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A sangre fría

Los doctores lograron salvarle la vida a Erin Peterson, sin embargo, todavía permanecería en observaciones dentro del área de Cuidados intensivos del hospital. Había tenido perforación del bazo y de los intestinos. Era un verdadero milagro que haya podido sobrevivir al brutal ataque y también a la posterior cirugía.
Por otra parte, Alfie esperaba que la enfermera limpiara su reciente herida suturada. Le darían pronto el alta para que se vaya a casa.

En la habitación 205 donde Erin yacía conectada a un respirador y se recuperaba de sus heridas, la enfermera chequeaba los monitores de signos vitales para notificar que la paciente se encontraba estable. Erin por su parte comenzaba a sentir a las presencias cercanas a ella. Iba poco a poco recobrando la conciencia. Presenció como la enfermera se retiraba del cuarto y la dejaba sola.
Solo se oía las cortinas de la ventana abierta que se agitaban con el viento. Erin estaba totalmente inmovilizada y mover su cuerpo vendado le causaba un intenso dolor. Fue entonces que distinguió esa figura fantasmagórica entre las partes más oscuras de la habitación.
Intentó alzar un grito, pero el tubo en su garganta se lo impedía. Ghostface se acercó a ella y apagó el respirador de inmediato. El aire comenzó a faltarle a la chica y emitió una serie de quejidos implorando porque el aire regresara a sus pulmones. Ghostface contempló como la chica se ahogaba frente a él por varios minutos a lo que se agitaba y gemía de desesperación. Como último intento de recobrar el aliento, estiró los brazos con las pocas fuerzas que le quedaban como si intentara alcanzar la máscara de Ghostface para quitársela.
Él, irónicamente, solo retrocedió un paso para que sus brazos no pudieran alcanzarle y continuó observando como la chica se quedaba sin aliento. Luego de unos cuantos minutos y de convulsionar, Erin quedó inerte, con una expresión de horror y los ojos fuera de sus cuencas.
Ghostface se deleitó con toda la escena, pero no estaba satisfecho. Tenía que dejar rastro de que él estuvo allí...

Al otro lado de la ciudad, Sam estaba decidida a recobrar a su hermana, aun cuando eso significase que debía exponerse de la manera más estúpida y arriesgada posible. No le importaba en lo absoluto, solo quería recobrar lo que le pertenecía. Necesitaba aislar a Sídney de los demás para poder cumplir con su objetivo y, por supuesto, enviar pruebas a ese usuario del foro para que suelte a Tara. No se iba a limitar a eso, quería que él también cumpla con su palabra.
Conocía perfectamente donde vivía Gale, era muy probable que ella ocultara a Sídney ahí. Kirby los había llevado a la comisaría para que se quedaran allí para que Ghostface no los atrapase. No iban a estar muy cómodos, pero eso era mejor que seguir desprotegidos. Aunque, según Mindy, permanecer rodeados de policías no era garantía para que Ghostface no los ataque.

Sam, bajo el pretexto que debía comprar cigarrillos quiso salir del edificio, pero fue interrumpida por Luis López quién justo lo topó a la salida.
—No recomendaría salir tan tarde.

Sam alzó una ceja al gendarme. En el fondo, el hombre parecía un poco aterrado de su presencia.
—¿Todavía desconfía de mí, oficial López?

—Agente —corrigió él arreglándose el cuello de su camisa negra —. Y pues, todavía tengo mis dudas de ti.

—Claro, es bastante obvio —respondió irónicamente Sam—. Yo ordené a uno de mis secuaces a que me ataque a mí y a mis amigos.

—Una mente retorcida hará lo que sea para salirse con la suya...

El semblante de Sam se ensombreció habiendo él pronunciado dichas palabras.
—No se equivoca, agente López. Sin embargo, creo que las pruebas de mi inocencia están más que claras. Si usted quiere desviarse del verdadero asesino por seguir corazonadas tontas es su problema. Ahí podríamos discernir cuál es su desempeño como agente del FBI. Se nota que usted es bastante novato en esto.

A López le dolió en el orgullo, pero no se atrevió a pronunciar nada. Sam prosiguió.
—Además, yo ya he jugado este estúpido juego antes. Todos aquí lo hicimos. Usted es un nuevo jugador y uno de quienes encabezan mi lista de sospechosos —Sam lo hizo retroceder dos pasos de miedo—. Juro que el que esté detrás de la desaparición de mi hermana sufrirá tanto que me implorará que lo asesine, pero yo...

Sam se detuvo pues notó como la mano del oficial iba directamente a su arma de dotación y su rostro estaba contraído en temor. Ella retrocedió, bajó la cabeza y soltó un suspiro para calmarse. Su mirada fue lo único que se elevó, observando al agente.
—Solo iré por unos cigarrillos...

Luis la vio con desdén y se apartó de su camino.
—Haz lo que quieras —dijo mientras se alejaba de ella.

"Maldita psicópata" alcanzó a oírlo decir mientras se perdía en el pasillo principal.
Sam salió por la puerta tranquilamente a también perderse por las oscuras calles de Nueva York.

Tenía una misión y no iba a desistir. A sus espaldas, la imagen de padre iba siguiéndole el paso con una sonrisa de oreja a oreja, dando pequeños saltos de alegría.
El frío le calaba los huesos y le hizo colocarse la capucha de su suéter negro sobre la cabeza y sus guantes del mismo color. Se había convertido en otra de las escasas figuras negras que transitaban a esas altas horas entre las calles de Manhattan.
Pasó por callejuelas de mala muerte, evitando a delincuentes y prostitutas hasta llegar a un pequeño bazar de unos pakistaníes para comprar lo necesario. No fue mucho, apenas un cuchillo de cocina y una botella de ron. Cuando fue a pagar vio los cigarrillos y los añadió a su cuenta. No tenía planeado consumirlos esa vez. No necesitaba calmarse, solo debía callar su lado consciente antes de atacar.

Al salir del bazar, ocultó el cuchillo en su suéter y destapó la botella. Su padre señalaba hacia una callejuela cercana.
—Quizá necesites algo más potente...

Señalaba hacía unos tipos quienes esnifaban algún tipo de droga acuclillados en el suelo. Sam apretó los dientes al recordar esas oscuras épocas. No iba a rebajarse a eso y siguió caminando.
Sin embargo, esos tipos se habían percatado que los había estado observando y decidieron interceptarla, cerrándole el paso en una callejuela, uno al frente y el otro detrás de ella.
—¿Te quieres unir a nosotros, bonita? —declaró el que estaba frente a ella, permitiendo que percibiera su apestoso aliento a lo que trató de acariciarle el mentón—. No nos molesta compartir...

—Y mejor aún con una mujer tan divina y buena como tú —dijo el otro acercándose por detrás—. Nos sentimos demasiado solos. Quizás podrías darnos algo de compañía...

De un manotón alejó la mano del que intentó tocarle la cara y se encontró aprisionada entre los brazos del de atrás. De inmediato reaccionó dándole un cabezazo en la barbilla que hizo que la soltara. El compañero intentó golpearla, pero ella esquivó y le devolvió un izquierdazo rompiéndole la nariz, haciéndolo retroceder. El que intentó aprisionarla la arremetió contra la pared, pero Sam había alcanzado el cuchillo y manteniéndolo oculto entre sus ropajes, logró encajárselo al matón en el vientre. Hizo un sonido desagradable, y Sam lo enterró aún más. Lo desencajó y el tipo se alejó de ella, apretándose la herida y apoyándose en su compañero. Sam los observó a ambos y expuso el cuchillo ensangrentado haciéndolos correr hacia el lado contrario.
—Se metieron con su verdugo y la pagaron caro —murmuró Sam limpiando la hoja igual que Ghostface.

—De veras recordaste los viejos tiempos, Sam —declaró su padre aprobando sus acciones—. Esperemos que esos idiotas hayan aprendido algo hoy.

Sam le sonrió extasiada y guardó el arma.
—Que no se metan con la hija de un asesino serial...

Billy cruzó los brazos y asintió.
—Yo no pude decirlo mejor...

Luis López iba a notificarle a su jefa sobre la salida de Sam cuando la encontró atendiendo una llamada urgente. Estaba preocupada. Luis esperó en la puerta a que ella terminara. Cuando eso ocurrió, preguntó que sucedía. Kirby mordía sus uñas y golpeó la mesa con ambas manos.
—Acaban de matar a Erin Peterson en el hospital. Fue en el instante que la enfermera la dejó sin vigilancia. Cuando regresó la encontró con múltiples heridas de arma blanca y el cuello cortado —Kirby se restregó el entrecejo—. Obviamente obra de Ghostface.

Luis se llevó una mano a la cabeza en angustia. Ghostface cobraba una nueva víctima.
—Maldita sea...

—Iré a la escena del crimen. Ya fueron los de medicina legal y otros oficiales.

—¿Irás por nuevas pistas?

—No existe el crimen perfecto, López. Tiene que dejarme algo...

Kirby salió y abandonó la comisaría para enrumbarse a la escena del crimen. Luis miró el reloj. La chica Carpenter todavía no regresaba.
—¿Se fue a comprar los cigarrillos al otro estado o que mierda?

Sin embargo, no podía dejar la comisaría sola. Decidió enviar a dos oficiales a buscarla, debía de andar cerca.

No era cierto. Sam había tomado un taxi luego de que sufriera el ataque en las callejuelas. Le había dado la dirección de Gale al chofer y en el camino mantenía una conversación dentro del foro de Stab con el usuario GhostMaster96. El carro olía a mentol y no tenía música puesta. El chófer tenía sus propios audífonos puestos. El silencio en el auto era sepulcral.

Le he escrito a ti y a Iknowyoursecrets. Quiero que me contesten. Sé que eres la misma persona con dos usuarios diferentes. No creo que sean los dos únicos que tengas.

No obtuvo una respuesta inmediata. Sin embargo, el usuario GhostMaster96 contestó minutos después.

Sam. Me alegra leerte.

Haré lo que quieres. Acabaré con Sidney. Solo quiero que no le hagas nada a Tara.

Sabía decisión Sam. Aunque es una pena que no pueda clavarle el cuchillo a Tara. Sin embargo, la muerte de Sidney es un precio razonable por mantenerla con vida.

Quiero pruebas.

Aquí las tienes...

El usuario envió dos fotos de Tara atada a una silla en medio de la oscuridad. Vestía otra ropa y estaba bañada en sangre. Tenía varios cortes alrededor de su cuerpo y el pelo sudado cubriendo casi la totalidad de su cara. Estaba más delgada, probablemente no había probado bocado desde el día de su secuestro.

Tara siempre sirve como un verdadero afilador de cuchillos.

Silencio, maldito enfermo.

Sam quería dar por terminado todo esto. Estaba harta y cansada. ¿Jamás podría liberarse de esa maldición? Tenía qué hallar una manera. Se sentía como una rata encerrada y tenía que encontrar una manera de librarse de esa maldición de Ghostface.

—Matar a la causante de todo este infierno me parece un buen primer paso —mencionó Billy acomodando un mechón de cabello detrás de la oreja de Sam—. Sidney ocasionó todo esto. Ella nos maldijo, Sam. Hay que quemar a esa bruja en la hoguera.

Sam no contestó ni refutó las palabras de Billy. Estaba convencida qué así era.

—Me he dado cuenta de algo. Existen dos tipos de Ghostface. Los verdaderos Ghostface y los fanáticos de Stab. Tú y yo somos de los primeros, Sam. Nosotros tenemos un motivo tangente por lo que hacemos. Por el cual matamos. Matamos por un sentimiento. Por defender a nuestra familia, por venganza, por amor... Un sentimiento fuerte siempre debe estar ligado. Por otra parte, tenemos a los fanáticos de Stab. Unos niños malcriados que solo quieren crear la mejor próxima película de terror y son tan fanáticos que no les importará ensuciarse las manos con sangre para ello. Por un mero y patético capricho.

Sam mantuvo su mirada impasiva hacia el frente. Veía el espejo retrovisor del chófer. Él no le devolvía la mirada, estaba concentrado en el camino. Ella buscaba la humanidad en sus ojos, quería que él le hablara y poder callar la voz de Billy que hablaba en sus oídos, con ese tono meloso y repugnante. Muy en el fondo, Sam quería que Billy se callara y la dejara en paz. Estaba al borde del llanto. Necesitaba oír algo más que la voz de Billy. El silencio tan vano la estaba enloqueciendo. Quería ella iniciar la conversación, pero nada emanaba de su garganta.

—Es hora de recuperar a Tara —declaró Billy antes de desvanecerse y abandonar la mente de su hija.

El silencio se rompió con una llamada entrante. Su cuerpo se erizó al ver quien era la que llamaba.

—¿Qué demonios?

Claramente en la pantalla decía "Tara Carpenter" y mostraba la foto de ambas que se tomaron durante la caída de la gran bola de Año Nuevo. Una de sus fotos favoritas de ambas. Sonrientes y disfrutando el momento. Uno de los pocos momentos felices que poseían.

Sam contestó enojada. Estaba harta de este Ghostface.
No te permito que uses las cosas de mi hermana.

Hola Sam. ¿Ya estás lista?

Necesito que cumplas tu parte del trato.

Oh. No lo dudes. Es más. Necesito que hagas una videollamada conmigo.

Entonces el teléfono cambió a formato videollamada. Sam vio la máscara de Ghostface en primer plano sosteniendo el teléfono. Se oía un quejido en el fondo.

Muéstrame a Tara.

Primero muéstrame las entrañas de Sidney Prescott entre tus dedos.

Entonces los quejidos se tornaron una voz agitada y raposa. No había duda, esa era Tara.

—¡Sam! ¡¿Sam, eres tú?! ¡Ayúdame, Sam! ¡Sácame de aquí! —Tara sollozaba en el fondo del auricular. Iba a seguir implorando por su vida, pero se oyó un ruido metálico. Ghostface había desenvainado su cuchillo.

Si te atreves a hacerle daño, te juro que voy a...

¿A hacer qué, Sam? Solo haz lo que te digo y tu hermanita vivirá. Esta es tu última oportunidad de hacerlo antes de que mate a Tara. Llama a este número cuando tengas a Sidney Prescott al borde de la muerte. Quiero verla exhalar su último suspiro de vida. Si no lo haces, yo lo haré, pero tú serás quien presencie la muerte de la pobre Tara.

No... No por favor....

Ya se ha salvado dos veces. No te preocupes, la tercera siempre es la vencida...

Y con esa declaración Ghostface cortó la llamada y, al cabo de unos minutos, el taxi había llegado su destino.
—Señorita —dijo el chofer quitándose uno de sus audífonos —. Ya llegamos.

Sam pagó la tarifa y bajó del auto. Le tocaba caminar un poco a la derecha hasta el bloque de Gale. Todo su cuerpo temblaba en adrenalina. Necesitaba una fachada y un motivo para llegar tan tarde a su casa. Lo tenía listo, todo en su cabeza estaba fríamente calculado.
Tocó el timbre y al cabo de unos minutos salió la propia Sidney a recibirla. Estaba bastante sorprendida.

—¿Puedo pasar? —preguntó Sam con ambas manos en los bolsillos tiritando de frío —. Necesito desahogarme. No me siento bien estos días.

—¡Pues claro! —respondió enérgicamente Sidney. Su pie torcido estaba bastante recuperado y se había quitado la férula —. Ven pasa. Hace un frío del diablo.

Por un instante, Sam dudó en pasar. Sin embargo, ansiaba verdaderamente que Tara continuara con vida.

Y entró. Sidney la dejó pasar y asomó su cabeza a la calle mirando a ambos lados. Con una mirada rápida a su reloj de muñeca y un rostro de preocupación, Sidney cerró la puerta principal con tres llaves...

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