Viejos aliados
A unos cuantos miles de kilómetros de allí, Sidney Prescott se preparaba para acostarse temprano junto a su esposo. Ya había hecho dormir a los niños y su esposo Mark Kincaid encendió la televisión para relajarse un poco. El trabajo los tenía exhaustos.
Sidney, ya con el pijama puesto y lavados los dientes, se recostó junto a Mark y se acurrucaron juntos para protegerse del frío.
—Qué día más largo —se quejó Sidney abrazando el brazo de Mark.
—Ni que lo digas —continuó Mark acariciando su espalda—. No creo que pueda volverse peor.
Justo había cambiado al canal de noticias.
—Vamos a ver si es cierto...
Transcurrieron varios titulares de noticias alrededor del país, así como mundiales. Mark poco a poco iba quedándose dormido mientras Sidney no despegaba su mirada de la pantalla.
Cuando comenzó a sentir más pesados los párpados, aparecieron las noticias de los desaparecidos recientemente. Al escuchar el nombre de la primera persona, ella despertó casi de un brinco.
—No puede ser...
Mark también despertó alterado.
—¿Sidney?
—¿Recuerdas que te comenté acerca de las hermanas Carpenter y la relación de Billy Loomis con la hermana mayor?
—Si, obvio. ¿Cómo podría olvidar tan fascinante historia?
Sidney señaló temblorosa a la pantalla, justo al titular que decía: Joven de veintiún años desaparecida. Su captor llevaba disfraz de "Ghostface" según testigos. La foto de Tara aparecía en una esquina mientras pasaban los detalles de su desaparición.
—Ella es la hermana menor de esa chica.
—Vaya. Otra vez —declaró Mark —. ¿Esto nunca parará cierto?
—Esto perseguirá para siempre a todos los que se involucren con Ghostface— Sidney tomó su celular de la mesita de noche—. Es como una maldición.
—¿A quién le escribes?
—A Sam Carpenter, la hermana de la chica desaparecida.
—¿Ella es la hija de Loomis?
Mientras Sidney dejaba el mensaje a Sam, respondió algo desganada.
—Sí...
En Nueva York, Sam en dicho instante recibía el mensaje de Sidney. No transcurrió mucho cuando llegó el siguiente mensaje:
Me enteré lo de Tara. ¿Has conseguido pistas? ¿Estás bien?
No hemos encontrado nada. Es como si la hubieron hecho desaparecer. Lo único que sabemos es que todavía sigue con vida. Este Ghostface al parecer es muy mediático en redes. Acabamos de ser atacados por un chico de dieciséis que quería cumplir un reto puesto por un usuario de un foro de Stab.
Vaya, Ghostface se ha actualizado. ¿Qué clase de reto?
Hasta donde sé, se trataba de hacerme daño a mí y a mis amigos.
¿Este Ghostface no quiere ensuciarse las manos? Vaya, eso también es nuevo.
No sé qué es lo que trama. Pero tiene cautiva a mi hermana. No permitiré que le haga daño.
Tranquila Sam. La encontrarás
Su último mensaje parecía estar incompleto. Le aparecía que Sidney estaba escribiendo. Por otro lado, Sidney dudaba si volverse a arriesgar por las Carpenter como hace más de tres años atrás. Buscó la aprobación de Mark y este solo contestó con una sonrisa y una frase muy cierta.
—Solo haz lo que creas correcto, querida.
Sidney suspiró rendida. No podía quedarse cruzada de brazos de nuevo. Ya había abandonado a su suerte a las Carpenter al haber tenido un embarazo tardío el año pasado.
Agradeció a su esposo con un largo beso en los labios y acarició su rostro.
—No puedo negar que esta es mi triste historia.
—Eres una heroína, Sidney. Tú eres la que mejor conoce esta situación. Tienes que ayudar a esas chicas.
Ya la decisión estaba tomada.
Sam. No te preocupes. Viajaré a Nueva York lo más rápido que pueda para ayudarlas.
La pelinegra sudó frío ante dicho mensaje. No quería tener muy de cerca a Sidney, este nuevo Ghostface psicópata y su hermana en peligro en la misma ciudad. Pensó en el mensaje del usuario del foro. ¿Y si solo se trataba de un troll de internet? ¿Cómo saberlo? Y la vida de Tara seguía en el medio del tablero.
¿Estás segura de venir? ¿Y tu familia?
Ellos comprenden que también debo velar por quienes tienen que cargar con mi tragedia. Así que no te preocupes Sam.
Sam pensaba para sus adentros que ella no debía ser la preocupada...
Gale la sorprendió dándole un toquecito en un hombro. Sonrió para reconfortar y la fundió en un abrazo. Al inicio, Sam intentó resistirse poniéndose tiesa como una tabla, pero la insistencia de Gale la hizo ceder. El calor humano la reconfortó un poco.
Gale utilizaba su flamante blazer gris y su cabello bien peinado, lista para salir al aire.
—Tranquila. Encontraremos a Tara.
—Espero que todavía sea viva...
Gale quiso replicarle que así sería. Sin embargo, sabía que eso no podía afirmarlo.
—Voy a comunicarme con Sidney.
—No te molestes. Ya ella se enteró sola.
Gale rió para sus adentros.
—Era obvio. Es Sidney Prescott de quien hablamos.
Ambas rieron un poco. Sam fue la primera en detenerse. Aferraba contra su pecho su teléfono.
Mientras tanto, Kirby se llevaba a interrogar al muchacho atacante a la comisaría. Gale permitió que Sam pasara esa noche en su casa, pero ella negó diciendo que iría al hospital para asegurarse que Mindy y Chad estuvieran bien. Gale ofreció que todos se queden con ella luego de que les den el alta a los chicos. Sam dijo que tenía que consultarlo primero con los chicos y que no se preocupara.
—Si queremos vencer a Ghostface, debemos ayudarnos. ¿Lo olvidas?
—¿Y si uno de nosotros ES Ghostface?
—¿De veras desconfías de mí, Sam? —preguntó indignada Gale.
—No lo tomes personal, Gale. Dejé de confiar en la gente desde los catorce años, luego de enterarme que mi madre me había mentido sobre la verdadera identidad de mi padre...
A Gale no se lo ocurrió una de sus frases sarcásticas para responderle a eso...
....
Ya casi eran las nueve de la noche. El Dr. William Kobach estaba exhausto de haber atendido a tantos pacientes aquel día. Estaba echado para atrás en su silla con los pies puestos sobre el escritorio. Con su pañuelo se secaba el sudor que bajaba por su frente y bajo la nariz.
Antes de regresarse a casa, tenía por costumbre leer sus archivos de casos del día, para repasar algún detalle que se le haya escapado durante la consulta.
Leyó un caso de una chica autodañina y lo quitó casi al comenzar a revisarlo. Ese caso lo consideraba que ya había dicho lo necesario durante la consulta. La chica tenía un excelente progreso.
Sin embargo, el siguiente caso era más preocupante: Sam Carpenter.
La chica con fuertes rasgos psicóticos heredados de su padre: Billy Loomis, el asesino que desencadenó la ola de muertes en el pueblo californiano de Woodsboro. La inspiración para el libro escrito por la periodista Gale Weathers y las célebres películas de horror de Stab.
Le había recetado haloperidol y meredil para combatir las visiones que la chica mantenía. Durante su etapa paranoica era bastante impredecible y agresiva. Sentía que su padre la acosaba desde el más allá incitándole a asesinar.
Presentaba unos claros signos de esquizofrenia. Sin embargo, eso no opaca el hecho que no siente remordimiento de los asesinatos que cometió contra quienes la atacaron. Dicho en sus propias palabras: "Disfruté clavarles cuchillos y disparé a su cabeza sin dudar ni un segundo".
Kobach se rascaba su naciente barba leyendo el caso de la chica Carpenter. Alternaba su lectura con revisar su teléfono celular. Estaba intercambiando mensajes con su pareja Amanda. Habían quedado en ir a cenar comida tailandesa esa noche y la chica iría a recogerlo al consultorio. Entró a las redes sociales luego de recibir el último mensaje de su novia. Quedó sorprendido al leer el apellido de su paciente en las noticias online. Se trataba de Tara Carpenter, la hermana menor de Sam. Aquello le erizó los cabellos. Sabía que Sam Carpenter representaba un verdadero peligro para la sociedad. Por primera vez, sintió algo de temor de uno de sus pacientes.
Su secretaria siempre dejaba abierto el consultorio antes de marcharse. No le preocupaba cerrar porque sabía que el doctor tenía un par de llaves.
Sin hacer ruido, una silueta negra entró al consultorio. Observó el pasillo y todo lo que cubría el escritorio de la secretaria. Armado con un cuchillo en su mano izquierda, Ghostface arremetió contra la puerta abriéndola de golpe ante la sorpresa del galeno.
Kobach pegó un brinco y soltó el expediente de Carpenter. Intentó con todas sus fuerzas mantenerse sereno.
—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?
Ghostface solo exhaló con fuerza e inclinó levemente la cabeza a un lado. El doctor enseñaba que estaba desarmado.
—Llévate todo lo que quieras. En el escritorio de la secretaria está el dinero.
Ghostface extendió su mano libre. El doctor creyó que quería que le entregue el teléfono y lo dejó en el escritorio frente a él.
—Llévatelo. No me hagas nada, por favor.
Ghostface continuaba con la mano extendida. El doctor entonces tomó el teléfono y se lo intentó colocar en su mano. Ghostface respondió con su cuchillo clavándole la mano contra madera. El hombre aulló de dolor con cada movimiento que el enmascarado hacía. Al lograr desclavar violentamente el cuchillo de la madera y su carne, el doctor llevó su mano herida hacia el pecho mientras lloraba de dolor y miedo. Su mano quedó inservible, hecha una masa roja mientras manchaba el suelo y su ropa. Cayó al piso mientras Ghostface se acercaba peligrosamente a él.
—¿Qué es lo que quieres? —fue allí donde reconoció el disfraz que el asesino llevaba. El mismo atuendo que los villanos de Stab.
El doctor trató de agarrar un adorno de bronce colocado en un estante, pero fue detenido por un tajazo del cuchillo de su agresor. Nuevamente quedó inmovilizado.
Arrastrándose de dolor hacia atrás, Kobach imploraba por su vida. Ghostface se hallaba frente a él, cuchillo ensangrentado empuñado en su frente. Accionó su modulador de voz y se puso a la altura del psiquiatra.
—¿Es cierto que los psiquiatras de vuelven locos de estar tan de cerca la locura humana? ¿O no, doctor?
El doctor imploraba por su vida mientras trataba de observar tras la máscara del asesino.
—¿S—samantha Car...?
No le dejó terminar de pronunciar el nombre. El cuchillo le fue clavado hasta el mango en la cabeza haciendo movimientos con la muñeca. Las paredes color gris y una gran parte de la máscara de Ghostface se tiñeron de rojo.
Ghostface dejó morir allí al hombre, quien convulsionaba una última vez hasta antes de expirar.
Escudriñó la habitación y contempló la carpeta caída de expedientes. En el costado se leía: "Samantha Carpenter". Ghostface la agarró y la ojeó un rato. Miró de nuevo al médico, quién ya no se movía, y paso las páginas del portafolio. La esquina inferior estaba manchada en la sangre del hombre.
Ghostface, al terminar de mirar el expediente de Sam, volvió a tirar la carpeta al suelo y regresó para desencajar el arma del cráneo del occiso. Un ruido de rotura espantoso sumado a uno hueco se oyó en eco en el consultorio.
Ghostface, utilizando su larga túnica negra, limpió la hoja del cuchillo con un movimiento veloz y contempló su hazaña.
Luego de eso, simplemente se marchó y se perdió entre la oscuridad de la noche...
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