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EFÍMERO

          La vida perfecta no existe, las cosas que tanto son deseadas pocas veces pueden ser alcanzadas. Con suerte y se le parece, más el mundo de la realidad y la fantasía tiene una delgada línea que delinea el sufrimiento del alma. Se tiene que disfrutar el hoy y el ahora, las bendiciones que nos rodean, siendo tantas tan sutiles como el calor de una cama, almohadas y cobertores, otras tan importantes e irremplazables como la protección y el amor de tus padres.

/Con los rayos del sol,

Con la brisa del mar,

Con la sonrisa en tu rostro

Yo viviré en paz.../

          Fin de los juegos, fin de las risas; la luna en lo alto brillaba hermosa como cada noche, mientras las estrellas, esos fantasmas que adornan el cielo, le hacían compañía en su solitario vagar. Las luces tenues llenaban de una delicadeza la habitación que olía a un agradable revoltijo de galletas de chocolate y petricor que entraba por el gran ventanal lateral. Juguetes estaban regados sobre el piso de madera, forrado de una alfombra verde que asemejaba el pasto, pocos muebles, una pequeña cama que albergaba a un niño pequeño y a su mamá, ella se encontraba acariciando el rizado cabello de su hijo. Lo abrazaba conciliando así su sueño, mientras le cantaba una canción que ella misma le había escrito.

          —¡Amor, creo que ya se durmió, por favor ven!... te necesito —Se escucho a lo lejos la tranquila voz del dueño del corazón de Aurora.

          —En un momento voy. Cariño, he pensado...—Contestó Aurora, sin obtener respuesta alguna. —¡Víctor!

          —¡Si amor, dime! —Respondió su esposo, asomándose por la puerta de la habitación, donde estaba su familia.

          —Realmente no me gustaría irme de aquí cariño. Bitres es... muy bella, y...

          —Lo se amor, yo tampoco quiero que nos mudemos de aquí, pero, es mejor llevar las cosas en paz, por él. La gente... Comienza a sospechar. Creo que lo mejor será alejarnos por alguna temporada, por bien de los tres—. Se escuchó la voz congojada, melodiosamente áspera y reconfortante del hombre, mientras tomaba el biberón vacío de la cama.

          —Sabes amor, también extraño mi hogar—. Un sollozo involuntario escapo de la boca de la hermosa mujer, al mencionar lo último.

          —Lo sé, preciosa, y te prometo que en cuanto sea posible regresaremos, todos. —Víctor recargó su rostro en el cuello de su esposa, abrazándola por la espalda, apretando un poco su delicada cintura, mientras ella cerraba sus ojos, olfateando esa colonia que tanto amaba en su esposo; tomaba sus manos, y unas cuantas lágrimas escaparon de sus ojos.

          —Te amo —Musito ella.

          —También te amo, los amo a ambos —respondió Víctor

Sentir la respiración de él sobre su cuello, calmaba a Aurora. Las manos del hombre que amaba sobre su cintura la hacían sentir deseada, más la tupida barba de él, rozando la suave piel de su cuello, le provocaba inevitables cosquillas, cosa que sabía perfectamente Víctor, y lo utilizaba para hacerla reír a propósito.

Aurora soltó una sonora carcajada, despertando de nuevo a su pequeño niño, quien no menciono palabra alguna, solo se limitó a ver a su mamá a los ojos, y acurrucarse a dormir aferrado a su brazo. Víctor y Aurora solo se miraron por un momento, y resignados se hicieron caber en la cama con su pequeño hijo, Adrián.

 Víctor cargo a su bebé sobre su pecho, y Aurora se acurruco con él mientras la abrazaba, el día de mañana se marcharían de la ciudad.

          Aurora era muy joven. Una hermosa chica bronceada que no pasaba de diecinueve años, y las múltiples pecas de sus mejillas no ayudaban mucho a aparentar más edad, todo lo contrario. Ojos dorados, con hechizantes vetas verdosas que destellaban dulzura. Su rostro y cuerpo, era la descripción perfecta de la belleza femenina.

          Víctor en cambio, era un impresionante y altísimo hombre sumamente atractivo a la vista, aunque solo tenía veinte años. Su carácter cautivador y pícaro siempre jugaba a su favor en toda situación. Ambos admiraban la tranquilidad de su hijo, quien ya se encontraba profundamente dormido. Después de una hora menos un cuarto mimando y acariciando a su bebé, con cuidado se escurrieron de la habitación a su recamara, justo al lado, buscando tener su tiempo a solas.

          —Te amamos, mi guerrero —. Dijo Víctor, y Aurora beso la frente de su bebé antes de irse.

          La provincia de Bitres, destellaba colores y placenteros olores por doquier. Un pueblo al lado del océano, con flores que penden de los balcones en las casas, gente sonriente que no duda en entablar una conversación, un tranquilo pueblo quizá algo alejado del murmullo del mundo, pero eso era lo que la hacía más amena. Fuera de aquí, el caos se hacía creciente sobre las sombras del mundo.

          El día había sido prolongado, papeleos, viajes en auto, y Bitres, tan bello como siempre, dando los últimos recuerdos, antes de despedirse de él.

El instante moría a una escala de grises, cual tarde de otoño que habría pasado todo el día dominado por la lluvia, aunque no había nubes cargadas de agua alrededor, mientras que las estrellas arrebataban con furia el protagónico del cielo.

Toda la tarde la radio estuvo plagada de noticias infelices y crueles. A las orillas del océano cada día encontraban cuerpos sin vida, que, si bien, si eso no fuera suficiente, parecía además que algo les hubiera arrancado la piel. Las desapariciones repentinas no dejaban de suceder, Víctor y su familia no eran los únicos que tomaban la decisión de alejarse.

Solo existía una carretera que separaba al costero pueblo del resto de Belpaese: larga, recta y sin permitir vislumbrar algún principio ni final, estaba en completa soledad. Se sentía un aura de inexplicable melancolía, solo el océano ofrecía la única alternativa para alejarse del pueblo, pero al querer alejarse lo más posible de este, eso sonaba patético.

          La camioneta Jeep que conducía Víctor, casi se fundía con el oscuro color del asfalto, que era casi tan oscuro como el negro mate del vehículo, de no ser que borraba las señales de la carretera al deslizase sobre ella, parecía permanecer estática sobre el asfalto, inmóvil, ni cien ni sesenta, no importaba cuan veloz fuera, parecía no avanzar nada a esa interminable carretera en completa soledad. Ya hacían tres horas de viaje, y aún al recorrido le restaban dos horas más, sí es que deseaban llegar a las rocosas costas de Belohowl por la mañana y de ahí a donde la vida los llevara, por fortuna las notas cálidas en la radio se apoderaron al ritmo de canciones lentas y melodiosas, que recordaban a la década de los sesentas y cincuentas, endulzando el camino, y haciendo olvidar el motivo de su huida.

          —Que horrendo lugar para quedar varado – Víctor musito entre labios, dudoso, y algo acongojado, al ver un viejo y malvivido auto Pontiac, detenido a las orillas de la solitaria carretera, pues, aunque la situación le resultaba triste, ni loco pondría en riesgo a su familia. El amor de su vida, Aurora, dormía cómodamente en el asiento del copiloto, y su pequeño de dos años de edad sentado en su sillón de seguridad también yacía plácidamente dormido.

¿De uno, o de dos?, ¿De tres baches quizá libró su camioneta Víctor o algo hay en la carretera? 

La Jeep comenzó a desestabilizarse, su conductor a maniobrar.

No había nada en la carretera, ni siquiera en esta parte del lugar había animales que se atravesaran a los autos.

          —¡Demonios! –Grito Víctor, e intento mantener el control sobre su camioneta Jeep, más fue imposible evitar que volcara, dando vueltas sobre la carretera

La llanta derecha del lado del conductor estallo, cual explosión ocasionada, Todo se oscureció, rápido y repentino después de dar varias vueltas sobre el asfalto, y caer sobre el mismo lado derecho frontal del Jeep.

Las sombras de la noche perseguían a su familia, los marcaban para su interminable procesión del tiempo. Querer ganarle tiempo al tiempo, o un segundo más al reloj es imposible claro, si tu destino esta ya marcado.

          Los ojos de Víctor fueron de a poco vislumbrando la realidad que ahora lo aturdía. El fuerte llanto de su bebé taladraba hasta lo más hondo de su corazón, mientras sentía que lo arrastraban con dificultad fuera de su camioneta. ¿Adrián si estaba llorando, o solo era la forma en que su subconsciente lo obligaba a despertar?

Humos con olores a hierbas amargas, alcohol y música que parecían aullidos mesclados con los grillos y sonidos nocturnos, la mesa estaba servida.

          —¿Qué haces imbécil, porque sacaste al infeliz de la camioneta? – Se escucho la voz de uno de los hombres gritar. —Se supone que les prenderías fuego, no que lo salvarías.

          —¡No mataríamos, solo por eso acepte traerte!, si quieres terminar el trabajo ¡Hazlo tú, imbécil! – Contesto la voz cansada del tipo que llevaba a cuestas al gran hombre que arrastraba con ambos brazos, Víctor era demasiado alto y algo fornido.

          —¡Ay, por favor, hermano!, deja de estar de mojigato, como si no te acabaras de coger a la puta que traía con él.

Damián como pudo enfoco su mirada notando angustia y vergüenza en el rostro del hombre que a cuestas lo arrojo al piso, más aún no lograba comprender de lo que hablaban. Los pantalones a medio cerrar de ese extraño estaban manchados con sangre, al igual sus zapatos, llevaba puesta una playera al revés, igual manchada de sangre, tierra y arañazos.

          —¡Víctor! —Un desgarrador grito, salió de los labios de Aurora, al verlo aturdido y herido. Grito que fue acallado por un puñetazo en los labios. El carmesí de su sangre brotó por su boca, manchando su pecho y su sostén, la única prenda que aun llevaba encima. Su cabello era un completo desorden, que delataba que la habían arrastrado por la tierra, tenía moretones por su rostro y brazos, así como su estómago y piernas manchados de semen seco. Al lado del vientre tenía una herida que escurría sangre por su pelvis y su pierna izquierda.

          —Au- Aurora... —El alma de Víctor se desmorono en pedazos, ver a su esposa, a su compañera así, el estómago se le revolvió de coraje, lágrimas comenzaron a brotar por su rostro, al sentirse tan a merced de la situación, de ellos.

La adrenalina y el odio, el coraje de lo que estaban viviendo en ese maldito momento llenaba y desbordaba sus perdidos pensamientos, parecía una maldita pesadilla que amenazaba con arrancarle la vida misma del alma, su alma que le pertenecía a ella, pues su vida era ella y su hijo, todo esto mientras con cabeza daba vueltas, y ni aun su vista podía enfocar decentemente.

          —Sabes, yo siempre te voy a amar —Menciono Víctor. Él tenía abrazada a su novia, juntos desde el techo de la casa donde se encontraban, miraban las estrellas.

          —Si... claro —respondió Aurora

          — ¿Por qué lo dudas mi amor? —Contesto Víctor

          —Vida, eso es algo que se dice muy fácil, te creo, quiero creerte siempre, ahora solo te tengo a ti —Las palabras de Aurora estrujaron el corazón de Víctor. Hace tres meses Aurora había huido de su casa con él, la familia de ella no veía con buenos ojos su relación, y saber que planeaban casarse fue la detonante de negarle a ambos cualquier forma de interacción.

          —Te lo dije en aquella ocasión, y te lo repetiré por siempre, sin ti yo no estoy completo, sin ti mi vida no tiene sentido, deseo y quiero estar siempre contigo, que seas tu siempre a quien mire cuando despierte por las mañanas, te amo Aurora. —Reafirmo Víctor.

Los recuerdos de estos momentos, ella vestida de novia, o recordarla embarazada, la primera vez que la miro con su hijo en brazos, terminaron de asesinar su alma. Ahí estaba ella, herida, y él sin ser capaz de protegerla, ni siquiera sabía dónde estaba su hijo, si estaba vivo o muerto.

          —¡Déjala infeliz! ¡Te juro que, si le pones una mano encima, yo!...

          —¿¡Tú qué!? —Contestó el hombre que había golpeado a su esposa y arremetió contra Víctor, con una patada que impactó justo en el hígado. El golpe le robo el aliento, haciéndolo perder por un momento la poca capacidad de razonar, el desgraciado, sabia donde golpear.

          —Eso es todo, yo me largo —Dijo sin pensarlo el que saco de la Jeep a aquel pobre infeliz que alucinaba de dolor en el suelo. Diego, traicionado por los nervios, y por el peso de su conciencia al ver todo esto intento salir corriendo, pues él solo había ido a llevar a su hermano a «un trabajo de medía noche» pues, solo sería un robo, o algo de sus negocios turbios del desgraciado, pensó. 

Al llegar al lugar, Diego no se bajó del Pontiac, pero por oír los gritos de Aurora al ser golpeada, se bajó a ver qué pasaba, como si pensara hacer algo, como si pensara ayudar, como sí... de verdad le importara; pues encontrando el desdén de su hermano, al mirar cómo se adentraba violentamente en la chica que gritaba a la par que lloraba rogando por ayuda, su casi nula valentía desapareció, y gano su excitación. 

Se dejó seducir por la idea de poseer a esa hermosa chica, que probablemente asesinaría su hermano Y su pobre entendimiento no le daba para imaginar en todo lo que se estaba tornando esta situación.

Nicola, su hermano, era un infeliz buscapleitos, cegado con la placa de comisario que sin ningún mérito presumía como su más grande tesoro.

          —¡Tu no vas a ningún lugar cobarde! —La navaja de rescate de Nicola, rasgó la mejilla de su hermano, fallando, pues su objetivo era el cuello.

          —¿Qué te pasa cabrón... ibas a, matarme? —Diego, anonadado solo se limpiaba la abundante sangre de su mejilla, sobrepasado por lo que acaba de suceder. Nunca noto, que su hermano mayor, traía encima una alta dosis de heroína, además de los cigarros de marihuana que juntos habían fumado, Nicola ya estaba muy fuera de sí.

          Aurora como pudo corrió con Víctor, quien yacía sobre el suelo, alucinando del dolor, y botando sangre de la boca. Víctor tenía el chamorro de la pierna derecha hecho mierda, varias costillas fracturadas y un golpe en la cabeza que no le permitía estar en sus cincos sentidos. Levanto la vista dándose cuenta de que su Jeep tenía púas de seguridad enredadas en las llantas delanteras. Y el viejo Pontiac estaba estacionado justo detrás de ellos.

          —¿Qué te hicieron? ¡¿Amor, que te hicieron?! —Preguntó Víctor con desespero a su mujer, la respuesta en su silencio fue lo que más le dolió, pues ya habían abusado de ella ambos tipos.

          —¡Nicola, mírame! Soy tu hermano — Gritó Diego, obteniendo golpes solo como respuesta. Al primer golpe no trato de defenderse, hasta el cuarto golpe, tuvo que responder en defensa propia. A lo lejos, luces rojas y azules iluminaron el olvidado lugar. Aurora creyó que la policía los rescataría. 

Si bien, Diego no era tan alto o corpulento como Nicola, el andar un poco más limpio de sustancias le valió atinar un certero golpe que desoriento por un momento a su hermano y lo hizo caer al suelo.

Tres patrullas llegaron al lugar, y comenzaron a descender los policías a esa escena.

          —¡Señor! ¿Qué haremos en este lugar? —se escuchó la voz de un policía preguntando a su comandante.

          —Revisa el lugar, elimina evidencia, y hagan parecer que fue un accidente. —Ordeno la voz del comandante, encaminándose a recoger al Nicola del suelo.

Al escuchar esto Aurora entro en una crisis nerviosa.

—Amor, amor, aquí estoy, aquí estamos, juntos —Dijo Víctor, entre tosidos y a un volumen tan bajo. Tomo la mano de su esposa, quien no podía respirar, y solo escurrían sus lágrimas, comenzando a enjuagar sus sucias y raspadas mejillas.

Nicola desde el otro lado de los autos, por fin hizo el intento de asomarse dentro del Jeep, por curiosidad, o para ver si había algo que pudiera robar, encontró mucho más de lo que hubiera imaginado...

          —¡Idiota! ¡No lo toques déjalo!... por favor, solo a él no le hagas daño, por favor, hare lo que quieras, pero a él no lo toques... —Sollozó la voz de Aurora, forcejeando con Diego, al ver que esté estaba sacando de la camioneta a su bebé, quién se había quedado dormido cansado de tanto llorar.

          —¡Suéltame perra!... —El corazón de Diego, no pudo con el cargo de conciencia que le genero mirar al hermoso rosto de Aurora, lleno de sangre. La empujó y ella cayó sentada en el suelo.

Tomo al bebé en sus brazos y miro que tenía una cortada en la frente, y golpes en su cuerpo, pero respiraba, estaba vivo.

Con cuidado volteo la cabeza del bebé, el tierno rostro del niño fue una puñalada limpia a su corazón, pues él no se había percatado de su existencia, a quien había violado era a su mamá y quien estaba moribundo en el suelo era su papá, el niño estaba solo.

          —¿Qué... qué demonios hice? Perdóname, Dios —Comenzó a llorar y corrió al Pontiac dando solo una vista atrás a ver a Víctor y Aurora en el suelo. Los agentes de policía ya estaban sobre ellos, y Nicola resguardado por el comandante, estaba sentado del lado del pasajero, limpiando de su rostro la sangre a causa del puñetazo de su hermano.

          En el lugar ya estaba la carga de heroína que se supone que recogerían, desde el momento que llegaron al lugar, dándose cuenta Diego que todo lo que Nicola le pidió que hiciera esa noche, no era necesario, pero claro, solo era por su estúpido ego herido.

          —Buenos días, soy el oficial Nicola Salviati, estamos haciendo una encuesta a los queridos habitantes de Bitres —Dijo la fanfarrona y gruesa voz de Nicola, sacando una silla, y sentándose sin permiso a la mesa con Aurora. —Claro que, si me acompaña con una copa de vino, esta tarde será... más placentera.

          —Disculpe, yo... —Sorprendida, la chica apenas hablaría.

          —Buenas tardes, con gusto yo contestare la encuesta, mi esposa necesita retirarse —Dijo Víctor, fuerte y claro a espaldas de Nicola, entrego su bebé a su esposa, y ella se marchó a su auto. A ninguno de los dos le cayó en gracia tal falta de tiento de un oficial, o más bien sus intenciones. —Si aun así lo desea, mi encantadora compañía se tomará la copa con usted. —Termino de decir Víctor, y se sentó en el asiento que pertenecía a su esposa, con un aire de seguridad, elegancia, colocando ambos brazos sobre el soporte de la silla, y con las piernas abiertas, y su vista altanera fija hacia Nicola.

          —Supongo que, será en otra ocasión— Dijo fuerte y claro Nicola, se levantó del lugar — ¡Imbécil! —Esto último lo dijo entre dientes y se marchó de la cafetería, tomando nota del Jeep negro donde estaba esa chica.

https://youtu.be/F4B_x9Gk788

          —¡Víctor, Víctor! ¡Adrián, se llevó a Adrián, por favor, levántate, párate, te necesito! —Aurora gritaba frenética mientras intentaba levantar a su esposo del suelo. Los sollozos de la mujer y sus lágrimas no permitían que se le entendiera lo que decía, sin notar que una profunda herida en el lado izquierdo del torso de Víctor estaba abierta.

           Un estridente rayo ilumino los rostros de la pareja que intentaba sobrevivir, partiendo el cielo en dos, como un anuncio de que su hora había llegado, de que sus suplicas habían sido escuchadas...

          —Que mierda es eso... —Dijo con asombro y miedo el comandante a lo lejos cuando el rayo ilumino a Aurora, sus mejillas brillaban, al igual que sus clavículas, no tenía piel, eso, parecía...

          Gotas de lluvia, comenzaron a caer, lagrimas del cielo purpura, como una dulce calma cayeron sobre el rostro de ambos, descubriendo que los ojos de esa pareja no eran de humanos. Su piel comenzó a tornar a preciosas escamas, dejo se ser para dar paso a una dura y fibrosa coraza que parecía de reptil, las garras de sus dedos eran un poco más grandes de tres pulgadas y largas colas con aletas brotaron de su espina dorsal. 

De cada borde de las aletas de Víctor brotaron púas afiladas, y encontró la fuerza necesaria dentro de sí para ponerse de pie, o quizá solo era que su verdadera forma era mucho más fuerte que un débil humano. 

          Despertaron al monstruo.

          —¿¡Qué demonios es eso!? —Gritaron aterrados lo policías, pues la gran bestia que era Víctor arremetió de uno a uno, contra los hombres que pretendían acabar con él y su esposa, siendo el objetivo principal Nicola.

Otro rayo cayo, haciendo ver a todos los presentes el destino que les aguardaba, el cielo se burlaba de ellos y de sus patético y acelerados latidos de sus corazones.

Viseras y pedazos de piel, pedazos de los uniformes caían en todas direcciones, miembros mutilados entre un roció de sangre que se amenizaba con los gritos de los policías, que eran desmembrados, y de quienes veían lo que estaba pasando.

Sí por sus mismas ordenes nadie ayudaría llamados de auxilio, entonces ya sabían que estaban perdidos, pues no era la primera vez que encubrían delitos así, pero si era la primera vez que alguien los ajusticiaba con sus propias manos.

          Aurora pretendía ir al rescate de su bebé, más estaba cansada y adolorida de tanto luchar. Alcanzó el viejo Pontiac que no había avanzado ni un kilómetro, forcejeo con la puerta del conductor, aun con sus manos sangradas, y la ausencia de varias de sus uñas, que fueron arrancadas por Nicola, más solo alcanzó a mirar a su hijo llorando por la ventana del auto. Ella aun en su verdadera naturaleza, seguía siendo una criatura de formas delicadas.

Cerro los ojos, sintiendo la desesperanza recorrer su pecho al igual que esa maldita sensación de ahogo apoderarse de ella, se abrazó a sí misma, y pudo sentir como atravesaban su pecho.

Ahora era real.

Cayo de rodillas, mirando sus manos y su pecho color carmesí, todo se oscureció llegando a su fin.

Un disparo repentino perforo su pecho, saliendo del otro lado. Ultima bala disparada por Nicola, ultima bala que disparó en su inútil vida.

          Nicola fue rebanado por Víctor, quien enterró sus garras desde la espalda de Nicola hasta que salieran por el otro lado, destripándolo, más cayendo también él en la carretera a causa de las fuertes heridas del accidente. En el piso desquito todo su dolor y coraje contra él, dejando solo pedazos de carne y sangre por doquier.

          —¡Adrián!... —Fueron las últimas palabras de Aurora, al ver alejarse a su bebé sobre ese viejo Pontiac, Diego no volteo su vista atrás. Esa desgraciada noche Adrián había quedado completamente solo.

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