💘 6. LA VISITA 💘
Los amigos siempre fueron algo más,
esa familia en la que confías al cien por cien,
la que te apoya siempre
y la que se ríe contigo en todo momento.
Ahí estaban ellos.
Cerré la puerta con llave y la guardé en mi bolso trasero del pantalón. Roger me sonrió y caminamos juntos hasta la calle a la que daban las escaleras de la playa. Él vivía cerca también, pero al lado contrario de mi casa. A veces le acompañaba cuando terminábamos más pronto de lo normal y otras me invitaba a entrar a tomar algo. Me estaba encantando conocerlo más personalmente. Era tal y como lo imaginaba mientras lo veía en la tienda: una persona fantástica tanto por fuera como por dentro.
Le miré y rodó los ojos con una sonrisa. Sabía perfectamente lo que iba a decir, pero no dejaría de recordárselo por mucho que me lo dijera. Me preocupaba de verdad por él y por la tienda. Antes también lo hacía, pero era pequeña y no me atrevía a decir algo más que no fuera: "¿Puedo alquilar una barca, por favor?".
—Recuerda llamarme si hay mucha gente. No me importa acercarme y echar una mano, ¿vale?
—Tracy, tranquila, llevo años haciéndolo solo. Por un día o dos, como ayer y hoy, no me muero por volver a hacerlo sin ayuda. Te llamaré si viene una horda de gente un mísero miércoles por la tarde.
—De verano en el que la costa está repleta de personas.
—Vete sin preocupaciones, querida, sé que te gusta el trabajo, pero también debes de tener tiempo libre para ti. Compréndelo.
—Lo entiendo. Suerte.
Asintió, tomó mi mano como hacía siempre y la rodeó con las suyas, dando un pequeño apretón. Mi sonrisa apareció y puse mi mano encima de la suya, terminando aquella espiral de apoyo y ternura. Nos soltamos sin decir nada y nos fuimos cada uno a nuestro lado. Recordé el primer día que me lo hizo, no lo comprendí, y hacía poco había comenzado a unir mi otra mano también.
Nota mental: preguntar algún día qué significa para él hacer ese gesto. Quizá lo hiciera en agosto, cuando se cumpliera un mes de trabajo con él y ya tuviera algo más de confianza. Aunque sentía que nos conocíamos desde siempre, ya que comencé a verlo hacía ya cuatro años y varios antes en los que me daba piruletas. Era una relación de toda la vida.
Fui a casa a comer y mamá comenzó a hablar del que ya me esperaba que entrara en la conversación de ese día: Gael. Acababa de entrar a trabajar por la mañana y mi madre no dejaba de sonreír, mirándome, cuando hablaba de él.
—Es muy trabajador y ha pillado todo a la primera. Acabo de dejarle ir a casa.
—¿Cuándo vuelve a entrar? —pregunté.
—A las seis. Hay un horario del restaurante en la cocina con todos los que trabajamos allí. —Asentí. Era verdad, no me acordaba. Tenía que cambiarlo cada poco porque Clary y yo estudiábamos y solo trabajábamos en verano. Menos este, que yo no lo hacía—. ¿Vienes esta tarde?
—Sí, quiero ver la cara que se le queda al ver de quién es verdaderamente el restaurante. ¿Quién es en realidad la misteriosa jefa y qué tiene que ver con la querida chica de Grecia? —Me eché a reír por mi tono de voz exagerado—. ¿Le habéis dicho algo?
—Nada de nada.
Podía imaginarme su expresión en ese momento, pero verlo en persona debía ser de lo más divertido. Decidido, tenía que ir. Debía enterarse algún día.
Las horas se pasaron volando. Me puse lo más cómodo que tenía y salí con el pelo suelto, como a mí me gustaba, aunque a veces me rendía y me hacía una coleta por el calor. Por suerte, en el restaurante había aire acondicionado para el verano y calefacción para el invierno. Mis padres habían hecho un gran trabajo montando todo aquello.
Anduve tranquila hasta el restaurante para llegar a la hora justa a la que había quedado y entré. Había un poco de gente tomando algo en las mesas. Mamá sirvió a una que tenía cerca y me guiñó un ojo, indicándome con la mirada que estaba en la cocina.
—¡Tracy! —exclamó Clary, saliendo de la barra para abrazarme—. Tu príncipe azul está dentro. Acaba de venir, lo que significa que tengo la tarde libre. ¿Tomamos algo?
—Claro, ahora voy. Vete cogiendo sitio, yo llevo las bebidas.
—Perfecto. Café, ya sabes cómo.
Sonreí y entré en la barra como una camarera más, aunque me faltaba el delantal, cuyo dueño en ese instante era Gael. Cogí dos tazas y comencé a hacer el café como me había enseñado mamá desde muy pequeña, pues recordaba en mis ratos libre estar allí con ella. La verdad era que no me entusiasmaba mucho hacerlo, pero por una vez no me importaba. Otra cosa era hacerlo continuamente, eso ya sí que no lo soportaba, pues la presión me ponía muy nerviosa y ese restaurante cada vez tenía más clientela.
La puerta se abrió, dejando ver a un Gael sonriente que cambió totalmente su expresión al verme. Abrió los ojos como plato. Me eché a reír a carcajadas y puse el café en las tazas. Uno con un poco de leche, como le gustaba a Clary, y otro con más, el mío.
—¿Qué haces aquí, Tracy? Espero que no me estés siguiendo.
—Podría decirte lo mismo, Gael. —Coloqué las tazas en los platos correspondientes con un sobre de azúcar y una pequeña pasta en cada uno—. ¿No te lo han contado?
—¿Qué me he perdido?
—Cóbrame esto, cariño —dijo mi madre, apareciendo con una cuenta y un billete. Asentí y lo cogí—. Gael, qué bien que ya estás aquí. Vete preparando más patatas, ya casi se me terminan.
—Claro.
Le di el cambio correspondiente y se esfumó. Sonreí a Gael, que se había quedado mirándome sin habla. Cogí las tazas e hice el ademán de irme con estilo, que en ese momento me salió solo. Su voz volvió a sonar y me detuve para mirarlo con una sonrisa de suficiencia.
—Sabía que Roxy se me parecía a alguien. ¿Es tu madre?
—Sí, y Clary una especie de prima. Que sepas que estabas muy igualado con otra persona y, gracias a mí, estás aquí. De nada.
—Gracias, pero... Te juro que no sabía que era tu...
—Tranquilo, solo acabas de ocupar mi puesto. Soy yo la que debería agradecerte, yo no quería venir más a trabajar. Sobre todo porque odio hacer café.
—Y aún así acabas de hacerlo. Creo que no soy el único loco.
—Yo nunca lo he negado. La locura es bonita. Ah, y bienvenido a la familia, Gael.
Le guiñé un ojo y fui a la mesa en la que estaba Clary. Puse los cafés y me senté enfrente mientras no dejaba de sonreír. El rostro con el que le había dejado era de lo mejor que había visto nunca. Mi prima frunció el ceño y miró a Gael, luego a mí.
—Le he dejado flipando.
**
—Tenga un buen día.
Me sonrió y yo le devolví el gesto con cariño. La gente que sonreía me caía bien, me alegraba el día un poco más y me daba una nueva razón de estar trabajando allí. Sonó el teléfono y lo cogí mientras atendía a la siguiente persona a la vez. Un flotador pequeño azul, ¿dónde narices estaban? Asentí con la cabeza y enseñé un dedo para indicarle que esperara un momento. ¿Quién dijo que no se podían hacer dos cosas a la vez? Aficionados.
—¿...Una barca para las diez de la noche?
—Claro, ¿por cuánto tiempo aproximadamente?
Busqué en la caja grande y encontré el flotador. Sonreí al aire y volví a la tienda con la agenda de los alquileres en la mano y el bolígrafo colocado en mi oreja. Di el objeto a la chica y me dio el dinero justo, lo cual agradecí. Apunté la cita de la barca a las diez por una hora y colgué, no sin agradecer antes por haber llamado. A veces se me almacenaba el trabajo y no entendía cómo era que Roger podía con todo eso solo.
Justo cuando lo pensé, apareció por la puerta de la tienda de alquiler. La tienda tenía una bonita forma por dentro. La zona de alquileres estaba pegando con la ella, por dentro solo los separaba un pequeño escalón con el que me había tropezado varias veces ya. Era divertido ver a Roger avisarme cada dos por tres de que había un escalón y debía tener cuidado.
—¿Te ayudo en algo?
—Los pedidos, por favor. Ordénamelos un poco. Los escribo tan rápido que a veces no entiendo ni mi propia letra. Están encargando muchas personas para este fin de semana también.
—Se piensan que se van a quedar sin barca, pero lo que ellos no saben es que tengo muchas. Las oleadas de pedidos ya no me dejarán nunca sin barcas, ni barcos, ni tablas, ni trajes disponibles... Ni nada, nunca más. Aprendí de mi error de creer que no iba a tener gente.
Asentí con una sonrisa, que se convertiría en una risa si no fuera porque tenía que atender al siguiente cliente. A las diez de la noche, Roger atendió a los que me habían llamado antes y luego se fue. Su turno había terminado. A mí me tocaba cerrar cuando todo se devolviera a la tienda de alquiler.
Me aseguré de que todo estaba dentro y de que no se me olvidaba nada y cerré la tienda de objetos de playa. Cerraba a las nueve junto con la de alquiler pero, si había algo alquilado, tenía que quedarme hasta que volviera a mis manos. Todo debía de acabar en su lugar. Mientras la tienda estaba cerrada y los alquileres abiertos, tenía un tiempo libre en el que muchas veces no tenía nada que hacer.
Cerré con llave la puerta de las dos tiendas y salí sin prisa hacia la orilla para asegurarme, como todas las noches, de que todo estaba en su sitio y en adecuadas condiciones.
—¿Es que nadie trabaja aquí o qué?
Me detuve un momento al reconocer la voz y sonreí, siguiéndole el juego. Carraspeé al chico que estaba delante de la tienda cerrada y puso los brazos en la cintura, como si fuera un cliente cabreado y decepcionado por el servicio.
—Perdone, pero ya ha cerrado.
—A las nueve y media de la noche en un verano así de cálido no puede cerrar. Es un insulto para los amantes del mar como yo.
—Le aconsejo que te des un baño, el agua está genial. Tenemos neoprenos y tablas si le apetece.
Nos echamos a reír a carcajadas y lo abracé en cuanto se acercó. Hacía tanto que no lo veía... Dos semanas y media para ser exactos. Se convirtió en mi amigo cuando lo conocí en el instituto. Repitió cuarto de la ESO y yo ese año pasé a ese curso. Nunca había suspendido nada a pesar de que me habían dicho que parecía mayor. No lo entendía, yo me sentía más joven que nunca.
Él era alto, más que yo, moreno y tenía unos ojos que eran extraños. Eran como los míos, marrones, pero de un tono más claro, como arena. No, más oscuros. Un punto medio que los hacía especiales. Cuando comencé a tomar confianza con él, me atreví a quedarme viéndolos minutos sin pasar vergüenza de ningún tipo. Años antes había sido demasiado vergonzosa, pero eso eran otros tiempos.
—Me alegro de verte, Eric. Creía que ya no te importaba y no ibas a venir a visitarme nunca.
—Si hubiera sabido que trabajabas aquí, habría venido antes. He ido esta mañana a tu restaurante y tu madre me ha dicho que ahora estabas aquí. Ya sabes que estaba de viaje y no he podido venir antes. Y no te quejes de eso que tú también has viajado. ¿Qué tal en Grecia?
—Una completa pasada. Creo que volveré algún día para verlo por completo y con lentitud. ¿Podemos seguir hablando mientras vamos al puerto? Sigo trabajando.
—Claro, yo te ayudo.
Me habló de su viaje a Finlandia y todo lo que vio. Estuvo allí dos semanas, por lo que tuvo tiempo de ver bastantes cosas. Hablamos de las últimas novedades, de todo lo que haríamos en el futuro. Él era uno de los pocos con los que quería seguir teniendo contacto a pesar de la distancia. Ese era el gran obstáculo de cualquier relación y el que demostraba realmente quién estaba y quién lo hacía solo por interés.
Me ayudó a atar varias barcas con un nudo que sabía que iba a ser difícil de deshacer al día siguiente. Me acordaría de él de mala manera por hacérmelo tan complicado. La pareja que había alquilado la última barca del día volvieron unos minutos antes para decirme que ya habían terminado con lo que pidieron, pero les ahorré el paseo, puesto que ya estaba allí.
—Y así son mis días. A veces termino a las diez, otros a las doce...
—¿Cuándo cenas?
—Cuando llego a casa. No importa la hora.
—Déjame invitarte a algo. Te recuerdo que te debo el dinero que me dejaste en Italia.
—Creía que nunca oiría eso.
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