La luz. El respiro de salvación para algunos, el llamado de paz para otros, y para algunos más, la sentencia de un proceso. Al final, siempre sale todo a la luz.

          Oscuridad y luz, día y noche. Grandes lumbreras, una con brillo propio, y otra que solo refleja el brillo de su contraparte, como dos amantes que mimetizan, más siempre estarán destinados a la lejanía forzosa.

          La Luna y el Sol.

          El Sol estaba devastado, pues su Luna estaba muy lejos de aquí. Se sentía morir de agonía, amar a alguien y verlo alejarse sin decir adiós, sin dar explicación, siempre terminar en el olvido recorriendo el paso de las horas, los días, los años....

Sus lágrimas cayeron al vacío de la soledad, un abismo enorme de profunda oscuridad que rogaba compañía, que rogaba quien lo amara. En el inmenso cúmulo de agua un reflejo apareció, era una hermosa y nítida imagen que irradiaba la belleza misma del Sol.

          Mirando esto, el gran astro se sorprendió, un gran espejo de sí mismo debajo de él, el cielo, las nubes... De pronto sus lágrimas lo consolaban, llenaban de calor su alma helada, no estaría solo nunca más. Era el lugar perfecto donde refugiarse después del atardecer, era el momento perfecto, terminar todos los días entre sus brazos, entre sus dulces labios... esas lágrimas se llamaron Mar.