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Capítulo 2

El sonido insistente del despertador me obliga a abrir los ojos. El aroma del café y del desayuno, que suben desde la cocina, hacen que me siente en la cama. No sé con qué me voy a encontrar hoy, si lo conoceré o no, la verdad es que me da igual. Pero haré como me ha dicho Stella, lo mismo de siempre. Aunque eso no evita que esté nerviosa.

Me coloco las gafas, salgo de la cama y me dirijo hacia los grandes ventanales de la habitación para apartar las cortinas a un lado. Afuera el cielo aplomado muestra los primeros rastros del amanecer. El sol se esconde entre las nubes grises que anuncian que la lluvia comenzará temprano.

Después de vestirme, dejando mi cabello suelto, recojo el celular, las llaves del auto y colgándome el bolso en el hombro bajo a desayunar.

Uso gafas desde que era una niña. Siempre me lo han criticado y muchos me decían que usara lentillas, que eran más cómodas. Pero nunca me han gustado. Tengo un juego guardado, solo me las pongo en ciertas ocasiones. No me molesta usar las gafas, llevo tanto tiempo usándolas que ya me acostumbré a ellas, son parte de mí, me siento extraña cuando no las llevo.

Mi madre está sentada en una silla tomando su taza de café después de haber terminado de desayunar.

—Buenos días—le doy un beso y me siento a su lado—. Buenos días, Elise. —saludo a la señora mayor, canosa, que se encuentra detrás de la encimera de espaldas a mí.

—Buenos días Katerine. —me responde ella mientras yo me río negando con la cabeza.

Me conoce hace más de diez años y aún continúa llamándome por mi nombre completo. Aunque yo insisto bastante en que me llame Kate, ella no lo hace, continúa llamándome Katerine.

—Hoy estaré muy ocupada. Me tengo que marchar —anuncia mi madre mientras mira su reloj y se levanta—. Tenemos que recoger a Leonard en el hotel.

— ¿Dónde se está quedando? —pregunto con curiosidad.

Ya Stella lleva una semana mostrándole la compañía y nunca le he preguntado donde se está hospedando mi nuevo jefe.

—En el Drake.

—Me gusta el Drake. —respondo sabiendo que ella ha escogido el hotel al ser amiga del Gerente.

—No lo escogimos nosotros, lo eligió él, al parecer no es la primera vez que viene a Chicago. Decidió hospedarse allí hasta que encuentre un apartamento.

—Bueno, al menos no es un extraño en la ciudad. —Stella se me queda mirando fijo por un momento.

—¿Estás molesta por algo, Kate? —me pregunta mientras toma una de mis manos entre las suyas.

— ¿Porque lo estaría? ¿A qué viene esa pregunta?

—No lo sé, te noto extraña esta mañana.

«Solo estoy nerviosa por los nuevos cambios en la empresa»

—No es nada, ya se me pasara en el día, solo estoy un poco nerviosa. —confieso sonriéndole mientras continúo con el desayuno.

Afuera se escucha el claxon de un auto.

—Ese es Joel, debo irme, se hace tarde. No debes estar nerviosa. Te veo en la oficina si tengo oportunidad. —me da un beso en la frente y se dirige a la puerta.

Joel es el chofer-guardaespaldas de mi madre. Es una de las pocas personas que conocen nuestra relación madre-hija, y ella le hizo prometer que no contara nada. Creo que incluso lo hizo firmar un acuerdo de confidencialidad.

Recuerdo cuando Stella intentó que yo saliera con él. Fue tanta la insistencia que salimos en varias ocasiones. Pero hay un pequeño detalle que mi madre desconoce, y es que Joel, es gay. Me lo contó en una de las ocasiones en que salimos. Solo salió conmigo para que Stella dejara de insistir y no molestara más.

Pero que sea gay no quita que luce muy bien; trigueño, cabello negro, ojos grises y un cuerpo que se le marca debajo del traje que siempre usa. Nadie conoce su inclinación sexual y él quiere mantenerlo así. Por lo que solo le contamos a Stella que no funcionó. Después de eso nos llevamos muy bien y somos buenos amigos.

Termino de desayunar y paso por el baño para ponerme un poco de maquillaje antes de salir rumbo al garaje en busca de mi auto. Es un BMW i8 de color gris. Fue un regalo de graduación. Según Stella es único en su tipo, un modelo exclusivo que aún no había salido al mercado cuando me lo regaló. Lo ganó en la subasta anual de Gooding & Company en Pebble Beach. Lo tengo hace dos años ya y me encanta conducirlo. Abro la puerta con el mando a distancia a medida que me voy acercando a él, me siento detrás del volante y cierro la puerta. Aprieto el botón de encendido y me pongo el cinturón de seguridad mientras el motor cobra vida. Conecto mi IPod y pongo una lista de reproducción en modo aleatorio. Y al compás de los primeros acordes de Lost and Found de Ellie Goulding, salgo rumbo a la oficina.

TecFall se encuentra en la Avenida Míchigan, cerca del parque Millenium. Un edificio de 25 plantas de acero y vidrio templado que resalta de otros, mucho más altos que este. Sobre las enormes doble puertas de la entrada del edificio se encuentra gravado con letras blancas el nombre de la compañía. El edificio cuenta con un estacionamiento subterráneo, pero en frente de este hay cuatro plazas disponibles, y yo tengo el privilegio de que una de ellas me pertenezca. Después de aparcar el auto frente al edificio, me encamino hacia la entrada y me detengo a unos metros de las puertas admirando el cartel sobre mí. Respiro hondo y después entro en el edificio empujando una de las puertas hacia el interior.

La recepción de la planta baja es enorme, perfecta para la cantidad de personas que llegan a esta hora de la mañana. No recuerdo la cifra exacta de la cantidad de personas que trabajan para nosotros, pero creo que se aproximan a las treinta mil.

Aunque no todas trabajan aquí, tenemos sucursales en otros estados e incluso en otros países como Francia, Alemania e Inglaterra. Pero Chicago, es la sede principal.

Me detengo después de atravesar la puerta, a unos metros de esta. Parece que fue ayer cuando he atravesado por primera vez estas mismas puertas, y ahora tengo miedo de que sea la última vez que lo haga. Stella me ha dicho que no me quedaré sin trabajo, pero tengo mis dudas.

«¿Y si después de una semana se cansa de mí y me remplaza? Olvídalo Kate, no te preocupes por idioteces.»—me reprende mi subconsciente mientras retomo mi camino rumbo a los ascensores.

Estoy llegando a los ascensores cuándo se me dobla el tobillo derecho y caigo sobre el frío y pulido piso de mármol gris y blanco. Las gafas desaparecen de mis ojos mientras llevo una mano al tobillo. Me duele un poco, por la caída. Al tocar el zapato me percato porqué me he caído, se me ha roto el tacón.

—¡Genial! —exclamo frustrada mientras intento en vano encontrar mis gafas. Pero lo único que veo frente a mí es una versión borrosa del suelo y de las personas a mi alrededor—. Esto es justo lo que me necesito para completar el día de hoy. —murmuro en un susurro mientras deslizo las manos por el suelo para ver si las encuentro.

No es la primera vez que pierdo mis lentes por una caída, ya me ha ocurrido antes, pero nunca en el trabajo. Es una suerte que hoy no vine con un vestido. Y agradezco que me gusten tanto los jeans ajustados.

—Espera, déjame ayudarte. —casi tengo un orgasmo al escuchar esa voz.

Es sexy, con un ligero acento, que no se ubicar. Agradezco que ya estoy despatarrada en el suelo porque si llego a estar de pie, seguro que me hubiese caído de culo al escucharlo hablar.

Se agacha a mi lado en el suelo. Pero yo solo puedo ver una silueta borrosa e imaginarme a quien pertenece aquella voz. Me toma de las manos y me ayuda a ponerme de pie. Y ante su contacto, mi cuerpo completo reacciona enviando descargas eléctricas por toda mi piel.

—Gracias —le contesto una vez de pie a la silueta borrosa frente a mí que aún me sostiene por ambas manos—. Espera un momento. —le pido mientras me sostengo de su antebrazo y me agacho para quitarme mis tacones rotos.

Sus brazos son musculosos, fuertes y firmes. Y sus manos se sienten cálidas y suaves al mismo tiempo. Las manos perfectas para acariciar la piel durante largas horas y excitarte por completo con solo un toque. Ideales para arrinconarte en alguna esquina y después poseerte de forma salvaje.

«Creo que tengo que dejar de leer novelas románticas»

Alejo esos pensamientos de mi mente y aparto rápido mi mano de su brazo mientras sostengo los zapatos con ambas manos. Ahora es mucho mejor.

—Creo que necesitas esto. —me dice mientras me coloca las gafas en su lugar.

—Gracias, es una suerte que no se hayan roto, la verdad no sé qué hubiera hecho...—apenas tuve los lentes en su lugar y lo miré, las palabras dejaron de salir de mis labios y creo que me quedé con la boca abierta.

Ahora sí, acabo de tener un orgasmo.

Tengo que alzar la vista para poder mirarlo bien; es alto, de cabello negro, el cual lleva más corto en la base y largo en su parte superior cayendo a un costado de su rostro. La mandíbula es cuadrada y tiene unos ojos de un azul intenso que me miran sin apenas parpadear. Sus labios son carnosos, apetecibles y te invitan a besarlos. Y por un segundo los miro embobada. Aparto mi mirada escrutadora de sus labios, mientras siento como se me acelera el corazón.

Lleva puesto un traje negro, hecho a la medida, que le queda perfecto. Se puede notar que se ejercita con regularidad por cómo se adhiere el traje a su cuerpo. No trae corbata y muestra una camisa blanca con el primer botón desabrochado.

Me quedo mirándolo más de la cuenta.

Lo juzgué por su voz y su toque cálido. Pero me quedé corta. A mi lado lo que hay es la encarnación de la perfección. Y yo no soy para nada perfecta, mucho menos después de la caída que imagino todos deben haber presenciado. Siento mis mejillas arder de vergüenza.

— ¿Decías? —me pregunta alzando una perfecta ceja mientras yo salgo de mi trance.

—Gra-cias. —contesto tartamudeando.

«¿Porque estoy tartamudeando? Yo no lo hago.»

Mi corazón late frenético mientras continúo mirándolo ahora a los ojos.

—Sí, ya me lo has dicho, varias veces. ¿Te encuentras bien? Menuda caída la que te has dado. —dice con una voz firme y fuerte mientras yo miro sus labios moviéndose al hablar.

Su voz me resulta sexy. Pero tiene una voz de las que debes temer. Es esa voz que tienen las personas peligrosas. Una voz que debe hacer que salga corriendo y me aleje de él de inmediato. Pero en lugar de eso yo sigo ahí, congelada, mientras mi mirada va de sus labios hacia sus ojos. Aparto la vista de su rostro y la dirijo hacia sus manos que las oculta en los bolsillos de su pantalón, en un gesto extraño. Puedo divisar unos gemelos plateados en su camisa, tienen la forma de lo que parece ser un águila roja en el centro. Mejor dejo de observarlo tanto, va a pensar que estoy loca.

—Estoy bien—le respondo mientras aparto la mirada de él y la dirijo a los zapatos rotos en mis manos—. Solo un pequeño accidente. —le señalo los zapatos mientras siento mis mejillas arder aún más, al mirarlo a los ojos otra vez.

Me encuentro sin zapatos, parada frente a un extraño demasiado apuesto, sexy y atractivo en mi lugar de trabajo. La situación más ridícula y estúpida que me ha ocurrido jamás.

— ¿Necesitas ayuda con eso?—pregunta señalando los zapatos.

—No te preocupes, creo que me las arreglaré. —respondo tratando de ocultar el nerviosismo en mi voz.

Meto un mechón de cabello detrás de la oreja y me acomodo las gafas. Siempre hago esto cuando estoy nerviosa. No entiendo porque un extraño me pone nerviosa. Debo apartarme de él lo antes posible antes de cometer una idiotez. Una como saltarle encima y pedirle que me haga el amor en el suelo de mármol del lobby de la empresa.

«Demasiadas novelas, demasiadas novelas»

Emprendo mi camino, descalza, rumbo a los ascensores mientras me despido de él volviendo a agradecerle el haberme ayudado.

—Gracias. —me giro un instante y le digo adiós con la mano.

Camino lo más rápido que puedo hacia los ascensores, a pesar de que me duele un poco el tobillo e intento no apoyarme tanto en ese pie. Las puertas se abren en cuanto estoy frente a ellas. Luego de que salgan dos personas, que me miran raro, entro rápido. Me giro hacia el panel de botones y presiono el del piso veinticinco mientras alzo mi mirada hacia las puertas. Él se encuentra de pie, en el mismo sitio, mirando hacia mí. Mientras nos miramos, las puertas se cierran. Y entonces mis piernas se vuelven gelatina, caigo sentada en el suelo del ascensor y los zapatos caen de mis manos.

«¿Quién diablos es ese?»

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Espero les guste este capítulo. ¿Que creen del extraño que la acaba de ayudar?
Déjenme sus comentarios y no olviden dejar su voto.

Xoxo
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