a voz en grito—. ¡No necesitamos vuestro apoyo! ¡Tu Dios dejó morir a mi hijo! —lo zarandea con fuera, con la voz desgarrándose a cada palabra. Tras unos segundos lo suelta, percatándose de que Pete lo ha alcanzado. Paul respira con dificultad—. Has sido muy lento —dice al agente de enlace.

—¿Está bien? —cuestiona Pete, observando al vicario, quien se sujeta el cuello, luchando por respirar—. ¿Está bien? —insiste, recibiendo un gesto afirmativo por parte del aludido.


Los dos agentes de policía van ahora en el coche de Ellie, quien se lo ha prestado a la pelirroja con la condición de que no deje conducir a Hardy. Por su parte, la castaña se ha encaminado a la cabaña del acantilado con Brian y el resto del equipo forense. Es hora de analizar el lugar y determinar si es la auténtica escena del crimen. La sargento de policía ha asegurado a la oficial de ojos azules que la notificará en cuanto sepan algo concreto. El viaje en el coche transcurre tranquilo, hasta que Hardy, cuya mirada ahora se haya posada en ella, habla.

—¿Se encuentra bien? —cuestiona de pronto, sorprendiéndola—. Parecía muy afectada por las palabras de ese tipo.

Ella frunce el ceño. No es algo de lo que quiera hablar precisamente ahora.

—Con todo respeto, señor —comienza a decir con un punto de dureza en la voz—, lo mismo podría decir yo de usted —añade en un tono algo altanero y molesto—. Pero sí, estoy bien ahora.

El inspector capta al momento el tono de su subordinada, pero ya empieza a conocerla lo suficiente, como para distinguir que no le ha respondido así como una muestra de desprecio o falta de respeto, sino que es debido a que esa pregunta es personal y dolorosa.

—Ha sido una pregunta inapropiada —menciona Hardy, mortificado. Esta vez no ha sido la novata quien ha metido la pata, sino él.

Ella chasquea la lengua, arrepintiéndose de su contestación al momento.

—No —niega en un tono suave—. Lo lamento, he cruzado la línea —se disculpa rápidamente—. No es una pregunta inapropiada —le asegura, manteniendo su vista en la carretera—. Solo es algo que me trae malos recuerdos —le confiesa, decidiendo abrirse un poco con él, contarle algo sobre ella. Intentar estrechar lazos—. Tiene que ver con la muerte de mi padre...

—Lo lamento —se disculpa el policía, desviando la vista hacia el paisaje del exterior. Entiende lo duro que es ese asunto por propia experiencia. No desea hacerla sentir incómoda.

—No pasa nada, de verdad —ambos se mantienen en silencio por unos minutos—. ¿Qué hay de usted, señor? —cuestiona de pronto ella, devolviéndole la pelota que ha lanzado a su tejado—. Lo que dijo Connolly sobre el colgante... —Hardy se tensa en su asiento al escuchar esa palabra—. Tiene que ver con Sandbrook, ¿verdad? —se atreve a preguntar, notando que la mirada penetrante de su jefe ha vuelto a posarse en ella—. Leí el caso cuando estaba en la academia —confiesa, girando el volante en una intersección—, pero no tengo la potestad de juzgar nada de aquello —menciona tras carraspear—. Solo usted sabe lo que pasó —Hardy se sorprende: es la primera persona que no habla sobre el tema como si supiera todo lo que sucedió. Le queda claro que Harper no se ha dejado influenciar por la prensa y las noticias que se difundieron—. No tiene que responderme si no quiere, no es de mi incumbencia, al fin y al cabo —el castaño agradece que ella no lo presione sobre Sandbrook, a diferencia de las otras personas a su alrededor.

Él se mantiene en silencio. Ella lo respeta, y deja el tema de lado, pero su silencio ha dicho mucho más de lo que aparenta, y ambos lo saben. A los pocos segundos, Hardy decide mantener una conversación con ella, más que nada porque odia los silencios prolongados, y abre la boca para preguntar a la muchacha sobre sus impresiones acerca de Connolly.

—¿Qué conclusiones ha sacado del médium?

Ella hace una mueca de desagrado. Parece tener mucho que decir.

—Es alguien muy inteligente —empieza, alabando su mente—. Es un especialista en manipular la mente y el comportamiento —continúa, lo que intriga a Hardy—. Todo lo que dice, al menos bajo mi punto de vista, está sujeto a aquello que puede ver, analizar y contrastar —continúa conduciendo a una velocidad moderada—. De hecho, lo que dijo en la sala de interrogatorios solo podía saberlo alguien cercano a mi —le relata—, pero claro, Connolly lleva ya dos días en la comisaría. Ha tenido el tiempo suficiente, de fisgonear cerca de mi mesa para ver una fotografía de mi padre con una dedicatoria —añade, haciendo sonreír al veterano policía: obviamente, Harper iba a desentramar esa patraña. Connolly iba listo si creía que lograría ser más inteligente que la novata—. Así que, si la respuesta que busca es si se trata de un farsante, mi contestación es que sí —finaliza, entrando a una estrecha callejuela con el coche.

Las nubes oscurecen la tarde, cuando el inspector Alec Hardy y la oficial Coraline Harper llegan a la casa de los Latimer. En el jardín de Mark Latimer hay mosquitos. El inspector Hardy, que los atrae de modo fatal, está tentado de realizar el interrogatorio dentro, pero Beth merodea junto a la ventana, y quiere estar a solas con Mark y Harper. Las estadísticas sirven para algo, y apuntan en esa dirección. La mayoría de los asesinados conocen al que los asesinó. Además, a dos tercios de los niños asesinados los mataron sus padres, con más probabilidad de que lo hagan los padres que las madres. Para el escocés y la novata inglesa, Mark Latimer es un hombre con mucho que ocultar.

—El jueves por la noche, cuando Danny desapareció... ¿Dónde estaba? —va directo al grano. No quiere perder el tiempo con banalidades.

—Trabajando —responde Mark con un mínimo convencimiento—. Me llamaron por la tarde, no sé, sobre las 6:30 —se excusa—. Había una casa inundada.

—¿Cuánto tardó? —cuestiona Hardy, haciéndole un leve gesto a la pelirroja para que continúe ella con este improvisado interrogatorio.

—Casi toda la noche —Mark deja escapar una sonrisa nerviosa, como si quisiera darle credibilidad al asunto—. Era una caldera espantosa. Estuve allí hasta bastante tarde —los ojos de Mark reparan entonces en el cuadro de Hardy. Ve cómo se llena de palabras. Aquello no hace sino aumentar su nivel de nerviosismo.

Mientras tanto, Hardy está analizando a Mark con rapidez: es alto, con los músculos bien marcados. Propios de un hombre que pasa el día agachándose, tirando de cosas y levantando peso. "Podría alzarme en brazos si quisiera, y a Harper también, por descontado", piensa con ironía, bajando la vista a las manos. Trata de relacionar aquellas grandes palmas y largos dedos con las señales de estrangulamiento del cuello de Danny.

—No —niega de pronto la pelirroja, intercediendo en el interrogatorio. Su mirada severa está posada en Mark—. No hubo llamada —sentencia categóricamente la agente de policía, cruzándose de brazos.

Mark hace todo lo posible por parecer desconcertado.

—¿Qué quieres decir, Coraline? —pregunta con voz temblorosa.

—Ahora está hablando con una oficial, no con una amiga, señor Latimer —intercede Hardy, pues no quiere que la cercanía del trato que dispensa Mark afecte a su subordinada. Comprueba con satisfacción que ella ignora aquel tuteo al momento, continuando con su trabajo.

—No va a servir de nada que nos mienta, Mark —sentencia ella en un tono irónico, poniendo los ojos en blanco momentáneamente—. Tenemos una grabación del aparcamiento del acantilado Briar —indica en un tono cortante, sacando su libreta electrónica. Observa cómo el rostro del joven padre se torna pálido de pronto—. Estuvo allí a la 1:23 de la noche —Mark vuelve la cabeza para mirar a Beth. Todavía está en la ventana. Le dedica una sonrisa infantil, como de un niño, que desaparece cuando se vuelve hacia Hardy y Harper.

—¿Ahora me investigan? —dice entre dientes.

—Comprobamos todas las grabaciones de la zona —dice el inspector de policía—. Venga —insiste—, ¿qué hizo esa noche?

—¿Ahora soy sospechoso? —cuestiona con acritud. Su actitud es defensiva ahora.

—Lo primero que hacemos es descartar gente de la investigación —se explica Harper en un tono casual, como si no tuviera mayor trascendencia—. Díganos dónde estaba, con quien estaba, cuánto tiempo... Para descartarle —nota que Mark vuelve a desviar la mirada en varias ocasiones: claramente oculta algo, y por su actitud, no va a dar el brazo a torcer—. Es algo puramente metódico.

—Si no nos da esos datos, no podemos descartarle —interese Hardy, apoyando las palabras de su oficial—. Y si no podemos descartarle, es un posible sospechoso —acusa de forma implícita, esperando conseguir una reacción o una confesión. Algo que los ayude a entender qué hacía en el aparcamiento a aquellas horas tan intempestivas, cerca del momento en el que posiblemente se cometió el crimen.

—¿Del asesinato de mi hijo?

Hardy no piensa permitir que Mark se juega esa carta

—Creo que la agente Harper y yo nos hemos explicado con claridad.

Ambos apuntan en sus libretas, y cuando alzan el rostro, notan cómo Mark sorpresa sus posibilidades. Si no es pánico lo que hay en sus ojos, pronto lo habrá. Finalmente, parece decidirse a hablar.

—Estuve con un amigo. Dimos una vuelta juntos y luego me dejó en el aparcamiento, y volví a casa.

—¿A qué hora? —cuestiona Cora. No parece que mienta, no en cierta parte. Pero sigue ocultándoles algo. Algo importante.

—A las 3 o las 4:00 de la mañana, tal vez.

—¿Cómo se llama su amigo? —cuestiona Hardy.

Mark abre mucho los ojos. No se esperaba esa pregunta. Aquello no deja dudas en Harper acerca de que hay algo que se está callando. Si quieren hacerle confesar, tendrán que presionarlo, o mucho peor: amenazarlo con acusarlo del asesinato de Danny, o por lo menos de obstaculizar una investigación criminal. Espera que Mark no se deje arrastrar a ese infierno por culpa de su orgullo. No le estaría haciendo ningún favor a nadie, y mucho menos a su familia. Las siguientes palabras de Mark dejan sellado su destino, y provocan que Cora ruede los ojos. Está escogiendo el camino difícil.

—Ahora no me acuerdo.

—¿Perdón? —Hardy no puede creer lo que oye, y menos el tono prepotente con el que se expresa Mark. Están investigando el asesinato de su hijo: ¿no debería estar ansioso por colaborar en todo lo que pueda?

A veces, asesinar vuelve a la gente más lista. Se activa el instinto de supervivencia, y el asesino descubre reservas en recursos ingeniosos hasta entonces sin explorar. Es como si a ese cociente intelectual se le añadieran varios puntos. El inspector intercambia una mirada incrédula y molesta con su subordinada. No sabe si Mark ha sido siempre tan corto, o el dolor le hace más corto de entendederas. Quizás todo aquello sea un elaborado engaño para confundirlos y guiarlos hacia otro lado.

—¿No recuerda el nombre de su amigo? —cuestiona Harper, esperando sonsacarle más información. Su tono ha pasado de sereno a ligeramente molesto. No soporta que les esté haciendo perder el tiempo, cuando sabe perfectamente lo que hizo esa noche—. ¿A dónde fueron?

—Creo que fuimos por ahí a comer algo, beber un poco... Ya sabe, oficial —una sonrisa asoma en su boca.

¿Cree? Hace tres días de eso.

—Si, y han pasado muchas cosas desde entonces —rebate el padre en un tono cansado.

Beth todavía los está mirando atentamente, cómo si intentase leerles los labios. Hardy da un paso de lado, de modo que la visión de su rostro queda oculta por el cuerpo de Mark. De esa forma, Beth no podrá verlo. Por su parte, Coraline se coloca de costado, para que, de esa forma, sea más complicado leer sus labios.

—¿Puede haber alguna razón por la que no quiera darme el nombre de su amigo? —cuestiona el escocés en un tono sereno. Sabe que hay algo que Mark se está callando, y para bien o para mal, es evidente que no quiere que su mujer lo sepa. Intercambia nuevamente una mirada con Harper. Ésta está apuntando algo en su libreta: parece tener mínimamente claro lo que sucede—. Intentamos averiguar quién mató a Danny. Solo eso.

Mark toma aire y gira el cuello. Queda claro por su actitud que no piensa decir nada más.

—Ya me acordaré —intenta escaquearse—. Estoy agotado: apenas he dormido con todo lo que ha pasado. Mi mente está confusa.

"Claro... Tiene la mente confusa. Esa es la excusa más vieja del mundo. Tiene que saberlo: somos muy concienzudos. Vamos a averiguar qué es lo que esconde", piensa la oficial de policía, rodando los ojos disimuladamente. "Tengo una ligera hipótesis sobre su comportamiento y por qué no quiere hablar... Y por desgracia, eso podría darle un móvil para el asesinato".

Hardy cambia de táctica. Sabe perfectamente que esa es una excusa barata.

—¿Cuando volvió fue directo a la cama? —cuestiona, recibiendo un gesto afirmativo por su parte.

—Así es.

—¿Su mujer puede confirmar a qué hora volvió? —intercede Cora, presionando más a Mark.

—No —niega—. Estaba dormida.

Aquello supone admitir algo, y los tres lo saben. Van bien encaminados. Hardy suspira pesadamente. El carácter obstinado de Mark empieza a sacarlo de sus casillas. Está deseando marcharse de allí para preguntar a Harper qué es lo que ha detectado y apuntado en su libreta electrónica.


En la cabaña del acantilado, el equipo forense de Brian ha puesto todo patas arriba, extrayendo astillas, trozos de pintura, yeso, pared... Están analizando cada minúsculo tramo del lugar. Las bolsas de pruebas empiezan a terminarse. Ellie, que está observando el horizonte fuera de la cabaña, se sobresalta al notar una mano en su hombro: es Brian. Parece tener algo que decirle.

—¿Qué pasa? —cuestiona la castaña, curiosa.

—Ven a ver esto —le pide el forense en un tono grave, conduciéndola al interior de la cabaña—. ¿Qué hay de Coraline? —cuestiona de pronto, provocando que Ellie se sorprenda—. ¿Está bien?

—Oh, sí —afirma Ellie—. Está trabajando duro, ya la conoces —la alaba con una sonrisa enternecedora—. Aunque ahora está con Hardy, interrogando a alguien... Espero que no le de muchos quebraderos de cabeza.

—No sé por qué ese cara-culo se interesa tanto por ella, la verdad —admite Brian, caminando con ella por la casa, atravesando un pasillo—. Se merece que la valoren. Tiene mucho potencial.

"Dios mío... No puede ser: ¡Brian está coladito por Cora! Madre mía, la cara que va a poner cuando se lo cuente", piensa Ellie para sí misma, observando que Brian se agacha cerca de la puerta que da a la parte más alta de los acantilados. En ella hay una pequeña pegatina que dice: «HUELLAS DACTILARES. NO TOCAR». No puede creer que hayan tenido tanta suerte. Se agacha junto a Brian para verlas mejor.

—Mira, es sangre —señala unas pequeñas manchas de color rojo seco—. Y las huellas coinciden con las de Danny.

Para Miller aquello es un pequeño triunfo: parece que han encontrado la auténtica escena del crimen. No quiere ni imaginar la euforia que va a invadir a Hardy una vez se lo cuente. Cora, por supuesto, estará contenta de que sus suposiciones hayan sido correctas y su arduo trabajo se haya visto recompensado.

—¿Lo mataron aquí? —cuestiona, solo por cerciorarse, aunque sabe de antemano la respuesta.

—Eso creemos, sí —afirma el forense en un tono apenado.

—Lo mataron aquí, y luego se lo llevaron tres kilómetros por la costa hasta donde lo encontramos —hace la reconstrucción en su mente al momento—. ¿Por qué harían eso? —se pregunta: no es lógico.

—Mis chicos han buscado por todas partes. Está todo limpio, excepto eso —indica, señalando la prueba con sangre y huellas dactilares en el marco de la puerta—. Y aquí hay algo más —rememora, introduciéndose nuevamente en el pasillo de la cabaña. Ellie lo sigue en cuanto lo escucha decir aquello: espera que el asesino o asesinos hayan sido lo suficientemente estúpidos como para dejar pruebas que los ayuden a identificarlos.


Hardy está a punto de hacerle otra pregunta a Mark Latimer, cuando de pronto, el teléfono móvil de Harper empieza a sonar, y ella se apresura en leer el nombre de su interlocutor. Rápidamente contesta, enseñándole el teléfono a Hardy, quien asiente al momento, alejándose con ella al extremo del jardín, para poder hablar con tranquilidad. Dejan a Mark con ganas de saber qué demonios está pasando.

—¿Ellie? ¿Qué pasa? —cuestiona Cora nada más coger el teléfono.

El inspector escocés y de cabello castaño se ha acercado a ella, esperando que le diga algo relevante para la investigación. Ella desvía su mirada un momento hacia su jefe, antes de decidirse.

—Un momento, Ellie, te paso al inspector Hardy —le comunica, entregándole su teléfono móvil al hombre, quien la observa, sorprendido.

—¡Pe-pero Cora...! —protesta la castaña al teléfono, quien claramente no está muy por la labor de hablar con él.

—Soy solo una novata. Es usted quien lleva la investigación —argumenta la de ojos azules, aun extendiéndole su móvil al hombre a su lado—. Creo que es mejor que Ellie hable con usted.

Hardy no dice nada ante sus palabras, pero agradece su intención y el hecho de que siga las normas. Toma el teléfono en sus manos y lo acerca a su oreja. Se percata de que Harper tiene el rostro ladeado, escuchando la conversación sin dejar de mirar a Mark Latimer.

—Miller.

—Estoy en la cabaña del acantilado, señor —responde ella en cuanto escucha la voz de su superior—. La científica cree que lo mataron aquí, como Cora había supuesto —le comenta, provocando que Hardy asienta con satisfacción: nuevamente, Harper ha demostrado su gran utilidad y capacidad para este trabajo—. Luego, lo llevaron tres kilómetros por la costa, hasta donde lo encontramos —añade. Miller va a lo esencial, como a él le gusta—. Hemos encontrado sus huellas y sangre.

—Bien, ¿algo más? —cuestiona en un tono sereno: al fin parece que las cosas mejoran.

—Sí —afirma la sargento—: alguien ha limpiado a fondo el lugar —añade en un tono suspicaz—. Pero también hemos encontrado huellas en el fregadero —le comenta, provocando que Harper gire la cabeza hacia su superior, intrigada—. He pedido que las compararan con las de los descartes —su tono se torna grave, y la tensión inunda los cuerpos de Alec y Cora—. Son de Mark Latimer.

Hardy se queda paralizado en el sitio. Parece que las piernas se le han convertido en piedra y no puede moverse. Harper por su parte parece igualmente mortificada por esa información. Ambos intercambian una mirada preocupada, la cual desvían a los pocos segundos hacia Mark Latimer. Éste continúa sonriendo, ajeno por completo a lo que acaba de transcurrir. No parece preocupado en absoluto... Y eso es lo más escalofriante de todo.

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