I ran
—¿Te ha pegado muy duro el sueño, Dylan? —consultó con la duda a flor de tono mi buen amigo, Dante Mielis.
Sentado a mi lado en el salón de profesores. Invadiendo como es usual mi tan preciado espacio personal. Desesperándome con sus perpetuas paranoias.
—¿Cuál es la razón tras tu repentina opinión? —La que jamás solicité para comenzar.
—Es demasiado ovvio
—¿Por?
—Bueno, mio caro amico. —Aquí vamos de nuevo… —Para comenzar, transcurrida esta semana has llegado a la facoltà tres de cuatro días casi rozando las once, siendo que tu horario de llegada regolare siempre ha fluctuado entre las diez con treinta y seis y las diez con cuarenta y tres. —No me quitó los ojos entrecerrados de encima. En simultáneo cuantificó sus observaciones ayudándose de sus dedos. —Comenzaste a beber al receso dos tazze de café con media pastilla de Splenda en vez de una sin azúcar. Además he llevado la cuenta de tu inusual cuota de bostezos; ¡Veintitrés ocasiones en total previo al mediodía, y seis veces despues! —Habló a viva voz; lo que me faltaba —Eso es impropio de ti.
—Me harías el favor de explicar que parte de tu enfermizo análisis hacia mi gran persona vendría siendo lo, según tú, —Abrí comillas en el aire. — «Demasiado obvio».
Me veo en la obligación de realizar un breve paréntesis con fin de exponer a ustedes que ,este inhábil padre divorciado de cuarenta y dos años de edad, destaca por su particular manera de «Observar» a todos y todo lo que le rodea en este vasto mundo. Resulta absurdo, por decirlo menos, que su psique se trastocara tanto a causa de no inspeccionar con suficiente detalle el estado de un preservativo que resultó estar defectuoso hace ya trece años. La historia completa es digno material para una investigación científica.
A estás alturas de la vida estoy habituado a su neurótica personalidad, aún así, en ocasiones su capacidad de análisis me crispa los nervios.
—Son detalles muy evidentes, signore misterioso.
—Para un psicópata como tú lo serán. —Bebí un sorbo de mi café, endulzado…
Ni siquiera yo me había percatado de que lo estaba bebiendo así.
—¡Chiudi la bocca, Dylan!— demandó fastidiado. A continuación ojeó los titulares del periódico del día. —Hasta tienes ojeras. —señaló sin levantar la vista. —Pareces morto. Algo te está quitando el sueño.
—Son ideaciones tuyas, Dante.
No, no lo son, y es peligroso que él, o siendo franco cualquier individuo sin especificar, ahonde más a fondo en mis alteraciones fisonómicas; por ende, el proceder mas idóneo en estas circunstancias es la negación, y ulterior hacer creer a la contraparte que está demente.
En efecto, mi ritual de ocho horas de sueño se ha visto, para mi inmerecida desgracia, perturbado en una exagerada medida, dado de que tanto al alba como al ocaso fantaseo con el mocoso desagradable de Gael. No importa que incluso razone en asuntos tan banales como la clase de especia con la que aderezaré mis próximas comidas, ya que, el diverso popurrí de aquellas condimentadas alternativas revueltas dentro de mi cabeza, no tardan mucho en alterarse en unos garabatos que a algún rasgo suyo se asemejen; como si de arte abstracto se tratara. Mi tozudo cerebro se las ingenia de mil maneras para evocar una maldita imagen suya, y es aquel fenómeno inentendible el que me está privando de un buen dormir.
¿Cómo fue, Dylan? ¿Qué factores incidieron en tu vergonzoso fracaso? Si la lógica tras mi planteamiento era brillante: Acostarme con él y descartarlo. Me fie de aquel anticuado, aunque muy confiable, modus operandis, en vista de que me resultó bastante eficaz en esas muy ínfimas oportunidades a lo largo del remoto pasado que a esta se han asemejado. A finales todo indica que él cumplió su palabra y se guardó lo sucedido para sus adentros, ¿Por qué entonces continúa para mí tan presente? Si no hay ninguna razón por la que debería en definitiva: él está ahí… solo está ahí.
El que fuese un pasajero tan frecuente del tranvía de mis más personales deseos y figuraciones, ¿Derivó a que pensar en él se haya transformado en una parte sustancial de mi rutina? Soy un hombre muy adepto a la monotonía, a fin de cuentas.
¿Será esa la respuesta?
—¡Dylan! —exclamó Dante, y su temple denota molestia. Sin mediar aviso me golpeó en la cabeza con el diario que leía. —Llevo ventisette secondi tratando de traerte de vuelta desde el planeta reflexión para decirte una cosa
—De seguro es algún sin sentido —contesté ofuscado, pues me despeinó el cabello.
Lo que por obligación me valdrá un viaje al tocador para arreglarlo antes del próximo comienzo de mi lección.
—¿Te parece un sinsentido que en la página cuarenta y uno perteneciente alla sezione deportiva la letra J esté escrita dos veces seguida en la palabra jabalina? —farfulló, y su índice señaló en reiteradas ocasiones aquella trivialidad en concreto —¡No es primera vez que se equivocan en esa imprenta tan poco professionale. Hace dieciocho días escribieron «Pewrro» en vez de perro. Voy a presentar una queja formale mañana a primera hora.
…
—Me compadezco de la pobre de Ashley, que tiene que soportarte siete horas seguidas en el infierno de las visitas dominicales.
—¡Siete horas más los veinte minutos y cinque a seis segundos que tardo en llevarla a su casa, Dylan! —corrigió, innecesariamente.
Enseñando mi mejor cara de póquer (¿Qué otra expresión se supone que esta cháchara ameritaría?), y el maletín que almacena toda la documentación que requiero a cuestas, abandoné el salón de maestros, con fines de retocar mi peinado, (Como previo puntualicé),. La presentación personal de un profesor tan magnificente como yo debe ser impecable el cien por ciento del tiempo en el que sus pies se desplazan a través del establecimiento.
Musicología es la asignatura que a continuación impartiré al primer año de la carrera de música, grupo al cual veo todos los viernes y del que Gael Jones forma parte. Me adentré en el aula dando pasos largos y estridentes. Los jóvenes en sus asientos aguardan en el obediente silencio que yo les instruí el inicio de mi fructífera lección. Saludé como es correspondiente, y ellos lo hicieron de vuelta.
Noté por mera casualidad que hoy Gael no se encuentra presente, y consiguiente, caí en la cuenta de que no le he visto por los alrededores de la facultad en toda la semana; el dúo de gamberros con los que frecuenta, en cambio, si rellenan sus respectivos lugares. ¿Él mocoso habrá asistido a sus otras clases a lo menos una vez? ¿Dónde se hallará ahora?
De modo inesperado, una desagradable sensación de malestar me coaccionó a fruncir el entrecejo a lo largo de un breve lapso de tiempo; un sentimiento de apatía, decepción… Cualquier profesor en el mundo estaría complacido por no tener que lidiar con aquel despreciable alumno, que, desde inicios del año se ha caracterizado por ser un aporte cero a la lección; mi yo de hace un viernes atrás a esta misma hora lo estaría.
De no ser porque nació con ese talento tan magistral nada de esto estaría pasando…
En medio de la explicación a los estudiantes mis apuntes se precipitaron al piso, como resulta de la torpeza de mis dedos . Estoy muy desconcentrado.
La hora restante avanzó con normalidad.
Me marché del campus en mi auto rozando las cuatro de la tarde, dado que concluí lo que restaba de mis obligaciones académicas.
Llegué a casa al cabo de quince minutos, y fui recibido como es costumbre por los maullidos y lamidas de mi amorosa gata Bastet. Vertí comida en su plato, y reemplacé su bote de agua. Ulterior a una ducha veloz cambié mi traje de dos piezas Hugo Boss, en conjunto a zapatos de cuero por unos vaqueros azules, una camisa rosa y un par de pantuflas. En la privacidad de mi morada me permito la desfachatez de vestir ropas menos exclusivas y elegantes; no me complica bajar un poco el nivel, pues al vivir solo y no recibir visitas nadie me verá vistiendo como un corriente.
Mi buen amigo Dante, sugiere que a mi vida le hace falta la urgente adición de una compañera sentimental. Cada vez que osa a insinuarlo el contenido de mi estómago se revuelve. ¿«Compañera», por lo demás? Hilarante. Por supuesto que él y ninguno de mis cercanos están enterados de mi orientación sexual, y el porqué no es en lo absoluto relevante.
…
Las relaciones interpersonales jamás han representado una materia de interés a lo largo de los años; mis empeños por «Sentar cabeza» se mantienen nulos hasta el día de hoy. de la mano del tan sobrevalorado romance va el igual de sobreestimado sexo como acto carnal, y la historia en relación a ese ámbito tampoco varía demasiado. No suelo experimentar atracción sexual hacia otros individuos, a menos que cumplan con alguno de mis muy específicos parámetros, por ende, solo le otorgo la posibilidad de forzarme a perder una única vez entre el satín la decencia a ese afortunado elegido en cuestión. A raíz de lo expuesto, confío que eventualmente dejaré de pensar tanto en Gael. Antes no he tenido problema alguno a la hora de descartar a mis escasos compañeros sexuales, con él debería ser igual, incluso cuando esté tardando bastante más en comparativa.
Hablando de Roma (Dante, no el mocoso), su nombre se observa en el identificador de llamadas de mi celular.
—Dime —contesté a secas.
No me entusiasman las llamadas de viernes por la tarde, ya que por lo general son sinónimo de invitaciones a beber alcohol en algún antro de ambientación cuestionable.
—¿Estás ocupado?
—No.
—¿Te gustaría ir a beber algo? —Cuán predecible.
—No —reiteré. Lo único que deseo es descansar.
—Che palle, Dylan —comentó con evidente descontento. —¡Adonis dice que te echa de menos! — «¡Te extraño viejo!» Oí al aludido vocear de fondo. Sonreí escaso, negando una vez con la cabeza (Patán). —Además, Dev y Tina convencieron a Ernest que aceptara tomarse una piccola pausa de la iglesia, y parece que se va a tomar una Caipirinha. Hay que devolverlo antes di mezzanotte a la capilla, y en condiciones que no avergüencen a Dios —Reí en silencio por tan solo imaginarlo.
Ernest es el diácono de la capilla más transitada de Madison; un hombre excelso, a quien en lo personal respeto y admiro debido a la competencia con la que ejerce su celestial y altruista oficio. La comunidad lo adora por lo que he sabido.
Durante lo que restó de llamada, Dante puntualizó en un excesivo par de ocasiones que una tarde de farra contribuiría a despejar mi sesera; insiste en que algo me desconcentra, y yo me empecino en desmentirlo. Ulterior a considerar los posibles pros y contras de aceptar una salida con un grupo de adultos en su mayoría insoportables después del segundo trago, discurrí que unírmeles por hoy no sería óptimo bajo ninguna circunstancia, me estresaría el doble.
Dante bufó ante mi resolución, y se despidió en nombre de todos antes de colgar el teléfono. Ordenar una porción de sushi, acompañarlo con vino blanco, y The Beatles en el reproductor me parece un panorama más placentero.
«Pasas demasiado tiempo solo, Dylan, vas a enfermar», Dicen. Patrañas. La soledad es la más incomprendida de las amantes.
¿Gael será de aquellos que encuentran la dicha, la plenitud, en lo pacifico de la solitud? Lo dudo en demasía; es un joven demasiado festivo para comprender.
... ¿Qué tiene que ver Jones con mi reflexión de todos modos? A esto es a lo que me refería antes.
Bastet de pronto dio un sutil salto sobre mi regazo. Se acurrucó ronroneando con efusión. Le obsequié una sonrisa y también acaricié su cabeza, la cuál frotó en repetidas ocasiones contra mi palma. Ella es feliz; ella me hace feliz.
El sonido del timbre anunció el arribo de alguien, debe de ser el aperitivo crudo que solicité.
Levanté con cuidado a mi felina para evitar despertarla, y caminé hacia la puerta de entrada.
—Buenas tardes —saludé cortés al repartidor
Y enseguida me quedé de piedra…
Está bien, Dylan, esta enferma jugarreta de tu subconsciente está yendo demasiado lejos. Que la figura de Gael se haya instalado como inquilina, y para colmo sin pagar la renta, dentro de tu cabeza es una cosa, ¿Pero que su persona se manifieste en el individuo que trae tu comida no será demasiado?
¿Qué cara… me hizo este chiquillo para tenerme así de orate?
—¿Por qué me pone esa cara, señor? Pareciera que vio un fantasma, o al mismísimo diablo.
—¿Gael? — Se ve muy real.
—¿Si? —replicó planteando una duda, Alzó una de sus pobladas cejas, y lanzó una vivaz carcajada en simultáneo. —¡Hala! Es raro verlo vestido con ropa casual, se ve super guay.
Su talante festivo me fastidia.
—¿Qué estás haciendo en mi casa?
—¡Le traje su sushi!
—¿Por qué tú? —objeté presto.
—¡Porque es mi trabajo! —exclamó enseñándome la dentadura.
Levantó una enorme mochila cuadrada que reposaba en la parte trasera de su bicicleta, y desde el interior extrajo la bolsa que, efectivamente, contenía mi pedido. Los modales hacen al hombre, por lo que agradecí su eficiente servicio.
Mis ojos demandaron concretar un encuentro con los suyos. Sus irises marrón oscuro (Más atractivas que el bermellón artificial) cedieron a la imposición
—¿Por qué tú? —cuestioné por segunda ocasión. —¿Por qué de todos los repartidores disponibles en el mercado, eres precisamente tú el que llega hasta mi puerta?
—Simple casualidad —aseveró todavía más carialegre. —¿Cree en el destino?
—Ese patético y mediocre conformismo, ¿Al que un día algún fracasado resignado decidió poner nombre, y vender a la humanidad como efecto placebo?
—Eso es un no, ¿Cierto? —Tardó en responder, y yo no repliqué a su interrogante. —¿Cree en algo siquiera?
—No me interesan los cuentos de hadas, Jones.
—Típico de los genios como usted —comentó, encogiéndose de hombros. —¿No le parece curioso?
—Más curiosa me parece tu expresión. ¿Por qué esa cara de chiste? —Me hierves la sangre.
—Es que estoy feliz, señor
—¿Qué planeas?
—¿Por qué tantas preguntas?
—Porque es necesario.
—¿A qué le teme tanto?
En su gesto de improviso ya no existe un atisbo de vacilación. La ridícula curvatura ascendente de sus labios se transformó en una áspera línea recta, y la juguetona tonalidad usual de su voz mutó a una más rígida; diría que está a la defensiva.
—¿Qué sucede, profesor Bernstein? ¿Tiene algo que decir? —Su indagación suena más como una demanda —¿O acaso le pone nervioso que yo de alguna manera pueda arruinar su maravillosa tarde de arrumacos junto a su esposa?
Y por lo que veo, nada inteligente se gesta en el interior del banco neuronal de esta lumbrera cuando le ponen contra las cuerdas.
—¿Ese es tu brillante razonamiento, Gael Jones? ¿Qué poseo una pareja? —Ahora soy yo quien plantea las interrogantes con una arisca entonación.
—O-Obvio —vaciló.
La soltura con la que rasca el puente de su nariz sugiere que ha bajado la guardia.
—¿Insinúas que ordenar comida es el equivalente forzoso a un encuentro marital?
Gael asintió de manera brusca y repetida, dejándome entrever lo convencido que se encuentra de semejante sandez. (Mocoso, detente, se te va a desencajar el cuello.)
—Yo creo… —Realizó una pausa para carraspear con la mano empuñada frente a su boca. —¡Que a usted le está picando el bichito de la culpa! Y le compra sushi super caro a su esposa para compensar que la semana pasada a esta misma hora me estaba dando como c…
—Sé un poco más discreto con respecto al tema, boca suelta. —interrumpí presto, resoplando como una bestia furibunda.
Reprimiendo cómo es hacedero las inmensas ganas que tengo de ahorcar su sensual cuello adornado hoy con una gargantilla, y no con intenciones que a él le vayan a significar placer en lo absoluto.
—Disculpe, no volveré a decirlo en voz alta, ¡Para que así no me oiga su mujer! —bufoneó.
Ha soltado una vivaz carcajada, asumo que entretenido a raíz de su propio intento de mal humor, uno que a mí en lo personal no me ocasiona ni un ápice de gracia.
Guiñó un ojo en mi dirección para rematar su guasa.
—Es impresionante como es que la gente de tu tipo asuma que la vida de todos, y en especial la de alguien como yo, se base en la convivencia con otro ser humano. —Que molesto es lidiar con esta charla.
—¿La gente de tu tipo? —citó, infiero que en busca de una clarificación de mis dichos.
—Gente de tu tipo: simplones, corrientes, básicos. Tú y el resto de la población mundial conforman el nada impresionante noventa y nueve por ciento, Jones. Yo no tengo tiempo, ni mucho menos deseos, por relacionarme con los que me son inferiores.
—¡Noticia de última hora! ¡Así somos todos! —ironizó detestable.
¿Con qué osas levantarme la voz, mocoso?
—Son —corregí. —Súmate a tu burda generalización, pero no me incluyas a mí porque no soy como ustedes.
—Vaya ego que se trae. —Hizo algo de ruido con la lengua. Luce molesto.
—Por supuesto. Tú en comparación a mi no eres más que un insignificante.
—¡Oiga! ¡¿Si tan poca cosa le parezco por qué se acostó conmigo?! —preguntó sublevado en definitiva; apretando ahora los labios.
—Dímelo tú. A pesar de tu nada impresionante inteligencia poseo la certeza de que sabes la respuesta a esa interrogante.
—No, no la sé —contradijo con prisa, apenas me permitió terminar la frase.
—La sabes desde que cruzaste esta misma puerta la semana pasada.
—N-no… —Detuvo su contestación en seco. —No entiendo muy bien lo que me está tratando de decir. —Para mi sorpresa agachó la cabeza, la voz y la entereza.
—Que fuiste un desliz.
Presumo que mentía en su contestación previa, en consideración a que es bastante factible que él concluyera de antemano la verdad que restregué en su atractiva cara. ¿Ambicionaba él otra respuesta? Tal vez, una que alborozara su ego en vez de maltratarlo.
No obstante, mocoso, provocaría algún ligero cambio en esa triste expresión que de repente y con tanto descaro has falseado, ¿Enterarte que eres el sublime desliz que en el rincón más recóndito de mis memorias quisiera sepultar? ¿Contentaría a tu hipócrita espíritu, el saber que pensar tanto en ti literalmente me enferma? Claro que lo haría. Lástima para ti que de mi boca jamás escucharás una palabra, pues, a la larga tú y yo nos acabaremos descartando; así funciona el tan banal sexo que a ti y al vulgo gentío hace perder tanto los estribos. Así funciona la vida, así funciono yo.
Así es como debe ser.
—¿Entonces no está casado? —¿Con qué finalidad busca retomar el tema?
—No —clarifiqué tajante.
—Entonces, ¿Está separado?
—No.
—¿Tiene novia, prometida, o alguna ex mujer que le tenga demandado por separación de bienes?
—No. —Rodé los ojos.
—¿Entonces es papá soltero con hijos que tienen gustos super pijos igual que usted?
—Por Dios, mocoso —Masajeé los costados de mi cabeza sumamente mosqueado. —¿Tanto le cuesta a tu cerebro de mosca, procesar que soy un hombre soltero y sin familia?
—Es que eso a su edad es anormal… —bisbiseó para sí mismo. Aún así le oí.
∞
—¡Anormal! ¡Eso es lo que eres y lo que siempre serás! ¡Que Dios se apiade de mí pues ya no lo soporto más!
∞
…
Hasta allí fue que llegó nuestro intercambio de palabras; el tema me tiene hasta más arriba de la coronilla.
Cabe mencionar la momentánea existencia de un detalle que guarda relación con Gael Jones, la cual me parece desagradable en sobremanera: Aquella ridícula manera en que su boca adoptó la forma de la letra O en mayúsculas, y la rapidez con la cual sus cejas se levantaron a la par, en conjunto al asombro que sus ojos abiertos, ahora de par en par, traslucen; sus pupilas fijadas en las mías tintinean tal cual las estrellas del crepúsculo que comienza a sobrevenir.
Algo ha dicho en voz baja, sin embargo, esta vez no fui capaz de descifrarlo. Esbozó una sonrisa por, no sé, ¿Séptima u octava ocasión? A decir verdad no es importante clarificar la cantidad exacta. Lo que sí vale la pena señalar, es que su repentina contentura irradió un repugnante y asimismo hipnótico haz de luminoso candor; la brillante amalgama de aquellas mencionadas cualidades encegueció por completo mis sentidos.
Destinar pensamientos positivos hacia su persona es un total desatino de mi parte, significa un riesgo a mi estilo de vida; lo único que yo debería reconocerle es su talento musical, y quizá lo cooperativo que fue en mi dormitorio.
—E-el loco y-y el ermit-taño —balbuceó de la nada, con la mirada perdida.
¿Qué rayos?
—Me tengo que ir —anunció repentinamente.
Sin brindarme una despedida adecuada, o permitirme darle siquiera propina se montó en su bicicleta, de vuelta a su establecimiento de trabajo, supongo. Espero la próxima semana en el campus verlo más seguido. No, pensándolo bien me resultaría más beneficioso que no asistiera en lo que resta del año.
Entré en la casa posterior a perderlo de vista. Emplaté mi sushi, y comencé a probarlo sin más demora; sabe delicioso. Aún así me siento asqueado.
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