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El Sentimiento más Intenso

            El último hombre sobre la Tierra estaba solo en una habitación. De repente, sonó una llamada a la puerta. Con los ojos brillantes de euforia, se aproximó y la abrió.

            Hay quien afirma que la anticipación de un deseo por cumplir, es el más intenso de los sentimientos, aún más que la satisfacción del deseo cumplido. Y he aquí que lo que esperó tantos años, se hizo realidad.

            Un genuino alienígena tocó a la puerta del Laboratorio de Propulsión de Cohetes en Pasadena, California. En ese lugar estuvo a punto de volarse los sesos quince años antes, cuando cayó en cuenta de que era el único ser humano sobreviviente. ¿Cómo olvidar el momento en que el análisis de señales electromagnéticas, capturadas por un radiotelescopio, corroboró una transmisión de origen extraterrestre, anunciando su llegada para ese día.

            Arduos fueron los años que cuidó la señal del espacio profundo, ese molesto ruido que evidenciaba una civilización tecnológica. Soportó hambre y enfermedades, pero lo peor fue la soledad.

            Esa percepción de que sólo era un fantasma temblando en el espíritu de la noche. Desgarrándose entre el olvido y los recuerdos como única compañía.

            Pero todo cambió.

            Frente a él estaba un ser de mirada apacible y profundamente inteligente. Sin pronunciar palabra, el ser posó su mano en la frente del hombre y lo confortó. El humano experimentó una avalancha de cálidas sensaciones, que fortalecieron su alma y aliviaron su cuerpo enjuto. La información que necesitaba del visitante ahora residía en su cerebro, que funcionó con la misma lucidez del extranjero.

            El visitante le ofreció su mundo como un segundo hogar, el conocimiento del espacio y la oportunidad de conocer a otros, que al igual que él, eran los últimos de su especie. Solo pedía a cambio la oportunidad de recolectar el conocimiento terrestre. Era un generoso obsequio y el hombre estaba orgulloso de revelar la educación y cultura de su especie.

            Junto al ser del espacio, el hombre viajó a toda la superficie del globo. Pensó que el extranjero apreciaría el progreso de su civilización, sin embargo, lo que escuchó al finalizar el viaje, lo contrarió profundamente.

            “Tu especie fue una civilización increíble. Tuvieron tanto conocimiento y sin embargo, no lo aplicaron correctamente”, le dijo el visitante mientras inspeccionaban unas antiguas ruinas.

            “¿A qué te refieres?” indagó el hombre con recelo

            “Muchas cosas”, ponderó confundido por el extraño sentimiento que le transmitió el hombre. “No utilizaron las nanopartículas para extender su vida o aliviar enfermedades, la mayoría de su transporte utilizó combustible fósil, exterminaron la mayor parte de la flora y fauna y nunca mapearon las conexiones de sus neuronas cerebrales…”

            El hombre experimentó un intenso calor, sus sienes palpitaron y pequeñas gotas de sudor se formaron en su frente, a medida que el extranjero enumeró los errores de la sociedad humana.

            “… Sus sondas espaciales nunca llegaron a Alpha Centauri y no obtuvieron evidencia de la materia oscura, pero lo más inverosímil es que ustedes causaron su propia extinción. No llego a comprender…”

            La línea de pensamiento del navegante espacial, fue suprimida cuando con violencia, el hombre estrelló una roca en su cabeza. “¿Quién te crees que eres para venir a mi planeta y decirme que hacer?”, le gritó furioso.

             El límite de lo tolerable se fragmentó en la mente del hombre y esos paradójicos mecanismos mentales, hasta entonces bajo control, fueron liberados en una emoción violenta, penetrante y vigorosa: La ira.

            A sus pies yacía la última oportunidad de su especie. En medio de un charco de líquido orgánico, el extraterrestre asimilaba un sentimiento desconocido que lo abrumó y lo horrorizó.

            Mientras su vida escapaba, le envió al hombre un último pensamiento:

            “¿Acaso existe un lugar en tu hogar, donde la Tierra no se disipe y dónde el mal no se respire?”

            “¿Dónde el fuego sea un reflejo de tu fe y conocimiento y la tenacidad  yazca atada a un objetivo? Si lo encuentras, tal vez puedas depositar ahí tu esperanza, pues las tinieblas circunvalan la existencia de los humanos y solo has pospuesto el final”.

            Con esas palabras, el ser espacial se pulverizó ante sus ojos, mezclándose con la caliza de las ruinas. Un escalofrío recorrió al hombre cuando su nueva inteligencia, puso las cosas en perspectiva. Se sintió inútil ante el inevitable epílogo de su existencia, como si un tipo de raciocinio se hubiera abierto paso a empellones en la parte violenta de su cerebro, develando una negra e incuestionable posibilidad:

            Que solo obtuvo un poco de tiempo, que el incipiente renacimiento de su especie estaba destinada a la noche eterna, que la luz de un nuevo día solo es una tregua momentánea y que cualquier intento de evolución sería acallado por la oscuridad, que aguardaba paciente y agazapada.

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