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13

Casi está al ponerse el sol. El auto llega en medio del bosque y un hombre se acerca a abrir la puerta. El bastón se asoma, luego sale del auto y acomoda sus espejuelos un poco más arriba.

Camina a paso lento con ayuda de su bastón y se adentra en la pequeña casa de madera, sigue hasta las escaleras que descienden bajo tierra. Se queda justo en la puerta, mirándola. Ella tiene sus ojos cerrados, con una mordaza en su boca y amarrada contra la silla de hierro.

—Dejanos a solas.—su voz gastada y temblorosa por los años. Se dirige al hombre tras de él mientras camina unos pocos pasos.

Se cierra la puerta rechinando.

Estando todo en silencio se le acerca a paso lento. Es una joven de cabello largo color borgoña, sus ojos claros y cuerpo sensual muy llamativo, labios gruesos y provocadores.

Cuando jala de la mordaza ella mueve su boca aliviando el dolor e incomodidad de hace un momento. Lo mira mordiendo su labio, y humedeciéndolos.

—Sé que fuistes una de las que tuvo que ver con el robó.—habla directo al asunto.

—Señor, ¿qué pruebas tiene de eso? Acaso...¿me conoce realmente?—su tono es gentil y sensual.

El anciano solo la observa sosteniendose fuerte del bastón entre sus piernas semiabiertas. Sabe que quiere provocarle. Este va a reír pero se retracta del asco que le da. Levantando el bastón del suelo saca la espada escondida dentro. La mujer lo detalla como camina hasta una silla situada a un lado para arrastrarla y colocarla frente a ella. Está vez no cojeaba. Gira la silla posicionandola revés, se sienta con sus pies abiertos y pone sus brazos en el espaldar cruzados. Hace sonar su garganta repetidamente.

Ella se sorprende de ver sus movimientos para nada de un anciano común. También truena su cuello

—No intentes seducirme.

—¿Tu vo...?¿Quién eres?—abre sus ojos.

Es cuando se da cuenta que él habla con su verdadero tono, mucho más joven. Una voz ronca y fría.

—Olvida quién soy, decías que...¿con qué pruebas? Pues, tengo suficientes pruebas. Trabajabas en la mansión del señor Igor, eras una de las sirvientas. ¿Pensaste que luego de operarte y cambiar tu nombre no te encontría?

—¿Pero usted no es...no eres el señor IGorio?—aterrada.

—Te equivocas, si soy él, pero a la vez no.

—¿Cómo se que no estás simplemente jugando?

—¿Esto te parece un juego? Hablas o terminamos rápido con esto.—alza la espada apuntando sin importancia a su cuello.

—¡Yo no tuve que ver, era esa sirvienta estúpida que le gustaba mandar a las demás!—tiembla levemente—Su cara daba asco, era horrible cuando te miraba de cerca.

—¿Quién era ella?—fruce el ceño mostrando curiosidad.

—No sé su nombre, nunca estuve cerca de ella lo suficiente. Siempre me aparté a causa de sus insultos. Nunca...

Él suspira interrumpiendola y pone su frente sobre sus brazos.

—Habla en frases cortas, esto me roba tiempo.—alza su cabeza, sus ojos verdes quedan por encima de sus lentes, ella queda flechada, pero él continúa—¿Por qué te hicistes las operaciones y cambiaste a de nombre? ¿Piensas que soy estúpido? ¿De dónde sacastes todo ese dinero?

Ella mira a un lado y aprieta sus labios formando una línea fina.

—Nacistes en el norte, tus estudios fueron en una escuela pública y no fuistes a la universidad, padres divorciados cuando tenías 3 años...

Ella asombrada abre sus ojos. Él recitaba su historia como si hubiera estado presente toda su vida. ¿Cómo pudo obtener tanta información? Pero continúa hablando:

—Luego de eso hisistes viajes, 20 operaciones en todo tu cuerpo y pretendes que piense que no estuvistes involucrada—su tono de voz se vuelve más grave y amenazante—Ahora te vuelvo a preguntar. ¿Cuál fue tu papel en todo esto? ¿Dónde están los tesoros que se robaron? ¿Quién era esa mujer de la que hablas y dónde está?—sin perder la compostura le mira fruciendo el ceño.

Pero garda total silencio e IGorio apunta en su pecho con la espada y presiona de a poco rompiendo el primer tejido de su piel y ella comienza a sangrar.

—Habla—gruñe, le fastidia su llanto y que arrugue todo su rostro del dolor—¿Tanto miedo le tienes que no hablas?

—Prefiero morir que decirte.

—¿Es tu decisión final? ¿Estás segura de eso? Porque de ser así, quiero que sepas que respeto las decisiones de los otros, solo que no sabes qué tan malo puedo llegar ser.

—Lo sé. Todos saben de tí. El señor IGorio, jefe de jefes y hombre sin corazón. Él más temido y poderoso dentro de la mafia...AAAhhh—grita cuando la espada presiona aún más y la sangre sigue saliendo bajando por su cuerpo hasta llegar a tocar la silla.

—Entonces ha escuchado hablar de mi. Me parece perfecto.

Sus labios gruesos tiemblan y sus lágrimas no puede retenerlas, aprieta sus puños hiriendo sus manos con sus propias uñas. Se abre en ese momento la puerta y entra un hombre alto, de pelo largo casi al tocar sus hombros pero recogido detrás y unos espejuelos.

—Señor IGorio. Es hora.

Sacando la punta de la espada de su piel se levanta y tira la silla a un lado provocando un estruendo asustando a la mujer, quién estaba aterrorizada y temblaba de pies a cabeza, jadea sonora. IGorio se marcha y tras él estaba aquel hombre. A medida sube las escaleras acomoda su tono de voz, ya en la superficie se apolla de su bastón volviendo a entrar en su papel, mira a los hombres.

—Hagan que hable. Mañana volveré y espero respuestas.

—Si señor.

Al entrar en el auto junto con el otro, quita sus lentes y vuelve a su voz original. El conductor pisa el acelerador. De repente el hombre de pelo largo empieza a carcajadas que ya contenía.

—Me acuerdo de ella. Era un fantasma practicamente pero ahora... la muy jodida está muy buena.

—Ya empezó.—revirando sus ojos IGorio mira por la ventana. Recuesta su cabeza.

Casi una hora en el auto y llegan a una lujosa mansión, rodeada de autos de lujos y diferentes modelos. Poniendo sus lentes se baja del auto luego de que un hombre, guardia del señor Stuart, abriera la puerta. Fue una invitación en la noche de navidad.

—Señor, me quedaré en el auto.—le dice el hombre desde el asiento del conductor.

Entonces solo ellos dos entran guiados por el mismo guardia. Aparecieron en un salón donde estaban todos esparcidos, conversando y escuchando música clásica en vivo, bebiendo de vinos de lujo y claro, vestían ropa elegante. Todas la miradas se vuelven a él recién llegado cuando notan su presencia.

—Como siempre señor IGorio, una entrada épica.—le susurra de cerca con una sonrisa clandestina y burlona.

Este le mira fulminandole y este sella su labios con sus dedos. Sabiendo que es mejor que guarde silencio.

—Señor IGorio, que placer verle aquí otra vez.

Mira a su lado, el señor Stuart y tras el la señora Flavia, tímida. IGorio la mira pensando: ¿por qué se esconde?

—Dije que vendría. No soy hombre que no cumpla su palabra. Todos saben eso.

—Beba una copa.—el señor Stuart señala con su mirada a una sirvienta que se acerca con una bandeja llena de copas. Toma una de estas y mira nuevamente a esa chica hermosa y tímida parada justo en frente.

—Señora Stuart.—alza su mirada distraída. Extiende su mano y ella tarda unos segundos pero le corresponde.

¿Qué pasa?

El corazón de IGorio se acelera al ver los ojos de ella, volteando la mano besa sus nudillos. Ella agradece que él alla venido. El señor Stuart tiene su atención en un nuevo invitado, alguien que luce como un problema. William. El padre va con el hijo, salen del salón.

***

Han pasado unos dos horas y el señor Stuart tiene unas palabras de agradecimiento a todos.

—Espero estén disfrutando de esta noche. Mi esposa y yo....

Mientras continúa hablando y todos le mira con atención. Está IGorio en una esquina y al escucha la palabra esposa aprieta con fuerza el bastón y el hombre de pelo largo respira con fuerza fulminando a la joven y párese desesperado por moverse. El anciano toca su hombro y le habla.

—Cálmate.

—No lo acepto. Y sabes de que hablo.—le regaña.

Cuando termina los aplausos todos se dirigen al amplio balcón mirando los fuegos artificiales mientras el señor IGorio desde atrás solo mira a Flavia y piensa:

—Voy a ayudarte.

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