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31. ¿Cuál es la peor parte de este infierno?

"Detente y espera un segundo.
Cuando me miras de esa forma,
mi querida ¿Que es lo que esperabas?"

505, de Arctic Monkeys.

†-†•••†-†

Probablemente lo peor del infierno es que, cuando pasas el tiempo suficiente en él, comienzas a amarlo. Incluso lo defiendes.

Algo así me llegó a pasar. Me consideraba muerta desde hace mucho tiempo. No me veía alguna salvación y tampoco era como si la quisiera.

El error en aceptar la entrada a ese lugar es que no puedes ver las letras pequeñas del contrato. Una vez firmas no puedes salir, y peor aún: no puedes evitar que los demás caigan contigo.

Así que estábamos en esta situación: Isaac deseaba salvarme, poco le faltaba para sentirse morir por ser un Dios para arrancar las maldiciones de mis enfermedades de mí, tenía la desesperación en su alma de regresarme esa chispa de vida que mis ojos habían perdido hace mucho.

Al igual que le había pasado al Isaac que había conocido hace años, este Isaac también era golpeado por su padre, lo tenía bajo el dominio de su mano poderosamente adinerada y lo único que lo mantenía con vida era yo. Él no lo aceptaba. Quería fingir que todo estaba bien. Que lo tenía bajo control. Pero no. Todo se le estaba saliendo de las manos y yo lo notaba.

Lo notaba porque sus ojos no sabían mentir. Lo sabía porque su presencia tenía subtítulos y siempre que él llegaba a mi espacio personal sentía que podía leerlo.

Pero él no era el Isaac que había conocido ¿O sí?

—¿Qué haremos hoy? —dejó de chupar su paleta y me miró con algo de diversión en sus ojos.

—No sé, ¿Qué querés hacer? —respondí imitando a los buitres de El libro de la selva.

Ambos estábamos sentados —como siempre— contra la pared de mi salón, cada quien comiendo una hamburguesa con su respectiva orden de nuggets y agua de jamaica. Y un paquete de paletas "de la Rosa" que revolcabamos en Miguelito y comíamos a mordidas.

Isaac se estiró haciendo notar su cuerpo y yo quise arrancarme los ojos para dejar de ser tan obvia y dejar de comermelo con la mirada.

—¿Sabes bailar?

Solté un bufido haciendo volar mis rizos con canas y lo miré con cara de "Really?"

—¿A qué viene esa pregunta?

Él sonrió y me reacomodó un pequeñito mechón detrás de mi oreja.

—Solo responde, Chinos.

Mi corazón se quebró con ese sobrenombre. Quería que él me recordara, carajo. ¿Qué maldita sea debía hacer para hacer que él lo hiciera? ¿Una poción?, ¡¿Agua de calzón?!

—Sí, Isaac. Sí sé bailar. Soy negra, viene en mi sangre.

—Tengo la duda, ¿Por qué eres negra?

—¿Algún problema whitexican? —ataqué divertida. No me molestaba que me dijeran negra, pero ver a la gente sentirse acorralada cuando les haces sentir que están siendo racistas es divertido.

—No, no, solo que... Olvídalo, diga cómo lo diga sonaré muy racista.

—Anda, dilo.

—Nah.

—Que lo digas, caraja madre.

Me miró de reojo y sonrió nervioso.

—Es solo que... de tu tono de piel y con tus facciones no es común encontrar gente así por este lado del país. Digo, hay morenos, negros por el sol, negros porque no se bañan, pero así como tú no.

—Mi padre también es oscuro, y mi mamá tiene mis mismas facciones, así que soy el físico de mi mamá con el tono de mi papá.

—Eres hermosa...

Y... Me sonrojé.

—Gracias, tú también eres hermoso —mencioné nerviosa con un leve tono de duda y él se sonrojó aún mucho peor que yo logrando que sus pecas se notarán de tal manera que era fácil contarlas una por una—. ¿Cuántas pecas tienes?

—¿Eh?

—No te muevas.

Acerqué mi rostro al de él para contarlas a detalle y me estresé cuando supe que eran tan pocas que terminé rápido.

Podía perderme contándolas como podía perderme contando las estrellas por la noche, como podía perderme buscando caracolas en el mar, como podía perderme viendo la lluvia caer sobre un suelo desértico.

—Treinta y siete. Son treinta y siete.

—Ah...

—¿Por qué preguntaste ahorita si sabía bailar?

—Porque quiero bailar contigo.

Me hice consciente de la realidad. Salí de la burbujita que era mi mundo alrededor de él y supe que en la escuela el festejo seguía.

Era la fiesta del aniversario de la institución y tenían música de todo tipo sonando en grandes bocinas mientras todos comían y tomaban cosas gratis. Pizza, hamburguesas, enchiladas, había de todo en aquel lugar y la gente iba y venía libremente comiendo y bebiendo.

—No me gusta bailar cuando la gente me ve.

—No te verán.

—Pero yo sentiré que sí.

—Tranquila, la única atención que tendrás será la mía. Y si alguien te dice algo le cortaremos la lengua.

Sonreí entretenida y él interpretó eso como un "jalo a lo que tú quieras, beibe"

—Ven, vamos a bailar.

Se levantó jalando de mi mano causando que me pusiera de pie tras él y ambos bajamos las escaleras con él enrollando mi brazo en el suyo mientras mi estomago se anudaba por los malditos nervios que me daba bailar.

No es que fuera mala, de hecho; ese era el problema. Tampoco era la gran experta, pero mi cuerpo tenía una disposición natural para desenvolverse al ritmo de la música y odiaba sentir que podían llegar a sexualizarme por eso. Una de las malas partes del infierno es que te puedes llegar a sentir como una cría en medio de un gran supermercado lleno de monstruos. Y yo me sentía así al bailar.

¿Cómo le hacía entender eso a Isaac? No lo sabía, pero cuando menos lo sospeché ya estábamos en medio de la pista y el alumnado bailaba con sus parejas en su propio mundo.

—Realmente no quiero bailar...

—Tranquila, no te dejaré morir sola.

¿Era eso cierto, Isaac?

—Okay... —susurré a mal modo y acomodé mis brazos para bailar la pieza que sonaba.

Si mal no recuerdo, era algo como la cumbia. ¿Tal vez era Amor a primera vista de Los Ángeles Azules? No lo recuerdo, lo que sí recuerdo con precisa exactitud es que justo cuando íbamos a comenzar a bailar la música cambió abruptamente a un remix de bachata y quise maldecir al Universo.

—¿Qué pasa? —preguntó él mirándome con un dejo de preocupación en su mirada.

—Es bachata.

—¿No sabes bailarla?

—No, al contrario, la sé bailar muy bien.

—¿Y entonces por qué te ves como un conejo asustado?

—Te dije que odio bailar.

El muy desgraciado me sonrió, acomodó mi cuerpo al suyo y comenzó a bailar invitándome a seguirlo. No me tomó ni un milisegundo seguirle el ritmo y pronto mi mundo volvió a encerrarse en una burbujita en la que solo eramos él y yo.

—Bailas muy bien, Chinos —susurró a mi oído y me hizo dar una vuelta mientras sus ojos barrían mi cuerpo con una atención dulce que me provocó libélulas en el estomago. De esas que repiqueteaban con un zumbido sordo dentro de mis entrañas y me mandaban corrientes eléctricas por mi organismo. Podía morir, podía volar, podía ir al Cielo o al infierno y nada me importaría.

—Diriges muy bien, Azulito.

—¿Azulito?

—Por tus ojos. Ahora son azules.

—Eres muy creativa.

—Aprendí del mejor.

Seguimos bailando y en ese instante sentí miradas en mi espalda. Sabía que esa sensación no era natural, era alguna de mis alucinaciones. Más específicamente, Oholiab o Naara. Ambos tenían ese tipo de mirada pesada que golpeaba con una extraña especie de presencia.

Di un pequeño vistazo hacia atrás y vi los rizos explotados de Naara peinados en una coleta alta mientras ella me grababa con su Ackzde.

—¿Qué pasa?

No alcancé a contestarle cuando la música volvió a cambiar abruptamente a Mis Sentimientos de Los Ángeles Azules con Ximena Sariñana.

—No puede ser, ¡mi rola! —exclamé emocionada mientras bailaba en mi propio lugar como una botarga sudorosa.

—¿Es tu rola?, ¿por qué?

—Tú cállate y bailemos.

—Pero...

—¡Que bailemos! Anda, anda... Por favor.

—Yo encantado.

Me reacomodé frente a él, coloqué mis brazos en su cuerpo y comenzamos a bailar haciendo que me uniera a la música como un chicle al cabello. Me estaba divirtiendo tanto. Tanto, que no me importaba la atención de Isaac sobre mí, que estuviera quebrando como mil reglas que me había autoimpuesto al bailar ahí en medio de tanta gente alrededor.

En cierto momento comencé a cantar la canción a gritos como una loca. Y no me avergoncé. Estaba siendo yo misma una vez más. Estaba siendo de nuevo esa niña que no habían roto aún. Esa ángel sin mancha. Sin fuego.

—¡¿Se están divirtiendo?! —gritó un chico en la plataforma en medio de la plataforma que se encontraba al fondo del tumulto, en ella se habían colocado las bocinas de la que salía la música, y todos lanzamos un grito como respuesta. Un largo sonido de júbilo llenó la bóveda del domo bajo el que se había formado la pachanga—. Me alegra oír eso, porque... ¿Qué creen? Ya mero se nos acaba la fiesta.

—¡Buuuuuuuuuh! —gritamos todos y el chico sonrió mirando a diversos puntos del gentío que se había vuelto más grande con la pausa de la música.

—No se preocupen, que no planeamos acabar esta fiesta sin que ustedes sean parte de ella.

Ladeé mi cabeza mirando con curiosidad al chico.

—En unos momentos podrán subir a la dinámica de Karaoke que habrá antes de unos juegos y entonces podremos volver a clases normales.

De nuevo todos abucheamos. ¿Qué clase de gente hace una fiesta para dejarnos caer de nuevo en la aburrida rutina de unas clases aun mas aburridas?

El sujeto bajó de la plataforma y la música siguió.

Me di la vuelta para ver a Isaac y le dije que necesitaba ir al baño pero volvía pronto. Una excusa para alejarme del gentío porque, la verdad, comenzaba a sentir un ataque de ansiedad.

Mi corazón continuó acelerándose mientras me alejaba de él entre la gente y fui a encerrarme en un baño. El olor a cloro llenaba el ambiente pero me ayudaba a mantenerme en el presente.

No sabía qué había causado ese repentino ataque. Mi cabeza ardía con la desesperación que llenaba mi organismo. Mis hombros no lograban destensarse por más que lo intentaba y sentía que un ruido desesperante, aunque al mismo tiempo sordo, llenaba mi mente mientras clavaba mis uñas con fuerza en las palmas de mis manos.

Bajé la tapa de la taza y me senté en ella mientras sacaba mis audífonos, los encendía al tiempo que los colocaba en mi cabeza y colocaba mi playlist especial para mis ataques de ansiedad. Las canciones en ella siempre lograban ayudarme a controlarme y relajarme.

Baby you're worth it de Kina, malemolência cantada por Mariana Froes, Hotel Caro de Baco Exu Do Blues y unas pocas canciones más se reprodujeron hasta que pude volver a centrarme en el aquí y el ahora y aun así continué escuchando la lista de reproducción.

—¿Aymara? —escuché la voz de Isaac y la ansiedad como que quiso volver.

¿Y ahora qué quería?

—¿Qué quieres?

—Ah, sigues ahí.

—Sí.

—Pensé que te habías ido por el resumidero.

—Ya salgo.

—¿Estás bien?

—Sí —respondí a secas. La ansiedad comenzaba a volver a florear en mi interior y ya empezaba a pensar en formas de matarme.

—Bueno.. Es que... Quería decirte que voy a cantar algo en la tribuna.

—Ah, ok —y en un segundo reaccioné a lo que había dicho porque, aunque sí lo había oído, no había escuchado hasta que capté el mensaje—. ¡Espera!, ¡¿Qué?!

—Eso. Te espero afuera.

Y se fue. Y me dejo pensando en el todo y en la nada. En la inmortalidad del cangrejo y la mortalidad del tiempo.

Dios, ¿Por qué no podía ser todo más sencillo con él?

Me obligué a tranquilizarme rápidamente y salí a buscarlo. Isaac estaba en una fila detrás de la tarima en donde las personas iban a cantar y me acerqué a él a ¿enfrentarlo? No sé. Con Isaac no podías negociar pero al menos iba a decirle que no lo hiciera. 

Carajo, conocía tan bien a ese chico que sabía que iba a cantar algo cursi, y sabía también que media escuela sabía tan bien que él y yo no eramos tan amigos como yo quería pensar que, aunque no quisiera, me iban a shippear aun peor con él si él hacía lo que yo sabía que él iba a hacer.

—Isaac, ¿Qué vas a hacer?

—Cantar —contestó tan seguro de sí mismo con una sonrisa traviesa en la cara que ya sabía lo que pasaría.

—Arctic Monkeys no.

—Arctic Monkeys sí.

—¡Isaac!

—¿Sí, Aymara?

Aydiohmío...

—Isaac, no cantes.

—¿Por qué no?

—¡Porque ya sé que vas a cantar para mí!

—¿Y lo malo en eso es?

—¡Que ya media escuela nos shippea!

—Déjalos, están celosos de que me ames.

—Ay, por favor, tú eres el que me ama.

—¿O sea que no vas a negar que me amas también?

—¡Isaac! Ya te dije: Arctic Monkeys no.

—Ummm... ¿Entonces qué canto?

Un chico se acercó a nosotros y nos miró con un destello de duda, como si quisiera completar un chisme que no entendía.

—Sigues tú después de ella —le dijo a Isaac señalándome y después de eso se dirigió al chico que controlaba la música de las bocinas—. Prepara la siguiente canción para ella y luego que suba él.

—¡¿Que yo qué?!

—Ya ves, te toca cantar —dijo Isaac tan quitado de la pena sonriéndome como si lo hubiera planeado todo.

—¿Qué? No. Yo ni de loca voy a cantar.

—Si no cantas tú cantaré algo de Arctic Monkeys.

—¿Qué? Pero...

—Sigues. ¿Qué vas a cantar? —me preguntó el chico de sonido mirándome con aburrimiento mientras mascaba chicle como si no hubiera nada que le importara en la vida además de mascar ese chicle.

—Ay Dios mío... Eh... —Volteé a ver a Isaac buscando ayuda pero el muy maldito desgraciado me miraba con una diversión enorme en su mirada como diciéndome: "o cantas o te canto"—. Ash... Hm...

No había nada mas que tres canciones que me sabía de memoria, que me salían bien y que, por desgracia, dos de ellas eran románticas. La otra era en un idioma desconocido para la mayoría de la humanidad presente en esa multitud (mala suerte aprenderme como una loca obsesionada The Songcord de Avatar: The way of water).

No es que me importara lo que ellos pensaran de mí, pero esa última canción era demasiado personal para mí y no pensaba compartirla con ellos. La otra era AMOR DE CINE de HUMBE y por alguna razón ni loca iba a cantarla frente a esa multitud. No en ese momento.

Así que... Solo quedaba una sola opción...

—Antología, de Shakira.

—Bien. Si puedes ir subiendo para irla poniendo.

Miré una última vez a Isaac intentando asesinarlo con la mirada de la forma mas lenta, tortuosa y dolorosa, pero su estúpida sonrisa seguía en su cara y lo supe: sí, sí iba a cantar algo de Arctic Monkeys.

Subí los escalones gruñendo y maldiciéndome por haberme dejado manipular de esa forma tan rápida y básica. Maldito Isaac, maldita introversión que no me dejaba decir que no fácilmente, maldita yo, maldita...

Maldita sea... Era demasiada gente.

Me acerqué al micrófono lentamente sintiendo que me palpitaban hasta los pies de nervios.

—Eh...

La música de mi canción elegida comenzó a sonar y respiré lentamente para calmarme.

Vi a Isaac moverse de la parte atrás de la plataforma hacia la parte mas delantera de la multitud y me miró con atención a la vez que yo comenzaba a cantar. Me dediqué a mirarlo. No porque la canción fuera para él, no porque fuera una ridícula enamorada dedicándole una canción al chico que le gustaba, si no, porque él me daba seguridad y estabilidad.

Una vez más, la burbujita de mi mundo se redujo a él y comencé a desenvolverme en el escenario. 

Miré a una pareja que recostaron sus cabezas el uno en el otro, una chica que le dio besitos tiernos a su chico, canté cada vez con más seguridad y pronto todo se acabó.

Odié que recibí aplausos. Odié que cuando bajé muchos me miraron como "oh, vaya, la loca sí sabe cantar". No me gustaba tener atención en mí misma. No me gustaba que me observaran por algo que yo ni siquiera quería hacer.

Isaac subió mientras yo bajaba y me guiñó un ojo cuando pasamos al lado.

Iba acabando de bajar los escalones sumida en mis pensamientos oscuros cuando escuché mi tortura.

"Have you got colour in your cheeks?"

—Ay no puede ser... 

Fue mi turno de moverme a la parte frontal del tumulto y él me ubicó con la mirada, viéndome con un mensaje en sus ojos. Y a pesar de que siempre podía leer con facilidad su mirada, esa vez no pude entenderlo.

Do you ever get that fear that you can't shift the type that sticks around like summat in your teeth? Are there some aces up your sleeve? Have you no idea that you're in deep? I dreamt about you nearly every night this week.

De nuevo esa mirada. Sabía que una parte de su mirada era de "esto te lo estoy dedicando a ti", pero había algo más. Algo como "eres mi lugar seguro y por eso te canto esto", pero fuera como fuese el mensaje era confuso.

How many secrets can you keep? 'Cause there's this tune I found that makes me think of you somehow and I play it on repeat until I fall asleep spilling drinks on my settee. Do I wanna know? If this feeling flows both ways? Sad to see you go... Was sorta hoping that you'd stay. Baby, we both know that the nights were mainly made for saying things that you can't say tomorrow day. Crawling back to you. Ever thought of calling when you've had a few? 'Cause I always do... Maybe I'm too busy being yours to fall for somebody new. Now, I've thought it through... Crawling back to you. 

—Embzdani¹... Si que canta bien, ¿eh?

Mire a Oholiab a mi lado viendo también a Isaac.

—¿En qué momento llegaste?

—Justo ahora.

Lo ignoré y volví a ver a Isaac. Ambos quedamos en silencio y sumergidos por su voz aterciopelada que iba en unión a la música.

So, have you got the guts? Been wondering if your heart's still open and if so, I wanna know what time it shuts. Simmer down and pucker up. I'm sorry to interrupt, it's just I'm constantly on the cusp of trying to kiss you I don't know if you feel the same as I do but we could be together if you wanted to...

—Deberías subir a cantar con él.

—¿Qué? No. Acabo de bajar de ahí arriba. No vuelvo. Nel pastel. Nop, nup, ni loca.

—Gracioso que lo digas porque ya estás loca.

—Ja, ja. Pues fíjate que por esa locura existes, así que agradéceme.

—Suenas como mamá latina diciendo que debo agradecer porque me diste la vida cuando, en teoría, fue ese trauma el que me la dio. O algo así voy entendiendo en los libros.

—¿Cuáles libros?

—Los que encontré en el celular de Isaac.

—¿Eh?

—Sí. Revisé su celular y tiene una carpeta que dice "para entender a Aymara". Tiene libros y vídeos que te explican mejor de lo que yo podría.

—Oh... Espera... ¿Cómo que revisaste su celular?

—Seh. Fue fácil, tiene de seguridad el mismo patrón que todos los hombres humanos tienen: una L. Hice como dos intentos pero lo encontré rápidamente.

—Eso es acoso.

—¿Y no lo acosas tú?

—Um...

Seguí viendo a Isaac ignorando a Oholiab.

—En fin, es obvio que quiere que cantes con él. Anda, sube a cantar con él.

—¿Por qué dices que es obvio?

—Ve esa mirada, te lo está rogando.

—No creo, además, ya está por acabarse.

Oholiab se encogió de hombros.

—Tienes razón, aunque sí hubiera sido genial verte allí arriba cantando con él.

La canción terminó e Isaac bajó llevándose las miradas de todas las chicas y uno que otro chico.

Mi acosador llegó a mi lado y lo miré con una parte de mí realmente molesta con él y con otra parte sintiéndose vulnerable y solo deseando un abrazo de él.

—¿Me vas a matar? —preguntó él mirándome completamente nervioso.

—Sí —contesté y luego lo abracé con suavidad hundiéndome en su pecho suave—. Pero no por ahora, tal vez más tarde.

Él también sonrió y me devolvió el abrazo envolviéndome con sus brazos y apoyando su mentón en mi cabeza.

—Gracias...

—¿Por querer matarte?

—Por no querer hacerlo en serio.

—¿Por qué esa canción?

—Siento que nos define.

—¿Eh? —Apoyé mi barbilla en su pecho para verlo y lo observé mirándome con una sonrisa ladina.

—Um... solo diré que llegaste a mi vida y comenzó a sonar esa canción.

—Pero... ¿Por qué?

—Eso, mi estimada Chinitos, es un misterio que aun no estás lista para resolver.

—¡Hey! —Le di un puñetazo sutil en su antebrazo y él tan solo se rió sosteniendo mis manos para que no le diera mas golpes.

—Te diré si aceptas mi propuesta.

—¿Cuál propuesta?

—Ir conmigo a mi casa. Quiero enseñarte algo.

—No son más dibujos de mí, ¿cierto?

—Tal vez. Tienes que descubrirlo tú misma.

—Hm... Lo pensaré.

El timbre de la escuela sonó indicando que ya era momento de volver a clases y vi a Isaac una última vez.

—Voy contigo si nos vamos justo ahora y nos escapamos de las clases.

Su sonrisa se ladeó un poco más y mordió su labio inferior meditando en si lo hacía o no.

—Va. Igual no nos perdemos de mucho.

—¡Esooo! Ya vas entendiendo el camino del mal.

Él soltó una carcajada y yo por mi lado me encaminé a su camioneta sin esperarlo. Escuché sus pasos acompasados seguirme y pronto me acompañó a mi lado mientras yo enredaba mi brazo en el suyo.

Parecíamos un matrimonio feliz, incluso.

Al llegar a su camioneta él me abrió la puerta de copiloto y yo subí, aprovechando el tiempo que Isaac iba a su asiento para colocarme el cinturón.

El olor de su perfume característico seguía igual como lo recordaba. Un toque cítrico, viejo y amaderado que me recordaba a tantas cosas que él ignoraba... 

—Toma, pon música —como siempre, me entregó su celular con la app de YouTube Music en la pantalla.

—¿La que yo quiera?

—La que tú quieras, Chinitos.

Mordí mi labio pensando cuál poner y me terminé inclinando por poner una playlist que creé con canciones de Hazbin Hotel.

Mi corazón se alebrestó al escuchar la música de Poison y comencé a cantar junto a la voz de Angel Dust.

—Cantas muy bien, ¿Sabes? —me dijo Isaac y yo me cohibí.

—Gracias...

—Te tengo una pregunta que hacerte, es algo importante...

—No quieres secuestrar al presidente, ¿Verdad?

—¿Qué? No —su sonrisa se amplió y frenó en un semáforo en rojo, aprovechando la oportunidad para mirarme—. Sabes que por ti siento más cosas que solo amistad, ¿verdad?

Mi pecho se estrujó con la declaración. Sí, lo sabía, pero lo había estado ignorando todo ese tiempo porque, en mi cabeza, si aplicaba la ley de "si no lo veo no es real" entonces no sería cierto.

—Sí...

—Bueno, pues la verdad es que no puedo soportarlo más, Aym... Y, no importa si me bateas lejos, si ya no quieres que te hable después de esto. Entiendo si no quieres verme nunca más, pero tengo que preguntarlo porque si no, siento que moriré de la esperanza de si algún día me llegaras a decir que sí.

—No lo digas...

Él sonrió con una mirada triste, melancólica, y me miró a los ojos.

—¿Puedo ser tu novio?

Yo lo miré nerviosa. Nunca nadie me lo había pedido. Ni siquiera el Isaac que yo había conocido me lo había dicho. Habíamos sido un casi algo sin ser un algo realmente. Así que, no sabía cómo reaccionar.

—Yo...

—Puedes negarte, no te odiaré ni te insistiré.

Pero, la verdad es que no quería negarme.

Por un momento me dije a mí misma que tenía que ser sincera. Al menos por ese instante, luego podía seguirme hundiendo en mi mundo mentiras.

—A ver... Yo... Siendo sincera... Me gustas, Isaac —su mirada se iluminó con un destello de emoción—, y... Eh... Es que no sé cómo reaccionar. Nadie me lo había pedido jamás y no sé cómo decirte que sí quiero pero tengo miedo. No quiero sentir mi corazón roto jamás.

Él miró hacia la avenida en la que los demás carros permanecían estacionados esperando que el semáforo cambiara para continuar sus caminos.

—Sé que las promesas no sirven de nada en ese ámbito, pero, Chinos... Jamás te haría daño. Para mí eres la flor más hermosa del mundo y solo quiero protegerte por la eternidad. Eres mi rosa y no quiero ser el principito que te deje a tu suerte arrepintiéndome después.

—Seré tu novia sí jamás me haces daño... Porque no puedo soportar más dolor en mi corazón, Isaac. Sabes mis problemas mentales y todo lo que he perdido para llegar aquí, así que no puedo soportar nada más.

—No digas que serás mi novia, porque en esta relación yo seré tu novio. Soy tu esclavo, Aymara. Haz conmigo lo que quieras, quiebrame, créame, haz lo que desees conmigo porque soy todo tuyo. Tú mereces ser libre.

Me sonrojé y recosté mi mejilla en su hombro mirándolo con dulzura y vulnerabilidad.

—El problema es que también quiero ser tuya, Isaac.

El sonrojo de él se extendió hasta sus orejas y beso mi frente mientras comenzaba a avanzar en nuestro camino debido al cambio de luces en el semáforo.

—Seamos mutuos.

—Seamos mutuos.

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