Capítulo 1
—Ya te dije que estoy bien, mamá —repetí por milésima vez.
Mi madre me envolvió con una manta frente al televisor, donde estaba viendo el diario de una pasión, por tercera vez en el día. A mi lado, un cuenco con helado derretido se posaba, pero no planeaba hacer nada al respecto. El helado de chocolate se convirtió en mi mejor amigo, mientras los pañuelos desechables se volvieron indispensables para mí.
Pero aun así fingía que todo estaba bien, aunque no era capaz de engañar a nadie.
Todos sabían que tenía el corazón roto.
Y una molestia que no se desaparecería de un día para otro.
—Lo sé, lo sé. Pero me preocupas, Jess. Estuviste con Nicolás por tres años.
Y lo conocí de muchos años más, pero no quise caer en detalles. Después de todo, mi madre ya se sabía toda la historia. Desde como nos conocimos hasta como terminamos.
Cuando vi a Nicolás por primera vez en mi vida, fue en el segundo año de secundaria. Él no era un chico extremadamente apuesto. No era un Adonis. No era el hombre más bello del mundo.
Era un mocoso con lentes y acné. Se vestía con las sudaderas más grandes que existieran a pesar de que era alto y delgado. Un chico inteligente que amaba los debates. Uno que me gustó a primera vista. No sabía por qué su estilo de nerd fue para mí tan atractivo. Considerando que él era apenas un adolescente hormonado que solo le gustaba hablar de ciencia y que era un completo torpe cuando estaba frente a una mujer.
Y conforme el tiempo pasó, dejó atrás los lentes, la adolescencia le dio un respiro y ahí quizás se convirtió en un chico medianamente atractivo.
Para ese entonces ya era mi novio. Me acompañaba todos los días después de clase a casa, estudiábamos juntos y poco a poco nos convertimos en la pareja nerd más famosa del lugar.
Por eso se nos hizo natural mudarnos juntos para ir a la universidad. Yo estudiaba diseño de modas, aunque las matemáticas eran mi pasión en la adolescencia. Y él, comenzó a estudiar medicina. Todos en la universidad hablaban de nosotros. Nos veían como la pareja perfecta.
Yo misma creí que éramos la pareja perfecta.
Hasta que lo conseguí en la cama, con su mejor amigo.
—Vamos, Jess. Llevas una semana así. No puedes seguir faltando a clases.
—¡No quiero tener que verle la cara! —exclamé con irritación—. Si voy a la universidad, sé que va a estar allí.
—Pues tienes que enfrentarte a tus problemas. No puedes huir por siempre. No solo fueron una pareja, fueron amigos por muchos años.
Ya lo sabía.
Refunfuñando, me envolví en la manta y le subí volumen al televisor, viendo como Noah intenta conquistar a Allie, a pesar de que todos estaban en contra de su relación. Lloré en un par de escenas, dejando que mi despecho se notara cada vez más.
Sanaría algún día.
Pero ese día no sería hoy, decidí.
A la mañana siguiente, para no seguir preocupando a mi madre, me levanté y fui directamente a lavar mi ropa. Como todo lo dejé en el apartamento, apenas y contaba con algunas prendas de mi adolescencia y la mayoría de ellas ya no me servía.
Por esa razón, me puse lo que antes solía ser un vestido y ahora era más una camisa un poco larga. Era de color rojo con pequeñas flores blancas. No me importaba andar con las piernas desnudas, pues solo estaría frente a mi familia. Si tuviera que salir de casa, entonces sí que me vería en un aprieto.
Tarareando una canción que debía tener ya más de diez años, comencé a organizar las prendas que podrían quedarme y las que no.
Moviendo mis caderas de lado a lado, noté algo por la ventana de mi habitación. Me quedé congelada por un segundo, mientras mi cerebro procesaba la información.
Ahí, justo en la casa de al frente, se encontraba una persona desconocida. Una señora rubia estaba haciendo quien sabe qué cosa.
Esa no era la señora Hamilton.
Negando con la cabeza, anoté mentalmente la idea de preguntarle a mi madre por las personas de al frente.
Tenía un año viviendo fuera del vecindario, pero no estaba enterada de que la señora Hamilton se hubiera mudado. Era una adorable anciana que siempre me daba galletas cuando era pequeña, por lo que le tenía mucho cariño.
—Rubia sol, morena luna —canturreé—. Mi tragedia, mi fortuna.
—Esa canción es horriblemente machista.
Mi amiga de la infancia y la única persona que entraría en mi habitación sin tocar apareció frente a mí.
Jacqueline Millrose era una morena de altas curvas, con una melena que caía hasta sus anchas caderas. Siempre usaba cosas en tonos otoñales, pues aseguraba que realzaba su belleza. Su cuerpo era de infarto, con unas largas y torneadas piernas que parecían kilométricas. A diferencia de mí, que era más bien flaca como un palo, pequeña como un duende y tenía una mirada aniñada en mi rostro.
—Oh, cállate. Bien que te gustaba cuando éramos jóvenes.
—Si, bueno. Ya no —refunfuñó—. ¿Qué demonios haces vestida así? Ese vestido lo usabas cuando tenías trece años.
—¿Qué quieres que te diga? No tengo ropa aquí. Dejé todo en el apartamento.
—Pues ya va siendo hora de que vayas por tus cosas.
Si, ella no era la única que me lo decía, pero yo todavía no era capaz de hacerme frente a Nicolás. No quería ni pensar en lo que haría si volvía a ver su cara en un futuro muy cercano.
La última vez que lo vi, destruí medio apartamento.
Ahora era capaz de ir por el apartamento completo.
—¿Quieres que te preste mi ropa? No soporto verte como una especie de fantasía pornográfica.
—¡Hey! —reclamé—. No es cierto.
—Sí lo es. Pareces una bebé, con esos gigantes ojos tuyos y esa carita redonda. Y tienes el cuerpo de una diosa griega, así que te ves cómo la fantasía de cualquier enfermo.
—Por suerte, no hay ningún enfermo por aquí cerca —rodé los ojos con fastidio.
Negó con la cabeza, acercándose a mi armario. Tenía esa mirada de desaprobación que siempre odié, pero decidí mantener la boca cerrada. Si hablaba, ella solo me convencería de echar toda la ropa a la basura.
Y yo tenía pensado donar toda la ropa que estuviera en buenas condiciones, por lo que decidí solo centrarme en mi tarea.
A los pocos minutos, ni siquiera supe quien le subió volumen al equipo de sonido, pero pronto estuvimos cantando a todo pulmón como en nuestra adolescencia.
Éramos una combinación poco usual. Mi piel era blanca como la porcelana, mientras la suya era una piel canela. Jacqueline era tan alta como un edificio y yo apenas y le llegaba al hombro usando tacones. Ella era modelo. Y yo apenas estaba estudiando para ser una diseñadora de modas.
De alguna forma, cuando nos veíamos juntas, a pesar de ser tan diferentes como el agua y el aceite, parecía que nos complementábamos.
—Debiste dejarme castrar a Nicolás —comentó al aire.
—No podía dejarte hacer eso —negué con la cabeza—. Quiero ser yo quien lo castre.
Escuché su risa escandalosa, por lo que yo también me eché a reír.
—Ven, ya me dio sed —la invité a seguirme hacia la cocina que ella ya conocía bien.
Éramos muy cercanas. Tanto que su casa era mi casa. Y la mía también era suya. Incluso era capaz de montarme un almuerzo en su cocina, así, sin aviso. Su madre no se quejaría puesto que odiaba cualquier cosa que estuviera relacionada con cocinar.
Tomé dos vasos sin preguntarle y nos serví agua. En el camino vi que mi mamá acababa de comprar frutas, por lo que agarré un poco de todo, lo lavé cuidadosamente y comencé a picarlo en un bol. Todo mientras Jacqueline solo observaba sus uñas.
—¿El mismo sitio de siempre? —pregunté solo para asegurarme.
Ella solo en encogió de hombros, por lo que comenzamos a dirigirnos hacia mi porche.
Vivíamos en un lugar bonito y agradable. Era un vecindario silencioso, por lo que a veces, podíamos escuchar algunas conversaciones de los vecinos. Por eso Jacqueline y yo nos sentábamos todos los días en mi porche.
Todo por el bien del chisme.
Nos sentamos una al lado de la otra, mientras comíamos fruta tranquilamente.
Adoraba nuestra amistad. No teníamos que siempre estar hablando o haciendo algo. Podíamos simplemente sentarnos en silencio y disfrutar la compañía de la otra.
Dirigí mi mirada hacia el frente, mascando lo que me parecía un trozo de guayaba. Entonces ocurrió. Algo capturó mi atención y no logré disimularlo.
Uh, la lá.
Mordí mis labios inconscientemente al captar un cuerpo semi desnudo en la ventana de la casa de al frente.
Bueno, al menos esperaba que fuera semi desnudo.
Sorprendida, dejé que mi mirada recorriera su abdomen. Era musculoso y bien ejercitado, con una piel tan blanca como la porcelana. Su cabello oscuro estaba largo y no me permitía bien ver su rostro, pero eso no impidió que babeara sobre su imagen.
—¿Pero quién demonios eres? —pensé en voz alta.
Me abofeteé mentalmente. Era obvio que se trataba de mi nuevo vecino. Un muy buen dotado y exhibicionista vecino. Podía verlo desde el porche de mi casa, donde solía pasar las tardes.
—¿Quién demonios es quién? —preguntó Jac.
—Shh, silencio.
Asegurándome de no ser tan excesivamente obvia, me dediqué a observarlo con mayor detenimiento.
Utilizaba su teléfono inteligente, inmerso en lo que fuera que estuviera viendo. No parecía haber notado mi presencia, lo cual no sabía si era una ventaja o una desventaja.
Por un lado, estaba buenísimo y poder deleitarme visualmente sin quedar como una depravada era una ventaja indiscutible.
Y por el otro lado, no era muy grato ser invisible.
Suspiré al verlo moverse de un lado a otro. Me sentí como toda una acosadora, pero no era mi culpa.
Este era mi lugar mucho antes de que él llegara. ¡Y yo no era responsable de que él eligiera esa ventana en particular para pasar el tiempo con el abdomen al descubierto!
—Oh, ya veo —Jacqueline se dio cuenta de hacia donde estaba mirando, por lo que se rio en voz baja—. Parece que ya sanaste tu corazón.
—Déjame en paz —le saqué la lengua, sintiendo mi rostro enrojecer.
—¡Estás babeando por tu vecino! —exclamó.
—¡Cállate, Jacqueline de las Rosas!
Así me gustaba llamarla para sacarla de quicio. Su voz era lo suficientemente escandalosa como para que el vecino buenote de la ventana pudiera escucharla, pero por suerte parecía inmerso en lo que estuviera haciendo.
—Oh, Jess. No puedo creer que estés babeando por él.
—No estaba babeando.
Pero por sí acaso, toqué mi mandíbula con dos dedos. La miré feo al notar que estaba completamente seco. ¡Me había tendido una trampa!
Se destornilló de la risa, comenzando a hacer ruidos raros. Porque ella no era una persona que pudiera reírse como cualquier otro. No, ella sonaba como un cerdito cuando se reía de más.
—Espera, creo que acaba de mirar para acá.
—¿Qué? —me exalté.
Miré hacia allá de reojo y confirmé que era cierto.
El vecino sin camisa estaba justo en la ventana, mirando directamente en nuestra dirección.
¡Hola, mis criaturitas amantes del chisme! Aquí les dejo el primer capítulo de esta historia, espero que les guste.
¿Qué les pareció? ¿Les va gustando?
Esta historia estará cargada de humor, así que espero que al menos les haya sacado una sonrisita.
¡Nos leemos pronto!
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