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|29| CON LOS D'ABROSCA

   Wow.

   Eso fue lo que pensé nada más llegar a la Villa de los D'abrosca.

   Es igual de grande y bonita que la de los Tjäder—al menos la casa, los terrenos los desconozco—, sin embargo esta opta por un estilo más campestre y antiguo. Incluso tiene un torreón—un detalle que me fascina ya que parece parte de un castillo medieval—. Estoy segura que debe de dar mucho vértigo mirar hacia abajo por la más alta de las ventanas. Aunque, a la vez, las vistas serían impresionantes.

   —Señorita Meena —me llama, y quito la vista distraída de la fachada de piedra gris y la poso en Vincent, quien me mira con burla—, ¿acaso nunca ha visto una casa de campo? Haga el favor de cerrar la boca y entremos.

   Avergonzada, me doy cuenta que había abierto la boca por la fascinación de ver una vivienda tan singular. Sin embargo, frunzo el ceño por cómo se ha referido al hogar de sus socios—y mis enemigos— cómo una simple casa de campo. Estoy a punto de replicarle uno de mis habituales comentarios, pero, cómo ha sucedido estos días, un flashback me viene a la mente y solo pude apartar la vista y callar.

   Así he actuado desde las primeras—y casi últimas— palabras que nos dirigimos mutuamente. Nada más subir al coche y saludarnos con un "Buenas noches", me mentalicé en no apartar la vista del paisaje oscuro que vislumbraba por la ventana, al otro extremo. Solo estar cerca suya me producía una sensación incómoda que me negaba a sentir.

   No habían pasado tantos días desde aquel momento que desgraciadamente compartimos en su dormitorio, y todavía no había podido olvidarlo. Por las mañanas me despertaba de sopetón y tenía una fotografía mental de unos ojos verdes que me miraban con intensidad y deseo. Y, cada mañana que iba al Hotel Ljuv y lo miraba, lo recordaba—entre otros pensamientos— y solo quería evitarlo lo máximo posible. Aunque él también, para mi sorpresa, había mantenido la distancia conmigo. Al principio, me pilló desprevenida esa actitud fría y profesional—había estado dando vueltas toda la noche pensando formas de eludir lo que pensé cómo la conversación inevitable, lo que resultó en vano—, ya que esperaba burlas y comentarios con segundas intenciones, sin embargo, parecía que compartíamos el mismo sentimiento. Lo agradecí, hasta esta noche, que por lo visto había optado por volver a ser cómo era él: un imbécil.

   Además, no es lo único que me ha perseguido. Desde la noche que comencé a planear con Giovanni nuestra estrategia, el temor y los nervios han contribuido a mi insomnio. El plan consiste en intercambiar el libro de Segismundo por una falsificación. Pero, no sabía ni por dónde empezar ya encontrándome aquí. Muchas preguntas llenaban mi mente y estuve a punto de llamar a Giovanni y cancelar nuestra loca misión. Es decir, ¿y si los D'abrosca no me quitaban la vista de encima y no me dejaban sola? ¿¡Ni para ir al baño!? ¿Y si me pillaban y decidían acabar conmigo? ¿Y si lo hacía Vincent? ¿Y dónde buscaría el libro? ¿Dónde podría estar? Después de ver la casa no pude evitar pensar en la alta posibilidad de que hubiese mazmorras bajo tierra. ¿¡Y si me encerraban allí de por vida!? 

  Ha sido difícil para mí poder llegar hasta aquí. Antes de que Leo—otro hombre de Vincent, ya que Niklas está en una cita con Gabriela, lo ha sustituido—llamase a mi timbre, estaba hablando por teléfono con Giovanni.

   Me había pedido, de nuevo, que si no estaba segura que lo dejase, que encontraríamos otra manera—lo cuál sabía que no era cierto—. Le dije que no pasaría nada malo. Nuestro plan podría funcionar.

   Habíamos ideado algo simple pero arriesgado, que podría suspenderse en cualquier momento.

   El primer paso que tomó Giovanni y que me hizo ver la seriedad del asunto fue que logró sobornar a un empleado de los D'abrosca, por lo que teníamos un infiltrado. No sé cómo lo había hecho e incluso sentí un poco de temor. Uno de los empleados que nos iba a recibir—específicamente, uno con un lunar de notable tamaño en la parte derecha del rostro y de nombre Enrico—, iba a esperar mi señal, que era un guiño y pasarme la mano por el pelo, algo que podría disimular bien y fuese notorio, y me metería la llave del despacho de Francesco D'abrosca en el bolso. Además, me avisaría si alguien se acercaba cuando me encontrase en la habitación prohibida.

   El siguiente punto en nuestro plan fue algo que podría darme ventaja. Giovanni había movido hilos y había conseguido que Kayta le regalase una botella premium de Vodka sueco "Rent elixir" a Vincent, que por lo que había dicho, le fascinaba por su toque especiado y suave. Le dio—por sugerencia de Giovanni—el consejo de llevarlo a su cena con los D'abrosca para mantener la cordialidad. Vincent aceptó. El truco se encontraba en que Giovanni había metido de forma meticulosa una pequeña cantidad de somníferos que pasaría desapercibida para los anfitriones y relacionarían el leve cansancio por todo el alcohol ingerido—les gustaba mucho la bebida—.

   Después de la cena, según me había comentado Giovanni, Vincent y sus socios solían beber un par de copas y en ese momento podría escabullirme y buscar en el mismísimo despacho de Francesco D'abrosca con ayuda de Enrico.

   Es momento. Sé a lo que he venido y NO me voy a echar atrás. Giovanni confía en mí y no quiero fallarle después de que me haya contado algo que me ha ayudado a saber que no estoy loca. Que lo que me sucede tiene una explicación, y puede encontrarse en el segundo libro de Segismundo. Es la clave que necesitaba.

   "Ay, Ura, deséame suerte" Pienso, soltando un corto suspiro.

   Aún estoy esperando a que aparezca y me diga que esta bien y que solo hizo un viaje. Ojalá está bien, y viva.

   Aprieto el bolso contra mi cuerpo, notando una superficie dura. Lo había hecho por lo menos cinco veces, comprobando que no me lo había dejado en casa. Si seguía así, Vincent me pillaría. Este objeto era la imitación por la que iba a intercambiar el libro original.

   Este era el último paso del plan. Intercambiar los volúmenes. Del recuerdo que tenía, podría decir que eran idénticos. Ambos de un grueso considerable, la tapa color rojo sangre con letras doradas, en las que se leía en latín: QUAESTIO SECUNDAE, S.P.M (INVESTIGACIÓN SEGUNDA, S.P.M).

   Después de que Giovanni pudiese arrancar la hoja del libro, mantuvo en su memoria cómo era el libro con exactitud y lo mandó hacer a un artesano de otra ciudad, que supo valorar una cantidad importante de dinero por su silencio. Sin embargo, el interior era distinto. No lo había dejado en blanco, pero había hecho una copia de lo escrito en el primer volumen de Segismundo, omitiendo las tres últimas páginas que hablaban sobre la leyenda.

   —Pero, Giovanni, ¿de qué servirá darles la información del primer volumen si ya han podido leer el segundo libro? ¿No se darían cuenta? —le pregunté, sin poder entender la lógica de hacer lo que decía.

   —Meena, te aseguro que no lo han leído —dijo, muy seguro de sí mismo.

   —¿Cómo lo sabes? —le pregunté.

   —Los D'abrosca siempre se han dedicado a ese negocio. Uno de sus antepasados consiguió contraer nupcias con una familia adinerada hace alrededor de doscientos años y así lograron adaptarse poco a poco a la buena vida, pero no abandonaron los trapicheos que los distinguía. Llegaron a ser famosos en Nápoles por haber estado detrás de los mayores robos de la península Itálica—explicó—. Con los años han continuado con sus sucias tradiciones, aunque ahora lo hacen en el mercado negro, lo ocultan muy bien ante la sociedad. Se dedican a conseguir productos limitados, antigüedades y obras de arte preciadas, y se las venden al mejor postor.

   —¿Y por qué no intentamos comprárselo? —quise saber, sin poder imaginarme las posibles cifras de un libro.

   —Porque no puedo acceder legalmente a más de un millón de euros —después de aquella aclaración e información adicional sobre la familia D'abrosca, tuve más miedo.

   Si habían matado al deán, ¿qué me harían a mí si se lo robaba?

   Dejo atrás mis pensamientos y la puerta es abierta.

   Nos adentramos y la casa es igual que por fuera. Parece como si hubiésemos entrado en un cuento medieval. No puedo evitar temblar ligeramente ya que esas historias no terminan bien para el intruso—que soy yo—. El interior es una mezcla de piedra, ladrillo, alfombras interminables y arcos en las puertas de piedra gruesa, y olor a leña y a pino. Hay enormes cuadros alrededor decorando el gran recibidor, con motivos de lucha o despejados paisajes. Veo al final de uno de los pasillos, al fin de una alfombra roja, una armadura de tamaño real con un arma. Vincent me mira con una mueca divertida y evito poner los ojos en blanco. ¿¡Por qué disfruta tanto burlándose de mí!?

   Llegan dos empleados y distingo al que debe de ser Enrico. Me aparto el pelo y le guiño el ojo sin que mi jefe me vea. El topo me dirige un pequeño asentimiento y los dos trabajadores nos recogen los abrigos—Enrico coge nuestras pertenencias y se retira—. Les doy las gracias y el otro hombre nos guía hasta sus anfitriones.

   Mientras caminamos, nosotros dos detrás del empleado, aprovecho a arreglarme el conjunto, ya que por el abrigo se me ha subido de más. Decidí usar algo cómodo y que fuese elegante. Es una pieza completa, un mono, de manga larga y pantalón ancho. Tiene un cinturón, que venía con el conjunto, y es el único detalle que hace el efecto de dividir la prenda. Me siento cómoda porque el escote no es pronunciado, en forma de V, tres dedos por encima del pecho. Es de color púrpura, que combina a la perfección con mi piel morena. Me puse unos pendientes de imitación de perlas y un bolso espacioso que no pega nada con mi look, pero es lo suficientemente grande para guardar el libro sin que se note. Y, por último, los zapatos que elegí son unas botas cerradas de tacón corto. De hecho, son las viejas, pero después de pasarles una toallita, brillan como nuevas.

  Después de colocarme el mono, despego de mi espalda mi pelo alisado y me lo paso por el hombro, dejando mi cuello descubierto. ¡Qué calor hace!

   —Señorita Meena —me susurra Vincent, acercándose a mí y envolviendo mi brazo en el suyo, sin darme tiempo a apartarme, giro mi rostro, y al instante me arrepiento. Estamos cara cara—, ¿sabía que mi color favorito es el morado?

   Se aleja con una sonrisa ladeada y antes de que pueda soltarle algo, llegamos a la sala dónde nos esperan los D' abrosca y ante la mirada de Vincent, les sonrío con falsa amabilidad.

***

   ¡Por fin!

   Ha sido la cena más aburrida en la que he estado. ¡Más que la de los Tjäder! Ni siquiera me ha gustado la comida. Han servido solo carne grasienta que no he sido capaz de comer. No suelo hacer ascos a la comida, pero me ha parecido demasiado. Además, no son fan de la carne poco echa.

   Me había mantenido en silencio prácticamente toda la velada. ¿Qué podría haber aportado yo sobre sus charlas de negocios o sobre la reciente guerra civil de algún país de Oriente medio? Sin embargo, el hijo de D'abrosca, Salvatore, hizo un primer brindis por nosotros, sus invitados, y me dejó claro que esta comida era para, finalmente, según palabras, poner paz entre su familia y la Tjäder, por los últimos altercados.

   —Señorita Meena Rakt, no debe de sentirse incómoda por lo que sucedió —se refirió a mí, recordándome la vez que sus hombres casi matan a Giovanni y lo traté de salvar esa noche. Continuó:—, Vincent ha respondido por usted y me ha asegurado que se puede confiar en usted. Espero que así sea—levanté la copa y mientras todos bebieron, yo la dejé en la mesa.

   Al instante, miré al susodicho con sorpresa y sentí remordimientos. Vincent me había protegido. ¿Por qué? Y me planteé seriamente cancelar la operación. ¿Cómo iba a ser capaz de hacerlo después de que Vincent había dado la cara por mí?

   Así, transcurrieron con lentitud dos horas, entre el sí o el no. Estaba indecisa y solo pensaba en las posibles consecuencias si salía mal. No obstante, al final llegué a la conclusión de que mi necesidad de conocer la verdad era más fuerte que el acto de Vincent.

   —Señores, ¿por qué no vamos a tomar lo que nos ha traído mi querido amigo Vincent Tjäder? —habla Francesco, con el rostro rosado de la cantidad considerable que ha ingerido de alcohol.

   Perfecto.

   Tras haber conocido a Francesco D'abrosca, a quien esperaba igual de temible que a su hijo—quien no me quitó ojo en toda la cena, lo que me puso considerablemente nerviosa—, me sorprendió. Era lo contario a la imagen de jefe de familia. Me encontré a un hombre bajito, regordete y calvo. Nos sonrió como si fuésemos conocidos de toda la vida. Cuando Vincent le dio la botella, este le dio un golpe sonoro y fuerte en la espalda y pude notar la molestia de mi jefe tras esa mueca afable. Nos ofreció un puro, pero yo lo rechacé y Vincent dijo que luego se lo fumaría.

   Después, se presentó su sucesor, Salvatore D'abrosca—el asesino del deán—. No tenía nada que ver con su padre. Él era igual de alto que Vincent, pero con mucha más masa muscular. No me había fijado hasta hora que sus ojos eran grises y su pelo de un fuerte azabache. Me saludó con palabras educadas, sin embargo, me miraba como si fuese la peor basura. Traté de ignorarlo, pero no su incesante vigilancia sobre mí provocó que temblase la primera media hora, a pesar de que la temperatura superase los 20°C.

   Habían un par de hombres más, primos y tíos. La esposa e hijas de D'abrosca se habían ido a pasar la Navidad a París con otros familiares, por lo que era la única mujer.

   —Venga con nosotros —me pide Vincent cuando los señores van a salir por la puerta y dirigirse, por lo que oí, a un estudio en la parte baja.

   —Prefiero quedarme aquí o en una zona despejada, me duele un poco la cabeza —me excuso con la actuación más creíble que poseo.

   Me mira con desconfianza, pero sus socios lo reclaman y finalmente me asiente.

   —No tardaré más de una hora —avisa y asiento—. Si te sientes indispuesta, pide a Leo que te lleve a casa.

   —Gracias —le agradezco (también por haberme protegido), con sinceridad, mirándole a los ojos. Vuelvo a sentir una punzada de culpa. 

   No responde, solo me observa y, después de que lo reclamen, se va junto a los otros.

   Es mi momento.

   Salgo al pasillo y veo a Enrico en una esquina con mi bolso. Me aproximo a él tras ver que no hay nadie, incluso puedo oír risas al otro extremo, donde vi la armadura medieval.

   —El despacho está en la última planta, es solo una habitación. La llave esta en tu bolso—susurra sin moverse del sitio—. No tardes, el hijo es muy desconfiado. Tienes diez minutos.

   Doy por hecho que se refiere a Salvatore. ¡Que mal presentimiento tengo!

   Me pongo en marcha, sin perder un solo segundo más.

   El despacho de Francesco, donde parece guardar sus obras selectas, está en lo alto del torreón. Debo de tener cuidado, porque no hay margen de error. No puede haberlo.

   Subo las escaleras de piedra, pisando la alfombra para amortiguar el ruido que pueda hacer. Afortunadamente el tacón de la bota no hace ruido como mis tacones de aguja. Después de asegurarme que no hay cámaras que puedan delatarme—a no ser que estén ocultas—, llego a la última planta. Es cierto, solo hay una puerta, nada más. Entra un poco de luz de la luna por una ventana pequeña, la suficiente para poder abrir la puerta sin necesidad de luz artificial.

   Busco con rapidez la llave en mi bolso, y tras varios segundos la hallo.

   Mi mano tiembla y maldigo internamente. Me aproximo a la cerradura y meto la llave tras varios fallos al tratar de introducirla. Al escuchar un pequeño "click" sonrío y no pierdo más tiempo.

   Percibo con rapidez el olor a alcohol y a madera quemada. Que fuerte huele.

   Cierro con cuidado la puerta y cojo el teléfono. Ahora sí debo alumbrar con la linterna.

   Me asombro al ver lo que tengo delante mía. Esto no es un despacho, es un desván lleno de cosas. ¡Qué desorden! ¿¡Cómo voy a encontrar el libro entre tanto cacharro? ¿Y si no está aquí?

   Miro la hora. Me quedan seis minutos.

   Camino rápido entre la sala y voy alumbrando todo lo que veo. Hay montones de cuadros tapados con un papel marrón, hay una mesa repleta de joyas y al lado montones de bolsas y cajas de terciopelo, que deben de guardar mas rubís y diamantes. Si me llegan a pillar aquí van a pensar que venía a por eso.

   La habitación no es tan grande, pero por cómo está divida en forma de laberinto, los recorridos son los muebles y variadas estatuas, parece enorme. Si estuviese en una situación sin la prisa que tengo, tendría miedo de estar rodeada de siluetas blanquecinas con forma humana. Sigo alumbrando objetos hasta que veo cerca de la ventana una urna de cristal de forma cuadrada y una pila de libros que va del suelo a la mitad de esta. Me aproximo y lo veo. ¡Es el libro!

   Al ver la vidriera cubierta de polvo me alegro. Parece que esto no lo han tocado en unos meses. Veo la manilla para abrirla y tiro de ella. Algo de polvo vuela por el aire y rezo para no estornudar.

   Saco mi imitación y lo pongo en la mesa, comparándolos antes de hacer nada.

   Efectivamente, son idénticos. Hasta las letras parecen haber sido escritas de la misma forma. ¡Giovanni es un genio! (Sobre todo el que hizo la copia).

   Alargo las manos, y nada más tocar el original, mi mano se retira por acto reflejo como si acabase de tocar fuego.

   Y sin más, lo veo.  

***

PUf...Qué intenso.

¡Holaa lectores bellos! ¿Cómo estáis? Espero que hayais disfrutado mucho este capítulo, espero con muchas ganas vuestros comentarios y votos hehe🩷

¿Qué habrá podido ver Meena para actuar así? ¿Vincent protegiendo a Meena? ¿Vincent siendo buena persona? Raro raro hehehe🩷🩷🩷

Gracias por vuestro apoyo, un abrazo,

Neferet🩷

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