02. Refuerzos a Santa Claus
— Entonces... ¿Shinichiro te vio mientras te cambiaba la ropa el día que Senju te tiro el soba encima?
— Si.
— ¿Y tu le cerraste la puerta en la cara?
— Si.
— Y luego lo ignoraste por una semana.
— Si...
— ¿Y ahora se encontraron mágicamente bajo la lluvia?
— ¿Si?
— Y el se comportó estupidamente lindo contigo.
— Si...
— Pero aun así tu sigues teniendo tus dudas
— ¡Si!
— ¿Quisieras decir algo más que "si"?
— Lo siento, sigo procesándolo.
Takeomi rodó los ojos y apagó la calefacción de la habitación. Después de recibir una llamada de Wakasa regañándolo por 30 minutos por ser un mal amigo y dejarlo debajo de la lluvia desamparado, fue ordenado a ir por el a la tienda de Shinichiro apenas la lluvia cesará; como no quería causar más rencores en el jaguar blanco, ahora estaban en su habitación discutiendo la vida amorosa de Imaushi.
Una vida amorosa muy patética, si se lo preguntan.
— Sinceramente, no entiendo porque estás lloriqueando —admitió, recibiendo una mala mirada del menor—. Shinichiro parece haberlo tomado bien, no te obligo a dar explicaciones y tampoco parece incómodo contigo, ¿entonces que te molesta?
— ¡Que siga el mismo jodido patrón que todos! Todos siempre son lindos al principio, diciendo que lo aceptan y lo entienden y luego solo se alejan sin explicaciones o te comienzan a tratar como algo que no eres. No me quiero convertir en la hermanita menor de Shinichiro, quiero que me siga tratando como Wakasa.
— Shinichiro es idiota, Waka, pero no creo que sea tan idiota como para lastimarte a propósito.
— Eso piensas ahorita, pero cuando termine siendo la secretaria de los Black Dragons porque el líder decidió que la batalla era muy peligrosa para mi, seguramente estarás de acuerdo.
— ¡Oye, no dudes de mi! Cuando me entere de tu secreto no me importo en absoluto, ¿recuerdas?
— Eso fue porque la vida en general no te importa en absoluto.
Takeomi pareció meditarlo por unos segundo y luego asintió, de acuerdo con lo que decía el albino.
— Como sea, será mejor que le dejes de dar tantas vueltas al asunto. Solo te llenarás la cabeza de mierda sin sentido.
— Es que... en verdad no quiero que mi vida cambie. No quiero que Shin me trate como alguien que no soy.
— Estoy seguro que no lo hará, pero si lo hace solo dile... o golpéalo... o las dos.
— ¿Como me va a escuchar si se lo digo mientras lo golpeo?
— Puedes golpearlo y luego decirlo, o puedes decirlo y luego golpearlo; no debes hacer todo junto.
— ¿Que tan fuerte tiene que ser el golpe?
— Lo suficiente como para que lo entienda.
— Pero...
Los chicos siguieron enfrascados en su conversación, mientras a unas cuantas calles de ahí, en una tienda de motocicletas, Shinichiro volvía a estornudar por quinta vez en la noche.
— Mierda, siento que alguien está hablando de golpearme. Debo tener fiebre.
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Wakasa se quejo al sentir un pequeño peso oprimir sus costilla. Senju encima de él brinco otra vez mientras le gritaba que se despertará y jugará con ella; a lo lejos Haruchiyo cantaba a todo volumen el openning de Pokemon y Takeomi le decía que dejara de morder la muñeca de su hermana.
— Estoy despierto, estoy despierto —anunció, convencido de que sus costillas no soportaría otro ataque de la pequeña albina.
— ¡Si! ¡Juguemos juntos, Waka!
— ¿Puedo levantarme de la cama primero?
— Si, pero no escapes.
Wakasa le sonrió, la bajó con cuidado de encima suyo y se estiró cual gato mientras la niña salía de la habitación y bajaba las escaleras corriendo emocionada.
— Es muy tierna —le dijo a Takeomi, quien había aparecido mágicamente en la puerta claramente cansado de los gritos infantiles a primera hora de la mañana.
— Lo dices porque no escuchaste su plan para secuestrarte mientras dormías.
— Si lo escuche, pero deje de prestarle atención cuando dijeron que le pedirían refuerzos a Santa Claus.
— Estoy criando criminales.
Wakasa rió y escuchó como en la planta baja Senju encontraba el cadaver de su muñeca. Takeomi sin suficiente energía para entrar en el campo de batalla en el que se convertiría su sala, pasó a la habitación y se dejó caer en el sofá en el que había dormido la noche anterior para dejarle la cama a Wakasa.
— ¿Te quedas a desayunar?
— Debo ir a trabajar
— ¿No habías tomado el turno de noche?
— Tengo dos turnos ahora; el alquiler de mi departamento subió momentáneamente y tengo que ir al día con las finanzas.
— Con dos trabajos, la pandilla y tu lío amoroso te quedarás sin energía muy pronto.
— ¡Yo no tengo un lío amoroso!
— Por favor, Waka, estabas llorando anoche porque Shincihiro era un idiota perfecto y sentimental que te hacía sonrojar como colegiala.
— ¡Eso no fue lo que sucedió!
— Como sea, recuerda que tenemos una junta con él y Benkei hoy en la tarde, así que trata de no actuar como un crío enamorado.
— ¡Estas sacando todo de contexto! —le reclamó, tomando sus cosas porque el reloj en la pared le indicaba que si no salía en ese mismo instante terminaría llegando tarde al trabajo—. Dile a Senju que vendré después de la comida a jugar con ella, ¡ah! y gracias por la camisa, prometo devolvértela luego.
— Eso dijiste con las ultimas cuatro.
— Bueno, el tiempo es subjetivo —terminó por tomar sus pertenencias y salió corriendo escaleras abajo, ignorando a los niños que rodaban por el piso mordiéndose y forcejeando entre ellos— ¡Nos vemos más tarde!
Takeomi suspiro sonriendo, sabiendo que Wakasa estaba por empezar una nueva etapa de su vida.
Lo había ayudado, apoyado y consolado todas las veces que pudo; sin embargo, siempre noto que Imaushi seguía escondiéndose así mismo dentro de una actitud destructiva y sarcástica. Se quejaba de que las personas muchas veces no aceptaban su decisión de cambiar de género, pero él mismo no se terminaba de aceptar por completo. Aún guardaba secretos, aún se guardaba rencor así mismo, aún se escondía como un niño pequeño, pero ahora se veía más dispuesto a intentar avanzar en su propia autoestima.
Y todo esto motivado por el idiota sentimental de su líder.
— Claro, que el idiota que te apoyo todos estos años se joda —murmuró a la vacía habitación, con una sonrisa feliz sin sentirse ofendido realmente.
Moría por estar en la boda de esos dos recitando el discurso más vergonzoso que el planeta tierra haya escuchado.
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