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26. Candados.

Capítulo 26.
Candados.

«Sería distinto, si sólo pudiéramos intentarlo otra vez».
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos.

~°=^†^=°~

Su rostro era como cristal de leche, como la nieve iluminada por la luna llena.

"Mañana" repetía esa voz incesante que me estaba enloqueciendo.

¿Mañana qué?

"¡La carta!"

¿Cuál carta?

Sus pecas comenzaron a brillar como estrellas en la noche. Como gotas de lava perdidas en el desierto. Como lluvia sobre suelo árido.

Era el momento en el que él desaparecería.

"No te vayas. No me dejes. No tú, por favor..."

Mi voz se estaba rompiendo... Era la súplica más desesperada que había pronunciado.

¿Quién era él? Tan solo el chico de mis sueños. Al despertar desaparecería y no volvería a saber de él hasta que volviera a dormir. Era así. Era la rutina. Era el destino.

"Volveré".

"No quiero que me dejes"

Mis dedos me despertaron. ¿Qué pasaba con ellos? Nada, solo estaban clavando sus uñas en mi palma hasta crearme heridas.

Mordí mi labio aguantando el dolor y me levanté rápidamente a ir a lavarme la mano y curarme. ¿Por qué me levantaba así últimamente? No lo sabía. Algo ocurría en mis sueños que se esfumaba al despertar y me dejaba con la boca seca.

Terminé de colocar curitas en mis manos y de limpiarme las heridas cuando mi celular sonó con la alarma.

Esto se estaba tornando repetitivo: despertar con heridas, levantarme e ir al baño a lavarme y en el camino de regreso ya había perdido todo recuerdo del sueño.

Pero había algo en mi vientre. Una punzada. Un pequeño dolor. Y no, no era diarrea. Tampoco eran cólicos. Era algo más como una corazonada. Cómo un dolor parecido a la gastritis ansiosa que te hace sentir que algo ocurrirá.

Fui a hacer que la alarma callara. Dans ma rue seguía retumbando en las paredes de mi habitación y mi hermana gruñía molesta por despertarse gracias al ruidajo de mi celular.

Me quedé viendo la pantalla como si en ese momento no fuera yo, como si me encontrara en tremendo viaje astral.

«La escuela... Se te hace tarde para la escuela, Aymara...»

No le hice caso a la voz en mi cabeza. El psiquiatra me había dicho que debía ignorarlas, que solo así se irían.

Pero no quería que se fueran...

Terminé por dejar el celular en la cama y tomé la ropa necesaria para irme a cambiar al baño.

Minutos más tarde estaba ya comiendo en la cocina de la casa. Todo estaba demasiado silencioso y eso me estaba poniendo los vellos de punta. La ansiedad y la punzada no desaparecían. Iba a ser un pésimo día...

Hacía dos años había perdido la oportunidad de estudiar por una gran crisis mental de la que aún a la fecha no sabía qué la había causado. Solo tenía el recuerdo de haber llegado a mi casa con la absoluta necesidad de asesinarme para siempre y que después de eso desperté encerrada en el hospital de salud mental de la ciudad.

Mi salud mental había decaído cada vez más en cuanto a estabilidad se trataba y al final todo se resumía a mi presente: volver a comenzar de cero en una carrera distinta donde, esperaba, todo continuara mejor para mí.

Era mi primer día en mis inicios en la universidad y estaba nerviosa. Según mi madre aquello sería sencillo.

Algo me decía que se equivocaba...

So... ¿Qué estaba haciendo? Arriesgándome a un todo o nada. Otra vez.

Más minutos más tarde me encontraba ya en la calle, caminando a la parada de camión más cercana que había a la ubicación de mi casa. En mis audífonos se reproducía Youngblood de 5SOS.

Iba por la calle bailando. Sinceramente no me importaba si alguien me veía raro. Era mi maldita vida y se podían ir al carajo todos aquellos a quienes no les gustaba cómo la veía. ¿Infantil? Sí, mucho. Estaba viviendo la infancia que me habían arrebatado. ¿Inmadura? Sí, demasiado. No pretendía ser un hada de alas rotas que iba por la vida como una zombie más.

Los adultos son eso: zombies a los que les arrebataron la vida en una guerra de idiotez.

El camión que iba a tomar pasó frente a mis ojos y se fue sin esperar por mí, lo que me dejó con el reloj marcando el horario en el que se me hacía tarde.

—Ca-ra-jo —murmuré bajito mirando a mi alrededor. Las calles se veían vacías y el clima helado de la mañana hacía que se notara el vaho al huir de mi boca. Llevé mi mochila al frente y busqué en mi monedero el dinero suficiente para tomar un taxi cuando sentí que algo me miraba a la distancia.

Apresuré mi paso buscando un lugar mas iluminado y seguro, pero ese algo seguía mirándome.

¿Paranoia?, ¿Esquizofrenia? No sabía, pero me empezaba a sofocar la sensación.

Un taxi sonó el claxon al otro lado del camino y decidí que era mejor quedarme sin dinero y dejar atrás esa sensación de ser vista, que ser secuestrada, asesinada o algo parecido.

Jamás fui alguien a quien le agradaran los hombres. Algo me decía que eso tenía que ver con la gran laguna mental que había en mi cabeza desde mi niñez hasta apenas unos cuantos años atrás, pero simple y llanamente no podía afirmarlo con certeza.

Era asfixiante no recordar. Mi psiquiatra había dicho que eso era porque mi mente buscaba mi bien propio, pero en verdad había semanas enteras en las que la ansiedad de saber que algo malo había ocurrido como para ser bloqueado me asustaba.

El punto es: cuando subí a ese taxi y el conductor intentó sacarme platica como si nos conociéramos de toda la vida, algo me molestó y me quiso querer bajarme de un salto y huir. Pero aquello habría sido extremo y ridículo, así que solo le di la dirección de la escuela, coloqué mis audífonos y esperé a mi llegada a la institución.

Pero algo, una punzada, un presentimiento... "algo" me decía que un suceso me destruiría la paz ese día.

Al llegar, mi corazón se saltó un latido. Una camioneta roja estaba fuera de la escuela y los números en su matrícula me decían que la conocía, que tenía que ver algo con la laguna mental en mi cabeza.

—¡Aymara!

Di vuelta en mi eje buscando de dónde venía esa voz chillante y encontré a Michi corriendo con su mochila en mano a mi encuentro.

—Hey, Mich...

Ella llegó y me abrazó con energía y fuerza sacudiéndome como un trapo.

—Dios mío, te he extrañado tanto, niña.

—También te he extrañado, tonta.

—¿Vas a primer semestre?

—Sí...

—Wow... Pues mucha suerte, espero te vaya muy bien.

—No creo en la suerte, pero gracias, cielo.

Michi se fue y volví a ver curiosa la matrícula de la camioneta.

"807" eran los números, números que habían permanecido tatuados en mi cabeza como si hubieran sido grabados a fuego.

Escuché el timbre de la escuela y una de las voces en mi cabeza me apuró a moverme a mi salón.

Así pasaron los días: algo me observaba en todos lados, acariciaba la placa de la camioneta como un ritual de cada mañana antes de entrar a la escuela, me escondía en la biblioteca más tiempo del que pasaba en clases, dibujaba aburrida monstruos que me gustaba pensar podrían protegerme, ignoraba a las voces que a veces decían cosas buenas y las otras veces cosas malas. Paseaba por la escuela sola, leyendo, riendo de cosas tontas. Me tumbaba en la plataforma bajo el gran domo de la universidad y ahí contaba las vigas que sustentaban la lámina. En los días de lluvia me escondía bajo los árboles del jardín extenso y dejaba que las gotas empaparan mi ropa y mi rostro mientras sonreía.

Eso por desgracia me trajo enemigos. No era tan bien visto el hecho de que una chica de 21 años actuará como una niña de 9 o menos. Pero, repetiré este discurso por décima vez: No-me-importaba.

Así que sí, aunque había sido acosada verbalmente, aunque me había llevado uno que otro golpe, aunque me habían mandado con el psicólogo escolar, seguía siendo la misma cría inestable que era cuando todo comenzó.

Pero tuvo que llegar ese día.

¿Quién era él?, ¿Por qué sabía tantas cosas de mí que ni siquiera yo sabía? Esas eran buenas preguntas para mí en el momento en el que nos conocimos.

Esa tarde era de primavera. El inicio de la estación comenzaba a descongelar el corazón de los mortales pero el mío solo estaba empeorando. Parecía que mi interior se inundaba en muerte y dolor, mis amigos morían, mis alucinaciones iban de Guatemala a Guatepeor...

Una vez más estaba a nada de matarme. De hecho, ya había investigado cómo podría hacerlo en esa escuela. El matarme, quiero decir.

Así que, este era el presente cuando él apreció: ¿Alucinaciones? Fuertes, gráficas y agresivas. ¿Red de apoyo? Inexistente o inestable. ¿Hotel? Trivago. ¿Estupidez? En una escala absurdamente enorme.

—Hay un chico mirándote —me dijo Michi ese día mientras terminábamos nuestros almuerzos sentadas en las bancas de cemento bajo el domo.

—Ah.

—Y es guapo... Si no lo quieres tú, me lo pido yo.

—Sabes que solo saldría con un chico que por alguna extraña razón saliera directamente de algún libro, así que adelante. Coqueteale.

—Oh, Dios. Ahí viene. Actúa normal, actúa normal.

Bufé una risa y seguí leyendo el libro en mis manos mientras Michi intentaba arreglar su cabello negro y abrir un poco más su falda corta.

—La única que no actúa normal aquí eres tú.

—Oh, vamos, tengo que verm...

—Hola.

¿Había oído esa voz antes?, ¿Por qué sabía que sí y algo me decía que no a la vez?

Volteé a ver al chico detrás de nosotras dejando Los Miserables en mi regazo y fue como si algo hiciera un click doloroso en mi cabeza, como si se hubiera desbloqueado un candado oxidado en una reja donde se guardaban cosas que no debían ser conocidas nunca.

Fruncí mi ceño y bajé mi vista al libro intentando salir del dolor que había sentido mientras la plática entre Michi y el sujeto se desarrollaba.

—Hola, me llamo Michelle, ¿Quieres sentarte?

—Sí, claro.

El desconocido se sentó a mi lado y logré notar que miraba mi libro.

—Hola, soy Isaac.

—Aymara —respondí secamente y miré el reloj en mi muñeca.

—Es un gusto...

—Ajá.

—¿Lees?

Volteé a ver sus ojos azules y, aunque quise decirme que eran como todos los simples ojos azules, la verdad es que sus iris eran gemas de más de un color.

—Nah —conteste y me levanté mirando a Michi e intentando ignorar a Isaac—. Me tengo que ir, ya casi acaba mi receso.

—Pero ni siquiera comiste...

—Si deseas, dáselo a la Negra... Bueno, a la otra negra —dije en referencia a mí misma—. Tuvo cachorros y ha de andar hambrienta.

La Negra era la mascota de la Universidad: una perra grande callejera mezcla de corriente con labrador. Era tan inteligente y tenía la sangre tan liviana que ya la había designado como una amiga más. La canina había tenido cachorros la semana pasada y solo los abandonaba para venir a la escuela a pedir comida. Siempre le dejaba un poco de mi comida, pero la verdad es que esa vez había dejado más que solo "un poco".

—Pero...

—Tú dásela.

Michelle volteó a ver a Isaac como si él fuera a convencerme y yo dirigí mi vista de nuevo a él hasta que la sensación de sofoco al verlo me ahogó y despegué mi vista de él.

—Ya me voy antes de que Estrada no me deje entrar.

Me fui sin más intentando saber por qué ver al chico me asfixiaba hasta doler.

No lo digo metafórica o cursimente... En verdad: ver a Isaac me provocaba un dolor agudo en todos mis nervios. Sus ojos tormentosos, sus facciones masculinas, su cuello grácil... Me lastimaba de una forma que no sabría explicar el reparar en cada detalle de su ser.

Las voces me acompañaron en mi camino a mi salón. Intenté ignorarlas pero fallé mientras ellas me decían que debía alejarme de ese chico.

—¿Por qué?

"Porque va a hacerte daño".

—Ustedes no saben eso.

"No tienes idea de dónde te estás metiendo, sal antes de que alguien salga herido".

—Ustedes no me mandan.

"Si no nos haces caso vas a terminar muerta".

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal así que mejor callé y seguí caminando.

—¡Aymara!

Volteé hacia atrás y ví a Luli trotando hacia mí mientras sus pechos brincaban con cada trote. Era graciosa verla, parecía toda una chica anime dando tropezones torpes.

—Luli... Estrada nos va a matar.

—Es lo que te venía a decir: no va a venir, así que ya tenemos libre todo el día. ¿Quieres venir conmigo y Alex a centrear?

Negué con la cabeza.

—No, linda. Hoy voy a irme directo a casa.

—Bueno, te damos un aventón.

—No. Prefiero irme caminando.

—¿Estás bien?

Tardé en contestar y ella comprendió que algo iba mal.

—¿Qué pasó?

—Nada. No te preocupes, estoy bien. Solo... me buguié un momento.

Su mirada fue de pura desaprobación, pero no insistió.

—Bueno, si necesitas cualquier cosa sabes que puedes marcarme.

—Sí, sí, claro. Gracias...

Ciao.

Ciao, bella.

Miré hacia ambos lados buscando una solución sobre el qué hacer. No sabía si quedarme o ir a casa. Ninguna opción me parecía buena: el quedarme implicaba recibir bullying si alguno de los imbéciles que les gustaba lastimarme aparecía, y el irme significaba volver a casa donde mi familia se encontraba. Y no es que ellos fueran malos conmigo, es que simplemente yo no les tenía aprecio a pesar de que ellos me amaban.

Así que no, no sabía qué hacer y algo parecido a la ansiedad comenzó a llenarme.

—Ey.

Giré por completo buscando quién me había hablado y no lo encontré.

—Arriba, estúpida.

No sabía que un insulto podía sonar con tanto cariño hasta que él lo mencionó. Miré hacia arriba y me encontré con un chico de cabello negro y ojos color zafiro sentado en el techo del edificio a mi izquierda.

—Hasta que logro salir de tu mente... No tienes idea cómo batallé para hacer que pudieras verme.

—¿Te conozco? —El chico se llevó ambas manos a su pecho, simulando un dolor de corazón.

—Claro que me conoces, sopenca. Nos conocemos más de lo que me gustaría admitir.

—No te rec...

—Oholiab. Me llamo Oholiab. ¿Te suena a algo?

Negué con la cabeza y entonces él resopló y de un salto llegó al suelo. Caminó hacia mí y dio vueltas alrededor, analizándome como si fuera un melocotón al cual comprar

—Carajo, el candado esta vez sí estuvo fuerte... Ya veo por qué estuviste tan rara hoy.

—¿Yo?

El chico me miró con una mueca sarcástica.

—Tenemos que quitarte ese olvido, no me gusta ser olvidado.

—Eh... Uno: Todos nacemos para ser olvidados, genio. Dos: Deja de dar vueltas alrededor de mí, me estoy mareando. Y Tres: ¿Ya dejaste de actuar raro? Tengo muchas cosas más importantes que solo estar hablando con un loco.

—Ciela, de los dos, la única loca aquí eres tú.

Quise darle una cachetada, pero entonces él detuvo mi muñeca antes de que mi mano azotara contra su cara y, cuando presionó, una ráfaga de imágenes me recordaron cada cosa desde el momento en el que nos habiamos visto.

Dolió saber que no había cambiado mucho desde que fui la Maldición emplumada mas popular del Multiverso.

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