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|9| REENCUENTRO


   Son las cuatro de la mañana y acabamos de ponernos el pijama. Estamos borrachas.

   —Ay, Meena, vámonos ya a dormir, deja ese asqueroso tabaco.

   Me río y le tiro la almohada. Ella resopla y se mete dentro de la cama sin haber ido al baño a desmaquillarse. Aunque, después de lo que lloró por el impresentable de Roberto se le debió de correr todo. Cuánto habíamos hablado. Antes de ponernos a beber, hablamos de lo que me había pasado, de principio a fin, aunque, decidí ocultar el tema de la extraña quemadura y mi ojo. Si a mí me costaba procesarlo, ella jamás podría creerme, pensaría que Giovanni me había drogado e iríamos a comisaría a poner una denuncia. Que, después de contárselo todo, estuvo a punto de hacerlo. Se lo impedí.

   Había muchas cosas que no podría explicar. Pensarían que estoy completamente loca. ¿Quién trataría de matar a un eclesiástico en la catedral? Gabi y yo habíamos buscando en las noticias, pero no había absolutamente nada de un asesinato o intento de homicidio en dicho lugar. Ella se puso en contacto con personas fiables y no habían oído de tal disparate. Ella se excusó diciendo que la gente inventaba demasiado.

   No sabía quién era Giovanni de Rosa. Si es ese su nombre real. No solo había tratado de engañarme con sus supuestos sentimientos, sino que sabía quiénes eran los malhechores de la catedral. ¿Por qué me había curado entonces? Y, ¿por qué a pesar de todo, en mi interior me costaba asimilar que me había mentido? ¡Ni siquiera lo conozco! Debo de estar loca. Quería olvidarlo, pero no podía, en cada hueco libre que tenía se me llenaba la cabeza con preguntas y me frustraba porque no sabía la respuesta.

   —Solo uno y voy a la cama, no tardo.

   Me puse una sudadera y salí a mi terraza, ya limpia y con un pequeño taburete.

   Gabi había llegado alrededor de las nueve de la noche, más tarde que lo esperábamos porque su vuelo se había retrasado y decidió coger un tren a última hora. Pensé que querría descansar, pero trajo una botella de vino y pasamos la noche hablando, bebiendo e incluso bailamos. Estuvimos a punto de salir de fiesta, pero decidimos que no era una buena idea.

   Como no pudo venir antes, fui sola a comprar la decoración para el piso esta misma tarde. Una pequeña alfombra, una almohada, unos cojines para el sofá, una lámpara en forma de luna, el taburete y unas velas aromáticas. El día posterior había conseguido lo primordial: comida, productos de limpieza y unas sábanas monísimas. De momento era perfecto.

   Antes de encender el cigarrillo me hago una coleta y me pongo la capucha. Hace demasiado viento, lo cual hace que se me complique encenderlo, pero me apaño unos segundos después. A lo lejos veo el mar, tranquilo y brillante. La luna se refleja y no puede ser más bella.

   Rímini está lleno de luz y vida, hasta a estas horas oigo ruido de vehículos y de algunos locales no muy lejanos de aquí, a lo mejor pasa una ambulancia cada dos horas. Bajo la mirada a mi calle, a unos cubos de basura a unos metros de mi portal. No hay ni un alma, puede que uno o dos gatos se escondan debajo de los coches aparcados. Sin embargo, al enfocar mi vista al final de calle, lo veo, tratando de pasar desapercibido. Un hombre. Creo que es producto del alcohol, pero, no, allí está.

   Me asusto, pero no lo demuestro. Intenta esconderse al final de la esquina, piensa que no puedo verlo, pero el árbol y la farola no le ocultan. Su cabeza apunta en mi dirección. ¿Será uno de los extranjeros? ¿Giovanni? ¿Me encontraron? Un escalofrío me recorre y decido tirar el cigarro apagado y entrar en casa.

   Antes de dormir, me aseguro de que la puerta esté cerrada y a pesar del ruido pongo el sofá en la puerta.

***

   Lo que se suponía que iba a ser un día de descanso, se arruinó cuando me desperté por una llamada a las siete de la mañana. Me dolía la cabeza y apenas había dormido cuatro horas.

   —¿Qué pasa? —preguntó Gabi somnolienta, con los ojos entrecerrados.

   —Shhh —le mandé callar.

   Me puse al teléfono, aturdida.

   —¿Diga?

   —¿Meena Rakt?

   —Sí, soy yo —bostecé, somnolienta—. ¿Con quién hablo?

   —Buenos días, Meena, lamento despertarte. Te iba a llamar anoche, pero hubo dificultades para encontrar tu número —explicó. Seguía sin comprender—. Soy Fiama, la gobernanta del Hotel Varg, te llamaba para pedirte si podías comenzar hoy porque hemos tenido una baja repentina en nuestro equipo.

   Me puse en pie de un tirón, procesando la información. Joder.

   "¿Cómo me iba a presentar en estas condiciones?" Pensé, con el estómago revuelto.

   Como dije en su momento, el trabajo era trabajo, así que no me quedó más que aceptar.

   —Por supuesto, no hay ningún problema —contesté, escuchando un suspiro de alivio de su parte—. Solo necesito desayunar y ducharme.

   —Perfecto Meena, muchas gracias. Nos vemos en la recepción del hotel a las nueve.

   Y, ahora estaba aquí. A quince minutos de las nueve, delante del hotel. Al salir de casa tenía muy claro a donde ir, pero mi teléfono dejó de funcionar y no pude guiarme. Traté de utilizar mi memoria, pero solo di vueltas innecesarias. Pregunté a la gente por la calle, pero eran todos turistas. Estaba a punto de desesperarme, hasta que vi a unos policías y me ayudaron. El siguiente objetivo que tenía era aprenderme la ciudad, al menos el centro. Lo único que debía hacer era dar paseos, cosa que me encantaba. Pensé en ir después de salir del trabajo, pero al terminar estaría cansada y con mucho sueño. Menos mal que me tomé un café solo antes de salir. Decidí dejar el tabaco en casa para no fumar porque estaba muy nerviosa. Últimamente fumaba demasiado, debería plantearme dejarlo.

   Me acerco a la entrada, alisándome el jersey y las puertas automáticas se abren y entro a otro mundo. Música clásica, una mezcla de olores afrutados y un suelo impecable. Al instante me siento fuera de lugar, además, la mirada que me da el recepcionista no me hace sentir mejor. Doy pasos seguros, aunque no me sienta de esa forma. Hay unos clientes con unas maletas, recogiendo unas tarjetas. Espero a una distancia prudente a que terminen. Con rapidez, sale un botones y coge sus pesadas maletas, llevándoselas sin hacer esfuerzo. La pareja se gira y la señora me mira con disgusto, cogiendo con fuerza su bolso de marca.

   —Ahora cualquiera entra en lugares como este... —murmura con descaro la mujer mayor.

   Llevo un par de años aguantando los aires de superioridad de la gente rica, así que lo ignoro.

   —Dígame, ¿le puedo ayudar en algo? —me atiende, cambiando el tono.

   —Buenos días, busco a la gobernanta —comienzo a decir, pero, antes de poder dar algún detalle, asiente y me señala una puerta contigua, donde hay un letrero en el que pone ACCESO PRIVADO.

   Suena el teléfono y se pone a hacer una reserva. No vuelve a mirarme.

   Me da que no me llevaré bien con ese. No sé si me gustará trabajar aquí.

   Suelto un suspiro molesto y me dirijo a la puerta.

   Me siento ligeramente nerviosa porque no quiero encontrarme con Vincent. Hoy es el día de la ópera y no me voy a presentar. ¿Qué hago si lo veo? Seguramente esté en Rímini, es poco probable que se encuentre en este hotel, he oído que suele presentarse más en el Ljuv, ya que es de cinco estrellas y suele tener reuniones allí. Al menos, eso me contó Gabi. Mañana tiene la entrevista con él. Le deseé mucha suerte, porque la necesitará con ese hombre creído y maleducado. ¿Cómo podría soportar estar con él a solas, sentados juntos a tan poca distancia? Y, no me controlaría si intenta lanzarse. Lo rechazaría sin dudarlo.

   Cierro la puerta y me encuentro en un pasillo con cuatro puertas, un ascensor y dos tramos de escaleras al final. ¿A dónde quiere que vaya? Cojo el teléfono, pero no hay cobertura. Anda. Mucho hotel de ricos, pero no tienen buena señal.

   Las puertas no tienen ni un letrero, así que, toco la primera.

   —¿Hola? ¿Hay alguien?

   Nada. Sin respuesta.

   Trato de abrirla, pero está cerrada. Vuelvo a intentarlo con la segunda. Obtengo el mismo resultado. Al final, termino tratando de abrir el resto, pero todas están cerradas. Voy al ascensor. Tal vez ahí haya un cártel con indicaciones. Se supone que este debe ser el ascensor para los empleados. Claro, no quieren mezclar a sus estimados clientes con sus trabajadores. En este sentido, me da rabia este oficio, pero, solo puedes aguantar y callarte.

   Se abren las puertas metálicas y lo primero que veo es mi reflejo. Madre mía. Ahora entiendo porque me han mirado así. Tengo ojeras y lo que podría haber sido una melena larga con ligeros rizos negros, es una maraña enredada. Pensé que daba buena impresión, pero estaba equivocada. Bueno, ya da igual.

   Hay diez plantas. ¿A cuál voy? No pienso volver a la recepción porque no voy a recibir ayuda ninguna. Le explicaré a Fiama lo que pasó y espero que sea comprensiva, al menos pareció agradable por teléfono.

   ¿Dónde estará el despacho de la gobernanta? Cada hotel es diferente. Algunos están al lado de la recepción, en las plantas superiores o mismamente en el garaje. Iré a una planta cualquiera y por la hora ya debería haber alguna camarera de pisos sacando los carros de la ropa.

   Pulso la planta 5. Se pone en marcha y hace un ruido de lo más desagradable, asustándome. Chirría y me sujeto contra la pared, temiendo que en cualquier momento se desprenda y caiga. Debí de haber ido por las escaleras.

   Crash.

   Emito un pequeño grito por el choque al llegar a la quinta planta. Se abre y salgo escopetada, chocándome con alguien.

   Alzo la cabeza, avergonzada y con el corazón a mil.

   —Lo siento —me apresuro a decir, aunque al verla me sorprendo.

   —¡Meena! ¿Qué haces aquí?

   —Bianca, ¡cuánto tiempo! Pensé que te habían despedido —aparta el carro de la ropa, poniéndolo al lado de la única puerta que hay. El ascensor se abrió en una pequeña habitación, hay un colchón que parece para una cuna y unas escaleras metálicas sujetas en la pared. La única luz que hay proviene de la generosa ventana.

   Bianca fue una compañera que conocí en mi hotel de Verona el primer día y habíamos sido buenas compañeras desde el primer día, pero se fue y perdimos el contacto.

   —Afortunadamente no, me trasladaron aquí, porque necesitaban a mujeres con experiencia. Veo que a ti también, o bueno, ¿qué haces aquí?

   Le ofrecieron la misma propuesta que a mí. Me tranquiliza saber que no soy la única. ¿Vincent habrá intentado con ella lo mismo que conmigo? Bianca me saca un par de años, debe tener unos treinta y dos. Es una mujer promedio, pero tiene unos ojos felinos verdosos hipnotizantes, lo que la hace muy atractiva.

   —Pues buscaba a la gobernanta, vengo a trabajar aquí.

   Veo sorpresa en su expresión, aunque intenta reprimirlo.

   —Anda, pues genial. Ve a la planta 10, ahí están los despachos, seguramente estará con el jefe.

   Me hielo. No creo que se refiera a Vincent, y si es así lo enfrentaré y no diré una palabra. Yo no sé nada, no lo conozco.

   —Gracias, nos vemos más tarde —sale de la pequeña habitación, cerrando la puerta tras de sí.

   Me meto dentro y subo, volviendo a escuchar los crujidos, encima va lento. Sufro un minuto más y al fin salgo, esta vez con cuidado de no chocarme con nadie. Veo que, en vez de dar directamente al pasillo de dicha planta, me hallo en un cuarto pequeño al igual que en el otro piso. Miro a través de la ventana, hay un patio interior, un jardín con una fuente y diversas flores. Salgo.

   Este pasillo no es tan espacioso como el anterior, pero igual de elegante que la recepción. Suelos de mármol blanco y negro, paredes blancas, aportando luminosidad y contrastando con puertas oscuras de madera. De pronto, algo llama mi atención. Avanzo, ignorando las pinturas en las paredes, probablemente carísimas. Voy hacia el final, a la puerta que tiene un cartelito donde pone DESPACHO. Ahí debe de ser, sin embargo, aquello no fue lo que me cautivó, sino el objeto expuesto al lado de esta. Encima de una elegante columna de mármol negro de metro cincuenta, entre cuatro tapas de cristal se encuentra una flor. La flor de mi sueño, la flor de loto.

   —¿No lo recuerdas? Cada vez que la hueles te pica la nariz.

   Cierro los ojos y siento su aroma. Me llevo la mano al cuello, pero, no hay rastro de mi piedra. El colgante de la llave, decidí dejarlo en casa. No quiero llevar nada. Solo me necesito a mí misma para protegerme. No un colgante. Ya me acostumbraré a no llevarlo.

   Abro los ojos. Noto una lágrima cayendo por mi mejilla. Acaso, ¿he llorado? Limpio las lágrimas de mis mejillas, las cuales decidieron desprenderse sin consultarme. Será el cansancio.

   —Es bella, ¿no es así?

   Doy un respingo, girándome por acto reflejo, sorprendida. Esa voz... Me giro, con lentitud.

  Lo único que pedía era no verlo, y la vida me lo puso delante.

   —Señor Tjäder...

   Me observa, ladeando la cabeza, en silencio y con una ligera sonrisa arrogante. En un solo segundo, me pongo de mal humor. Solo que, no puedo quitarle la mirada de encima. Nuestros ojos se entrelazan, no apartamos la vista y nos quedamos en silencio. Retándonos.

   Sigue igual, bueno, ¿qué podría haber cambiado? Si hubiese sido su actitud lo agradecería.

   —Por lo que veo, ya te has asentado aquí, o, ¿me equivoco, señorita Rakt?

   Se aleja, y saca una llave, abriendo la puerta de enfrente.

   —Hmm, sí —me aclaro la garganta, nerviosa—. Todo está perfecto, gracias.

   Abre la puerta, y para mi sorpresa se echa a un lado, dejándome pasar. Bueno, al menos algo caballeroso tiene.

   —Gracias.

   Es como cualquier despacho de persona rica. Demasiado espacio, una mesa de cristal detrás de un ventanal, en otro rincón un sofá con dos sillones. Cuadros, estanterías con muchos libros. Elegancia y orden. Blanco y negro. Él y yo, solos.

   —¿Alguna crítica? No eres de quedarte callada, al menos no lo hiciste cuando nos conocimos.

   Cierra la puerta.

   Se dirige a una pequeña mesa, con todo tipo de botellas de cristal con líquidos marrones y transparentes. Coge un vaso y se sirve uno, hace un gesto, ofreciéndome uno. Niego.

   Acepta, sin insistir.

   —No tengo nada que decir —alza una ceja, lo cual provoca que termine la oración—. Nada bueno.

   Sonríe.

   —Eso me suena más. Entre tus palabras malsonantes y tus malas actitudes, es extraño que finjas.

   —¿Perdone?

   —¿Nos sentamos? Tenemos que elegir restaurante para esta noche —me ignora.

   Suelto una risa burlona.

   —Bueno, lo que me faltaba... —me pongo delante suya, a la defensiva.

   No frena su paso. Bebe un sorbo de su bebida alcohólica y se sienta en el sofá, cómodamente, sin dejar de mirarme. Mi presencia no lo intimida en absoluto, de hecho, parece que lo entretengo, como unos dibujos animados a un niño.

   —Pero usted... Mire, yo he querido ser lo más educada posible porque es el jefe de esta cadena, pero, ¿cuál es su problema? Ya me he percatado de sus intenciones y déjame decirle que no estoy ni lo más mínimamente interesada en usted. No va a pasar lo que sea que esté pensando —suelto decidido, sin poder aguantarlo más.

   Puede que haya metido la pata, pero, no voy a ser una de sus amantes. Si me quiere echar, hago las maletas y me vuelvo a Verona.

   —Eso es lo que me gusta de ti.

   Susurra mirándome, desde abajo, como jamás me miró Edgard, como jamás me miró ningún otro hombre, con una sonrisa misteriosa, pícara, bebiendo otro trago.

   —¿El qué? —pregunto, en un hilo de voz. A pesar de estar yo por encima, no puedo evitar sentirme intimidada por él.

   Continúa: —Tu pasión, fuego.

   Me asusta lo que comienzo a sentir. Me ruborizo y aparto la vista incómoda. Siento mi pulso más rápido.

   —Por favor, mantenga las distancias conmigo. No tengo ese interés en usted.

   Me atrevo a decir, con más calma. Alejándome.

   Suelta una risa seca.

   —Descuida, no va a suceder —responde tajante, como si no hubiera pasado nada. Lo miro desconcertada—. No tengo ese interés que sugieres, señorita Rakt.

   Se levanta, acercándose a mí. Ahora él queda por encima, sacándome una cabeza.

   —Está bien, será mejor que me vaya ya que todo está aclarado. Buenos días —me giro, queriendo desaparecer de allí cuanto antes.

   —Mañana tengo una entrevista con su conocida Gabriela, ¿me equivoco? —freno mi paso, dándome la vuelta con lentitud.

   No será capaz...

   —¿Por qué?

   —Tal vez deba verme obligado a cancelar la cita por malestar —estoy perpleja, hará lo que sea para conseguir su propósito—. A no ser...

   —A no ser que salga con usted, ¿verdad?

   Asiente, imperturbable, como si no me estuviese extorsionando.

   Estoy a punto de decirle que la cancele, que jamás saldré con él, y estoy segura de que Gabi lo haría ella misma si se llega a enterar de esta conversación... Pero, no lo hará. No sabrá lo que ha pasado.

   Realmente esta entrevista podría mejorar su carrera profesional. Según me contó, hay muchos secretos en la familia Tjäder desde que Eric, el dueño absoluto, había desaparecido de los medios y nadie sabía nada sobre él o algún detalle sobre su alojamiento. Corrían todo tipo de rumores. Desde que lo habían visto en un yate en Ibiza, hasta relacionarlo con la mafia italiana.

   Los periodistas estaban como locos por averiguar qué estaba pasando realmente. Si Gabi era la primera en entrevistar a Vincent Tjäder después de meses sin que hubiesen dado un comunicado oficial... Era su oportunidad de brillar, y él lo sabía. Tal vez, era su plan desde el principio.

   —Allí estaré.

   Suelto con desdén, odiando ver una sonrisa triunfadora en su rostro.

   —Bien decidido.

   Seguimos retándonos, sin movernos. Frente a frente.

   No retrocedo. No vacilo. Alzo la mirada.

   —¿Qué quieres de mí, exactamente?—pregunto, sin pestañear. El miedo me ha abandonado.

   Coloca su mano helada en mi mejilla y la baja a mi barbilla, trato de alejarlo, pero me agarra con firmeza.

   —¿Sabes, señorita Rakt? —dice, con un ápice burlesco —. Que intentes poner un tono de voz más duro no es equivalente a ponerte a mí nivel y exigirme respuestas. No te equivoques, aquí soy yo quien pone las reglas, no tú. Conoce tu lugar, o saldrás perjudicada.

   No puedo hablar. Me ha dejado sin palabras. Carraspeo y me atrevo.

   —¿Y si no quiero? —lo reto.

   Ladea una escalofriante sonrisa. Se me eriza la piel.

   —Entonces, otros pagarán las consecuencias —pienso inevitablemente en Ura y Gabi—. Hoy puede ser la cancelación de una cita, mañana un trágico accidente laboral.

   Lo miro, aterrorizada.

   Se aproxima a mi cuello, sin soltarme. Evito moverme, tampoco puedo, siento pánico.

   —Sea dónde sea.

   Zas

   Lo empujo hacia atrás con toda la fuerza que puedo, sin haber podido controlar el impulso y en el segundo que cae de espaldas al sofá, la puerta se abre de una patada y entran cinco hombres musculosos y vestidos de negro, violentamente. Vienen a por mí.

   —Sluta (deteneos).

   Impera antes de que se abalancen sobre mí.

   Todos paran al mismo tiempo, perfectamente coordinados.

   —¿¡Se puede saber qué está pasando aquí!? Los clientes se van a quej...

   Exclama un hombre, abriendo la puerta entornada. Nos miramos, ambos sorprendidos.

   —Giovanni.

   Quiero desaparecer ahora mismo.  





***

¡Hola! ¡Buenas noches desde España! Otro capítulo nuevo, con más sorpresas... Espero que os guste, espero vuestros comentarios 🤭❤️⭐⭐💫 Un abrazo, Neferet ❤️

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