Capítulo 2: Bienvenida a casa
Dejé la bolsa que trajo Astrid en la habitación de invitados. Nadie había ocupado ese cuarto en mucho tiempo, sólo una amiga de mamá que vino una vez de visita.
Volví al salón donde la había dejado. Se encontraba con la mirada perdida, y no dejaba de mover el pie. Era un tic que tenía desde pequeña, lo hacía siempre que estaba nerviosa o cuando algo la preocupaba. Creo que en este momento eran las dos cosas.
Me acerqué hasta ella y me senté a su lado.
—¿Estás mejor, As?
Asintió y se giró para mirarme. Había estado llorando porque tenía los ojos bastante rojos.
—Dejé tu bolsa en la habitación, por si necesitas tomar alguna cosa. —Acaricié su mano y hasta ahora no me había percatado de que tenía pequeños cortes—. ¿Él te hizo esto? —casi escupí las palabras.
Nunca había cruzado la línea. Y esperaba que no lo hubiera hecho.
As negó cuando vio la preocupación en mis ojos.
—Me corté cuando estaba recogiendo las botellas tiradas por el suelo.
—Necesitas que te cure eso —dije mientras me levantaba en busca del botiquín.
Al cabo de unos minutos volví al salón y As seguía en el mismo sitio de antes. Le tomé la mano y despacio fui limpiando la sangre que cubría sus dedos. No tardé mucho en mi tarea de «Curar a As».
Miré su mano y me felicité a mí misma por el buen trabajo que había hecho. En unos días los cortes cicatrizarían.
—Ahora que hemos acabado con esto —señalé su mano para que supiera a lo que me refería—. ¿Me quieres contar que ha pasado con tu padre?
—La misma mierda de siempre —dijo sin más, como si fuera lo más normal del mundo—. Llegué, vi las botellas tiradas por el suelo y discutimos.
—¿Nada más que eso? —insistí, no muy conforme con su respuesta. Estaba segura de que había algo más.
—No, bueno, me dijo que era una perra —As me miró y ahora además de tristeza, su mirada reflejaba cabreo—. ¡Me dijo que era una perra porque no le dejaba beber!
Me dolía verla así, derrotada, como si hubiera tocado fondo.
—¿Quieres venirte a vivir con mamá y conmigo? —le pregunté sin pensar, pero esperando que su respuesta fuera un sí. Quería tener a As a mi lado, no quería dejarla sola.
Me miró con sorpresa y supe que sin hablar su mirada me estaba diciendo que sí.
Se lanzó a mis brazos y nos echamos a reír.
—¡Dios, te adoro, Lei!
—¿Te estás volviendo un poco empalagosa, no crees, As? —pregunté aún con sus brazos rodeándome.
Me gané un golpe de su parte—. Idiota.
Y así pasamos el resto de la mañana, entre risas y disfrutando del tiempo juntas.
Cerca de las dos, mamá entró por la puerta. Tenía que decirle mi propuesta de que Astrid se quedara con nosotras. Seguramente no le parecería mal, ella adoraba a As, era como una hija más.
Me levanté y me acerqué a ella. Traía un par de bolsas, lo que me daba a entender que se había pasado por el supermercado nada más salir del trabajo.
—Hola cariño —me saludó con una de sus sonrisas y depositó un beso en mi mejilla. Después levantó la cabeza y vio a As sentada en el sofá—. Hola también a ti, Astrid.
—Hola, Nora.
—Mamá —la llamé para conseguir su atención—, As no está pasando por un buen momento en su casa y le he ofrecido que se viniera a vivir con nosotras, al menos por un tiempo hasta que las cosas se calmen.
Mamá volvió a mirar a As y sé que su mirada alegre había desaparecido. Ella también estaba al tanto de los problemas de Astrid con su padre, y en varias ocasiones le había ofrecido venirse a casa, aunque en todas ellas siempre obtuvo un «no» por respuesta.
Volvió a centrar su atención en mí, y me regaló una de sus sonrisas—. Creo que ya sabes la respuesta, cariño.
La abracé, no por ella, ni por mí, sino por As. No iba a dejar que se quedara en su casa. No si las cosas estaban hechas un desastre.
Me dirigía a mi habitación cuando pasé por el cuarto de As. Después de comer decidió subir a echarse una siesta. Realmente se veía que necesitaba descansar.
Me acerqué a la entrada y la vi tumbada en la cama. Tenía la ventana abierta y de vez en cuando las cortinas se agitaban por el aire. Decidí darme la vuelta para dejarla continuar con el sueño cuando escuché su voz.
—Lei, ¿eres tú?
Asentí, aunque todavía no me estaba mirando—. ¿Qué tal has descansado?
As se incorporó un poco y estiró los brazos para desperezarse—. Como un bebé —contestó feliz.
—Me alegro —sonreí al ver que se encontraba mucho más animada que esta mañana—. Le dije a Axel que le llamaría, ¿te parece bien que quedemos un rato con él?
—Me parece una buena idea.
Tomé mi teléfono y después de unos segundos Axel habló al otro lado de la línea.
—Hola, enana —saludó con la alegría que le caracterizaba—. ¿Todo bien?
—Claro —respondí—. Aunque bueno, tengo a As en casa, ya te contaré. ¿Qué te parece que quedemos los tres para tomar algo en un rato?
Axel decidió no preguntar acerca del asunto de As, así que optó por centrarse en mi pregunta—. ¿En el café Estrella en una hora?
—Perfecto —contesté antes de colgar.
As me estaba mirando esperando por una respuesta.
—Le parece una buena idea —dije.
—¡Genial! —exclamó, y yo reí por su notoria efusividad.
Prefería mil veces a la Astrid feliz, que a la Astrid triste. Ojalá esa situación durara bastante tiempo.
———☸———
¿Se arrepentirá As y volverá a su casa?
¿Creéis que As miente sobre los cortes en los dedos?
¿Os ha gustado este capítulo?
¡Nos leemos la semana que viene!
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