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16-

Aún no habías vuelto cuando me dormí.

Habría querido esperarte, pero el sueño me venció.

Sin embargo, me desperté sobresaltada a escasas horas de la madrugada, al sentir una mano que me tapaba la boca, para que no gritara.

Allí estaba Odette.

Sus ojos azules estaban desorbitados y llevaba su cabello rubio enmarañado.

Abrió la boca, pero no habló con su irritante voz habitual, si no con otra, que también conocía bien.

— ¡No servirá de nada! — gritó Alyssa en el cuerpo de Odette — ¡Nadie puede librarse de los secretos tras la niebla! ¿Acaso no lo entiendes, niña insensata? ¡Debes leer el libro! ¡Léelo!

— ¿Después de lo que le pasó a Robert? — las lágrimas comenzaron a caer —. No voy a hacer lo que me pides, Alyssa Dalhen.

Ella soltó una exclamación. Parecía muy enfadada.

— ¡Cómo te atreves! ¡Insolente niñita! — me gritó — ¡Si no fuera por mí ya estarías muerta hace mucho tiempo!

— Ya veo lo mucho que me has ayudado — comenté con ironía, lo que la enfadó aún más. —. Estoy tan a salvo contigo.

— Te he protegido todo este tiempo de los perros. Han venido cada noche a llevarte con ellos, Willow, y yo lo he impedido cada vez.

— ¿Los perros? — repetí, sin saber a qué se refería.

— No pasa nada — me sonrió cínicamente —. Si no quieres mi ayuda, no te la prestaré.

— Perfecto.

— Cuando estés al borde de la muerte, gritarás mi nombre, pidiendo auxilio — vaticinó —. Pero yo sólo miraré cómo te pudres en el infierno.

Sentí, en ese momento, que una parte de mí desaparecía. El golpe me quitó el aliento por varios instantes.

Y tuve verdadero miedo.

Afuera, se escuchó el aullido de un perro. Entre escalofríos, me hice más pequeña entre las sábanas, abrazándome el pecho.

Y me dormí, entre horribles pesadillas.

Me desperté de nuevo pocas horas más tarde, al escuchar tu voz.

Parecías estar hablando por teléfono.

Te vi por la rendija de la puerta entornada de mi habitación, para que no me descubrieras.

Estabas lleno de tierra y barro, y llevabas tu mochila en la mano.

No hablabas por teléfono, si no con un punto en la pared del pasillo en el que no había absolutamente nada...

— Si, ya lo sé, pero... — le decías a la nada —. Ya sé, Güntter, pero...

Sentí el corazón dejar de latir.

¿Güntter?

Debiste escucharme, porque miraste de repente hacía mi puerta, hacía mí.

Pensaste que eran imaginaciones tuyas, mientras yo volvía a mi cama y me arropaba de nuevo, sintiéndome sola en la oscuridad.

Pero no volvía a conseguir dormirme, aunque hacía mucho que te habías ido a tu habitación.

Encendí la pequeña lámpara de mi habitación y abrí un cajón, buscando algo que pudiera entretenerme.

Al hacerlo, una hoja de papel cayó al suelo.

La cogí y la volví a dejar en su sitio, pero al darme cuenta de lo que era, la volví a coger.

Desde la foto, Rebecca Daniels me sonreía.

Me senté en el ordenador de mi habitación y busqué su nombre en internet.

Fui leyendo y mirando todo los resultados, uno por uno, hasta que hubo algo que me llamó la atención.

Una orla antigua de cuando Rebecca Daniels se había graduado en la facultad de derecho de la universidad.

En otra parte de la orla, estaba una foto de papá, pero mucho más joven.

¿Se conocían?

Miré el reloj. Las siete y media pasadas.

Ya había amanecido, así que, con un bostezo, me dirigí hacía la cocina.

Papá y mamá estaban hablando. Papá estaba a punto de irse a trabajar.

— ¡Papá! — le llamé.

— ¡Willow! — me saludó —. Qué madrugadora.

Yo sólo me encogí de hombros.

— ¿Quién es Rebecca Daniels? — le pregunté.

Mamá casi escupe todo su café al escuchar el nombre.

Papá se puso pálido.

— ¿Cómo sabes quién es?

— ¡Yo te he preguntado antes! — respondí.

— ¡Ya está bien, jovencita! — me cortó mamá, muy enfadada, cogiéndome de la oreja — ¡Deberías saber controlar tu comportamiento!

— Lo siento, ¿vale? — comenté, un poco molesta, después de que mamá me soltara — Yo sólo quería saberlo.

— Pues no lo sabrás — continuó mamá —. Rebecca Daniels lleva muerta diez años. Y es mejor así.

No me atreví a decir nada más, así que volví hacía mi habitación.

En el pasillo estaba Odette, pintándose los labios de un suave tono rosado y mirándose por un pequeño espejo de mano. Al parecer había estado escuchándolo todo.

— Ha sido divertido — comentó sin ni siquiera mirarme —: ver cómo te echan la bronca.

— ¡Oh, cállate! — le pedí, exasperada.

— No lo haré — respondió Odette —. Porque sé algo que puede interesarte.

— ¿El qué?

— Rebecca Daniels es tu madre.

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