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💘 5. CONTRATADO 💘

Conseguiste entrar en mi círculo.
Dejé que lo hicieras y te empujé para ello.
Bienvenido, handsome,
siéntete como en casa.

Me tomé mi café con leche de la mañana mientras miraba la televisión desde la mesa del comedor. Mamá siempre veía series que tenía grabadas, nunca se cansaba de ver lo mismo una y otra vez. Casi me sabía de memoria los diálogos. Cogí el móvil cuando sonó y contesté a varios grupos que no paraban de mandar mensajes. A veces tenía ganas de silenciarlos a todos, por pesados.

Se oyó la puerta de entrada y Dani miró quién entró desde su sitio, inclinándose a un lado. Se rio a carcajadas cuando supo quién era y volvió a sus asuntos con el ordenador. Papá bajó por las escaleras con su cámara y casi se chocó con Clary, que pasaba a toda velocidad por el pasillo con una carpeta.

—Perdón, tito. ¿Qué tal con el trabajo?

—Perfectamente, aunque casi acabas con él de un plumazo.

Le dedicó una sonrisa inocente y de disculpa y se sentó en la mesa a mi lado. Puso la carpeta encima de ella y me la pasó, queriéndome decir que podía y debía verla. Lo entendí con solo mirar la expresión que me dedicaba. Fruncí el ceño y la abrí para descubrir lo que había dentro.

Miles de papeles. Miles de fotos. No era de mirar muchos papeles, a no ser que fueran libros de los que me gustaba leer y que tenía papá desde pequeño. Solía leer más en vacaciones de verano, pues luego eran todos libros de clase. Comencé con la lectura a los doce años y, en vez de comprarme libros y libros, papá me recomendó varios que tenía como nuevos en casa. Me encantaron todos y amaba comentarlos con él.

—¿Qué narices es esto?

—Ya que tú no vas a trabajar en la cafetería ayudando a tu querida familia, nos hemos visto obligados a tener que contratar a alguien más. Roxy y yo no podemos solas si queremos tener algún tipo de respiro y no morir en el intento. Son currículums que hay que mirar para llamar a alguien esta misma tarde y decirle que está contratado. Hay una estrellita dibujada en los que más le gustan a tu madre, pues ya les ha hecho la entrevista a todos.

—Has venido al sitio adecuado y en el momento adecuado —dije, bajando las piernas de la silla de enfrente en la que me estaba apoyando—. Es mi día libre. ¿Quieres que te ayude a mirar? No tengo nada mejor que hacer.

—Te amo, primita. Sabía que podía contar contigo.

Me dio un montón de papeles y volví a apoyarme en la silla de enfrente. A los cinco minutos, mi madre se levantó del sofá, cogió sus gafas y alargó una mano hacia nosotras. Papá estaba mirando unas fotos desde su cámara y pasándolas al ordenador. Cada día tenía que hacer algo diferente, no sabía cómo se centraba tan bien. Y además ayudaba varias veces en situaciones extremas en el restaurante. Hacía de todo.

—Pásame unos cuantos, yo os ayudo.

Le pasé unos pocos de los míos y nos pusimos a ello. Teníamos dos montones formados en la mesa: los que quizá podían ser contratados y los que ni de broma formarían parte del restaurante. Al final de la mañana, ya teníamos casi todos terminados. Nos quedaba elegir entre los que podían ser posibles de contratación. Todos me parecieron bastante interesantes y otros habían hecho de todo. De todas formas, me parecía increíble la cantidad de gente que quería trabajar allí. El negocio de mamá no podía ir mejor.

Dejé el último que me quedaba en el montón del "ni de broma" y suspiré. Papá y Daniel se habían unido para la fotografía, editando y eligiendo las fotografías adecuadas. Nosotras tres nos pusimos de lleno con la búsqueda de un nuevo miembro de nuestro gran hijo: el restaurante.

—Vale, aquí hay cuatro bastante interesantes.

—Yo aquí tengo dos que va a ser muy difícil decir a uno que no —dijo mamá, fijándose en uno en concreto. Vi pasar una mirada de confusión por su rostro, pero desapareció pronto—. Tienen pocos años y mucha experiencia. Mirad.

Se levantó y se sentó a nuestro lado. Miró los que habíamos escogido nosotras y cogí los que ella había elegido. Leí el primer nombre y no supe si echarme a reír o escupir el trago de zumo que justo estaba tomando. Se me atragantó y comencé a toser y a reír a la vez. Hasta mi padre se giró para ver si estaba bien. Daniel frunció el ceño a su lado.

—Sí... Tiene mucha experiencia. Hasta cocina, creo que os vendrá muy bien tener a alguien que sepa cocinar mejor que vosotras dos.

—¿Estás bien? —preguntó mamá.

—Estupendamente —afirmé. Tiré el papel encima de la mesa y me levanté para tirar el zumo que había vaciado a la basura—. Os presento a mi amor fugaz de Grecia: Gael Lanes.

Mi madre abrió los ojos como platos y cogió el papel de nuevo con rapidez, casi rompiéndolo por la fuerza con la que lo había agarrado. Clary se levantó para estar a su lado y lo miró con ella. No quitaron la vista del papel en varios segundos, mientras mi sonrisa no podía desaparecer. Esas casualidades me daban demasiado miedo, pero, como decía papá, el destino era el destino.

—Joder... Es...

—¿Guapo? Bastante —admití, terminando la frase de Clary.

Me volví a sentar y comencé a peinar mi pelo con las manos. Pillé un pequeño enredo en una de mis mechas y lo intenté quitar, con éxito. Hacía mucho que me cambiaba el color del pelo, aunque seguía en su color natural. Me explico: mi color marrón tenía mechas rubias por todo el pelo, lo que hacía que me encantara aún más. En realidad, tenía todas las puntas de rubio. En septiembre, me lo cambiaría a morado, era mi siguiente opción. Me propuse hacía un año teñirme cada año de un color. Me encantaba jugar con los colores.

Mamá decía todo el rato que debería cortármelo más, que luego me quejaba del calor que tenía, pero así era como a mí me encantaba. Amaba el pelo largo, tanto en chicos como en chicas. Además, ella a mi edad lo tenía aún más largo que yo. En las fotos que tenía con papá, los dos eran guapísimos, al igual que en ese momento, y conservaban su belleza bastante bien, como los famosos. Me reí interiormente por esa comparación y sacudí la cabeza ligeramente.

—Mira el novio de tu hija, cielo. —Sonrió mamá, levantándose para dar el papel a papá. Rodé los ojos, sabía lo que pensaban solo con esa mirada—. Me acuerdo de él en la entrevista, cuando fue a darme su currículum. Me atrajo bastante, la verdad. ¿A que es mono?

Wow... Nada comparado conmigo, yo a su edad lo era más.

—Te has vuelto un egocéntrico.

—Porque desde que estoy con una reina me siento el hombre más afortunado del mundo y nadie puede superarme en eso.

Agh, papá, por favor. —Rodó los ojos Daniel a su lado.

—No os quejéis tanto. Cuando crezcáis, rezaréis para encontrar a alguien como vuestro padre —contraatacó mamá.

Desviamos la mirada porque sabíamos lo que venía. Estábamos acostumbrados a esas muestras de cariño que tenían y no me parecían mal, pero me hacían sentir un poco incómoda. De todas maneras, tenía razón, si quisiera a alguien de verdad, desearía que fuera así siempre. Ellos habían conseguido reinar su vida y su familia de amor y cariño. Mis verdaderos ejemplos a seguir eran ellos.

De todas formas, como yo no estaba hecha para las relaciones, al menos en esa etapa de mi vida, pues no me preocupaba en ese momento. Los "te amo" y los "te quiero por siempre" podían darse la vuelta que a mí no me rozaban ni un pelo. Ya lo hicieron bastante.

—Pues decidido —exclamó Clary, sacando el móvil y apuntando el número de Gael—. Está contratado. Joven, con experiencia y de la familia.

—Guarda los otros, los voy a necesitar para cuando acabe el verano.

Ella asintió en dirección a mi madre y se dispuso a llamar a Gael. Mamá negó con la cabeza y exigió con un gesto que le dejara a ella. Le pasó el móvil y carraspeó cuando pulsó el botón de llamada. Tardó dos tonos en contestar. Mamá sonrió y lo puso en altavoz para que todos lo escucháramos.

No pude evitar rodar los ojos, ella no comprendía que no iba a tener nada serio con él por el simple hecho de ser de otro país mucho más lejano... Y porque no soportaba las relaciones a distancia y, bueno, en ese momento, ni las relaciones en general. Aunque, pensándolo mejor, seguro que lo sabía y lo hacía para fastidiarme de broma. Las madres eran así.

—¿Sí?

—¿Hablo con Gael Lanes?

—Sí... —Ni siquiera le dejó seguir hablando.

—Bien, encantada. Soy Roxanne, encargada del restaurante en el que entregaste el currículum. Me complace decirte que estás contratado para la jornada de verano. ¿Podrías empezar mañana mismo?

—Claro, no tendría ningún problema.

—Pues perfecto. Necesito que estés allí a las diez de la mañana. Te lo enseñaré yo todo personalmente junto con la información correspondiente.

—Allí estaré. Muchas gracias por todo.

—A ti, Gael. Nos vemos.

Colgó y sonrió aún más cuando le devolvió el móvil a Clary. Me hacía gracia, siempre trataba de "usted" a todo el mundo con el que no tenía mucha confianza y con Gael no lo había hecho. No me podía creer que tantas cosas nos estuvieran uniendo. Papá me había pegado la costumbre echar la culpa al destino. Siempre decía que no era justo echar la culpa a los demás, por lo que siempre se la echaba al destino o a las casualidades. Demasiadas estaban ocurriendo en pocos días como para creerlas todas al mismo tiempo. Parecían algo irreal.

Uno de esos dos fenómenos, destino o casualidad, quería que Gael se integrara en mi mundo personal. Pues lo iba a tener difícil, mucho. A Tracy ya no la engañaban tan fácilmente como la tonta adolescente que era hacía años. El destino me hizo despertar y lo comprendí al instante. Había escuchado demasiadas historias de papá como para darme cuenta de que ese era el momento de levantarse.

—Me gusta su voz. Tiene un acento reconocible, pero raro a la vez. Pásame su número, Clary. —Me miró—. ¿Te vienes mañana a enseñarle el local? Seguro que se alegra de verte allí.

—Quizá por la tarde, que tengo libre.

El móvil de papá sonó de repente y lo cogió sin ni siquiera mirar quién era. Cuando estaba concentrado en algo lo hacía casi siempre. Lo gracioso era cuando hablaba en su tono formal y en realidad llamaba algún amigo o familiar. Todos nos reíamos de él y nos odiaba un poquito por ello.

—Estudio fotográfico de Kyle. ¿Qué desea?

—Espero que algún día aprendas que en la pantalla cuando te llamo sale mi nombre o como quieras que me tengas puesta, querido fotógrafo Kyle.

—Estaba centrado, Naira. ¿Qué tal todo?

—Perfectamente. Te llamo de parte de Álex. El pobre tiene vergüenza y no sabe cómo pediros si se puede quedar a dormir unos días como hace todos los malditos veranos. ¿Ves como no era tan difícil? Ya tienes casi veintisiete años. Madura.

—¡Mamá!

—Dile que sí puede, que no hace falta que lo pida, solo que avise cuándo viene. Bien sabéis que tenéis las puertas abiertas.

—Muchas gracias, fotógrafo profesional. ¿Qué tal el sábado?

—Perfecto, le esperamos. —Colgó y dejó el móvil en la mesa—. Tenemos visita del querido tímido Álex. Ya casi veintisiete... No me puedo creer que haya crecido tanto. Aún recuerdo cuando tuve que conducir rápidamente por todo Madrid a las tantas de la madrugada para llegar al hospital.

—Fue un día intenso, la verdad —coincidió mamá—. ¿Ya os hemos contado la historia?

—Solo unas quinientas veces —respondió Dani rodando los ojos.

—No te quejes tanto, caballero andante, eras tú quien no parabas de suplicar que te la contaran de nuevo.

—Eso era de pequeño.

—Lo sigues siendo.

—Te odio, princesita bajita.

Él bien sabía que odiaba que me llamara así. Era un juego de niños, ya éramos lo suficiente mayores para esas cosas. Aunque me divertía llamarle aún mi caballero andante y él me lo devolvía con ese apodo. Supongo que tenía derecho a decirlo, no sin después quejarme, claro. Ya era costumbre. Además, todos me recordaban que era más baja de lo normal y yo ya me lo tomaba a risa, pues sabía que no lo decían con mala intención. No era mi culpa no llegar a 1,60.

—El sentimiento es mutuo, querido.

—Menos mal que le damos nosotros amor a la casa —oí decir a papá mientras se levantaba para abrazar a mamá.

Quizás me ponía incómoda que hicieran eso porque los envidiaba. En el fondo sabía que era así, pero estaba lo demasiado hondo como para no hacer el mínimo caso a ese sentimiento.

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