Prefacio
Escuché el sonido de tu voz cuando llegaste a casa.
Tu voz sonaba más grave de lo que recordaba, incluso sonaba un poco ronca.
Saludaste a papá, el te puso el brazo sobre los hombros y te agachaste para acariciar a Shawn, nuestro perro, para que dejara de ladrarte como si fueras un extraño.
Tú no eras un extraño, nunca lo habías sido.
Bajé las escaleras corriendo, con cuidado de no tropezar, y me eché a tus brazos.
Tú me abrazaste con fuerza durante un corto instante, después pareciste cambiar de idea y me soltaste bruscamente.
Nuestros ojos se encontraron por un segundo. Tus ojos solían ser de un precioso color azul claro, ¿por qué ahora tenían un leve tono rojizo? Pero te apresuraste a bajar la mirada.
Estabas más alto y delgado. También mucho más pálido, cómo si no hubieras estado a la luz del sol en mucho tiempo.
Extrañé a mi hermano, durante un segundo.
Horas más tarde, después de nuestra abundante cena en la que no comiste nada y de que llevaras tus maletas de vuelta a tu habitación, necesitaba hablar contigo.
— Paul — te llamé.
— ¿Si, Wills?
No pude evitar sonreír con nostalgia. A pesar de que evitabas mi mirada, aquel era el apodo por el que solías llamarme cuando solo era una niña.
Quise reírme, abrazarte y contarte todos los recuerdos que pasaban por mi mente de mi infancia en los que ambos éramos los protagonistas.
— Nadie me llama así ahora. — te dije, sin embargo. — Sólo soy Willow.
Al fin y al cabo, yo también había cambiado.
— Ah. — murmuraste, sin saber demasiado bien que decir. — ¿Cuántos años tienes ahora, Willow? ¿Trece, catorce?
— Tengo dieciséis. — te respondí. — Y tú tienes veintiséis, celebramos tu cumpleaños hace varias semanas.
Tu mirada no se apartaba del suelo.
— No sabía que había pasado tanto tiempo.
— Paul, han pasado seis años desde que desapareciste.
Abriste mucho lo ojos y tu mano tembló cuando la colocaste sobre tu rodilla.
Pero no dijiste nada, así que durante un buen rato en tu habitación reino un incómodo silencio hasta que yo, también sin hacer ruido, me fui tras echarte una última mirada.
Pero esa noche, no pude dormir bien, ¿sabes?
Supongo que serían las dos o las tres de la madrugada cuando me levanté de la cama y me dirigí a la cocina, a por un vaso de agua.
A la vuelta, me pareció ver luces bajo la puerta de tu habitación, así que me acerqué y coloqué mi oreja sobre la puerta para escuchar.
Casi se me para el corazón.
Se escuchaban gruñidos, como de una bestia, y el sonido de cuando algo es rasgado.
Y entonces, la luz dejó de asomar por el hueco entre el suelo y la puerta y aquellos extraños ruidos cesaron.
Tenía miedo.
Pero lo único que hice fue volver a mi habitación y intentar hacerme lo más pequeña posible debajo de las sábanas, mientras mi mente bullía, pensando terroríficas teorías sobre que es lo que había pasado contigo.
Una lágrima por recordarte se deslizó por mi mejilla un segundo antes de conseguir volver a dormirme.
Y la muerte y la sangre reinaron entre mis pesadillas, pero esta vez no había nadie allí para abrazarme y decirme que todo saldría bien.
No cómo cuándo éramos pequeños.
No cómo cuándo tú estabas a mi lado.
¿Por qué aunque por fin hayas vuelto conmigo siento que estás más ausente que nunca, querido Paul?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro