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Atando cabos sueltos

Había tumulto en la oficina de la comisaría de Nueva York ante la repentina llegada de las supervivientes del ataque e incendio de Blackmore, antes conocidas por ser las supervivientes de Woodsboro. A ese paso, Sidney y Gale se llenarían de sobrenombres que ni ellas mismas podrían recordar.
Ambas buscaban al agente López, quien estaba en sus últimos días en la ciudad antes de regresar a su natal Michigan, a la tranquilidad de los campos verdes y pastizales y huir del bullicio y la locura de la Gran Manzana.
El oficial había citado a ambas mujeres a reunirse con él antes de que todos partieran a sus respectivos hogares. Sidney contaba los días para abandonar el caos de la ciudad para volver a abrazar a sus hijas, con respecto a Gale, probablemente regresaría a su apartamento a tomarse un Martini o, quién sabe, la inspiración para escribir algo nuevo se apoderaría de ella...

López le daba un largo sorbo a su café arábigo y se ponía de pie con dificultad. El asesino le había dejado una gran cojera de la que esperaba curarse con sesiones de rehabilitación. El oficial se acercó al panel frente a todos cojeando con su pierna derecha. Aquello a Gale le causó tristeza, pues el recuerdo de Dewey le regresó a la mente.

—No creerán lo que descubrí entre los archivos. ¡Es fascinante!

—Espero que no me digas que hay probabilidad de que ese culto esté activo —se preocupó Sidney con evidente angustia en sus facciones.

—Pues, luego de todo lo que ocurrió hace tres meses en Blackmore, debo decir que sí, las cosas se dispararon. Los fans se han dividido entre quienes apoyan la misión de Amanda y quienes se oponen —explicó Luis señalando los diferentes chats pegados sobre el tablero —. Sin embargo, de eso quería hablarles. La gente en línea llega al fondo de las cosas. Hay buenos detectives metidos entre los cibernautas. Alguien comenzó a elaborar la teoría de que Amanda era una farsante y no era la hija de Stu Macher. Por supuesto, llegaron los mensajes de odio hacia este usuario y otros más. Sin embargo, alguien muy astuto y valiente, aseguró haber sido su cuidador en un hospital psiquiátrico en Boston hace unos años atrás. Y eso, es lo que quería decirles.

Sidney y Gale se miraron confundidas. No comprendían a lo que Luis quería llegar.
—¿Un cualquiera les dio información sobre esa psicópata? Tenía los motivos más flojos que hemos podido ver en todos nuestros años luchando contra el psicópata de la máscara —añadió Gale reposando su espalda en el asiento y cruzando sus piernas y brazos.

—Pues, sí y no. No nos dio información, pero nos dijo donde comenzar a buscar. Era obvio que esa mujer estaba desequilibrada y pues decidí indagar por más de tres noches en busca de algún dato sobre ella en Boston. Debo decir que hacer eso es una tarea difícil ya que los expedientes no son algo que puedas pedirlos así tranquilamente. Tuve que valerme de algunos contactos y de una que otra oportunidad de oro. Pero luego de suplicar y escarbar toda la información que pude encontrar, descubrí su verdadero nombre. Amanda McAnderson, una huérfana a la que diagnosticaron una esquizofrenia muy severa, así como un pensamiento psicopático errante. Fue paciente del psiquiátrico de Boston desde los catorce años luego de que atacara brutalmente con un destornillador a su compañera de cuarto mientras dormía. Entre las pertenencias que hallaron en su habitación del orfanato encontraron tu primer libro Gale —dijo, señalando a la susodicha para que entendiera el impacto también negativo que causaron los escritos de la pelinegra—. Desde esos momentos, una joven Amanda comenzó a obsesionarse con el caso. O eso me contó su psiquiatra: el doctor Assaid Mykonos.

—Desde los catorce años... Vaya, que turbio.

—Y eso no es nada... —aseguró Luis arreglando el cuello de su camisa para contar lo que sigue—. Los doctores lograron bajar su obsesión y su psicosis, a base de fármacos y otras drogas, suprimiendo ese lado violento que guardaba. A los diecinueve años la declararon apta para regresar a la sociedad bajo vigilancia psiquiátrica y ella mismo entró a estudiar medicina y posteriormente psiquiatría bajo la tutela de sus médicos de la adolescencia. Todo iba muy bien para ella hasta el día que tuvo la mala suerte de encontrar el foro de Stab online y toparse con las mentes retorcidas de Richie Kirsch y Amber Freeman. Allí nuevamente su personalidad violenta que había sido reprimida tantos años renació con el triple de fuerza. Allí se enteró de la existencia de Sam Carpenter y del plan de Kirsch y Freeman para continuar con la saga de Stab.

—Internet puede despertar los lados más perversos de las personas —susurró Gale apretando los labios.

—Y permite que no sólo fanáticos se junten, también los psicópatas —añadió Sidney horrorizada. Temía que algo así se repita dada la facilidad que proporcionaba el Internet.

—Para resumir, Amanda decidió de cambiar su nombre y fingir ser la hija perdida de Stu Macher para seguirle el juego de locura propio y de sus amigos del foro de Stab. Además, forjó su elaborado plan que actualmente conocemos y se obsesionó mucho con Sam.

—No debió haberle gustado la mala fama que Quinn Kirsch le tiró a Sam en Twitter un año después —dijo Sidney recordando los hechos anteriores.

—Pues nunca lo sabremos. Lo que Amanda quería era poseer a Sam y que nadie más lo haga —Gale no miraba a nadie, solo le repugnaba el loco plan de Amanda—. Quería formar su ejército de Ghostfaces. Pero quería a Sam liderando junto a ella.

—Quería matarnos a todos para ella quedarse con Sam. La estaba enloqueciendo en el camino, la hacía quebrar para poder manipularla —Sidney recibió la aprobación del agente ante su afirmación —. Y casi lo consigue. Nunca había visto un Ghostface que estuvo tan cerca de cumplir sus planes.

—Hay quienes dicen que los locos quieren que todos estemos locos para que ellos sean comprendidos... —Luis alzó los hombros. Había oído ese dicho de la boca de algún campesino en su juventud —. Aunque no lo crean, Kirby también había encontrado una gran pista en los análisis de drogas que le hicieron a Sam cuando estuvo reclusa aquí. Tenía mucho rastro de barbitúricos y opioides en la sangre, más de lo recetado por un psiquiatra. Una noche, incluso encontró dosis de anfetaminas. Esa mujer lo estaba orquestando todo para quebrar a Sam como ella deseaba.

—Si logró manipular a Tara con un plan tan descabellado, no me extraña de lo que haya intentado hacer —Sidney se levantó de su silla y fue a chequear el tablero junto con López.
Estando a su lado, se dio cuenta que el agente a nombrar a Kirby le causó cierta nostalgia y tristeza. La mujer lo consoló con una mano sobre el hombro y el asintió asegurando que estaba bien—. Kirby fue la mejor agente...

—Claro que lo fue...

Gale tampoco quiso quedarse atrás. Entre las evidencias desperdigadas sobre la mesa, encontró la máscara ensangrentada de Stu Macher y eliminó el incómodo silencio de la sala al hacer regresar a esos dos de vuelta a la realidad.
—Así que, a la final, todo este episodio, ¿fue producto de un arranque de locura?

—Gale —comenzó Sidney haciendo reflexionar a la reportera—. Nadie en su sano juicio creería que matar a alguien sería la mejor solución. Y mucho menos matar para poseer a otros.

—Sí, pero ¿incluso hacerse pasar por la hija de un asesino serial para poder llamar la atención?

—Eso creías al inicio de la propia Sam, ¿lo olvidas?

Gale sonrió al comprenderlo todo y darse cuenta lo tonta que era.
—Ahora nuestras historias y las de ellas se están mezclando. Ya no sólo quieren meterse en nuestras vidas.

—Gale, desde hace dos ataques nosotras ya no somos las principales —mencionó Sidney sacudiendo la cabeza y agarrando la máscara de Billy Loomis o, lo que quedó de ella tras el incendio.

—Quizá eso es cierto. Ya nos hemos ganado el título de leyendas.

Sidney extendió la mano hacia Gale sonriendo. Aquel gesto desencajó a la reportera. Gale aceptó su mano, pero Sidney la arrastró hasta su cuerpo para darle un fuerte abrazo.
—Tú y yo solos las leyendas vivientes. Más de treinta años con esto y seguimos vivas para contar nuestra historia.

—Solo las personas más valientes se atreven a vivir con esa carga sobre los hombros —dijo Luis López mientras quitaba las tachuelas y evidencias del tablero para agruparlas todas en un mismo archivador.

Las dos mujeres lo ayudaron. Ese caso se iba a cerrar y aquello era un motivo de satisfacción. Sin embargo, Sidney se detuvo a leer los documentos que había agarrado del escritorio. Eran las fichas de sospechosos, donde resaltaban las fichas de Sam, Tara y Chad. Señalado con resaltador rojo, se leían las letras de "Fallecido" en cada uno de los expedientes. Aquello la desencajó un poco. Sidney miró a Luis y el solo le dio un gesto de afirmación, indicando de que no se preocupara por eso. Él se había encargado personalmente de esa información.
Gale se acercó con un archivador para que Sidney pueda depositar esos papeles dentro. Dejando todo limpio y ordenado, el agente López salió con la caja de evidencias y archivadores del caso para dejarlas en las oficinas de la comisaría, seguidas por las dos supervivientes.
Todos en la oficina estaban atentos a sus movimientos. Sidney y Gale esperaron en el vestíbulo y se sintieron fuertemente observadas por todos los presentes. Aquello disminuyó ante el regreso del agente federal y las escoltó fuera del sitio rumbo hacia su auto.
—Las llevo si quieren...

—Tranquilo, vinimos en mi auto —aseguró Gale enseñando sus llaves.

—¿Ya puedes conducir? Te recuperas rápido.

—Lo mismo digo, agente. Usted sí que salió dañado de ese ataque.

—Pues sí, casi no la cuento —suspiró el federal —. Tengo que quitarme esta cojera pronto o no podré volver al trabajo de campo que tanto disfruto. Es un alivio que los doctores hablaron de que se quitaría con unas sesiones de ejercicios y rehabilitación.

—Es una alegría oír eso —respondió Gale. El recuerdo de Dewey todavía se le hacía presente y aguantaba las fuertes ganas de llorar.

—No es para que se sienta mal, pero espero no tener que verlo nuevamente, agente López —mencionó Sidney entre risas y apretando la mano del federal—. Ha sido un placer y agradecemos mucho su ayuda.

—Lo mismo digo, señora Prescott. Un verdadero honor conocer a una mujer tan valiente —y luego tendiéndole la mano cortésmente a Gale—. Lo mismo digo de usted, señorita Weathers. No hay mujer más astuta y vibrante que usted.

Gale rió y aceptó el gesto del agente. Luego de eso, el policía fue a su auto negro donde ya estaba listo su equipaje para marcharse de la ciudad. Arrancó el vehículo y dio una última despedida a las mujeres para luego acelerar rumbo a la avenida y luego perderse en una intersección.

Ambas dejaron de despedirse cuando el carro desapareció por las calles. Quedaron unos minutos allí, en medio del estacionamiento, contemplando el camino que el auto había tomado sin decir ni una palabra. Estaban asimilando que ese nuevo episodio había acabado y, a pesar del enorme dolor, una paz invadía sus corazones.
—No recordaba lo bien que se sentía cuando todo acababa —declaró Gale a Sidney con un amplia sonrisa en los labios y dando un largo estirón de brazos ante lo entumecido que sentía su cuerpo —. Aunque hacer esto ya le está pasando factura a mi cuerpo. Ya no es como antes.

—Obvio que no lo es, Gale —respondió Sidney sin mirar a la reportera—. Espero esta sea la última vez...

—¿Qué nos veamos o que pasemos por una masacre? —preguntó indignada Gale de forma simpática.

—Que pasemos por esto —aseguró Sidney entre risas—. Que nos veamos no. Prometo invitarte a cenar para Acción de Gracias.

—¡Pues déjame decirte que hago un pie de calabaza estupendo!

—Yo te visualizaba como de esas que queman hasta el agua...

Ambas caminaron entre risas hacia el auto de Gale. Al entrar, Sidney notó como Gale tenía algo de culpa dibujada en el rostro.
—¿Estás bien?

Gale, girando las llaves y encendiendo el auto, tranquilizó a Sidney apretando su hombro.
—Sí, creo que sí.

Sidney sonrió reconfortada. Era todo lo que necesitaba oír. Se preocupaba por su familia.
El auto arrancó rumbo al nuevo apartamento de Gale, pues Sidney debía terminar de hacer sus maletas para regresarse a la tranquilidad de su hogar junto con Mark y sus hijas, e implorar que la maldición que la perseguía a ella y a su amiga reportera, no la decidiera seguir hasta su apartado hogar y poder vivir tranquila el resto de sus días...

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