5 🐺 Una realidad difícil de aceptar
Finca: El Milenio Plateado
La muchacha no había podido dormir y decidió entrar al despacho de su padre para averiguar algo de lo que había pasado. Necesitaba respuestas pero cuando bajó el picaporte y empujó hacia dentro, comprobó que estaba cerrada con llave. Miró el adorno que estaba sobre la mesita al lado de la puerta y lo tomó para romper la cerradura, le dio tres fuertes golpes y la puerta cedió ante estos. La abrió de par en par la puerta y entró para ir directamente al escritorio.
Se sentó en la silla y revisó los cajones para encontrar algo, pero no halló nada. No había nada raro a excepción de un papel que encontró que decía que la finca estaba vendida, pero no decía a quién, solo aparecía el apellido de lo que creía era una empresa.
Millennia entró en pánico de nuevo y aunque las ganas eran fuertes, no podía llamar en ese horario porque era de noche. Lo haría al día siguiente porque quería saber quién era el dueño de la empresa que había comprado la finca y si podía le ofrecería otro trato para poder comprársela y conservarla. No tenía ninguna idea del porqué sus padres habían hecho algo así ya que no tenían ningún otro lugar en donde vivir.
Aquella noche lo menos que hizo fue dormir, solo dormitaba, pero no descansaba realmente porque tenía miedo de que el hombre y el lobo negro volvieran a aparecer. No sabía qué buscaban, pero presentía que nada bueno. Y sabía que una mujer sola, en un lugar como aquel, no era seguro aún si tenía un lobo como mascota.
🐺🐺🐺
Un día después, el timbre de la finca sonó dos veces y el lobo le movió la mano que yacía sobre su muslo, Millennia se había quedado dormida hacía una hora atrás en la silla de la oficina. Ella aún somnolienta posó su mano sobre la cabeza del animal y él bufó apoyándose sobre el regazo. Con el hocico empujó hacia dentro en la zona del estómago para despertarla.
En el porche, las tres mujeres esperaban.
―¿Estás segura que no está sucediendo algo? ―preguntó preocupada una de las gemelas.
―Lo sé, lo presiento, ella está bien. Pero hay algo más dentro de la finca, algo que la está protegiendo también.
🐺🐺🐺
Dentro de la casa, Millennia se levantó gracias al lobo que la tironeaba de la ropa para llevarla hasta la puerta y recibir a las personas que habían llegado.
―Ya voy, ya voy, Ambarino ―respondió y miró por la ventana.
Había tres mujeres paradas en la entrada y ella no las conocía, pero les abrió de todas maneras.
―Hola ―les dijo la joven.
―Hola. Buen día, me presento, soy Giovanna y ellas mis hijas, Valeria y Vittoria.
―Encantadas, pasen por favor ―les ofreció y las tres aceptaron―. Ustedes dirán, no sé si son mis vecinas o vienen de alguna otra parte ―rio por lo bajo―, desde hace días todo está tan raro, que ya espero cualquier cosa y ni tampoco sé por qué las dejé entrar ―se lo cuestionó ella misma.
―Quizás porque no te parecemos peligrosas ―sugirió Giovanna con una sonrisa.
―Es posible, siéntense por favor, ¿les puedo ofrecer algo?
―Tres tés estarán bien ―volvió a decir la mujer.
―Bien, mientras voy a la cocina pueden contarme qué las trae por aquí ―caminó hacia allí llevándose consigo el cuenco con la sopa de la noche anterior.
―Bueno... es algo complicado de explicar y no sabemos si nos creerás tampoco.
―Pues... creo que estoy dispuesta a escuchar cualquier cosa ya.
Cuando el agua hirvió, la vertió en una linda tetera y la colocó sobre una bandeja junto con cuatro tazas de té con sus platos y cucharas. Llevó todo sobre la mesa del salón y volvió a la cocina para buscar una cajita con hebras de té y varios infusores individuales, desde un par de ardillas, dos macetitas con su flor, dos gatitos, dos frutillas, dos limones, dos erizos y dos corazones con flecha.
―Vaya... parece que te gustan los infusores de té con formas ―comentó la gemela con la mitad de su cabello en color rojo.
―Sí, los solía coleccionar. Por favor, elijan las hebras que quieran para sus tés.
―Gracias ―dijeron las tres al mismo tiempo.
―Como has dicho que estabas dispuesta a escuchar cualquier cosa ―emitió Gio mientras se preparaba su té―, te diré una noticia que estamos más que seguras que no te caerá nada bien o por lo menos no será la que esperabas.
―Más de lo que me pasó hace dos días atrás no creo.
―Vinimos a visitarte porque somos la madre y las hermanas de tu futuro marido.
Millennia se ahogó con la infusión y tuvo que dejar el plato con la taza sobre la mesita. Tosió y recuperó la compostura.
―¿De mi futuro marido? ―frunció el ceño―, no entiendo nada.
―Lo sé, sabemos que no entiendes nada. Serás la futura esposa del señor Valentini.
―¿Quién es el señor Valentini? ¿Y por qué no vino él para presentarse si tanto insiste, al parecer, en que sea su esposa? ―cuestionó molesta.
―Es el actual dueño de la finca y no ha querido venir a conocerte porque es un hombre muy ocupado.
La argentina ató el cabo suelto que necesitaba averiguar ese mismo día.
―No le hubiera costado nada perder media hora de su tiempo para conocerme.
―¿Estás dispuesta a casarte con él? ―Quiso saber la otra hermana que tenía el color rojo desde las raíces hasta la mitad del pelo.
―¿Qué más podría hacer? Esta finca es lo único que teníamos con mis padres ―se le quebró de nuevo la voz.
―¿Estás bien? ―formuló con preocupación Valeria y se sentó a su lado.
Millennia se sorprendió mucho ante el gesto.
―Sí, es solo que todo se juntó de golpe, el accidente de mis padres, que ninguno de los dos sobrevivió, un hombre con un lobo negro que apareció anoche sin saber quién era y qué buscaba, la finca vendida sin yo tener idea a un hombre que no conozco y que incluso será mi marido, no entiendo nada ―expresó sin dejar de llorar.
Giovanna y las dos gemelas la miraban angustiadas también, no sabían qué podían hacer para reconfortarla.
―Bebe un poco de té ―le ofreció Valeria sujetando su taza y dándosela a la joven―, te vas a sentir un poco mejor.
―Gracias ―le respondió y la joven lo bebió de a sorbos.
―Quizás te suene descabellado y muy apresurado también ―manifestó la mujer―, pero sería ideal que te vayas de la finca, ya no es más segura y tú no te encuentras bien, lo veo en tu rostro. Tienes ojeras y estás demacrada.
―No he dormido bien últimamente. Desde hace tres días que no duermo bien y anoche prácticamente no dormí nada. Solo pude dormir una hora antes de que ustedes llegaran y me avisó mi mascota que alguien había llegado.
―¿Tienes una mascota? ―preguntó Vittoria.
―Sí, Ambarino... ―lo llamó―. Ven a conocer a las visitas.
El lobo caminó con lentitud y gracia. Giovanna supo al instante de quién se trataba. El animal subió al sillón individual y se echó. Miraba con atención a las tres. La madre de Amos esbozó una leve sonrisa cuando lo volvió a mirar y se quedó más tranquila.
―Tienes una hermosa mascota, rara ya que es un lobo, pero creo que se podrían domesticar ―contestó Valeria, la joven con las raíces de su pelo rojas.
―Gracias, lo encontré una noche caminando por el bosque. Y después de curarlo no quiso volver al bosque y yo me encariñé con él ―le sonrió al animal―. Es una gran compañía.
Las orejas de Ambarino se levantaron de repente, dándole la alerta a Giovanna que alguien estaba bastante cerca de allí y la mujer habló:
―¿Por qué no pones algo de ropa en una maleta y nos vamos? Mi hijo me encargó de llevarte a uno de sus departamentos para que estés cómoda y sobre todo segura.
―Está bien ―le dijo y asintió con la cabeza también―. Me iré con ustedes con una condición, Ambarino viene conmigo también. Siendo departamento sé que de seguro deben tener restricciones, pero no puedo dejarlo aquí.
―Claro, no hay ningún problema, el departamento no tiene ninguna restricción, así que debes estar tranquila por eso.
―De acuerdo ―se levantó del sillón y realizó un hondo suspiro tratando de tranquilizarse―, iré a empacar.
Cuando Millennia subió y se quedó en su cuarto. Giovanna se cruzó de brazos y alzó una ceja mientras miraba con atención al lobo.
🐺Así que Ambarino, ¿eh? Te hemos buscado durante siglos.
🐺Fui yo quien no quise contactarlos para protegerlos, ahora me dejé ver porque creí que no había peligro, pero el enemigo siguió el rastro de Amos hasta aquí y peor aún, la joven es la compañera de tu hijo sin que ella aún lo sepa.
🐺Para no asustarla más, es conveniente que no sepa nada aún.
🐺Opino lo mismo, Giovanna.
El animal apoyó la cabeza sobre sus patas delanteras y allí terminó la conversación mental.
Veinte minutos después, la muchacha bajó con una pequeña maleta donde tenía prendas de vestir, un par de calzados, un par de camisones y productos de uso personal.
―Estoy lista, pero antes necesito buscar unas cosas de la casita.
―Está bien, nosotras te llevaremos la valija mientras tú vas a la casita ―se ofreció Gio.
―Se los agradezco ―admitió con una sonrisa.
Ambarino la siguió por detrás y se quedó en el umbral de la puerta abierta al tiempo que ella revisaba las flores, semillas de todas las especies y frascos con bálsamos, aceites y cremas curativas para meter todo dentro de una caja junto con el mortero de lapislázuli. Quería llevarse todo antes de que el dueño, su futuro marido, hiciera algo con lo que dejaba allí.
El lobo aulló una vez más advirtiendo a las cuatro mujeres.
―Alguien se acerca, ¿verdad? ―comentó Millennia un poco asustada―, cuando aullaste la última vez aparecieron el hombre y el lobo. Debo apurarme.
Como pudo metió el resto de las cosas encima de las demás y levantó la caja en sus manos, llevándose consigo la capa lila que estaba colgada en el perchero.
―Vámonos, Ambarino.
El animal le dio paso a ella para que caminara por delante para cuidarle la espalda a la joven, en pocos minutos metió la caja en el maletero del coche y las cuatro mujeres, y el lobo se metieron dentro para irse de allí. Millennia giró la cabeza para mirar por el vidrio del asiento trasero y entre los matorrales del bosque vio surgir la figura de hombre y al lobo.
Se sentó con más comodidad y agachó la cabeza para luego suspirar. En el relajo que tuvo su cuerpo y su mente, comenzó a llorar en silencio. Ambarino para reconfortarla echó su cabeza sobre el regazo de la muchacha.
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