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18-

Después de perderme en repetidas ocasiones, logré llegar a casa sana y salva.

Más o menos.

Papá y mamá no se habían dado cuenta de que había salido, y menos tú, así que me encerré en mi habitación y no salí en el resto del día.

No me apetecía mucho hablar con nadie, ni siquiera contigo. Y menos con Odette.

Sin embargo, a la mañana siguiente me despertaron los sonidos de sirenas de coches de policías, así que salí más que nada para saber qué estaba pasando.

Mi habitación estaba orientada hacía la calle, así que se solía escuchar cualquier cosa que pasara fuera.

Mamá estaba junto a Odette, en la puerta, tratando de ver lo que estaba pasado sin que se notara demasiado que estaban espiando.

— ¿Qué pasa? — les pregunté, uniéndome a ellas.

— Ha muerto la señora Pickett — respondió mamá, tan tranquila cómo si estuviera diciendo que le gusta el nuevo corte de pelo de Odette.

— ¿Qué?

— Uf... prima Willow, parece que estés sorda... — comentó Odette — Maddeline Pickett ha muerto, ya está.

— Es una pena, me caía muy bien — murmuré, mas bien para mí misma —. Me hacía magdalenas caseras por navidad... estaban tan buenas...

— Lo que es una pena es que no te hayas podido acercar más a ella — dijo mamá.

— ¿A qué te refieres?

— La señora Pickett era viuda y no tenía hijos ni parientes vivos. Si hubiéramos ido más a visitarla, seguro que nos habría dejado algo en su testamento... Una gran suma de dinero desperdiciada para fines sociales y toda esa clase de tonterías...

Fruncí el ceño mientras mamá hablaba. Cuando terminó su monólogo, decidí que no quería escuchar nada más que saliera de su boca e involucrara a la señora Pickett.

Salí de casa y me acerqué hacia la casa vecina.

Un cordón policial la había vedado. Toda la zona se había llenado de agentes de policía con sus coches y de un corro de gente que, cómo yo, había ido allí para saber qué había pasado.

— ¡Willow! — me llamaste, mientras llegabas junto a mí —. Tú también quieres saber que ha pasado, ¿no? — asentí con la cabeza varias veces —. La señora Pickett me caía bien. Siempre nos regalaba chocolatinas en Halloween...

Llegamos hasta la cinta.

— ¿Señor Traynor...? — le llamé.

El jefe de policía andaba de un lado a otro, dando órdenes, pero se acercó a nosotros tras reconocernos.

— ¿No podría contarnos qué ha pasado? — le pedí, poniendo la cara más inocente que encontré.

— Lo siento, chicos, es confidencial. No puedo decíroslo.

— Entiéndanos — intercediste, justo cuando el policía se iba a marchar —, nos han despertado alarmas de los coches de policía. Si la alguien ha matado a Maddeline, nosotros vivimos justo al lado.

— No ha sido asesinada — nos dijo, en un bajo tono de voz para que sólo le escucháramos nosotros —. Durante la madrugada, algunos vecinos escucharon gritos. Al parecer estaba gritando en sueños. Sueños de los que la señora Pickett nunca podrá despertar...

— ¡Pero...! — ibas a añadir.

— Sólo puedo contaros eso, chicos — te cortó Traynor —, lo siento mucho.

Y se fue.

Tú esperaste hasta que estuvo a una buena distancia.

— ¡Vamos! — me apremiaste.

Yo te seguí mientras dabas lentamente una vuelta a la casa entera, parándote en uno de los laterales de la casa, dónde no había tanta vigilancia.

— Espérame aquí, Wills — me pediste, mientras saltabas el cordón que nos separaba de la casa.

— ¡Paul! ¿Qué vas a hacer?

— Colarme, ¡por supuesto! — respondiste —. Si mis especulaciones son ciertas y hay algo más detrás de la muerte de Maddeline, tendremos un grave problema.

Tu mirada azul se ensombreció por un segundo, y tu agitaste suavemente la cabeza, quizá para alejar malos pensamientos.

Después de sonreírme, te dirigiste hacía la casa que había pertenecido a los Pickett, quienes habían muerto todos, uno detrás de otro.

El único hijo de Maddeline había muerto en un accidente automovilístico que también le había arrebatado la vida a su mujer y a su hija de pocos meses de vida, cuando yo era muy pequeña.

Su marido murió años después, cuando yo debía de tener unos siete años, de un ataque al corazón.

Tras unos cinco minutos que me parecieron eternos, te vi saliendo de la casa, intentando no llamar la atención de nadie.

— ¡Eh! — te gritó un policía — ¡No puedes estar aquí!

Tu corriste hacía mí, y cuando saltaste de nuevo la cinta, me cogiste de la mano y tiraste de ella para que corriera contigo.

— ¿A dónde vamos? — te pregunté, cuando pasamos por la puerta de casa pero no dejaste de correr.

Sólo entonces me di cuenta de que llevabas un bulto escondido dentro de la chaqueta.

Habías robado algo de la escena del crimen y lo habías escondido.

— ¡Tú sólo sigue corriendo, Wills!

Finalmente, llegamos al cementerio.

¿Por qué siempre teníamos que ir al cementerio?

¿No podíamos ir a un sitio más agradable, cómo ir al cine o al parque de atracciones?

Pero entonces tú te dirigiste hacía la tumba de Robert. Parecía que alguien hubiera intentado desenterrar la tumba. Había un agujero en el suelo y tierra por todos lados.

— ¿Qué ha pasado? — te pregunté.

— Enterré aquí el libro — respondiste, sacando de tu chaqueta los secretos tras la niebla —. Alguien lo desenterró y se lo dio a la señora Pickett.

— ¿Quién?

— No lo sé aún — me miraste a los ojos —. Pero sé que ese libro ha causado la muerte de Maddeline. Y eso es lo que más me preocupa, Wills: todas las personas que han muerto por el libro.

— ¿A qué te refieres? — inquirí.

— Había un poema, Wills — me explicaste —, escrito en un papel que alguien había dejado entre las páginas del libro. Siempre me había dado curiosidad, pero ahora todas las piezas están encajando, cómo un gigante rompecabezas que me mantiene despierto todas las noches, tratando de encontrar la solución.

Te sacaste del bolsillo un papel arrugado y me lo entregaste. El poema del que estabas hablando estaba escrito en él.

Para poder a la vida retornar,
nueve almas has de segar — leí —. Una sobre la nieve perecerá, dos ahogadas morirán. Tres lentamente consciencia perderán, nada bueno será su final. Otras dos en sueños gritarán y sus pesadillas hasta muertas les perseguirán. Y al fin, la última elegida, será venida a buscar.

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