|PRÓLOGO|
JULIO, 2018
«Meena, ¿dónde estás? Por favor, llámame».
—Estoy lejos... y no voy a volver.
Murmuro, soltando un bufido y apagando el teléfono en el acto.
No puedo ni quiero responder. Estoy trabajando y lo último que quiero es que me pillen desatendiendo mi puesto ya que mi jefa me despedirá sin contemplaciones, si se entera.
Me ha costado tanto esfuerzo poder alejarme de esa ciudad y conseguir este trabajo de camarera, con un salario muy diferente al que tuve hace varios meses, y no estoy dispuesta a dejarlo. Me alegra haber tenido ese dinero escondido en el armario, sino, no hubiera podido coger el autobús que me trajo hasta aquí.
Nunca creí que me viese obligada a tener que huir. Comprendo que en la vida hay situaciones en las que tienes que alejarte, o dar marcha atrás porque sino puedes verte en una gran encrucijada. Te perseguirá hasta atraparte en un rincón. O bien, se te viene encima y te ahoga.
Quiero pensar que tomé una buena decisión, que seguiré hacia adelante con optimismo y que la suerte estará de mi parte, por una vez. Solo una. Irme ha sido lo mejor. Lo fue, así lo quiso él.
Cada noche, cuando es muy pronto para cerrar los ojos, pero muy tarde para ver la televisión, me permito buscarlo en mis recuerdos. Lo revivo una y otra vez, como una masoquista, sus duras palabras resonando en mi mente y me doy el lujo de soñar con él.
«Lanzó con furia el papel a la chimenea y contemplé como se convirtió en cenizas lentamente, consumiéndose, como lo íbamos a hacer nosotros en breve.
—Meena —lo observé. Busqué en su mirada un atisbo de esperanza, algo que me asegurase que no se iba a terminar. No lo encontré—, bórralo, quémalo, saca de tu mente todo lo que tenga que ver con esta locura.
Descifré su mensaje. Sabía lo que me estaba pidiendo, indirectamente.
No era la primera vez que me advertía de ello, sin embargo, no creí que sería tan rápido. Todo, desde el momento en el que me crucé con él, había sido una aventura que me había inundado de un sin fin de emociones constantes y no había habido ni un solo día tranquilo o relativamente aburrido en mi vida y tras nuestro recorrido, no estaba dispuesta a rendirme.
—No solo te refieres a esto, ¿verdad?
Se levantó, huyendo de la incógnita. Lo conocía al igual que la respuesta. No era necesario que me respondiese.
¿Cuándo lo ha sido si conocía su lenguaje corporal a la perfección?
¿Cuándo no se había atrevido a enfrentarme?
¿Cuándo se había vuelto tan frágil ante mí?
Poco a poco, habíamos dejado en el pasado nuestras diferencias y aprendimos el uno del otro. Los confrontamientos, los momentos complicados, el miedo a abrirnos, a confesar nuestros secretos y pecados... Todo. Lo sabíamos todo y finalmente lo entendía.
—Meena, por favor, no me obligues a decirlo... —hizo una pausa, girándose, provocando que alzase el rostro hacia él—. Te informé sobre los peligros a los que te exponías si decidías quedarte y no sé por qué maldita razón quisiste continuar con esto, conmigo. Irte hubiera sido lo mejor para todos... Para mí.
Aquella última frase fue expulsada de sus labios como un suspiro nostálgico. Se arrepentía de haberme amado. Y ese fue el peor de los castigos.
Me aproximé a su persona y posé mi mano en su rostro, pero no lo permitió. Me rechazó.
—No me mientas. No quieres que me vay...
Me interrumpió con brusquedad:
—¿¡Por qué no entiendes que es lo mejor!? —explotó y se volvió a alejar de mí, arrojando en el trayecto varios libros del escritorio al suelo, llevándose de por medio un cuadro con una foto de la trágica noche en la que nos perdimos por Tívoli—. ¿¡Por qué te empeñas en continuar!? ¡Vas a terminar muerta! Tengo detrás mía a las familias Giordano y D'abrosca buscando venganza y tu presencia solo pone en riesgo mi plan. ¿¡Lo entiendes ahora!?
Dio varios pasos en mi dirección, furioso.
Me quedé frente a él y respondí con firmeza:
—¿¡Por qué no entiendes que es mi decisión!? ¡Quiero estar contigo! —retrocedió, sin poder aguantarme la vista—. Por favor, no hagas esto. Déjame ayudarte, podemos lograrlo... Mmm, podemos... —me falló la voz.
—Ni siquiera sabes por qué deberíamos seguir.
Dolió, mucho. Nunca había experimentado unos latidos tan débiles y furiosos al mismo tiempo en mi pecho. Todo se desvanecía tan rápido... Y no podía hacer nada.
Me apresuré a negarlo.
—No, yo tengo claros mis sentimientos. Yo no me rendí contigo, no lo hagas tú ahora... Por favor.
No dijo nada. Mantuvo los labios sellados, sumido en sus propios pensamientos. De pronto, me di cuenta de cómo lentamente aquella pesada armadura volvía a su lugar. Sabía que tenía miedo, terror a que algo malo me sucediese y perderme en el acto. Siempre había pensado desde una posición lógica hasta que llegué con mi espontaneidad a sus días. De ahora en adelante, volvería a su antiguo yo.
¿Habría estado fingiendo conmigo?
De pronto hizo llamar a sus guardaespaldas y fui arrojada al olvido. Por él ».
Que me haya marchado no significa que su presencia haya abandonado mi vida. El ansía de verlo en algún rincón me sigue acompañando cada vez que salgo al exterior. ¿Se irá pronto? Y si es así, ¿por qué la idea me aterra? No estoy lista para dejarlo ir, no quiero. Sigo enamorada de él...
Aquella noche estuve dando patadas a la puerta durante varias horas, suplicando a la nada y pidiendo que no me abandone. Sé que me estaba escuchando en todo momento, e incluso sintió la necesidad de abrir la puerta; pero aquello no sucedió. No se arrepintió de sus palabras. Renunció a mí. Me echó cómo si nunca hubiera estado en primer lugar, como si nuestro tiempo juntos no hubiera significado nada. Se rindió. Y ahora, estoy sola. De nuevo.
Han pasado dos meses desde aquello, y todavía espero una llamada, como una ilusa, aunque siempre recibo la que no me interesa.
—¡Meina!
Salgo de mi ensoñación.
Me llama mi compañero de trabajo. Me muerdo la lengua molesta. Es tan estúpido que ni siquiera sabe pronunciar mi nombre. No es tan complicado. Es: Mi-na.
Me pongo en marcha, siguiendo sus órdenes. Salgo del almacén y Rufo me espera con los brazos cruzados. Hago una lista mental de las tareas que hice y busco el error en alguna de ellas. ¿No limpié bien el servicio? ¿Algún cliente se quejó de mí? Ruego no haber cometido faltas ya que debería quedarme más tiempo. Es pasada la una de la noche y ya quiero irme a casa. La jefa puso a Rufo a mi cargo para aprender más rápido las funciones del bar y no voy a estropear la oportunidad. De igual forma, dentro de lo que acabe, me ha enseñado bien.
—¿Sucede algo? Ahora iba a barrer, estaba buscando...
—No me importa —me corta, desinteresado como de costumbre. Continúa, sacando de su cajetilla un cigarro, lo cual envidio—. Ha venido un cliente. Ve a servirlo. Yo ya me voy a casa.
Lo observo extrañada.
—Pero si ya hemos cerrado.
—¿Y qué? ¿Estamos para perder dinero? Prepara lo que quiera. Después cierras y podrás irte —abro la boca para protestar, pero me lanza una mirada de las suyas—. ¿Vas a quejarte? Si sigues con esa actitud... este podrá ser tu último día.
—Lo haré.
Contesto de inmediato debido a una de sus habituales amenazas.
¿Cómo ha permitido que entre otro cliente si ya hemos cerrado? ¿Y encima me fastidia a mí? Si trabajo más horas que él, añadiendo que me da sus tareas y no me he quejado en ninguna situación por temor a que me echen como él afirma. Y, de nuevo, voy a quedarme callada.
—Claro que lo harás. Ve ahora mismo y usa la cocina si es necesario.
—Espera, ¿y Mia? —inquiero, nombrando a la cocinera.
—Se fue antes. Me dijo que te encargarías de limpiar los baños y ordenar el almacén para dejarlo preparado para mañana. Se lo conté a Cinnia, así que hazlo y no me des más razones para decirle lo mal que trabajas. Cierra bien. Si pasa algo, es tu responsabilidad. Ciao bella.
Me quedo estática, notando el ardor en las mejillas. Odio este lugar. Odio este trabajo y lo odio a él. Es que no funciona, lo intento. Trato de ser positiva pero la vida me enseña que no se puede. Encima, mi otra compañera también contribuye a mi carga de trabajo. Terminaré alrededor de las tres de la madrugada y a las ocho tengo que estar limpiando la barra del Bar Belverde. Otra noche sin pegar ojo mientras los otros se pueden ir a descansar.
—Imbécil.
Mascullo, insultándolo después de que se haya ido, cogiendo la pequeña libreta con hojas amarillentas.
—¿Desde cuándo injurias a las espaldas? No es de tu estilo Meena...
Esa voz...
No puede ser. Estoy soñando despierta.
Me doy la vuelta, con el corazón acelerado, sujetando con fuerza la libreta. Me encuentro delante de mis ojos a un hombre sentado en uno de los banquillos cercanos a la mugrienta barra llena de manchas y el suelo plagado de servilletas usadas y pequeños restos de comida, los cuales deberé limpiar más tarde. Lo miro, comprobando que sea él.
Sí.
La usual sonrisa de su rostro no está presente.
—Sabía que te encontraría —se levanta, dirigiéndose a mí—. Me debes una copa de vino.
***
¡Holaa! Espero que os haya gustado el principio de esta novela.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro