Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. El cardenal

   Un torbellino de ideas indefinidas invade mi mente, mientras un peso de diez kilos se instaura en mi pecho. Me encuentro totalmente desconcertada con la revelación del padre Marcos.

   Las preguntas se atoran en mi garganta y siento como la desgarran con cada segundo que pasa. Cada que intento darles orden a las palabras para expresarlas, se mezclan todas en un absurdo cóctel de letras sin sentido.

   ¿Por qué están interesados en mí?

   ¿Cómo, siquiera, saben de mi existencia?

   ¿Alguien habría demandado su tutoría sobre mí? Es la única explicación lógica para esto. El único nexo existente entre la Santa Sede y yo. Y si es el caso, ¿quién es tan desalmado para hacer algo así? A ver, soy consciente de que la he cagado varias veces con las monjas. No debería haberles leído las cartas del tarot a mis compañeras de cuarto. Ni enseñarles a usar mi péndulo de cuarzo para hacer trampa en los exámenes. Pero eso tampoco es tan grave, no como para llegar al Vaticano al menos. Sé muy bien como la Iglesia maneja este tipo de asuntos, y no es de esta forma.

   «No, no, no» repito mientras descarto cada una de mis teorías.

   Debo enfocarme. No es el lugar ni el momento para tener un ataque. Respiro hondo y aprieto con la yema de los dedos el punto medio entre mis dos cejas, un ejercicio que casi siempre me ayuda a estabilizarme. Cuando he conseguido reprimir el ataque, pregunto:

   —¿Por qué? —Fueron las únicas dos palabras que pude formular, y creo que engloba de manera acertada a la sección más grande de interrogantes que me estaba planteando.

   —No son muy claros los motivos —dice con tranquilidad—. Quieren que continúes con tus estudios en el Instituto Viarum.

   ¿Instituto Viarum? Conozco cada casa de estudios de la zona y jamás había escuchado de esta. ¿Qué es ese nombre? ¿Y desde cuándo no menciona la religión? Donde vivo la mayoría de los internados son de enseñanza católica, es casi imposible encontrar uno que no lo sea. Además, ¿por qué la Iglesia querría enviarme a un lugar donde no se aplica su filosofía? En este punto no logro comprender nada. Ni por qué quieren cambiarme de instituto, ni por qué citaron al padre Marcos al otro lado del mundo por esa razón.

   —¿Me quieren cambiar de institución? —Libero al instante mi entrecejo de la presión que le estaba ejerciendo—. No lo entiendo... Creía que solo me conocían unas pocas personas de tu entorno.

   —Y así es. Es solo que, los acontecimientos que han tenido lugar en el último año han dado de qué hablar entre las personas que rondan estos pasillos... —Marcos hace una pausa para tragar saliva y, con un tono que no distingue entre comprensión y acusación añade—: ...y tú has estado involucrada en todos ellos.

   No puedo creer lo que insinúa. Marcos es la única persona que jamás cuestiona mi versión de los hechos y confía en mí ciegamente. ¿Desde cuándo había empezado a dudar de mi credibilidad? Porque no pienso aceptar ni por un segundo que un anciano ególatra con complejo de dios lo haya convencido en cinco minutos de que soy una mentirosa.

   —Creía que confiabas en mí —pronuncio mientras noto como mi estómago se revuelve, y en este punto ya no distingo si es un síntoma del ataque o la profunda decepción que asoma a medida que Marcos pronuncia cada sílaba.

   Marcos niega con la cabeza y se inclina sobre el escritorio. Intenta tomar mi mano pero se la saco.

   —Y lo hago, Gina. Yo no he sido quien avisó a la curia sobre esto. 

   —¿Sabes quién fue? —interrogo.

   —Todavía no. Los padres de algunos alumnos de aquí tienen conexiones con altos rangos eclesiásticos... —Se concentra en un punto detrás de mí—. Sin tener en cuenta al resto de las personas que conforman el instituto. La hermana Helena es la protegida del arzobispo Galván y digamos que no eres de sus estudiantes favoritas...

   —Descubriste América. —Resoplo—. Pero no tiene sentido que fuera ella.

   —¿Me he perdido de algo? —Levanta las cejas con incredulidad.

   —No, sólo que le encanta hacerme la vida imposible. Dudo mucho que quiera perder su juguete de desquite favorito.

   —No digas esas cosas, Gina. Helena es una hermana del Señor. Entre nosotros... —me guiña un ojo— ...sólo es anciana. Tiene costumbres anticuadas, nada más.

   —Y una gran capacidad para convencerte de que es una santa —agrego.

   Marcos me fulmina con la mirada y me encojo de hombros.

   —A estas alturas ya no importa quién fue, aunque me encargaré de averiguarlo en algún momento. —Evita mi mirada mientras se endereza en la silla y sacude una pelusa de su camisa—. Intenta no tomártelo a mal. Puedo asegurarte de que el Instituto Viarum será un lugar idóneo para ti.

   —Es una broma, ¿verdad? — cuestiono.

   —Entiendo que sea difícil, pero te aseguro que estarás mucho mejor allí —añade de inmediato con tono firme—. Este sitio ya no es seguro.

   ¿Qué no es seguro?, ¿qué carajo ha fumado este hombre? Porque hasta donde yo sé, el hecho de que se hayan roto un par de ventanas y a una cañería se le haya ocurrido estallar sin razón aparente no hace que un lugar sea ciertamente inseguro.

   —¿Lo entiendes? —digo con sarcasmo—, ¿o es que te han llenado la cabeza de mentiras sobre mí? Porque yo pensaba que había quedado bastante claro que no tuve nada que ver con los incidentes —hago el gesto de comillas con los dedos— que han ocurrido.

   —Me ofende un poco que creas eso de mí —anuncia con seriedad—. Pero no, nadie me ha «llenado la cabeza», como tú le dices.

   —Entonces, ¿por qué dices que no es seguro? —pregunto—. A ver, este edificio debe de necesitar más de una reforma, sin dudas, pero tampoco es que se vaya a caer a pedazos en un corto tiempo.

   —No, probablemente no se caerá.

   —¿Seguirás evadiendo mi pregunta?

   —Hay detalles que es mejor que no sepas por el momento —afirma con un tono autoritario que jamás escuche en él—. El Cardenal Durand...

   Se acabó. No pienso tolerar ni por un segundo más que estos dos hombres crean que pueden manejar mi vida a su antojo. Tal vez el padre Marcos afirme que no está de acuerdo con ese tal cardenal Durand, pero no noto ni una milésima pizca de inconformidad en lo que me está informando. Está de acuerdo, y no pienso agachar la cabeza y someterme como una huerfanita dócil por miedo a que se enoje conmigo. Ya no tengo once años, y si se cabrea conmigo o se siente ofendido por lo que pienso decirle, entonces sólo terminará confirmando que es una marioneta más del clero.

   Un calor abrasador trepa y sisea por mi cuerpo como una serpiente a punto de atacar a su presa, decenas de agujas pinchan uniformemente las palmas de mis manos y sé que estoy a punto de colapsar. Porque no puedo desplegarlo, no con el hombre al que considero mi padre. Ni reprimirlo. Sólo puedo esperar hasta que me consuma.

   Cuando mi padre murió, tardé casi un año en aprender a dominar los ejercicios para controlar la ira y ansiedad que amenazaban con irrumpirme ante cualquier mínima frustración. Aprendí a canalizarlas con gran esfuerzo y muchas sesiones de terapia. Con el paso del tiempo no solo ese esfuerzo fue menor, sino que desapareció. Pero con todo lo que ha estado aconteciendo en los últimos cuatro meses, esa calma se perturbó por completo, y los ataques de ansiedad resurgieron con todo su ímpetu. No se me está haciendo nada sencillo contenerlos.

   —¡¿Quién se cree que es ese tal cardenal de cuarta?! —rugo mientras intento inmovilizar la bomba de insultos que amenaza con salir disparada de mi boca—. ¡Él no tiene el poder para decidir sobre mi vida! Será lo que quiera en la Iglesia, pero aquí no, ¡no conmigo!

   —Sé que no logras comprenderlo, pero...

   —¡¿Que yo no logro comprenderlo?! —lo corto de inmediato—. Me parece que eres tú el que no comprende lo que está diciendo. Déjame ver —Me levanto y sin darme cuenta la silla ha salido despedida contra la pared detrás de mí—. Un hombre al que no conozco decide enviarme vaya a saber uno donde, y el hombre que me ha criado no solo lo ha aceptado, sino que ni siquiera ha protestado a mi favor. ¿Qué es lo que no entiendo?

   Él también se ha puesto de pie y su mirada está clavada en la mía. Levanta el mentón un poco y abre mucho los ojos, lo hace cada vez que intenta darme a entender que debo calmarme. Pero ya es tarde para eso, no puede aparecer de la nada, atarme una cuerda al cuello y pretender que me doblegue a su voluntad sin reaccionar.

   La soga invisible que se ha hecho con mi garganta me está ahorcando, imposibilitando la entrada de aire a mis pulmones. Intento con todas mis fuerzas dar una bocanada de aire, pero solo concluye en un frío suspiro. Mis rodillas se vuelven de gelatina y la tormenta que se encontraba en mi estómago se expande como una plaga por el resto de mi cuerpo. He perdido el control del ochenta por ciento de mis piernas mientras todo el ambiente se ha transformado en una burbuja. Apretada. Asfixiante. Agobiante.

   Ni siquiera me doy cuenta cuando Marcos ya está rodeando la parte alta de mi espalda con un brazo y sosteniéndome.

   —Gina, debes tranquilizarte —espeta Marcos con una voz pacífica pero firme—. Respira hondo y libera los puños despacio.

   Al mirar hacia abajo me doy cuenta a lo que se refiere. Tengo los puños tan apretados que mis nudillos están pálidos y el resto de mi mano de un color violáceo.

   Me vuelvo a sentar mientras intento frenar la humedad que inunda mis ojos. Marcos me ha acercado un vaso de agua y lo bebo sin protestar mientras él se agacha delante de mí y coge la mano que tengo libre, como cuando era pequeña y debía darme una lección importante.

   Pasan los minutos en completo silencio, hasta que Marcos ha decidido que es oportuno volver a hablar, y casi puedo ver los engranajes de su cabeza buscando las palabras adecuadas para pronunciarme.

   —Nada de esto es justo para ti. Lo entiendo, ¿vale?, pero te puedo asegurar que Viarum no tiene nada que ver con el San Miguel. —Las comisuras de su boca se levantan un poco y me regala una pequeña sonrisa compasiva—. He estado ahí, el lugar es precioso y la gente es muy diferente a la de aquí.

  »La razón por la que no intercedí más en esta decisión es que en el fondo sentía que era lo mejor para ti. Sé lo mal que la estás pasando, y créeme que ver a ese muchacho todos los días por los pasillos después de lo que ha hecho no te hace ningún bien. Me encantaría que le des una oportunidad a este nuevo instituto, estoy seguro de que te encantará. Pero si realmente lo que quieres es quedarte aquí, solo dímelo y juro que moveré cielo y tierra para que eso suceda. Pero por favor, permítete al menos pensarlo antes de tomar cualquier decisión.

   Me concentro en mi respiración, como me enseñó la señorita Zarate para estos casos, pero en mi mente siguen revoloteando miles de preguntas. No me siento preparada para abandonar toda mi vida e irme de aquí. El San Miguel no está ni cerca de ser un lugar agradable, pero es lo único que conozco, las pocas personas que me importan están aquí y con el paso del tiempo he aprendido a lidiar con las monjas y sus hábitos tediosos.

   Sin embargo, no puedo evitar pensar que en cierto punto tiene razón. Maldita sea, tiene razón. Desde que Álvaro y yo terminamos no ha sido nada fácil verle la cara todos los días. En los pasillos, en la cafetería, en el patio, en clase. No hay sitio donde no esté. Me persigue como si quisiera evaluar que tanto me afecta su presencia. Y si debo poner las cartas boca arriba, no me sorprende para nada. Siempre fue un narcisista, y desde que terminamos lo he confirmado a diario.

   —No te prometo nada —digo sin más.

   —Me alegra oír eso —Marcos recorre el espacio que hay hasta su silla y recoge su abrigo—. Debo presentarme en la parroquia. Regresaré en unas horas para saber tu decisión. Sé que no es mucho tiempo, pero es del que disponemos. —Me da un beso rápido en la coronilla y comienza a dar zancadas hacia la puerta—. Nos vemos en un rato.

   Sin más, desaparece por el pasillo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro