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27. Maldición emplumada.

Capítulo 27. Maldición
emplumada.

«Es alarmante, sinceramente, qué encantadora puede ser engañando a todos diciéndoles que se está divirtiendo.
Ella dice: "No quieres ser como yo. No quieres ver todas las cosas que he visto" "Estoy muriendo, estoy muriendo"»
Carmen, Lana del Rey.

••°|°•°|†|°•°|°••

Realidad: hace doce años.
Mundo mental: alrededor de
hace 998,108 trillones de eónes.

Mi cuerpo daba giros en el tubo mientras dejaba caer mi torso al suelo y me sostenía a la barra con mis piernas.

Los malditos abucheos embriagados siguieron inundando el lugar, decenas de hombres de diversos planetas gritaban y se tambaleaban de acá para allá mientras uno de los pocos momentos de "libertad" dentro de mi esclavitud acababa.

Había aprendido a callarme. Cuando eres una mujer como yo no puedes hacer mucho además de bajar la cabeza, aprender a mantener el hocico cerrado si no quieres ser envenenada, y a disfrutar de los pocos momentos en los que no estás siendo abusada solo porque esos instantes eres medianamente libre.

Era una con la música. Una con el aire. Una con el hedor a alcohol. Un ave enjaulada cuyo trino era opacado por el ruido molesto de la maquinaria de la vida.

Seguí con mi rutina. El solo de un bajo se elevó junto conmigo en el ambiente y me permitió hacer mas acrobacias mientras las apuestas para ver quién me obtendría por toda esa noche aumentaban ridículamente.

Extendí seis de mis alas y permití que brillaran entre sus plumas luces de tonos dorados y azules, mis ojos se tornaron completamente blancos incluso en su pupila y sonreí cuando detecté a un hombre mirándome con atención en el rincón más alejado del cuarto. Su profunda mirada de un tono azul zafiro caló hasta mis huesos y me distrajo un mínimo segundo entre mis movimientos. Al siguiente momento lo seguí ignorando y continué con los giros, los movimientos de mis piernas, mis aleteos y cualquier cosa que me hiciera ver mas apetecible a esa manada de lobos que buscaban un cordero qué comer.

Aun así, no dejé de notar que ese hombre tenía toda su atención en mí. Su atractivo no pasó desapercibido para mí, su cabello oscuro como la noche y su piel pálida como la luna resaltaban entre los extraterrestres que peleaban por mí. Suficientes mujeres atractivas se acercaban a él, tocaban su cuerpo, pero él las alejaba con una mirada fría, un movimiento de su mano, y volvía a mirarme.

El final de mi espectáculo llegó y subí a la tarima donde los hombres me verían para apostar por mí una última vez y, una vez más, noté al hombre mirándome tan fijamente que temí por lo que podría suceder. En mi larga experiencia con los hombres, los de su tipo eran los peores. Incluso prefería al viejo grasiento y obeso con un mostacho abundante cerca de la tarima. De seguro ese caería dormido antes de que pudiéramos hacer cualquier cosa.

-La apuesta se abre con la cantidad más grande anteriormente propuesta: treinta mil persak. ¿Alguien ofrece más?

De nuevo me fijé en el chico de al fondo, sus ojos color cielo se desviaron hacia el pasillo de salida y sonrió casi irónicamente, como si algo le diera risa.

¿Era una broma para él?

-Yo doy ochenta grandes si se quita la ropa justo ahora -dijo un hombre que no alcancé a ver, y su comentario produjo una estampida de risas que golpearon mis largas orejas de zorro causando que las bajara intentando aminorar el ruido que escuchaba.

-¡Yo ofrezco cien por lo mismo!

La mujer que guiaba las apuestas me volteó a mirar y la orden estuvo clara en su mirada: "quita una prenda". Me negué en inicio, pero un hombre subió a la tarima y bajó mi falda dejándome solo en ropa interior. Golpeé al hombre, pero eso sólo provocó que él me golpeara y casi trapeara el suelo conmigo.

Las pecas en mi cuerpo brillaron, un par de manchas de vitíligo me adornaron y sentí el impulso de tapar mi piel expuesta cuando volví a mirar al hombre al fondo. ¿Por qué me alteraba su presencia?

-¿Solo eso? ¡Que se quite todo!

-Calma, caballeros, cuando la compren podrán tenerla cuanto quieran y como quieran.

Estuve a punto de escupir de asco al escuchar a Soaya llamar a toda esa manada de imbéciles "caballeros".

-¿Alguien da más?

-Un millón de Univs.

El silencio incómodo que llenó la habitación después de esa declaración, que no tuvo que ser siquiera un grito, me hizo reír.

Ahí estaba yo, una maldición emplumada, siendo comprada por una cantidad tremendamente enorme... ¿Por una sola noche? Vaya, o el sujeto misterioso era un desquiciado rico o yo había dado un muy buen show ese día. O ambos.

O ninguno.

-Y no solo por esta noche. La Reina Destructora Kiuntré la quiere comprar por lo que le quede de vidas.

Sip, ese momento debía ser un sueño. Tal vez estaba enloqueciendo al fin después de tanto.

-Eh... Creo que eso no es posible. Anyelek pertenece a Guet-Ksani por lo que le queda de vida.

-¿Ah, sí? ¿Según quién? -El chico se abrió paso entre los hombres con cuernos, escamas, barrigas inmensas o mandíbulas animales que los distinguían de los humanos-. Porque según yo no hay ninguna ley en el multiverso que mantenga a la señorita encerrada en este lugar además de los deseos de Tahirah de tenerla. Además, ella -me señaló-, es descendiente directa de la Reina Destructora Kiuntré y tiene que estar en el Castillo de Reinado, no aquí.

Los murmullos de la gente se adueñaron de la gran sala. ¿Que yo era qué?, ¿La descendiente de quién? De todos los hombres borrachos en el lugar, él debía ser el más ebrio de todos.

Miré a Tahirah en su lugar donde se encargaba de mantener todo bajo control desde su silla rodeada de esclavos que le servían para muchas cosas más además de solo darle aire y suministrarle comida y bebidas. Su mirada felina se fijó en el chico, distinguí a sus labios dar un par de órdenes y después unos cuantos hombres me llevaron con ellos a un cuarto que conocía realmente bien.

El olor a cuerpos en descomposición no me repugnó. Aquí, entre los ataúdes, me había gustado jugar cuando era una cría y tiempo después, cuando comencé a morir y revivir vez tras vez como un bucle, me ataron con un collar maldito que me obligaba a reaparecer en esta habitación cada que mi cuerpo volvía a vivir.

¿Cómo lo explico más sencillo...? Tenía la habilidad de jamás morir, al menos no eternamente. Podían matar mi cuerpo, sí, pero desde pequeña cuando me asesinaron por primera vez, descubrí que poseía la habilidad de siempre revivir en lugares alternos. Cada muerte había sido un descanso pequeño que apenas si llegaba a durar, a lo más, semanas.

Cuando llegué a la Casa de mascotas, o Guet-Ksani, ellos crearon un collar que tenía la maldición de siempre devolverme al cuarto de los cuerpos de prostitutas muertas, esto con la única finalidad de jamás dejarme ir. Dejar ir a una de las mayores atracciones hubiese sido un error muy grande.

Me acerqué a ver los cuerpos a ver si reconocía a alguna de mis compañeras, pero ninguno de sus rostros maquillados para dar una mejor experiencia a los necrófilos que deseaban pasar un rato con la muerte me trajo algún recuerdo de haberlas visto antes.

Comencé a darle vuelta a las palabras del sujeto que me había comprado y no había terminado de hilar mis teorías más descabelladas cuando la puerta se abrió y el chico, junto con dos guardias más, entraron a la habitación. Él desconocido hizo un gesto de asco, dio la vuelta para tomar aire del pasillo y después volver adentro, extendiéndome una caja con adornos iridiscentes.

-Es lo que una princesa de tu clase debe usar para volver a su hogar.

-Mira, si esto es un fetiche extraño lo acepto, pero no me gusta que me halaguen. Si deseas que sea una "princesa" el precio va a subir y...

-No es un fetiche, señorita. En verdad eres una princesa perdida y me han mandado a reclamarte para la Corona.

Lo miré un momento esperando a que se burlara de mí por comenzar a creerme su bromita, pero ello no ocurrió. Solo me miró con un gesto vacío de emociones y a la vez repleto de modales.

-¿Es cierto que vas a comprarme por esa cantidad...? No lo valgo. Soy mercancía usada, mi mente está algo rota y...

-Oye, me encantaría hablar contigo pero en verdad no soporto el olor de este cuarto, ¿Así que qué te parece si te vistes con lo que hay en esa caja y nos vemos en la salida?, ¿Sí?

El ruido de la música estridente al fondo del edificio llegó a la habitación cuando Tahirah entró al cuarto.

-Aquí está el contrato para su venta.

El desconocido que deseaba comprarme volteó a ver a la atractiva mujer y tomó los papeles que ella le extendía con una mirada coqueta.

-Si me permiten voy a analizarlo afuera, este olor es nauseabundo.

Los guardias salieron junto al chico, y una vez estuvieron fuera, Tahirah me miró con desprecio, como si se hubiera dado cuenta que siempre tuvo una basura en vez de un tesoro.

-¿Quién lo diría? La chica zorro es una princesa. Pero no durarás, las zorras como tú siempre vuelven a sus madrigueras.

La espesa tinta que corría por mis venas como sangre comenzó a hacer ebullición. Quería ahorcarla.

-¿Sabes? Lo primero que haré en cuanto regreses será destazarte y venderte por partes. Con esta noticia estoy segura que valdrás mucho más que ahora -Apreté mis puños. En verdad, estaba a nada de matarla-. No, tengo una mejor opción...

Antes de que pudiera decir algo más me lancé a su cuello con mis uñas volviéndose garras, justo las garras que se clavaron en su cuello, justo el cuello que comenzó a llenarse de sangre que brotaba de las heridas en dónde mis garras se encajaban.

-Vuelve a decirme zorra, maldita, y me encargaré de coserte mis colas cuando me las arranques.

Tahirah rió sádicamente y me escupió su sangre al rostro.

-¿Entonces cómo te digo, dakure? ¿"Anyelek"?

Sonreí de lado tragandome las ganas de matarla y tomé su rostro de manera firme, lista para quebrar su cuello. Un ramalazo de miedo corrió por su mirada pero desapareció tan rápido como llegó.

-Anda, mátame. Sabes que si lo haces te quedarás aquí para siempre.

Mi mirada se clavó en sus ojos, en los que su mirada me retaba con superioridad.

-No -susurré y encajé lo suficiente mis uñas para hacerlas llegar a los músculos internos del cuello de Tahirah-. Vive, y sufre conmigo, paksat.

La empujé contra la pared de manera agresiva y fuerte haciendo que se golpeara la cabeza.

Como si el destino quisiera volver a patearme, en ese momento los guardias entraron junto al chico y, en un instante, yo estaba siendo arrastrada por dos titanes hacia el cuarto donde tenían a todas las "mercancías" valiosas.

No ofrecí resistencia, ¿para qué? Siempre era lo mismo. Siempre volvía a ese lugar, me hacía un espacio en el rincón más alejado de la puerta y esperaba a escuchar las operas que se llevaban a cabo en el teatro al otro lado del muro.

El espacio cercado por cuatro paredes, con un techo a punto de derrumbarse y dividido por múltiples columnas en todo el sótano era donde había vivido más tiempo del que me gustaría aceptar.

Era ahí donde nos mantenían encerrados a aquellos que teníamos características corporales que nos hacían ver como alguna clase de ser mitológico.

Por ejemplo: Siria, la chica dragón. De cabellos tan blancos que solamente podían ser derrotados por su pecosa piel pálida, tenía ojos, colmillos y alas de dragón cuando lo deseaba. Y cuando no era así, solo conservaba escamas iridiscentes a lo largo de la cara externa de sus muslos y unas uñas que se incendiaban y nos ayudaban a encender nuestros cigarros cuando lograbamos contrabandear alguno.

O un ejemplo más: Gaera, la chica pelirroja que siempre era poseída por la diosa del sexo. Su nombre real era un misterio, su historia lo era aún peor, pero lo único que podíamos saber de ella es que siempre, su cuerpo, desde las 11 de la noche hasta las 3 de la mañana, era poseído por una diosa antigua. ¿Por qué era ella su favorita?, ¿Qué pecados estaba pagando para terminar en ese lugar como yo?, nadie sabía nada de ella, pero la diosa que tomaba su cuerpo como hogar de entretenimiento lograba convertirla en algo más que humana. Brillaba, como una estrella, cada que salía a hacer sus propias escenificaciones. Levitaba y tenía la capacidad de saber cualquier deseo oculto, o suprimido, que tuvieras con solo mirarte a los ojos. Y algo especial: su sudor era un maldito afrodisíaco que colocaba en el cielo a cualquier idiota mortal que estuviera a su alrededor. Tal vez era la única que estaba ahí por diversión, aunque muchas veces la había oído llorar y quejarse contra su cobija en las noches heladas.

Había alguien más, la que probablemente sufría más que nadie en ese lugar. Su nombre era tan largo que jamás me lo aprendí pero habíamos trabado la mejor amistad del estúpido Multiverso. Con ella tenía ese típico vínculo en el que, aunque jamás te aprendes el nombre de tu amigo, sabes que le tienes su sobrenombre que solo tú puedes usar, y viceversa. Para ella, yo era Naumlet, y nadie más me podía llamar así. Para mí, ella era Chicle, y pobre alma quien se atreviera a llamarla así sin mi permiso.

Chicle no era un monstruillo mitológico como yo, no era una Diosa como Gaera, ni tenía mil características geniales como Siria. De hecho, lo único "destacable" para que estuviera en esa Casa de Mascotas junto a nosotras era que sus brazos podían sacar espinas como las de un erizo, solo eso. Pero, su madre, Tahirah, la había detestado desde el momento en el que nació (tal vez era aquella la razón por la que nadie debería ser obligado a tener hijos). Según ella, Chicle había arruinado su vida y ahora solo estaba pagando por todo lo que le debía.

Lo sé, todos estamos de acuerdo en que es una vieja loca.

Y luego estaba yo, la que aunque quisiera no podría negar que era un completo monstruo mitológico en miles de culturas del Multiverso.

Nací sin padre, ni madre, ni hermana, -sin un solo familiar-, en la orilla de un río. Seis de mis alas eran arrastradas suavemente por el agua que me acariciaba las plumas. Mis piernas siempre tuvieron líneas de tigre junto a manchas de guepardo en las caderas. Mi cuello era algo un tanto anormalmente largo, no para verse perturbador pero tampoco para lucir natural. Mi cabeza estaba llena de cuernos de todos los animales posibles que tuviesen cuernos en el planeta tierra, y además algo que siempre me caracterizó fueron mis "cuernitos" (branquias) de ajolote. Siempre tuve rasgos africanos, y cuando era pequeña me gustaba verme en el espejo para jugar con mi apariencia, hasta que logré darme lo que yo quería creer era la niña más hermosa del mundo. Al menos hasta que me hallaron y por razones del destino terminé aquí.

Dejé de pensar en todo lo que me rodeaba cuando desde el otro lado del muro, al fondo del recinto, escuché una voz mezzosoprano cantar L'amour est un oiseau rebelle. Liberé mis puños y destensé mi quijada para acercarme.

Mi cama, la que solo consistía en todos los pequeños trapos que debía usar en los shows del prostíbulo hechos bola y amontonados intentando crear una superficie acolchada, me esperaba casi de brazos abiertos.

-Es Carmen -susurró Chicle recostada en su propio intento de cama.

-Lo sé -La miré y me percaté de sus nuevas cicatrices en la mejilla. Al instante me arrepentí de haber dejado viva a su madre-. Oye, te traje esto -devolví el susurro como si fuese un secreto.

Ella me miró y después dirigió sus ojos a mi mano que le extendía una galleta.

-¡¿Dónde la encontraste?!

-¡Shh! No hables tan fuerte, despertarás a las demás.

-Se llevaron a Gaera hace un rato y acaban de comprar a Siria para siempre. Creo que el hombre que la compraba de vez en cuando al final se obsesionó con ella y ahora serán esposos. "Y vivirán felices para siempre" -concluyó hablando con su voz más aguda y fingiendo una arcada. Miré hacia la pared como si pudiera atravesarla y mirar a la mujer en la tarima cantando las notas más altas-. ¿Qué pasa?

-Hay un idiota que quiere comprarme "por lo que me resta de vidas" -volví a mirar las cicatrices en sus mejillas. Sí, irme sería lo mejor que podría pasarme, pero no podía abandonar a la única persona que había cuidado de mí desde que la conocí-. Pero... No sé, yo pertenezco aquí, contigo.

Ella sonrió ligeramente de lado abriendo las costuras en sus heridas. La luz que corría dentro de su cuerpo en lugar de sangre dejó salir un par de rayitos entre los hilachos que unían los trozos de piel.

-No seas cursi y acéptalo. ¿Él es guapo?

-Sí, lo es, pero no te quiero abandonar.

-Meh, siempre me llevarás en tu corazón, Naumi.

Lagrimeé y me levanté de mi bulto de ropa para ir a abrazarla. Yo era mucho más alta que ella, pero aún así me las arreglé para hacerme pequeña y me recosté en su regazo para sentir su calorcito.

-Ey, que mientras tú seas feliz, yo seré feliz. ¿Sí?

-No te voy a dejar -decidí con fuerza.

-Gracias, pero...

-Soy de tu corazón, mi Chiclesita.

-Y yo soy del tuyo...

La puerta se abrió y Gaera entró riendo como si estuviera borracha. Sus pechos desnudos adornados con pezoneras de joyería en formas de corazón danzaron junto a sus piernas con cada brinco que daba la chica diosa al caminar sensualmente.

-Bien, Tsanderi, sigues tú -Soaya gritó desde la puerta y se fue por el pasillo. Chicle me miró con resignación, cansancio y miedo.

-A por ello...

-A por ello...

-Ruega que me maten -susurró cerca de mi frente antes de darme un beso en ella y levantarse para vestirse con la menor cantidad de ropa posible. A pesar de ser pequeña, de ser solo una niña y de estar completamente herida y cosida como una muñeca rota vez tras vez, Chicle logró hacerse ver como si fuese la verdadera diosa que existía en ese cuarto.

-Lo haré -le dije haciéndome bolita sobre su cama improvisada. Olía a ella. A flores marchitas.

La vi salir con ese tic ansioso en su mano que hacía siempre que la obligaban a algo. Y entonces, la salvación llegó en forma de muerte, porque el chico de ojos azules y piel de cristal de nieve, abrió el cuarto y entró buscándome, como si fuese dueño de todo.

-¿Así que... Te llamas Anyelek?

-No tengo nombre, eh... -lo miré esperando a que me dijera su nombre y él captó la indirecta.

-Oholiab, guardian del ciclo del agua en Xindire y caballero de la Corona.

-¿Y qué haces?, ¿Te quedas viendo cómo pasan las nubes?

-No, es mejor que eso.

-Hm... Entonces, ¿Me dejarás en paz?

-Me caga estar en esta clase de lugares, así que iré al grano. Resulta que he comprado tus vidas para que vuelvas a donde perteneces y gané la apuesta, así que ahora eres mía y te llevaré a Xindire. Vístete, me quiero largar ya.

El chico me extendió la misma caja larga que me había querido dar en el cuarto de las muertas, de forma tan caballerosa que iba en contraste con su tono agresivo y su lenguaje que resultaba vulgar para un "caballero de la Corona".

-¿Es posible que esperemos a alguien? No quiero irme sin despedirme de...

-No. Princesa, me dieron solo diez minutos para sacarte de aquí o si no la apuesta se cancela y te quedas aquí para siempre. Decide: quedarte aquí muerte tras muerte o escapar de esta caca de unicornio.

Lo miré con nerviosismo y miré a la puerta donde Soaya miraba su Ackzde entretenida. Incluso a la distancia aprecié en sus lentes que observaba un vídeo de mí en una situación poco moral. No quería esa vida para mí por siempre, así que me levanté y comencé a vestirme rápidamente.

El vestuario constaba en un vestido elaborado con tal joyería que me dio miedo moverme y perder alguna piedra preciosa. Oholiab soltó una risotada al verme y tomó mi mano de forma inocente jalándome con él fuera del cuarto donde Gaera comenzaba a convulsionar para abandonar el cuerpo una vez más. La miré deseando encontrarme con ella en algún otro momento, en otra vida, otra circunstancia. Oholiab me guió entre los cuartos alejándome del hogar que me había destruido cada día más hasta que llegamos al ambiente frío y con olor a alcohol que era el prostíbulo en su salida.

-¿Estás lista para conocer tu nuevo hogar?

-Creo que... -Valoré por un momento todo lo que iba a perder. Era un asco, pero era mi asco. Aún así, una corazonada me dijo que estaría mejor con él y que, si lograba ser una buena princesa, tal vez me dejarían comprar a Chicle en algún futuro-. Está bien, llévame allá.

Realidad: hace 6 años.
Mundo mental: Alrededor de
hace 10 millones de eónes.

Kiuntré estaba abrazándome.

¿Qué tan destrozada tenía que estar para que hasta ella haya decidido que era buena idea abrazarme?

-Te advertí sobre los humanos, namdire...

-Lo sé.

-Y aún así te enamoraste de uno.

-No creo que lo haya decidido, solo... Desgraciadamente sucedió.

-Debes eliminarlo de tu corazón antes de que te haga mas daño.

Exploté.

-¿Daño?, ¿Te atreves a hablar de daño? No has dejado de destrozarme mental y "físicamente" para que sea tu maldita princesa perfecta. Me he cortado mis alas cada noche que vuelven a crecer para dejar de ser Anyelek. Me has alejado de personas que amaba, me prohibiste recuperarlas por más de millones de milenios, milenios en los que lo único que hacía era rogar que todo acabara. Que ellos murieran porque me enteraba de que sin mí ellos estaban peor que conmigo. Y cuando me permitiste recuperarlas no interveniste para protegerme cuando tuve que entregarme a más de cien hombres para recuperar a solo una sola persona porque los demás ya habían muerto. Me hiciste sentir culpable de la muerte de cada uno de ellos. Me hiciste sentirme un objeto asqueroso y desechable. Me hiciste convertirme en un maldito cachorro herido que solo buscaba cariño. Por tu culpa mi única hija murió frente a mí. Abusaron de ella, Kiuntré. Por tu culpa abusaron a una niña de 9 años hasta su muerte.

-¡¿Por mi qué?! -ella me soltó aventandome con muy poco cuidado lejos de ella. Yo me levanté y le comencé a gritar mientras mi voz se quebraba y las lágrimas me hacían temblar como un maremoto creando un tsunami.

-¡Sí! ¡Por tu asquerosa culpa! Yo no quería ser princesa. No quise ser Reina. No quise ser Diosa. Lo único que yo quería era una vida normal, dejar de ser un monstruo, dejar de ser lo que los demás esperan de mí. Quiero vivir lo que yo quiera. Quiero ser amada, quiero ser cuidada, quiero ser protegida. Quiero dejar de luchar contra la corriente, quiero descansar de estar siempre a la defensiva. Quiero ser malditamente libre, ¡Carajo!

Kiuntré quedó muda ante mi diatriba.

-Estoy harta de ti. De lo que esperas de mí. Estoy harta de que me recalques que no sirvo para nada o que me repitas hasta el cansancio cada cosa que no sé hacer como tú la harías. Estoy asqueada de mí misma. Me has hecho odiar todo lo que soy y hasta lo que no soy. Estoy-HARTA.

-Pero nada de eso es mi culpa, humanita. Eres una humana, estás hecha para...

-¡ES QUE NO ESTOY HECHA PARA NADA! ¡Deja de generalizar, Kiuntré! ¡Deja de creer que todos los humanos somos como el maldito imbécil que rompió tu corazón hace más de un infinito de años! Las cosas cambian. Los humanos también. Nada es como antes. Nadie es como los demás. Somos un estúpido, imbécil, idiota... -me callé cuando supe que estaba a punto de pasar a groserías fuerte-. Somos un mundo, Kiuntré. Con nuestras propias tormentas. Con nuestras atmósferas dañadas por nuestros propios pensamientos. Soy un mundo destruido al que no ayudas a curarse. No sabes nada de mí más lo que tú quieres creer de mí. ¿Sabes siquiera cuando nací?, ¿Sabes acaso cada vez que he llegado a este cuerpo y lo he intentado asesinar porque me has hecho sentir como la percepción que tienes de una humana más?, ¿Sabes todo lo que tengo que cargar en la realidad para aparte cargar con lo que tú me quieres echar encima?

-Si no lo quieres entonces será mejor que dejes de venir a la mente -zanjó ella de forma tajante y seca, mirándome molesta.

-Entonces expúlsame de la mente. Que al cabo eso se te da bien, ¿No? El sacar a todos de tu vida como si nada. ¡Pues vete al maldito diablo, Kiuntré Ackemdut! ¡Oh, no! Tengo algo mejor. Vete al mismísimo carajo, Komní Atzai.

Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando la llamé por su verdadero nombre, no por el que ella había adoptado.

-Olvídate entonces incluso de tu mejor amiga, porque voy a hacer que lo olvides todo. Incluso a ese niño que tanto te hizo soñar. Y dale la bienvenida a las pesadillas. Porque de ahora en adelante estás vetada de mi mente -contestó ella.

-¿Tu mente? Cariño, eres tú quien vive en mi maldita mente. Y estoy dispuesta a olvidarlo todo si con ello te borro a ti de la existencia. Ahora lárgate de mi vida y jamás vuelvas.

-No vayas a llorar por todo lo que haré, entonces -mencionó y en un instante desapareció de mi sillón.

Había cerrado el peor candado de mi vida.

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