I want you
Mi mejor amiga me leyó las cartas hace un par de días atrás, ¡Y de paso me sermoneó porque pensé que eso era cosa de brujas! ¿Cómo iba a saber que no era el caso si jamás me he dado el tiempo de investigar sobre el puto tema? ¡Ni siquiera sabía de la existencia del tarot hasta esa tarde!
«¡Será una experiencia bien placentera, Akira!» Si Josie, claro que lo fue… ¡Mentira! ¡Fue sarcasmo! ¡Aborrecí la maldita sesioncita de principio a fin con cada fibra de mi inmundo ser!
De primeras la muy bastarda me tuvo encerrado y sentado una hora en el piso de su habitación, con las ventanas completamente cerradas, ¡Sabiendo lo mucho que me aterra la oscuridad! Había también cuatro o cinco inciensos que echaban y echaban humo, al mismo tiempo en qué yo obtenía el récord a la mayor cantidad de estornudos en sesenta minutos. Para colmo, sus paredes estaban empapeladas de lado a lado con imágenes paranormales, de rollo pagano y cosas turbias por el estilo. ¿Esa lunática conseguirá dormir por las noches?
¿Mencioné además que solo nos iluminaba un candelabro de mesa feo y anticuado? ¡Joder, todo mal! En ese momento de veras creí que me iba a dar un ataque de pánico.
Reconozco que no presté la suficiente atención cuándo al fin me habló sobre lo que ambas cartas, el loco (Invertido) y el ermitaño, «Tenían para decirme». En resumen, sugerían que era necesaria la introspección (Sea lo que sea que signifique esa palabra), y también... ¡Ah, si! Que no me precipitara demasiado; que no derrochará el dinero (Vaya chiste), que tuviera cuidado con el sistema nervioso, las depresiones y un larguísimo etcétera de puntos aburridos. Va, puede que no retuviera ni un cuarto de la información acerca de ese tedioso y eterno bla bla, ¡Aunque! De lo que me acuerdo super bien es de los naipes como tal, de sus visuales; me despertaron bastante curiosidad porque en ese instante supuse que eran polos de lo mas opuestos y eso me molaba mogollon. Josie comentó que de hecho estaba en lo cierto: Uno es la “Insensatez” y el otro la “Prudencia”, sin embargo, y pese a las diferencias, son el complemento ideal del otro.
El loco, un joven marginado que vaga por el mundo con su guitarra a cuestas; solito y a ciegas. El ermitaño, un hombre inaccesible de unos cuarenta años, que no tiene esposa, ni hijos, y vive en compañía de su extraño gato salido de Dragon ball super.
Eran una señal del destino. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.
He conocido a montones de tíos a lo largo de estos últimos años. No llevo la cuenta exacta, pero creo que podríamos repletar con facilidad todos los rincones de mi apartamento (¡No exagero, pregúntenle a Josie!). Ninguno era igual que el anterior en cuanto a su apariencia, actitudes o pasatiempos: Altos, chiquitos, aficionados al gym, a la comida chatarra; bufones, tristones, y hasta uno que otro «Hetero curioso», ¡Para gustos, colores! Y en lo que a mi concierne, cualquier tono de la amplia variedad disponible en el mercado mola, siempre y cuando la brocha con la que me embarren de blanco haga maravillas.
Aunque todas esas diversas características marcaban entre ellos diferencia, de igual modo a todos los relacionaba un detallito que se repitió en todos los casos: Después de follar una vez no volvimos a tener contacto.
El señor supuestamente sería uno más en la lista, y hago énfasis en «Supuestamente», pues esa era la intención. Aunque aquí entre ustedes y yo, quizás ya no estoy tan seguro si deseo descartarlo; no luego de la tremenda bomba atómica con la que me hizo volar en mil pedazos la cabezota en medio de la charla que mantuvimos el viernes por la tarde. Lo que provocó que se me saliera el tiro por la culata fue el «Factor soltería». Que va, había dormido con hombres de su edad alguna que otra vez, pero todos padres de familia y con mujer, ¡Nunca me había tocado uno soltero y así de guapo! ¡Es como ganarse la lotería!
En la universidad hay tres maestros a los que les tenía puesto el ojo, porque están más buenos que los churros rellenos: Don Lamar de composición, el profesor Mielis que nos enseña acerca de Jazz y Saxofón (Su acento italiano se me hace guay), y el mismísimo señor Bernstein.
Desde un principio se me hizo un hombre con una vibra muy diferente a la de los demás; misterioso, superior. Todavía me parece algo de locos que me haya considerado, ¡Y es que no nos parecemos ni un poquito!
Si hiciera una excepción, ¿Y mandara todas mis viejas costumbres al demonio con tal de que nos volvamos a entretener juntos? En su casa, en la mía, o en una de estas aulas, no tengo preferencia con tal de volver a oírlo gemir estando dentro de mí cómo esa tarde hacía. H-hostia, tengo escalofríos en todo el cuerpo (y puede que algo más) de la sola emoción de imaginarlo. Sería un tremendo gilipollas si dejara pasar esta oportunidad.
¿Y que hay de él? ¿Se habrá olvidado tan fácil de mí? Dijo que lo haría, me llamó «Desliz», los deslices no suelen cometerse dos veces, uno tiene cuidado de no hacerlo, y el señor no parece ser de los que se lo permita. Obvio solo estoy suponiendo , si mas allá de las clases y el estupendo sexo no lo conozco; me da esa impresión y ya, no hay mucha ciencia detrás.
Aunque errar es humano leí una vez, y nadie está libre de cometer fallos; eso incluye a los genios como el señor Bernstein. Ahí es donde radican mis esperanzas. Mientras las probabilidades nunca sean de cero vale cualquier tipo de riesgo con tal de obtener lo que quiero, y si tengo que jugar con fuego para así tener el honor de convertirme en la piedra con la cual él tropiece dos, tres o hasta veinte veces si se le antoja lo haré con la cara llena de risa; no me voy a quemar, no tengo nada que perder.
Para mala mía me vi obligado a cambiar el orden de mis prioridades, y anteponer el trabajo al estudio, porque hoy mas que nunca debo generar enormes cantidades de pasta. El hijo de puta de mi casero subió cuarenta dólares la renta, y con solo trabajar después de clases y los fines de semana no basta para mantener el apartamento, apenas me alcanza para algo de comida. Igual me hice espacios para asistir a la clase del señor pese a los problemas que les mencioné, ¿Y que creen? Es justo donde me encuentro ahora; esperando bien sentadito y nervioso a que aparezca. No suelo escoger el sitio de hasta el frente, pero hoy hice una excepción, pues llegué dispuesto a prestar oídos y no perderme ni un solo detalle de su lección.
Las idas y venidas del reloj que cuelga en lo alto de la pared me parecieron mas eternas de lo habitual, hasta que a las una con treinta y cinco el inaguantable tic tac por fin terminó de maltratar mi cordura, ya que el siempre puntual señor apareció por la puerta; no observó a nadie durante su estilosa caminata, seguro para el somos escoria.
Siempre de saludo corto. Siempre usando las mismas tres palabras. Siempre procurando no levantar demasiado la voz, como si se tratara de una inteligencia artificial programada. Lo único que suele cambiar cada semana es el traje pijo de alta costura con el cual nos restriega en las narices lo mucho que le ha ido bien en la vida. Ya me aprendí de memoria el guion de su apatía.
Dios allá arriba en los cielos debe haber estado super inspirado y del más grandioso humor el bendito día que lo creó, ya que no solo es un erudito (Una vez leí que esa extraña palabra significaba «Inteligente»), ¡También su apariencia es fenomenal! Y no, no me refiero a que el señor tenga un cuerpazo similar al de un galán como el tío que hace de Superman, pues es bastante normalito: delgado, y sin musculatura que esconder bajo el traje, aunque tiene lo suyo justo donde tiene que tenerlo. Su altura es, diría, «Hombre americano promedio»; con mi metro ochenta y algo le rebaso por seis a siete centímetros.
Lo que a mí más me enloquece acerca del magnífico señor Bernstein es su hermoso rostro; pone a mi corazón de buenas, saca al Pablito Neruda que llevo bien dentro. Me fascina tanto perderme entre sus atractivos rasgos que cuando lo observo me entran ganas de tocar una canción en mi guitarra; una canción de David Bowie.
El profesor de música que me dio la follada de mi vida tiene un ligero parecido con el maldito David Bowie...
Dylan Bernstein, Dylan Bowie, Señor Bowie; que va, ¡Ese último apodo mola mogollon!
Suspiré de manera repentina debido a mi propia reflexión, y todo indica que me he oído un pelín mas inspirado de lo que debía, ya que toda la fila de adelante, incluidos mis mejores amigos, Josie y Julian, me han quedado viendo fijo y con la misma extrañeza que uno observaría a un psicópata que no haya llorado con el final del Titanic.
El señor Bowie también se percató de aquel comportamiento, y me observó ceñudo por unos cuántos segundos; apuesto que me dedicó una dura reprimenda en el interior de su cabeza. Por mi lado, continúe prestando atención a cada uno de sus movimientos, deseando que entre ambos se produjera una secreta correspondencia. Hasta que de improviso sorprendí a sus pupilas bien fijas en las mías por un tris; sentí algo más cálidas las mejillas. Nos curioseamos bien disimulados hasta el término de la clase, o al menos a mí me pareció que lo hacíamos.
El arboretum del campus es un sitio super chulo para pasar el tiempo junto a mis amigos, aunque ahora en invierno la mayoría de los árboles ya perdieron las hojas, y esa postal me deprime. Lo único bueno que tiene el maldito invierno es que le sigue la primavera.
A la jornada le resta una clase para terminar. Entre la del señor Bowie y la siguiente tenemos una ventana de media hora que casi todos aprovechan para merendar; «Casi todos» menos yo, pues lo único que traigo en los bolsillos son unos chicles de menta y una caja de fósforos vacía, y con eso no me van a vender comida en ningún lugar.
—¿Vas a venir al-al ensayo e-e-ste domingo? — preguntó Julian. Sentado bajo un arce, pegadito a mí, y abrazándose a si mismo porque está tiritando de frío. (Bueno, estamos).
Mi Julian. Mi mejor amigo. Mi soporte emocional. Mi adoración. Todo lo que está bien en mi vida.
—¿Cuál ensayo? —¿Desde cuándo los tenemos de nuevo?
—Déjame corregir lo que dijiste, Juli, para que este idiota pueda comprender —interfirió Josie, y no muy de buenas (Ella trae un vestido porque las putas nunca tienen frio). —Tenemos ensayo este domingo. Si faltas buscaremos otro guitarrista.
—No lo harían — Sonreí confianzudo.
Aunque no me importaría mucho si sucediera a decir verdad.
—¿Lo hare-remos? —consultó él apresurado
—Lo haremos, si continúa siendo un irresponsable.
—¡N-n-ni de chiste!— Para sorpresa mía y de ella pegó un gritito. —M-me niego a tocar con o-o-o-otro que no sea mi ami-migo.— Le abracé super fuerte, y de paso repleté sus mejillas de besitos —Me e-estás llenando de ba-baba, Ga-gael —Igualmente sonrió.
—¡No le incites a no cambiar! —reprendió la exagerada. Su intenso carácter se impuso al de Julian, quien acabó por agachar la cabeza.
—N-no... quiero que c-c-cambie... —balbució tímido, aún evitando el contacto visual.
—¡Tiene que! ¡Sabes que tiene que hacerlo alguna vez si busca estar mejor!
Josie siempre insiste con la misma mierda, como si hubiese algo malo conmigo; yo estoy bien... Ella es la idiota que no se conforma con nada.
—¿Para que quieren que retomemos los ensayos además? —Reanudé el tema anterior. Dejé de apachurrar a Juli asimismo. —Ya no tenemos quien nos haga las vocales.
—¿¡Y por qué será eso, Gael!? —Resoplé el aire por la nariz al escucharla.
Porque él...
...
Que va, no vale la pena mencionarlo.
—Te ves fea cuando te enojas, Joselyn —comenté entre risas, y sumé un besito a su mejilla que, a finales la hizo sonreír un poquito.
Me di cuenta que estaba siendo sarcástica, pero no tengo ánimos de pelear.
—¿T-te vas a quedar a la-la última c-c-clase? —consultó ya más tranquilo mi Julian. Luego abrió un paquete de patatas fritas. —Si co-continúas fa-faltando pod-drías perder el seme-mest-tre.
—Me voy a ir después del receso a trabajar, solo me quedé para hacerles compañía —Él lanzó un hondo suspiro al aire, y en simultáneo metió un puñado de papitas en mi boca. —Tengo mucho trabajo que hacer —complementé con la bocaza repleta.
—¿Encima te hiciste el ánimo para venir a la clase de Bernstein? —intervino ella. Noté como levantó una ceja — Es la mas aburrida de todas. Eres un idiota.
—A mí me parece de lo mas interesante.
—Me g-gustan más la-las clases del señor Mielis. Sus historias f-f-familiares son g-graciosas —opinó mi amigo.
—En cambio Bernstein es un viejo estirado, cuya única gracia radica en ser guapo. Pobre de su mujer que tiene que soportar a ese bloque de cemento en casa. —Ella tomó asiento sobre las piernas de Juli, y el rostro suyo se transformó con rapidez en un tomate recién cosechado. (Joder, que envidia...) —Ese señor me transmite energías muy negativas, apuesto a que es Capricornio.
—Como si los signos influyeran en la personalidad, charlatana de mierda.
—No tienes idea de lo que hablas —Mandó a callar.
—N-no esta bien ba-basar la p-personalidad de a-a-alguien en estereotipos, p-podrían sentirse mal y t-t-tomarlo como una ofe-fensa.
—¡Por favor, Juli! ¡No seas tan blandito! Como se te nota que eres cáncer —Le dió un pequeña estrujada a su mejilla colorada.
Yo iba a reclamarle de inmediato por tratar así a mi pancito de Dios, pero ella me estampó la palma en la boca.
—Y a ti no se te ocurra buscarme pleito, ariano de mierda; los dos un estereotipo andante —Hizo una pausa— Juli, ¿Te lo imaginas en el sexo?.
—¿A... q-q-quien? —consultó abochornado de vuelta; super nervioso por tenerla aún encima.
—¡A Bernstein!—aclaró —Debe ser de esos que cogen de misionero todo el tiempo, y no gime porque se le cae la masculinidad frágil.
—No quiero o-opinar de-de-de ese tema, Jo-josie.
—¡Vamos amigo! ¡Atrévete a decir lo que piensas alguna vez!
Que va, yo en la conversación no intervine, pues estaba bien entretenido siendo un oyente de las tan pervertidas como equivocadas hipótesis de Josie. Si tan solo ambos se enteraran que el señor Bowie me dejo temblando las piernas como un bote de jalea de fresa... Es tentador restregarles la verdad en las narices, pero le prometí que no hablaría con nadie acerca de nuestro «Desliz»; nada que hacerle.
—Tú no estas únicamente repartiendo sushi para ganarte la vida —declaró ella muy seria de repente, dejando el tema anterior cerrado.
—¡Claro que no! —Acomodé unos mechones de mi cabello detrás de la oreja. —¡Hago de todo un poco!
Reí, lo cual es extraño, porque no tengo ánimos de hacerlo.
—Te-te dije que yo po-podía ayudarte c-con los g-g-gastos. —intervino un entristecido Julian, viéndome con las cejas abajo.
—Se que me lo dijiste, pero no dejaré que lo hagas.
—Cuídate mu-mcho, p-p-por f-favor... —comentó ya con la voz disminuida.
—¿Repartiendo sushi?
—Ripirtindi sishi. Tarado de mierda —imitó ella, con claras intenciones de insultarme; siempre lo hace cuando esta preocupada.
—P-p-por favor, G-gael. —Ay no, sollozó.
Me apresuré en envolverlo entre mis brazos un momentito, y planté un besito en su frente.
—¿Qué me podría pasar que no me haya pasado antes?—Sonreí enseñando la dentadura. —No te preocupes. ¡Estaré super bien!
Asintió en silencio. Echó a volar con su pulgar una lagrimilla.
Julian es la persona más sensible que he conocido. Yo no creo que serlo debería considerarse como algo negativo, sin embargo, las otras personas al parecer si lo hacen, y se burlan de él con demasiada frecuencia; le llaman llorón, quejicas, maricón. El acoso escolar que sufrió a lo largo de la primaria, secundaria y preparatoria lo volvieron un chico sumamente retraído y desconfiado; soy el único con el que se permite ser «Él mismo».
Siempre está velando por mi, por eso lo quiero tanto...
Me despedí del dúo luego de asegurar que no tenía caso temer por mi integridad física .
Vale, se bien lo que dije antes «Me voy a ir después del receso a trabajar», ¡Y juro que lo voy a hacer! No obstante, me nació el capricho de realizar una paradita adicional aquí en la facultad. Quedan veinte minutos para que reanuden las clases, así que estoy con el tiempo súper cronometrado.
Husmeé sin descanso por los alrededores y también abrí cerca de veinte puñeteras puertas distintas, ¡Realmente ya estaba cansado de recorrer este puto sitio sin éxito! Hasta que al cabo de un rato finalmente encontré a mi objetivo en el interior del salón de instrumentos; inmerso en una hoja que según yo lleva escritas partituras. Observé en ambas direcciones antes de colarme. Puse el cerrojo para tener mas privacidad, dudo que alguien se vaya a dar cuenta.
—¡Hola señor! ¿Cómo le va?
Al charlarle pegó un gracioso saltito, y enseguida dio media vuelta. Creo que no se había percatado de mi presencia.
Como él no se aproximó fui yo el que lo hizo
—¿Por qué est-
—¿Que por qué estoy aquí?— interrumpí sonriéndole.—¿De nuevo la misma pregunta? Vine a saludarle después de tanto.
—¿Te das cuenta del malentendido en el que podrías involucrarnos si alguien nos encontrara bajo llave? —Vaya, no luce nada feliz.
—Si eso sucediera, yo me inventaría lo que sea con tal de no perjudicarlo, señor
—Me es muy difícil confiar en ti.
—Mas difícil es convencerlo.
—Eso se debe a que a diferencia de ti yo tengo muchísimo que perder, no puedo fiarme de un supuesto.
—No es el único que puede salir perdiendo de esta. —Mentí para nivelar un pelín la cancha.
—¿Y que tiene que perder un paria como tú? —interrogó ceñudo. Se cruzó de brazos en su sitio, sin soltar la condenada hoja de papel. —Una reputación impecable como la mía por supuesto que no.
No negaré que me dolió su menosprecio... Ojalá no se haya dado cuenta de que mi labio inferior comenzó a temblar.
—Ni siquiera has tenido la decencia de acudir aquí como es debido esta última semana —agregó.
—¿Se dio cuenta? —Reí por un instante, agaché la vista y rasqué mi nuca sin mucha delicadeza. —Pensé que ni lo había notado. —Con eso compensó la ofensa anterior.
Siento las mejillas algo tibias de pronto.
—No tengo tiempo para ti, Gael Jones —dijo con ironía, y emprendió camino hacia la puerta.
¡O-oiga no se vaya! ¡Que todavía no me la he jugado por usted!
Con prisas le cogí por la mano que posó sobre la manilla, y naturalmente contendió con ganas de zafarse, aunque no se lo hice posible. Me volví un manojo de nervios, ¡Pues no sabia bien que más hacer para retenerlo! Y decir que él lucía cabreado sería poco. Fue en esas que se me ocurrió la brillante idea de meterme dentro de la boca los dedos índice y medio de su mano; se detuvo de sopetón. Intenté lucir una expresión más sensual, mientras con muchísimo gusto y empeño los saboreaba. Por inercia sellé los párpados. Al finalizar mordisqueé sus yemas, y también las succioné por un tris.
Me niego a creer que soy el único impresionado por la situación, pero sus ojos azules profundo me transmiten lo mismo que una tarde de invierno frente al océano.
—¿Puedo ir a su casa de nuevo? —pregunté con prisas, no pienso perder la oportunidad.
Él señor Bowie sacó de su bolsillo un pequeño paquete de pañuelos desechables, con el cual se limpió la saliva que empapaba sus dedos. Guardó el papel en el interior de su bolsillo en vez de lanzarlo al tacho de la basura.
Pegó una pausada media vuelta, y quitó el seguro a la puerta.
—El martes. Te espero a la misma hora que fuiste la vez pasada. —Sin más que decir se retiró.
No tengo palabras para describir lo alucinado que me dejó su invitación.
A medida de que se alejó por el pasillo, yo me perdí en su agradable silueta al caminar.
¡Misión cumplida! Ahora sí me voy derechito a trabajar.
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