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💘 3. LA CHAQUETA 💘

Me sentí Cenicienta:
perdí la chaqueta
y el príncipe buscó a su princesa.
Hasta que dio conmigo.

—¿Por qué preguntaste la palabra esa? —me interrogó Clary mientras intentaba cerrar la maleta.

Habíamos comprado tantos regalos para la familia que nos recordaban a Grecia que la maleta ya no soportaba todo el nuevo peso que habíamos añadido. Mejor dicho, necesitaba una nueva para meter todas esas cosas. No podía creerme que hubiera comprado tanto. Por suerte, era una experta en las ofertas y me había sobrado más dinero del que imaginaba.

—Solo era una duda. Me encontré con un chico inglés que me llamó eso y no supe entenderlo en ese momento. De todas maneras, supe improvisar un poco.

—¿Ligaste y no me lo dijiste?

—Anastasia tampoco te ha contado nada. ¿Qué tal con el francés? —dije mientras buscaba por todos los sitios una de mis prendas.

—¡¿Qué no me habéis contado?!

—Hay tiempo de camino al aeropuerto, tranquila. Me estás poniendo nerviosa, Tracy, ¿qué buscas? Yo te ayudo a buscarlo.

—No te molestes, no está en ningún lado —finalicé, poniendo los brazos en jarras y sin creerme aún que la hubiera perdido. Era un completo desastre con patas—. ¿Te acuerdas de dónde dejé la chaqueta que llevé ayer por la noche? No la encuentro por ningún lado y ayer se me olvidó por completo preocuparme por ella.

Recapitulé toda la noche y volví sobre mis pasos mentalmente. No podía haberla perdido. No era de las personas que se moría por perder una chaqueta pero, si pudiera encontrarla, mucho mejor. Mis padres iban a matarme si les decía que había perdido algo. Esa chaqueta me la había regalado Álex, el hijo de Steve, un amigo de papá que vivía en Madrid, cuando cumplí diecisiete años. Me recordaba a él y la había perdido.

Paré la secuencia en mi mente. El chico. La tenía antes de verlo y recordaba el frío que sentí al salir a la calle. No tenía chaqueta al salir. No me podía creer que no me diera cuenta en ese momento. ¿Cómo fui tan tonta?

—La dejé en la discoteca —recordé en voz alta—. Debí quitármela cuando estuve con el chico ese y se me olvidó cogerla. Fui demasiado deprisa a buscarte. Oh, Dios... La tiene él.

—Bueno, así tiene un recuerdo tuyo.

Mis dos compañeras se echaron a reír mientras yo suspiraba. No podía creer que fuera tan torpe como para olvidar la chaqueta. Maldito el chico que me distrajo y malditos sus ojos que no dejaron de observarme. Decidí dejar el tema, me daba igual, podía quedarse con ella si quería. Cerré la maleta, intentando olvidar que la había dejado allí, y comencé a pensar lo que iba a decir a mamá y a papá para que no me regañaran mucho.

Siempre perdía algo, al menos en ese momento no fue la dignidad.

Cogimos el autobús mientras contábamos todo lo que pasó en la noche a Clary. No tardamos mucho, ya que queríamos resumir todo lo que podíamos para echarnos a dormir cuanto antes, pero llegamos al aeropuerto justo al terminar de explicarlo. Estaba realmente agotada.

—Gracias por este viaje, tía... Me lo he pasado genial.

—Todo por mi sobrinita. Suerte en el trabajo de la playa y no te olvides de llamar para cualquier cosa.

—No te preocupes por eso. ¿Dónde iréis vosotros?

—Suecia.

A veces los envidiaba. Viajaban y viajaban, parando a veces en casa para trabajar unos meses y volver a viajar con esos ahorros. Sabíamos que se quedaban por nosotros, pues no necesitaban trabajar para conseguir el dinero. No querían sentirse una carga en casa y por eso buscaban algo lo poco que se quedaban, aunque siempre había pensado que trabajaban desde el ordenador, desde casa. Algún día se lo preguntaría en serio, ellos siempre bromeaban con el tema.

Nos despedimos de ellos por décima vez y entramos en el avión. Pasamos todas las horas dormidos y nos despertamos por el aviso del conductor diciendo que ya íbamos a aterrizar y que nos pusiéramos los cinturones. Ni siquiera nos había dado tiempo a quitárnoslo desde que despegamos, nos quedamos dormidos antes.

Papá me había mandado un mensaje poniendo que no podían venir a buscarnos por trabajo. Él había vuelto a conseguir hacer lo que quería: fotógrafo. Hacía unos meses su amigo Dean le contactó con unos clientes y de ahí con otros y otros. En ese momento no era aún fijo, pero ganaba bastante con algo que disfrutaba. A veces iba a nuestro restaurante familiar a ayudar. Mamá, en cambio, era la encargada. Tía Annie trabajó varios años, según me contó un día, y yo también, para ayudar en los veranos. Contrataron a Clary y es por ello que ahora trabaja allí y lo combina con los estudios. Yo, en cambio, no tenía madera de camarera, me gustaba más el mar.

—Cojamos un tren. Creo que sale uno en veinte minutos.

En efecto, en unos minutos estábamos de vuelta a casa. Anastasia se fue directa a la suya, prometiendo que nos veríamos al día siguiente. Clary vino con nosotros, ya que su hermana venía luego a recogerla a casa a pesar de estar a unos diez minutos andando.

Anduvimos, aún sin creer que habíamos estado en Grecia. ¡En Grecia! Había pasado tan rápido como un sueño y a veces tenía que pensarlo dos veces para asegurarme de que había estado. Menos mal que teníamos los vídeos y las fotos que nos habíamos hecho, pues si no, no me lo creería. Vimos a mamá aparcar el coche en la entrada y Dani y yo nos miramos a la vez. Casi podía decir que nos leímos la mente.

—¡Mamá!

Se giró de inmediato. Sonrió de oreja a oreja y dejamos las maletas donde estábamos para correr hacia ella y abrazarla. Oí otro motor que se acercaba, pero no le di importancia, esa calle era muy concurrida al estar tan cerca de la playa.

—Mis niños... Justo iba a llamaros ahora mismo. ¿Qué tal el viaje? Contádmelo todo.

—Tracy perdió una chaqueta por estar con un chico.

—¡Maldito chivato!

—¿A quién habrás salido, hija? Eres una rompecorazones —oí detrás de nosotros. Era papá, que llevaba nuestras maletas. Nos reímos y también lo abrazamos a él.

—Creo que esa genética es mía. —Nos sonrió mamá—. No me conociste con su edad. No pasa nada, mi amor —dijo, poniendo una mano en el brazo de Clary, pero mirándome a mí—. ¿Cuál era? ¿La negra esa?

—Sí, la que me regaló Álex.

—Bah, de todas maneras, era horrible.

Reí y negué con la cabeza. Creí que iba a ser peor, pero debí haber supuesto que mis padres se lo tomarían así. En casa había muy pocas peleas pero, las que había, eran de lo más horribles. Por eso, Daniel y yo comenzamos a aprender a no hacer nada que los pudiera enfadar mucho, porque podían ser muy amorosos y simpáticos, pero enfadados eran demonios recién salidos del horno del infierno. Nadie quería verlos de esa manera.

Entramos a casa los cinco y Lily se llevó a Clary en quince minutos. Contamos todo con detalles, fotos y vídeos a mamá y papá y luego nos fuimos a dormir directamente. Yo, sinceramente, me moría de sueño.

**

—Necesito que cierres el local todos los días excepto martes y miércoles que, por mi experiencia, es cuando menos gente hay. Por ello, los martes tendrás libre. ¿Te parece todo bien?

—Más que bien, perfecto. ¿De qué me encargo?

—Los dos haremos de todo. Si llaman, lo coges y tomas el pedido del cliente. Los precios de alquilar tablas de surf, trajes, barcas o lo que sea están en ese cartel y depende de las horas que quieran y las personas que sean, se lo dices y lo apuntas en la agenda de alquileres.

—Eso sabré hacerlo bien.

—Cuando vengan, les das lo que pidieron cuando paguen lo que deben y te encargas de que lleguen en el horario establecido. Lo dejas donde estaba y vuelta a empezar. Recuerda que hay más tipos en el trastero, por lo que siempre hay suficiente material.

—Vale. ¿Y de la tienda te encargas tú?

Ese local me encantaba. Era una larga caseta justo al bajar una de las escaleras que accedían a la playa. Era grande. Por una parte, había una tienda de alquiler de artilugios que podías utilizar en el mar y, por otra parte, la tienda donde se vendían flotadores, gafas de sol, crema solar... Cualquier cosa que pudieras necesitar en la playa y fueras tan olvidadizo como para dejarlas en casa. A mí siempre me pasaba. También había niños que pasaban y se les antojaba cualquier juguete. La mayoría de las veces los padres se lo compraban. Los niños nos ayudaban a seguir adelante. Además, Roger tenía piruletas para ellos. Yo recuerdo que de pequeña me daba las que eran del color del mar. Me encantaba la idea de ser yo la que tendría que dar a partir de ese momento las gominolas que tanto me alegraban el día en la playa años atrás.

Algunos vecinos de Tossa intentaron abrir tiendas parecidas cerca, pero el viejo Roger, como le llamaban, era ya muy reconocido y nadie podía hundirle el negocio. De todas maneras, él estaba ahí por gusto. Si quisiera, ya habría cerrado. Eso era lo que me gustaba de él, su pasión por ese trabajo y la playa. Ojalá fuera como él en un fututo.

—Sí. Podemos turnarnos, depende del día. Solo estamos nosotros dos, podemos hacer lo que queramos. Si un día quieres encargarte de la tienda, pues me lo dices y nos cambiamos, estamos a un escalón de distancia.

—¿Cómo va lo de la tienda?

—Es muy fácil. Tengo una agenda con fotos de los artículos que se venden y el precio. Un viejo como yo ya no está para acordarse de todo. Si alguien te pide algo, lo miras si tienes dudas y se lo dices. Seguramente te lo acabes aprendiendo. Siempre tengo cambio en la caja, así que no va a haber problema, y hay una calculadora por si acaso. ¿Algo más?

—Nada de nada. Me parece aún una fantasía poder trabajar aquí contigo. Creo que lo llevo imaginando desde que pisé la tienda por primera vez.

—Y yo sabía que ibas a trabajar conmigo en un futuro. Veía tu espíritu, tu amor por el mar. Confío en ti, Tracy.

—Juro que no te fallaré nunca. —Lo abracé sin pensarlo y sonreí—. Gracias por esta oportunidad.

—Gracias a ti, querida, por aceptar.

**

Ya habían pasado dos semanas cuando algo que no me esperaba ocurrió. Volvía de amarrar unas barcas en el puerto perteneciente a la tienda. Sonreía, el trabajo no podía gustarme más. El horario era flexible, entraba a las once de la mañana, salía a las dos y volvía a entrar a las siete hasta la hora en la que el último encargo terminaba. En ese momento, podía cerrar la tienda hasta el día siguiente.

No entraba en mí de la felicidad que tenía.

Mi madre ya nos había hecho varias visitas y le había agradecido a Roger miles de veces por el trabajo. Sabía que no lo necesitábamos, ya que podía perfectamente trabajar en el restaurante, pero decía que se me veía más feliz desde que comencé el trabajo.

—Miles de gracias de nuevo. Nunca la había visto tan feliz trabajando desde que hizo su primera foto a los ocho años con la cámara de su padre. No puedo estar más contenta de que esté así. Todo gracias a ti.

—Créeme, Roxy, yo estoy aún más alegre de tenerla aquí. Trabaja como nadie y está haciendo que esto vaya mucho más rápido. Además, está bien tener una compañía tan agradable como ella.

—Me halagas, Roger —dije, moviendo unas cajas para encontrar unas chanclas que me había pedido un cliente.

A lo que iba, llegué al local después de terminar todo en el puerto y vi una chaqueta colgada en la puerta. Fruncí el ceño y me acerqué más rápido para disipar mi curiosidad. Me quedé helada. No podía creérmelo. No podía ser.

Mi chaqueta perdida en Grecia estaba allí, colgada delante de mis narices.

Tenía una nota.

Nice to meet you too, girl.

Traduciendo: encantado de conocerte también.

Me quedé paralizada. Había sido él.

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