7. De cara al diablo
Mis rodillas flaquean un poco ante su cercanía, pero no aparto la vista. Decenas de imágenes del San Miguel golpean mi cabeza intentando recordarme cómo actuar frente a una situación de este tipo. Un ardor incipiente comienza en mis dedos y acelera mi pulso, los ojos de Eliseo reflejan una sorpresa que oculta rápidamente y juraría que él también puede sentir las brasas que se gestan a fuego lento bajo mi piel.
Tal vez no estuvo bien escuchar tras la puerta, pero ¿qué hay de él? No había pasado ni cinco minutos en la isla cuando ya estaba intentando ahuyentarme. Ahora se interpone en el paso hacia mi habitación e intenta intimidarme. ¿Qué carajo le pasa?
Estoy harta.
—Hay una gran diferencia entre el deber y el querer —digo con firmeza mientras levanto el mentón.
Eliseo pasea su mirada por todo mi cuerpo con una ceja levantada en un gesto de incredulidad.
—Es tu primera noche aquí y ¿ya crees que puedes hacer lo que quieras? —La intensidad de sus ojos ambarinos al impactar con los míos me provoca un ligero estremecimiento.
—No sé... ¿Lo creo? —Mis piernas tiritan ante su presencia, por lo que tenso los músculos y las obligo a quedarse quietas mientras me esfuerzo por levantar las comisuras de mi boca. Fingir seguridad siempre me ha servido.
—Si no escuchara tu corazón latir desde aquí, diría que eres buena actriz —susurra dando un paso hacia adelante mientras tomo consciencia de mis latidos. Me concentro y los escucho como golpeteos de un tambor lejano, ¿Cómo es posible que él los oiga? ¿Cómo es que...?
La incertidumbre debió notarse en mi expresión ya que una sonrisa burlona asoma por su rostro dejando ver un pequeño hoyuelo en su mejilla.
—¿Cuál es tu problema? —Entrecierro los ojos—. Ni siquiera me conoces.
Alzo mis barreras y me preparo para defenderme, pero los segundos pasan y él sólo me observa con un rostro inexpresivo. Estoy a punto de dar por terminado el asunto e irme cuando él se yergue y suspira.
—Vete. —dice sin más.
—Con gusto —Sin perder un segundo lo rodeo y me encamino hacia mi habitación, pero me toma suavemente del brazo deteniéndome. Mi piel se eriza ante su tacto y mi cuerpo se sume en un caótico debate entre salir corriendo o acercarlo más a mí. Supongo que las hormonas siempre nos juegan en contra.
—No me refiero a eso. Debes irte de Viarum —pronuncia cada sílaba con un tono que no admite objeción. Qué lástima que esté tratando con alguien a quien no le gusta mucho la idea de obedecer.
—¿Por qué haría eso? —Me giro y nuestras miradas vuelven a encontrarse. Casi puedo ver los engranajes en su cabeza formulando la respuesta que sé que me dará: fría, calculada y sin un solo motivo válido.
—¿Acaso sabes en dónde estás? —Lo único que me informa de su alteración es la pequeña presión extra que siento en mi brazo—. Eres prácticamente la hija de un obispo. No durarás ni dos días aquí.
—¿Y eso que tiene de malo? Mi tutor me envió aquí porque era lo mejor para mí. —Un momento—. ¿Y tú como sabes eso?
Eliseo chasquea la lengua y suelta mi brazo.
—Todo el instituto lo sabe, eres la noticia del día. —afirma con una mueca de fastidio—. Y lo único que hizo ese idiota es firmar tu sentencia.
Me estoy cansando de todo este circo. Puedo entender que crea que soy una fanática religiosa o algo por el estilo debido a que mi tutor es un sacerdote, o tal vez sea todo el rollo de las estrellas, el sol y la luna... no lo sé. La verdad me da igual las creencias de los demás, ni siquiera estoy segura de en qué creo yo, pero estoy cansada. ¿Qué tiene que ver la fe de Marcos en todo esto? Sé que Viarum no pertenece a la Iglesia, pero eso no significa que sea pagano, él jamás me hubiera enviado aquí si así fuera. Entonces, ¿qué carajo importa a que dios le rece? ¿Hay alguien aquí tan fanático que es capaz de hacerme daño por una ideología religiosa?
—Que miedo, estoy temblando. —Hago una mueca de susto—. Dime... ¿me vas a matar esta noche? Porque tengo una cita mañana y no tenía planeado morir antes de ella.
Eliseo da un paso y anula por completo la distancia que nos separa mientras se inclina sobre mi oído. Mi cuerpo se paraliza al hacer contacto con su tonificado torso y un fresco aroma a mar y limón invade mis fosas nasales. Su aliento caliente a milímetros de mi oreja provoca una chispa que sube por mi cuerpo desde mi vientre y enciende al instante mis mejillas.
—Ríete todo lo que quieras, pero verás que tengo razón. —masculla mientras su labio roza por un instante mi lóbulo y me provoca una pequeña descarga de energía.
Me siento una estúpida al ver lo que genera en mí con solo acercarse un poco. Me toma un segundo empujar hasta el fondo ese sentimiento y volver a concentrarme. No significa nada, sólo es una reacción física de mi traicionero cuerpo.
Está jugando conmigo. Quiere provocarme, asustarme, derrumbar mi fingida seguridad. Una secuencia bastante conocida, a decir verdad, es uno de los tantos trucos baratos de Álvaro y Estefanía.
En mi mente se remueven telarañas que dejan vislumbrar escenas impotentes del pasado, en las que se revelan tanto triunfos como fracasos. Mis entrañas se retuercen por la ira, nadie debería someterse a semejantes pruebas de manipulación a tan corta edad, pero el mundo jamás se detiene frente a la injusticia. Son las leyes de la naturaleza: sobrevive el más fuerte, el más astuto.
El recuerdo se hace sangre y mis venas hierven bajo mi piel. No voy a comenzar mi trayectoria en Viarum dejándome pisotear por el primero que intenta hundirme, de esa forma nunca me ganaré el respeto de nadie. Se podría decir que tengo una vida de entrenamiento para tratar con personas de este tipo, y la verdad no está en mis planes ceder ante un idiota que pretende acobardarme con una mirada amenazante y alguna frase del Joker que vio en Google.
¿Quiere jugar? Perfecto.
Es mi turno.
Hago un ademán y lo empujo contra la pared a nuestras espaldas, de manera que lo encierro con mi cuerpo y mi rostro queda justo frente al de él. Abre sus ojos como platos y juraría que veo un destello en ellos. Sin perder un segundo coloco una mano en su hombro e imito su gesto anterior, respiro contra su oído y noto su cuerpo estremecerse ante mí.
—Si me tocas un pelo, el que no durará ni dos días serás tú —susurro mientras un escalofrío me recorre la espalda, como si una emoción ajena me invadiera de repente.
Ladea su cabeza para mirarme a los ojos.
—No juegues con fuego, nena. Te vas a quemar.
—No me importa quemarme mientras te vea arder a ti también.
Sus ojos crepitan ante mi respuesta y nos quedamos así unos segundos, observándonos fijamente como si pudiéramos escarbar en lo más profundo de nuestro ser con tan solo analizar el son de nuestras pupilas agrandándose entre cada respiración.
A lo lejos el sonido de una puerta abrirse nos saca de nuestro trance. Eliseo se aparta bruscamente mientras se aleja unos centímetros y tensa la mandíbula con fastidio. No puedo evitar sonreír ante mi pequeño triunfo.
—Eres una suicida.
—Y tú un idiota.
Me dedica una mirada que no sé interpretar, pero antes de poder responderle —y con mucha suerte averiguar algo más sobre el por qué quiere que me vaya—, una voz aparece en el pasillo a nuestras espaldas.
—¿Gina?
Doy un paso hacia la esquina del corredor, donde veo a Olivia con la frente arrugada y un porta velas en su mano.
—¡Olivia! Yo... eh... —No puede verlo. Me dejó muy en claro que no debía acercarme a él, y realmente quiero ganarme su confianza. Me vuelvo sobre mis talones para exigirle a Eliseo con un gesto que se vaya, y aunque dudo que me hubiera hecho caso si se lo pedía, él ya no está.
Olivia se acerca y gira la cabeza hacia todos lados.
—¿Con quién hablabas? —pregunta con una ceja levantada.
—Estaba en una llamada con un amigo —miento descaradamente—. Marcos no ha respondido.
—Mm... Seguro por la mañana te responderá, es un poco tarde —Olivia coloca una mano en mi hombro en un gesto de aliento que me hace sentir terrible—. Vamos, debes tener hambre.
Nos dirigimos a la habitación y al entrar en ella me toma por sorpresa ver una mesa plegable que antes no se encontraba allí, abarrotada de comida y una variedad exagerada de latas de refrescos.
—Creí que sería más cómodo —dice Olivia mientras le pone el seguro a la puerta—. La otra es un poco pequeña —Señala con el mentón hacia la pequeña mesa de madera que se encuentra junto a la puerta.
Olivia se había tomado el tiempo de prepararme una mesa con prácticamente todo lo que pudiera gustarme: hay platos con rodajas de carnes frías, vegetales, diferentes quesos, snacks, embutidos, dulces, y una gran variedad de frutas que nunca he probado.
Esta chica acaba de conocerme y se ha preocupado más por mí en la última hora de lo que lo han hecho la mayoría de las personas que conozco.
—Gracias —mascullo mientras contengo una lagrimita—. No hacía falta que...
—Chissst —me corta de inmediato—. A decir verdad, es un pequeño soborno —me guiña un ojo mientras hace un ademán para que tome asiento junto a ella.
—¿Un soborno? —pregunto confundida mientras me siento.
—Algo así —Toma dos latas de refresco y las observa con una mueca analítica que me hace soltar una risita—. ¿Coca-Cola o Sprite?
—Coca-Cola, sin dudar.
—Bien, podemos ser amigas. —Me obsequia una de las latas y se dispone a servirse un poco de todo lo que hay en la mesa—. Cuéntame, ¿qué haces aquí?
La pregunta me toma por sorpresa y el tenedor se me cae de la mano, provocando un estruendo al tocar el suelo.
—Lo siento —Olivia deja lo que estaba haciendo y me observa con una expresión compasiva mientras me inclino para levantar el utensilio—. Me alegra tener una compañera, sólo que no es normal ver caras nuevas por aquí.
—Si debo ser sincera, yo tampoco sé por qué Marcos me envió aquí —admito mientras me llevo a la boca un trozo de una fruta color fucsia que no reconozco—. Sólo que es por mi seguridad.
Olivia frunce el ceño, pero al ver mi expresión confundida aparta la vista.
—¿Te sorprende? —pregunto.
—No, sólo... —Hace una breve pausa mientras juguetea con una porción de tarta de cereza—. ¿Eres cercana a Toretti?
—¿Emilio? —pregunto y casi me atraganto.
Asiente.
—Pues... no, no exactamente. Fuimos mejores amigos, pero hace años no lo veía. —confieso—. ¿Por qué?
—Es un... —Traga saliva—. Digamos que es popular aquí.
No esperaba esa respuesta, pero tampoco me sorprende. Emilio no sólo heredo los profundos ojos turquesa de su familia, sino también su carisma y simpatía. Es un chico agradable, alegre y patéticamente hermoso, ¿cómo podría no ser popular?
Una pregunta sale disparada de mi boca antes de que pueda siquiera procesarla.
—¿Te gusta?
Olivia aparta la vista de su plato y una carcajada inunda la habitación, cortando de raíz toda la tensión.
—Por Dios, ¡no! —dice entre risas—. Y aunque hubiese sido así, me hubiera desencantado al ver cómo te miraba a ti.
Esa última frase enciende al instante mis mejillas. Aparto un poco la silla de la mesa y me coloco el cabello hacia adelante intentando cubrir mi rostro prendido fuego.
Olivia suelta otra risotada al ver mi reacción.
—Creo que a ti sí que te gusta.
—Yo... no es así. Antes... —Las letras comienzan a mezclarse en mi cabeza en un cóctel de frases sin sentido. Tomo una bocanada de aire y exhalo lentamente antes de continuar—: Fue mi primer amor.
—Oh... entiendo. —Gira sobre su silla y se coloca frente a mi—. ¿Qué pasó? Sólo si quieres hablarlo, claro.
—Nada —admito—. Ese es el punto, nunca pasó nada. Se fue antes de que ocurriera.
—Lo siento, yo creía que...
—No lo sientas. —interrumpo.
—Bueno, tal vez tengan una oportunidad ahora —Me dedica una sonrisa pícara mientras toma un paquete de snacks y lo abre.
Me reservo mis comentarios sobre esa afirmación. Siento que puedo confiar en Olivia, pero acabamos de conocernos, y no quiero abarrotar su cabeza con mis problemas y miedos desde el minuto uno.
No me había percatado del cansancio que sentía hasta que mis pies tocaron la cama, sin embargo, han pasado dos horas desde ese momento y todavía no puedo conciliar el sueño.
Olivia se durmió casi al instante, lo sé por sus leves ronquidos y algunas palabras sin sentido que recita cada tanto.
Mi cabeza da vueltas como una bailarina desorientada, recordando cada pequeño estimulo que me dirigió hasta esta cama, este instituto, esta isla. ¿Por qué? ¿Por qué estoy aquí? Todo paso demasiado rápido y no logro encontrarle el sentido. Hace dos días estaba en la tranquilidad de mi habitación en el San Miguel usando un péndulo —que probablemente fuera de plástico barato y no de cuarzo como creía— para intentar adivinar las respuestas del examen del profesor García. ¿En qué momento terminé en una isla lidiando con una nueva vida, mi mejor amigo de la infancia y un emo-psicópata con ojos bonitos?
Me pellizco un brazo, pero no pasa nada. Esto es real.
«Todos los caminos llevan a Roma» dice una incesable voz en mi cabeza, pero los caminos de mi mente sólo desembocan en un lugar: Eliseo Di Pardo.
¿Por qué está tan empecinado en que me vaya? Sólo he pisado la isla cuando él ya estaba con todo su arsenal preparado para intentar espantarme. Me ignoró completamente cuando estaba con Olivia y luego me persiguió y acorraló en el pasillo junto a mi habitación. Todo en cuestión de una hora. ¿Qué me esperará mañana si esto sigue así?
Los párpados comienzan a pesarme y me acomodo para dormir, pero cuando estoy a punto de entregarme a Morfeo, escucho una voz apenas perceptible en el corredor. Coloco una almohada sobre mi cabeza, pero el sonido aumenta hasta volverse insoportable.
Me levanto de un salto decidida a descubrir el origen de aquel ruido, mis pies ruegan volver a refugiarse bajo las mantas mientras el frío repentino me cala los huesos. Recorro la habitación lo más rápido que puedo, pero cuando tomo el picaporte y abro la puerta un manto de oscuridad cae sobre toda la estancia.
Al fondo del oscuro pasillo se vislumbra una tenue luz naranja y decido acercarme, a pesar de que un ligero escalofrío me informa que no debería estar aquí. Un ruido metálico altera mis sentidos, en mi mente se genera una aterradora imagen de una enorme serpiente de hierro siseando por la oscuridad, esperando el momento justo para atacar. Los vellos de mis brazos se ponen en puntas, pero no retrocedo.
Giro en la esquina y ahogo un grito. Frente a mi se alza un enorme vitral que luce las ocho fases de la luna y decenas de símbolos que no reconozco, iluminados desde fuera con una intensa luz roja que parece inyectar sangre a la tétrica imagen. Cuando mis ojos se acostumbran nuevamente a la luz mi respiración comienza a desequilibrarse, me esfuerzo por contener el aire a medida que el oxígeno se evapora frente a mí.
Nada de esto estaba aquí antes. Las paredes y el suelo son de una grotesca roca grisácea, hay tierra, libros y vidrio tirado por todas partes, como si al lugar lo hubieran abandonado hace mucho tiempo.
El ruido reaparece a mis espaldas y me giro bruscamente hacia él.
En un rincón, unos ojos que no distinguen entre el absoluto terror y la furia me observan desde el otro lado y todo mi cuerpo se paraliza.
El sonido de las cadenas arrastrándose cuando la figura intenta acercarse provocan que me caiga de rodillas en la fría roca. Las lagrimas nublan mi vista y mi pulso va tan rápido que hace palpitar mi cabeza.
—¡Lárgate! ¡AHORA!
El sudor me resbala por la frente y grito. Grito contodas mis fuerzas hasta que se me acaba el poco aire que tenía en los pulmonesy la oscuridad me envuelve.
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