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Aneurysm pt.2

Me despojé sin más tardanzas de los pantalones, y en adición de la ropa interior. Decidí arrodillarme frente al sofá y mantener aquella posición.

—Recuéstate — ordené a secas.

Dicho y hecho.

Gael se mantuvo inmóvil contemplando mi cuerpo. Posó su dedo índice encima de los labios, y añadió a continuación un coqueto guiño sin apartar la vista. ¿Aguardará otro de mis comandos? La obviedad de aquella respuesta bosquejó una maquinal mueca de regocijo en mis facciones.

—Quítate toda la ropa.

Bastó tan solo medio minuto para que su fascinante anatomía desnuda fuera todo lo que mis ojos apetecieran examinar. Reparé una panza algo prominente, empero, a mi juicio, tal  exceso de grasa abdominal no le resta atractivo en lo absoluto.

Me agrada la longitud de sus  piernas, es idónea según mi codiciosa e imprudente lengua, que principió a transitarlas con la impaciencia a flor de saliva; el húmedo trecho que las impregna no es totalmente rectilíneo, producto de la obscena y exagerada manera en que de pronto han comenzado a temblar.

Un poderoso detalle con respecto al voluptuoso mocoso, quienvmaldice y gimotea sin tapujos, me instigó a poner pausa momentánea a la lascivia: Sus muslos se encuentran recubiertos de finas, no obstante, distinguibles cicatrices horizontales; demasiado lineales y cuantiosas, parecen auto infringidas. Algunas perturban la simetría, y se extienden de manera caótica en direcciones dispares. De manera involuntaria alcé la vista en dirección a sus antebrazos, que para mí impresión evidencian todavía más vestigios de violencia. Es una mórbida locura...
Me empeño en escudriñar entre alguna tétrica e hipotética motivación que pudiera justificar aquella inquietante conducta suya, sin embargo, no concibo comprender que clase de circunstancias podrían empujar a un ser humano a dañarse a sí mismo de tal horrida manera.

—S-señor... —jadeó repentino.

Me desconcentró totalmente del análisis que hacía. Mejor así.

—No te he concedido permiso para hablar —repliqué hosco. —Únicamente harás caso a lo que yo dictamine, ¿Entendido?

Él movió la cabeza en señal de afirmativa sumisión. Los párpados ha cerrado. Mis pulsaciones cardíacas desbocaron.

—Dime que es lo que quieres, Gael Jones.

—Q-quiero que me folle duro, señor — balbuceó dificultoso, a causa de los inacabables jadeos.

Relamí la ufana sonrisa que surcó mi afiebrado gesto.

Por alguna razón, nació en mi el pujante afán de besarlo, sin embargo, no lo llevé a cabo. En vez, trasladé mi boca hasta su mano derecha, y consiguiente succioné sus dedos índice y corazón hasta empaparlos de saliva.

—Haz las preparaciones pertinentes entonces. —Asintió pausado

Mi pulgar se aventuró a tantear fugaz su entrada; aquel sugerente ademán debiera bastar para que infiera la significancia tras mi mandato.

Guie su tremulante mano hacia la zona de la entrepierna. Introdujo sin tardanzas ambos dedos previamente humectados en lo hondo de su recto. Mordisqueó entre jadeos su labio inferior. Clavó con fuerza los colmillos. Gimoteó en voz baja, coartándose de emitir algún ruido sin mi previa autorización.

Una ardorosa gota de sudor colgó desde mi quijada tensada. Recolectar oxígeno o normalizar mi ritmo cardíaco se está volviendo un desafío.

—Mastúrbate —comandé contra su falo, al que mi lengua enredó por un par de escasos segundos, pues me siento dadivoso.

He de admitir que es ciertamente deslumbrante observar al mocoso arquear la espalda con tal hipnótica sensualidad, entre tanto se proporciona placer. Su figura se asemeja a la de un puente en arco, alzándose por encima de un riachuelo compuesto de sus propios fluidos.

—Gime.

—¡Si, señor! —bramó erótico.

La elevada obscenidad de su performance está repercutiendo con creces en mi endeble compostura, ansío hacerlo mío, incluso más que la primera vez. Me retuerce las entrañas.

Solicité que me hiciera el espacio correspondiente entre sus piernas a la brevedad. Aceché en sus enrojecidos y cristalinos ojos, que me contemplan fijo, en simultáneo, posicioné mi erección frente a su entrada.

Gael hurgueteó veloz entre la mezclilla del pantalón que utilizó como una almohada improvisada, y de pronto extrajo un preservativo; es indudable que vino predispuesto a concretar un encuentro sexual conmigo. Reí para mis adentros. Él mismo rasgó el empaque y me lo facilitó.

—¿Seguro que no quiere mandar esto a volar y llenarme el culo de leche? —inquirió soez; fruncí el ceño.

—¿Y arriesgar mi salud íntima? —indagué de vuelta. — Ni hablar. Seguro que dentro de tu recto has tenido un sin fin de diversos penes; incluso una cloaca debe ser menos infecciosa.

Soltó una solitaria risotada más bien apagada, desviando la focalización de su mirada. Permaneció en silencio.

¿La verdad duele?

—¿Quién te autorizó además a dirigirme la pala-....

Mi intención era la de reprochar aquella salida de guion, lo que a finales no se llevó a cabo, pues el mocoso súbitamente se alzó a medias y rodeó con ambos brazos mi cuello. Forzó a mi cabeza a descender a su recostada altura, nuestros ojos se observaron con detenimiento. Por mi parte apoyé las palmas a los costados de su cuerpo.

—Deje de perder el maldito tiempo —masculló con repentina seriedad. —Y hágame mierda de una buena vez.

Bien, mocoso. Será todo un placer.

He de convenir que ser gentil no es una cualidad que resalte entre las muchas que poseo, por ende, desde un principio el acompasado de mis embestidas fue rudo y veloz; no hay necesidad alguna de un trato amable con este mocoso. Él lanzó al aire un improperio, advertí la exagerada manera en que se retorció ante mis ininterrumpidas intrusiones. Yo mordí mi labio inferior. Requiero alcanzar el orgasmo penetrándole de forma salvaje; por última vez.

Me encuentro a sabiendas de que no duraré mucho, no con este gamberro obsequiándome tan impúdicas expresiones faciales; es evidente que le satisface observarme, y mí su faz también me resulta fascinante.

Coaccionado a causa de los impulsos de la peligrosa libidoz sumé un gravísimo error a mi lista de imprudencias que con este corriente no deja de sumar y seguir, y decoré con notorios chupetones y marcas de dientes su candente epidermis, las cuales en el cuello principiaron, y descendieron de manera gradual hasta su pecho; en dicho punto brinde estímulo a sus pezones, los cuales degusté con deleite. Su exagerada respuesta fue música para mis oídos. A una sádica parte de mi le extasía la idea de dejar una huella en él.
Tan solo en él...

—¡S-señor Bowie! —pronunció apenas, entre demostraciones vocales de intenso placer.

Me detuve en el acto.

—¿Cómo me llamaste? —consulté con la frente arrugadaz a tal extremo que seguro rozó lo caricaturesco.

—¿Qué? ¿N-nunca le han dicho antes que se parece David B-bowie? —jadeó entrecortado

—Cierra la boca. —El apodo no me causó ninguna gracia.

—Mírese al espejo mas segui-...

—A callar —exigí, oprimiendo con fuerza mi palma abierta contra su boca; la relamió procaz.

Ya me tiene hasta la coronilla...

Reanudé el acto con todavía más rudeza que hace unos minutos atrás.
Gael continuó vociferando el ridículo mote que me atribuyó al aire, cada vez que osó a mencionarlo me volví un poco más animal.

Conseguido un tiempo, ya no era factible escuchar que algo con un mínimo de coherencia se le escurriera a través de los labios, todo eran maldiciones, balbuceos inentendibles y gemidos descomunales. Agradezco no residir en un edificio de apartamentos, allí no habría manera de disimular cuan lúbrico alboroto.

Una oleada de crueles reflexiones me golpeó de sumo improviso, mientras le contemplaba, ciertamente embelesado, dar rienda suelta a toda esa pasión desbocada que tanto me enferma. En sumatoria lo hace su impudicia e irritable frescura; aquella inconveniente temeridad, la cual  podría significar la ruina absoluta. Mejor dicho no me enferma, lo odio...

Alcé una de sus piernas  encima de mi hombro. Mi pene alcanzó el punto más profundo de sus adentros. Se retorció de un modo lubrico y descomedido, entre gritos de aparente neto placer.

—S-señor... —gimoteó. Le observé a los ojos entrecerrados sin brindarle una réplica. —A-amo su polla...

Incliné el cuerpo hacia adelante para a su oído murmurar.

—Yo odio tus horribles greñas desaliñadas y mal teñidas.

Sin embargo, el violeta te sienta fenomenal.

—Odio tu andrajosa ropa barata.

Pero es solo a ti a quien dejo entrar a mi casa vistiéndola.

—Odio tu nombre de pila. Odio tu alías.

Aunque mi boca ya se este habituando a pronunciarlos.

—Odio todo acerca de ti.

En especial cuan vivo me haces sentir.

Mordí la parte superior de la oreja de Gael, motivado por una exorbitante oleada de cólera que nubló mi juicio. Un estridente bramido retumbó a través de las murallas, mi mente; coartó mi osadía. Brotó algo de sangre desde la atroz herida que le causé.

Otra vez detuve mis movimientos, en espera de que él determinará algo al respecto. No le expresé ningún tipo de preocupación porque hacerlo le haría creer que me importa, lo cuál no así...

Sus abundantes cejas lucen caídas, y sus ojos asemejan la imagen de represas de agua salina a punto de colapsar; sin embargo, y como suele ser lo usual, aquel aflijo talante no es mas que una careta para conseguir embaucarme, en virtud de que por segunda ocasión tomó ventaja de mi guardia baja, y mediante un veloz empujón me estrelló de espaldas contra el otro extremo del sofá. Montó presto mi falo.

—¿Quién te crees que er-...

—Por favor señor no se detenga. —farfulló dificultoso, a causa del trémulo en su voz; casi sonó como una súplica.

Haber quedado a su total merced no me resulta tan desagradable como imaginé. Él brinca sobre mi falo inmerso en frenesí, sin cesar de menear el trasero en simultáneo. Clavé las uñas en sus deliciosas caderas abundantes en carne, y empujé su cuerpo hacia abajo con fines de nuevamente penetrar lo más profundo que mi longitud permita; ambos gemimos al unísono, complacidos, presumo que lo está. No le quitaré el privilegio de llevar la batuta, después de todo en las despedidas todo se vale dicen por ahí.

—¡No se detenga! ¡Su polla me vuelve loco! —gritó lascivo.

Vulgar.

Gael se encorvó hacia adelante, y nuestras húmedas bocas enajenadas volvieron a encontrarse. Apretó con los dientes en mi comisura derecha (¿Venganza?) y un riachuelo sanguinolento emergió; pasé por alto la imprudencia, asimismo el dolor. Relamí la zona, e impregné  su lengua con el flujo carmesís Se alborozo gustoso con el cateo. Somos un nauseabundo desastre.

El primero en alcanzar el orgasmo fue el  seductor mocoso, posterior a incontables minutos que transcurrieron entre un pornográfico carnaval de mutuos gimoteos, cuya cantidad no es hacedero reflejar en números concretos. Su vientre y parte de mi playera se salpicaron de viscoso semen. Entretanto yo alcancé el clímax; no tuve la fortaleza suficiente de resistir la erótica manera en que contrajo su  trasero.

Respirando irregular a causa del encuentro le contemplé desnudo encima de mi, silente como la primera vez; en mi mente todo se encuentra descarriado. Gael asimismo me observó, pero no lanzó alguna acostumbrada broma o movió un solo músculo de su cuerpo; me alerta un poco su estado, luce como sombrío maniquí de escaparate.

—Quítate. —Haz algo, por favor.

Acató. En mí acaeció el alivio

Me reincorporé y le di la espalda, entretanto él tomó sus prendas desde el sillón; emulé aquella acción. Levanté mi pantalón, asqueado producto de la sensación del semen sin limpiar. De reojo advertí que a medida que cubrió la desnudez de su cuerpo se abrazó a si mismo por muy escasos segundos; ¿Esperara acaso que le de unas migajas de cariño forzoso post coito? Ni en un millón de años.

Su teléfono sonó de improviso, contestó presto; recurrió al empleo de meros monosílabos para comunicarse. Puso fin a la llamada tan pronto como la atendió. Sus tan mutables estados de ánimos todavía me son un verdadero misterio.

Es hora de que Gael cruce mi puerta por última vez, ya que se encuentra en condiciones aptas para finalmente partir. Me aproximé para tenerle cerca y él continuó evitando mi faz. Apoyé una mano sobre su hombro; no volteó ante dicho tacto.

— Vete ahora —articulé severo. —No quiero que vuelvas. Desde ahora en adelante tú solo eres mi nada de competente alumno,  y yo tu profesor.

—El nada competente alumno. —ironizó. —Que a pesar de todo igual consiguió enredarse entre sus sábanas. —Despejó su hombro mediante un manotazo; sus dedos se sintieron gélidos. —Si así lo desea está bien, no volveré a molestarlo. Le doy mi palabra, aunque poco y nada seguramente le valga.

Finalmente volteó en mi dirección, y juro que divisé en el engañoso reflejo de sus tristes ojos el mismísimo averno. Tragué saliva.

—Que sea feliz en lo que sea que invierta su preciado tiempo. — Con los parpados a medio sellar depósito un efímero beso en mis labios. —Y gracias, señor Bowie.

—¿Gracias por qué?— inquirí, perplejo ante el súbito agradecimiento y acción.

—Por las memorias.

Antes de retirarse procuró colgarse la guitarra en la espalda. Perdiéndose entre las casas de mi barrio le contemplé fijo alejarse de mi vida. Si bien lo continuaré viendo en la facultad, pretendo prestarle la menor atención posible; para un hombre como yo, de tan admirable determinación, será pan comido.

Gracias por las memorias igualmente he de suponer, Gael Jones.


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