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El Señor De Rivendel

No hay en todo lo extenso del reino del bosque negro que el aun joven príncipe Legolas deteste más que el buenos días directo de la voz de Näre; le agradece la tierna intención, pero no concibe el tono de burla con el que se le refiere. La conoce a la perfección, ese tono tan burlón que usa, siempre es para molestarlo y sacarlo de la cama de un brinco o de una travesura.

La elfa sonriendo lo movió divertida de un lado a otro, llamó a su nombre y comenzó a picarle la barriga provocando en Legolas cosquillas. El príncipe respondió al acto con ciegos golpes al viento que misma Näre evitaba.

No podía negarlo, era divertido, más no lo propio al abrir por primera vez los ojos en todo el día; uno esperaría un Buenos días normal y quizá un poco de café, no un ataque carente de piedad.

Si bien, la mañana fue mala para el príncipe porque no siempre tenía el humor despertar sonriendo, y más ahora que comenzaba a madurar con el fin de los inviernos y los inicios de las primaveras, todo se vio saldado cuando por fin se encontró solo en sus aposentos y Näre se fue.

—Tome unos momentos para arreglarse y despertar bien —inquirió Näre tomando su espacio aburrida de molestarlo. Antes de salir hizo una reverencia.

Debía y le emocionaba el cumplir con la petición que Thranduil le hubo comunicado por la madrugada.

—Pero evite retrasarse, o de lo contrario su padre se molestará conmigo.

—¿si es mi intención el tardar? —canturreó lanzando una mirada traviesa y sonriendo.

—Entonces —respondió divertida de la misma manera y con aires de superioridad—. Yo misma me encargaré de volverle los días al príncipe amargos y tristes, además estresantes y llenos de tareas en el reino. No le conviene, créame.

En ese momento fue cuando el espíritu travieso del elfo se calmó, y escuchó la respuesta de Näre tan sumiso y temeroso por las consecuencias que enmudeció. Apartó su esmeralda mirada de la morocha, totalmente vencido y Näre se despidió para correr en dirección a los establos.

Legolas tomó tanto aire como sus pequeños pulmones le permitieron, y suspiró encogiéndose de hombros; las cosas que hace unos años le parecían divertidas y buen material para preocupar a su padre, ahora no le eran más que aburridas. Un insulto para la edad de un elfo "adolescente", sin embargo aún es un niño a los ojos de todos los elfos de Mirkwood.

Meditó un rato más estando sentado a la orilla de su lecho y es que aún no cumplía un propósito que se había impuesto desde joven; deseaba por una vez vencer a Näre o Nur en algo, en cualquier cosa, pero esos hermanos eran más fuertes que él; tenían mejor puntería, sabían nadar y de cierta forma, en ocasiones se salían con la suya.

Quedó bastante frustrado y cuando por fin logró salir de sus ambiciosos pensamientos, se percató del frío tenue que asaltó a su piel blancuzca. Entonces, emocionado llevó su mirada hasta el balcón de su habitación y encontró la ventana abierta, colándose por ella una brisa helada pero deliciosa y embriagadora. Se levantó de un salto y corrió hasta salir por el balcón. Encontró todo el reino pintado en blanco, estaba nevando y varios elfos cumplían las tareas de remover los copos acumulados de las puertas.

Era invierno, la estación favorita de Legolas y por tanto, perdió poco tiempo arreglándose y cubriéndose con abrigos más calientes. Salió hecho un rayo a la puerta principal del palacio que daba con el puente que lo llevaría a la diversión pero sólo alcanzó a rozar las enormes puertas. Sus ilusiones huyeron a pasos agigantados cuando al darse media vuelta haciendo caso al llamado de su nombre, se encontró con dos altas figuras autoritarias; Era Thranduil y detrás de él estaba Nur, recibiendo sus órdenes para el viaje que efectuarían esa misma noche.

—Príncipe Legolas ¿A donde se dirige? —dijo Nur—. Por allá no queda el comedor.

Nur tomó la palabra y las esperanzas de jugar en la nieve de Legolas cada vez disminuían más. El nombrado no respondió aunque sus intenciones eran bastante claras, mantuvo sus ojos de cordero sobre los de Nur, pero al ver que ya no tuvieron el mismo efecto que hace años, observó a su padre y por fin respondió debiendo respeto.

—Uh... Deseaba, en caso de que me sea permitido, salir a jugar unos momentos. ¡Padre, necesito demostrar mi fuerza!

En su corazón aun había una pequeña luz de esperanza, pero el ceño y los pensamientos de Thranduil rara vez cambiaban de parecer.

Nur, el moreno, estaba por responder pero calló abruptamente cuando vio sobre su rostro la divina mano derecha de su señor en señal de silencio. Y Thranduil caminó hasta llegar frente a Legolas, se inclinó un poco.

—¿Qué fuerza deseas demostrar si aún no comes nada? No es tiempo de jugar Legolas, ya no eres un niño —carecía de emoción su, voz pero una cosa si es segura; habló bastante en serio.

Ciertamente amaba a Legolas más que a todo el tesoro del reino junto, pero ya no se podía permitir las insolencias por parte del príncipe. Los elfos que forman el consejo del reino, entre ellos Solan y Vanïa, habían comenzado a murmurar sobre si el príncipe era en realidad el mejor heredero y desde luego, la mejor opción para gobernar, pero Thranduil estaba seguro de lo mucho que su hijo valía y pronto callaría la boca de todos esos elfos.

—Evitemos desde ahora las discusiones y pasemos al comedor.

Sentenció el mayor sin querer escuchar algo más, sin embargo, Legolas aún no terminaba.

—Pero padre —sonrió nervioso. Pero sólo Nur tuvo la delicadeza de devolverle el gesto—. Prometo no tardar y volver en cuanto gane a Nur un combate cuerpo a cuerpo.

Thranduil ya había dado su palabra y llamándolo por su nombre completo no estuvo dispuesto a seguir su infantil juego. Y entró al comedor seguro de que Legolas seguiría sus pasos si quería seguir viendo la luz del día.

El príncipe entristeció, desanimado dio unos cuantos pasos y con rabia se resignó. Nur en ese momento lo guio por los hombros entrando al comedor real con una decoración exigente en cuanto a piedras hermosas y resplandecientes se trata.

—No se preocupe joven Legolas —le murmuró el moreno al oído antes de llegar a presencia de Thranduil—. En cuanto usted tenga una oportunidad podremos combatir.

—¿De verdad? ¿hablas en serio Nur?

Legolas levantó tanto la voz a causa de la emoción que hasta Thranduil se hubo enterado sin antes haberlo deseado. El rubio observó molesto a Nur, quien se encogió de hombros.

—¿Acaso has sido invitado? —dijo Thranduil.

—No mi señor —negó e hizo una reverencia como disculpa por tal insolencia pero salvó el día de Legolas guiñando un ojo.

—Entonces deja de mentirle a mi hijo y vuelve a tus deberes; me parece haber escuchado que la guardia necesita apoyo y tú hermana ha de tener problemas con la tarea que le encomendé.

—Escucho y obedezco mi señor.

Thranduil hizo un ademán y el joven elfo se marchó sin expresión alguna en su rostro.

—En cuanto a ti —señaló a Legolas al momento en que los alimentos desfilaron por toda la habitación—. Quiero que te alimentes bien porque necesitarás energías para el viaje de esta noche.

—¿Viaje? —preguntó Legolas extrañado. Apartó un pedazo de zanahoria—. ¿a donde iremos? Näre no me dijo nada al respecto.

—Lo sé. Le he pedido a esa entrometida que se mantuviera callada. Pedí permiso a tu abuelo para viajar —bebió un poco de vino, el cual no le sirvieron a Legolas pues en una ocasión Elrond regañó a Thranduil por darle de beber cuando aún era un bebé.

Aún a costa de la reacción del elfo la decisión ya estaba tomada y nada iba a cambiar.

—Quiero aprovechar el invierno para presentarte al Señor de Rivendel. No hay cosas que puedas hacer aquí que sean tan importantes.

Desde que Legolas puede razonar, Thranduil siempre ha tomado decisiones sin siquiera consultarle nada. Eso enfureció al joven príncipe porque Thranduil no podría decidir qué es importante o no para la vida de Legolas, él era libre y sus decisiones también. No dejaría pasar esta ocasión e interrumpió a su mayor de forma aún respetuosa y sin alzar la voz.

—Con todo el respeto padre, pero usted no puede tomar decisiones en mi nombre. Me niego a ir si usted me lo impone de tal forma.

Thranduil lo observó, se percató del coraje emanando de su hijo, pero en lugar de llevar la corriente le pareció que la actitud de Legolas reflejaba aún inmadurez. Recordó cuando él era joven y su padre Oropher parecía perder los estribos todos los días.

—Lástima, no te estoy consultando nada, es una orden —dijo sonriente mientras arrancaba una uva del tallo—. Demuestra tu madurez yendo a mi lado esta noche en dirección a Rivendel donde su señor nos recibirá.

—¡No es mi deseo ir a Rivendel! —se levantó provocando ruido con la silla—. Quiero salir a jugar.

Los elfos que fungían como sirvientes salieron de la sala dejándolos solos. La verdad era que Legolas recordó todo lo que Näre le contó de aquel lugar, y que mismo Oropher su abuelo, se encargó de burlar; nada bueno había en ese reino. El señor de ese lugar era malo y cruel, le decían.

—¡No iré! Antes de ir a ese lugar es preferible que me abandones a merced de toda una tropa de orcos. Así puedo decidir al menos si quiero morir por una espada o flecha.

—No conoces lo pesado de tus palabras. En realidad, me gustaría saber ¿Qué tanto te ha dicho mi padre y Näre como para ocasionar una pelea como esta? —Thranduil suavizó su voz. Estaba a nada de reír porque esta broma le pareció una de las mejores, pero mantuvo su semblante serio y demandante—. Quiero que olvides todo lo que esos dos te pudieron haber contado. El señor de Rivendel es un sabio entre los sabios, tu abuelo lo conoce.

—¿Un sabio? Mi abuelo Oropher dice que es un elfo muy malo y cruel —dio un bocado más a su comida. Si bien detestaba varios aspectos de su padre, sentía que podía creer en esas palabras, más el coraje le nubló el juicio.

—Tu abuelo decía qué tú ibas a ser como él y no tenía razón. Ese elfo testarudo dice muchas cosas.

—¿Entonces no es cruel? —preguntó Legolas.

Thranduil meditó la pregunta como la respuesta, la cual era muy obvia, pero recordó aquella vez que conoció a Elrond, lo había confundido por un simple sirviente y en lugar de molestarse, acarició su joven y rubia cabellera sonriendo de tal forma que Thranduil nunca lo olvidaría.

Evitó reír a carcajadas y respondió:—Lo más cruel que puede llegar a ser Elrond es dejarte sin merienda. Ese hombre es tan dulce que llega a fastidiar.

Esto tranquilizó más a Legolas. Justo después de la comida, partieron sin retraso.

En cuanto el sol se hubo ocultado, una pequeña peregrinación partió de Mirkwood a Rivendel. El viaje para Legolas no fue tan frío ni aburrido, pues iba bien cubierto y en ocasiones se adelantaba con rapidez en compañía del viento montado en su potro, respiraba tan profundo que el olor de los bosque albergó en sus pulmones por mucho tiempo.

Entonces antes de que Thranduil le diera alcance montando en su imponente alce, por segundos sintió roces de lo que podría suponer la libertad y un fuerte deseo se encendió en su corazón, el cual pronto sorprendería a su futuro en una gran y memorable hazaña. Levantó Legolas sus brazos, cerró los ojos y respiró el aire frío; sintió la libertad que la naturaleza le cantaba al oído pero una voz le trajo devuelta a su realidad:

—¿Intentas invocar al Señor de los Vientos? —era su padre que tiró de su oreja obligándolo a abrir los ojos y seguir su paso—. No es el momento.

El rubio se libró del agarre quejándose y Thranduil le sonrió divertido. Tal vez el viaje no era tan malo, pensó Legolas, y observó por detrás a la figura de su padre, la cual era bastante enorme e imponente montado en su alce. Legolas admiraba a su padre y abuelo, pero desde hace unos años le avergüenza admitirlo, sin embargo, desea obtener también la misma sabiduría, fuerza y astucia como para alguien como él o incluso mejor.

Las pocas horas que restaron avanzaron rápidas en juegos y charlas que Thranduil permitía entre los mozos para persuadir aún la poca actitud negativa y temerosa de su hijo. Y antes de que Legolas se hubiese percatado, los elfos de Rivendel les daban una bienvenida escoltandolos.

Nadie hizo caso a las preguntas de Legolas y se maravillaron de su expresión de incredulidad una vez llegaron y bajaron de sus caballos; observó con detenimiento todo el lugar y en su mirada resplandecía tanto como si mismo Legolas hubiese robado para sus ojos un par de estrellas de firmamento.

El príncipe de Mirkwood entregó su caballo, y dio vueltas sobre sus propios talones aún maravillado. Siendo su primera vez en Rivendel y en invierno, era mil veces más hermoso y vistoso que Mirkwood.
El lugar en sí estaba lejos de ser lo que Näre le contó; un lugar donde suelen empalar orcos, y gritos permanentes y horripilantes haciendo eco por todo el lugar. En medio de su asombro aparecieron dos elfos de rostros similares, jóvenes y vivaces. Saludaron a todos llevándose la mano derecha al corazón. Elladan, uno de esos elfos e hijo de Elrond, inquirió con una voz que parecía de algún Vala aún inexistente para Legolas;

—Mi señor está honrado con su vista y les da una de las mejores bienvenidas.

Y Elrohir intentando ocultar su emoción al notar la presencia de Nur, terminó:

—Permítanos señor, guardar sus caballos en los establos, darles de comer y beber y guiarlo hasta encuentro de nuestro padre.

—No han cambiado nada —se acercó y abrazó individualmente a los elfos dejando a Legolas con la boca abierta —. ¡son la viva imagen el uno del otro!

— Por favor, mi señor—dijeron al unísono.

El asunto para Legolas dejó de ser diplomático cuando sus celos despertaron y vio con sus propios ojos a su padre abrazando con cariño a otros elfos. Claro, Thranduil era mucho más amoroso con él, pero nunca lo había visto de tal forma con otro que no fuera él mismo. Entonces deseó saber qué relación tenía su padre con ese lugar. Lo averiguaría por sus propios medios y por tanto, aprovechó la primera distracción del mayor para escabullirse entre los elfos.

Corrió agachado y se escabulló por los pasillos.

—Si me permite ser honesto —interrumpió Elladan, quien era un poco más maduro y no siempre se dejaba llevar por las travesuras planeadas de Elrohir o Näre—. Mi señor padre se encuentra bastante emocionado no sólo por su visita sino por conocer a su heredero.

—Ya puedo creerlo, y por favor, en caso de mi ausencia eterna me gustaría saber que cuidarían de sus pasos.

—No tiene porqué pedirlo, desde luego estará bajo nuestro manto en honor a la gran amistad que los reinos tienen —respondió Elladan buscando a Legolas con la mirada, pero cuando Thranduil no pudo encontrarlo tampoco, suspiró adivinando de su fuga.

—Nur... —el rubio llamó al moreno, pero el viento respondió en su ausencia.

Näre desde antes de haber llegado se había despegado de ellos pues tenía que ir a cierto lugar antes de entrar a Rivendel. La preocupación invadió al mayor quien en lugar de parecer afligido se mostró colérico, y llamó al nombre de Legolas gritando.

—No... No se preocupe —tartamudeo el azabache pensando que tal vez la ausencia de su hermano gemelo supondría lo mismo que la de Legolas—. Estoy seguro que Elrohir se lo ha llevado. Permítame darle un recorrido y ya los encontraremos jugando por ahí.

—Dudo mucho que estén juntos —respondió Thranduil dejándose llevar con la esperanza de encontrar a Legolas durante el recorrido para atarlo a él con lo que sea que Elrond le brindase—. Seguramente fue a causar problemas...

Ahora bien, Legolas al poco rato se perdió pero no corría riesgo; el lugar era tan inmenso y bien poblado que cada dos minutos se encontraba con algún sirviente o visitante que le seguían con la mirada extrañados. Sin embargo, fue sólo un elfo que llamó su atención estando bajo un árbol con la copa cubierta de nieve, al parecer ese mozo también perdía el tiempo y era un buen blanco para conocer la verdad.

—No es usted de este lugar —dijo el elfo bajo el árbol saludando a Legolas con una hermosa sonrisa como bien lo hubo hecho con Thranduil ya que ese elfo no era nadie más que Elrond, señor de Rivendel, que reconoció a metros al rubio—. ¿Puedo conocer su nombre?

—No sin que antes cumplas tu trabajo como sirviente y me digas qué relación tiene mi padre con este lugar —frunció el ceño y para Elrond ya era la viva imagen de Thranduil—. ¿Dónde tienen a los orcos empalados?

—¿Orcos? Déjame adivinar, Oropher dijo eso ¿verdad?... O quizá fue esa Elda de nombre Näre —sorprendido y advirtiendo la cólera de Legolas, cubrió sus labios para ocultar su burla.

No concebía que Oropher y sus mentiras fueran tan fuertes como para llegar a los oídos de Legolas, pero en parte, Näre también era culpable.

Negó un poco burlón y después, calmado se arrodilló frente al príncipe sin importar ensuciar sus obvias ropas reales.

—Me temo que se han burlado de su inocencia y a juzgar por su apariencia, supongo es el hijo de Thranduil.

—Ese mismo —se cruzó de brazos jactándose de su posición—. Y te ordeno que me lleves en presencia del señor de este lugar porque necesito hablar con él.

—¿Es de carácter urgente?

—Demasiado —respondió impaciente y molesto—. Pero no es tema tan ligero como para hablar con un simple mozo.

—¡Mucha razón tiene! —el de cabellos oscuros se irguió y con una voz más dura prosiguió:— En ese caso no me hagas esperar; Tu audiencia comenzó desde el primer momento que hablamos; yo soy Elrond, Señor de Rivendel.

Legolas blanqueció, quedó mudo y a la vez un tono rojo subió a sus mejillas. Nada rondaba por su insolente cabeza en ese momento y sin esperar más, hizo muchas reverencias pidiendo perdón por haberlo tratado como un simple sirviente.

—No hay nada que disculpar. Simplemente son iguales —dijo Elrond riendo.— son tan iguales que a ambos los conocí de la misma forma.

—¡Ay, no! ¡mi padre y yo somos muy distintos! Al menos yo no soy un borracho.

Aquella respuesta provocó en Elrond más carcajadas quedando atrapado y enamorado por el encanto del joven príncipe de Mirkwood. Ya comenzaba a tomarle cariño y aprecio, aunque la primera impresión fue divertida y en ese momento Thranduil vislumbró a Legolas y Elrond juntos, se apresuró molesto seguido por Elladan.

—¡Legolas! —tomó al mencionado de los hombros sacudiéndolo levemente—. ¡Creí que esto no lo volverías hacer! ¿Dónde está esa madurez de la que hace días me hablaste?

—Padre... Yo sólo... —se encogió de hombros pero Elrond le interrumpió, llamó a Thranduil y se posó a su lado abrazándolo en honor a todo ese tiempo en que no supieron nada el uno del otro.

—Viejo amigo ¿No eras tu un elfo más testarudo y travieso? —cuestionó evocando los viejos tiempos. Thranduil enmudeció por completo—. Perdona su insolencia por esta vez, ha hecho lo mismo que tú, y tus oscuros secretos de juventud no verán la luz del día.

—¡A eso se le llama manipulación, Elrond! —el rubio levantó la voz.

Odiaba que a pesar de ser un par de elfos ya maduros, Elrond sabía cómo manipularlo y limitarlo. Se encogió de hombros devastado mientras Legolas sacó provecho de su inmunidad en tal situación.

—¿He odio bien, mi señor de Rivendel? —cuestionó divertido Legolas tirando de las ropas de Elrond llamando su atención—. ¿Le molestaría contarme un poco más sobre la juventud de mi padre?

—Para nada —tomó la mano de Legolas en la suya y continuaron su camino ignorando a un frustrado Thranduil y Elladan tratando de calmarlo—. Pero antes he de contarte lo que en un inicio me pediste, es algo extenso y también concierne a tu testarudo abuelo Oropher.

—Bueno, no tengo nada más interesante que hacer según mi padre, así que soy todo orejas.

Aquel primer día en Rivendel Elrond y Legolas lo aprovecharon en hablar sobre el Rey Thranduil, y conoció una parte de su padre que nunca habría imaginado. Supo que su estadía en el Valle sería de las mejores y que para el próximo año quería volver.






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